Amor, pol¨ªtica y medios de comunicaci¨®n
Al ser escritora, y no pol¨ªtica, voy a pasar por alto las evidentes connotaciones pol¨ªticas que conlleva el hecho de que Mark Sanford, gobernador de Carolina del Sur, desatendiera sus obligaciones como tal al no informar a su equipo de su paradero cuando estaba con su "querida amiga". En este texto me centrar¨¦ sobre todo en c¨®mo retratan los medios a las mujeres al airear esc¨¢ndalos sexuales. Ya llevo alg¨²n tiempo pensando en qu¨¦ pasar¨¢ cuando, en nuestra cultura de entrometida transparencia, los medios saquen a la luz una aventura extramatrimonial de una de las mujeres que ya comienzan a ocupar importantes puestos pol¨ªticos en Estados Unidos.
?Es ¨¦ste el esc¨¢ndalo que nos aguarda? ?Estamos preparados para afrontarlo? S¨ª, ya sabemos que los republicanos son hip¨®critas y que sus "valores familiares" no eran m¨¢s que una argucia pol¨ªtica para reconfortar a sus bases. S¨ª, deber¨ªan disculparse por haber arrastrado pr¨¢cticamente por el fango a Bill Clinton y tambi¨¦n por el innecesario sufrimiento que ocasionaron a Monica Lewinsky. Pero tambi¨¦n sabemos que la mayor¨ªa de nuestros m¨¢s grandes presidentes -entre ellos Roosevelt, Eisenhower y Kennedy- no habr¨ªan pasado la prueba de la fidelidad (al morir, Roosevelt se encontraba con Lucy Mercer, su amor durante muchos a?os; Kaye Summersby estuvo junto a Eisenhower durante sus campa?as militares de la II Guerra Mundial; John Kennedy tuvo docenas de amantes... y todos sabemos demasiado sobre Bill Clinton y Monica).
A las mujeres que hacen pol¨ªtica no se les permite devaneos. Las correr¨ªas las protagonizan hombres
En momentos como estos me alegro de ser jud¨ªa: nosotros tenemos a Woody Allen
Sin embargo, este a?o, mientras uno tras otro, como los diez negritos, los pol¨ªticos (m¨¢s los republicanos que los dem¨®cratas) se han ido hundiendo p¨²blicamente en la ignominia al revelarse sus s¨®rdidas gestas, generalmente con sus dolientes esposas al lado mientras ellos balbuceaban su mea culpa, la "otra mujer" -o el "otro hombre" si la pareja era gay- suele aparecer tambi¨¦n como un s¨®rdido personaje. En consecuencia, las mujeres se han visto retratadas o bien como esposas-v¨ªctima de un pol¨ªtico, o bien como lascivos y condenables objetos de inter¨¦s del pol¨ªtico en cuesti¨®n.
De manera que, aunque hemos colocado a las mujeres en posiciones pol¨ªticas de primer orden, exigi¨¦ndoles al mismo tiempo que se sometan a costosos remodelados est¨¦ticos para no quedarse atr¨¢s frente a las presentadoras de televisi¨®n, que se pongan la ropa adecuada y luzcan accesorios de calidad, y que sean tremendamente espabiladas -tambi¨¦n les permitimos que sean madres y tengan hijos-, los medios de comunicaci¨®n otorgan a esas triunfadoras de la pol¨ªtica un peculiar y asexuado papel maternal: no se les permite salirse de su territorio, puesto que, hasta
donde sabemos, todas
las correr¨ªas las han protagonizado hombres.
Y en esto apareci¨® el gobernador Mark Sanford. La prensa hizo su agosto informando de que su querida, Mar¨ªa Bel¨¦n Chapur, era una argentina de muy buen ver. (En el fr¨ªo norte siempre nos imaginamos que la sexualidad de nuestros vecinos meridionales no deja nunca de estar en ebullici¨®n. En estos mismos d¨ªas, Sonia Sotomayor, la nueva magistrada del Tribunal Supremo, una mujer de origen puertorrique?o bastante seria, ha sido calificada por algunos estramb¨®ticos conservadores republicanos de "terrorista latina". ?Ay, esa sangre latina!). Ahora bien, ?es realmente apropiado calificar a Mar¨ªa Bel¨¦n Chapur de querida?
A mi modo de ver, es ¨¦sta una herrumbrosa palabra que, m¨¢s propia de la corte de los reyes franceses o de una novela de ?mile Zola, resulta absurda cuando se utiliza para calificar a una mujer econ¨®micamente independiente. ?Acaso dir¨ªamos que Sanford es el se?or de Mar¨ªa Bel¨¦n Chapur? La argentina ha estudiado en Oxford, habla cuatro idiomas, est¨¢ divorciada, tiene dos hijos y es experta en materias primas de Bunge & Born. En realidad, de no ser por el desafortunado detalle de que Sanford est¨¢ casado, habr¨ªa sido l¨®gico que los dos formaran pareja, puesto que tienen intereses comunes y cada uno su propia carrera profesional.
La posibilidad de que el problema de Sanford, la raz¨®n de que concediera una entrevista tan incongruente, fuera que el hombre est¨¢ locamente enamorado, es algo que s¨®lo unos pocos periodistas parecen haber sido capaces de plantearse, como si esa posibilidad fuera una especie de idioma desconocido. Los mensajes electr¨®nicos que se intercambiaban Mar¨ªa y Sanford (proporcionados por un hacker) eran de un romanticismo pasado de moda, y en realidad bastante recatado, profusos en menciones a las almas gemelas.
