Ata¨²des ausentes
En el reino de Marruecos, la vida es especialmente dura para los j¨®venes. Pero si extienden los brazos hacia el norte, casi pueden rozar la tierra prometida. Ese pa¨ªs de f¨¢bula, puerta de la quim¨¦rica Europa de las oportunidades, est¨¢ a un brazo de mar que cualquier chalupa parece capaz de superar sin problemas. Sin embargo, esas aguas y las condiciones infrahumanas en las que son transportados por quienes mercadean con sus compatriotas exigen un tributo en cad¨¢veres cuyo destino parece no importarle a nadie.
Los cuerpos de muchos ciudadanos marroqu¨ªes permanecen olvidados, repartidos entre distintos tanatorios espa?oles. Mohamed VI no fletar¨¢ ning¨²n avi¨®n militar para llevarlos a casa. Son muertos que, por reiterativos, pierden su glamour medi¨¢tico y no aportan nada al esplendor de la Corona. Son hijos de nadie porque nadie ha podido llorarles. Algunos padres ignoran el terrible destino que han sufrido. Mohamed VI se jacta de ser un monarca profundamente religioso, pero acumula riquezas incalculables mientras su pueblo padece calamidades y penurias. Con mano de hierro, gobierna sobre unos s¨²bditos que se ven empujados a que se los trague el oc¨¦ano en busca de alg¨²n futuro. Y luego, rematando la matanza, ignora