Me pareci¨® bastante conmovedor que, al contrario que Clinton, Sanford no arrojara a su Mar¨ªa Bel¨¦n a los pies de los caballos. A¨²n dejando claro en su discurso ante los medios hasta d¨®nde hab¨ªa llegado su relaci¨®n con ella, no le dolieron prendas en calificarla de querida, querida amiga, alma gemela, amor de su vida... al explicar que los dos se conoc¨ªan desde ocho a?os antes de que prendieran las llamas. A continuaci¨®n, como buen pol¨ªtico republicano, conservador y del Sur, Sanford pas¨® al ineludible tercer acto de estas medi¨¢ticas confesiones: solicit¨® el perd¨®n cristiano. Est¨¢ claro que su esposa y su familia conoc¨ªan desde hace por lo menos cinco meses su relaci¨®n extramatrimonial, y que estaban tomando su decisi¨®n -o la del propio Sanford- cuando la noticia salt¨® a la prensa al conocerse los correos electr¨®nicos. Poco tiene que ver este romance con los furtivos devaneos del gobernador Eliot Spitzer con su prostituta de alto standing, ni con la b¨²squeda de contactos sexuales en servicios de caballeros del senador Larry Craig.
Sin embargo, volviendo a mi argumento inicial, en una ¨¦poca de transparencia total, cuando lo sabemos todo de todo el mundo, las mujeres que se dedican a la pol¨ªtica ser¨¢n especialmente vulnerables si se salen del redil, porque no tendr¨¢n ninguna casa reservada de la calle C a la que, seg¨²n se ha revelado, destacados pol¨ªticos, por lo menos republicanos, y entre ellos Sanford, pueden acudir en busca de asesoramiento pol¨ªtico de corte cristiano cuando no encuentran su camino (en momentos como estos me alegro de ser jud¨ªa: por lo menos, nosotros tenemos a Woody Allen). La casa cristiana de la calle C suena a t¨ªtulo de pel¨ªcula de esp¨ªas de serie b de la ¨¦poca de la II Guerra Mundial.
Por otra parte, sabemos algo todav¨ªa m¨¢s pertinente: que las mujeres, sea cual sea su credo religioso, no tendr¨¢n esa casa reservada. A lo largo de nuestra vida, las mujeres desempe?aremos muchos papeles, entre ellos el de esposa, madre o amante, y quiz¨¢ el de esposa enga?ada o amante transgresora. Y exigirles a nuestras pol¨ªticas una especial santidad es considerarlas, aunque de forma un tanto sesgada, de segunda clase. En los pa¨ªses anglosajones, hace d¨¦cadas que las mujeres nos deshicimos del pintoresco t¨ªtulo de miss para optar por el de Ms. [que no precisa el estado civil]; ahora debemos tambi¨¦n exigir que se prescinda del degradante t¨¦rmino querida, que no sirve para caracterizar a la mujer moderna.
Hace casi un siglo, en la novela La edad de la inocencia, ambientada en el Nueva York de su infancia, Edith Wharton pronostic¨® con exactitud el eterno dilema al que se enfrentan Mark Sanford y Mar¨ªa Bel¨¦n Chapur: un asunto emocional que no debe confundirse con la sordidez. A Newland Archer, t¨ªpico producto de las r¨ªgidas y puritanas costumbres neoyorquinas, le pilla desprevenido su propio y apasionado enamoramiento de la condesa Olenska, una desvergonzada estadounidense que, para la acartonada sociedad neoyorquina, lo es no s¨®lo por haber abandonado a su marido, sino especialmente por haber vivido en Par¨ªs. Para conservar a su familia, su posici¨®n social y su carrera (de forma muy similar a como tendr¨¢ que hacer Sanford), Archer renuncia a la condesa y al amor. Es decir, la comprensiva Olenska renuncia a ¨¦l. Edith Wharton sab¨ªa mucho de matrimonios desgraciados, por haber estado encadenada durante mucho tiempo a su marido Teddy Wharton, loco y sifil¨ªtico. Aceptamos la pel¨ªcula de Scorsese de un modo no siempre equivalente a nuestra forma de aceptar situaciones parecidas de la vida real, porque Scorsese tiene mucho talento, Michelle Pfeiffer es hermosa y Edith Wharton defiende con pasi¨®n a las mujeres que se enfrentan a las costumbres y percibe con perspicacia de qu¨¦ manera la buena sociedad puede destruir a la mujer.
Las mujeres hemos hecho avances considerables, pero nos enga?aremos si pensamos que nuestra labor ha terminado. Todav¨ªa necesitamos insistir en que no se nos califique con palabras en tono condescendiente. En Washington, las pol¨ªticas no necesitan el pilar de una casa secreta de la fe, pero las mujeres s¨ª debemos recalcar la necesidad de contar con una forma de hablar y de pensar en nosotras mismas que sea v¨¢lida para todas las profesiones y formas de vida, y que, sin dejar de lado nuestra falibilidad, nos otorgue un marco de gracia.
Barbara Probst Solomon es periodista y escritora estadounidense. Traducci¨®n de Jes¨²s Cu¨¦llar Menezo.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.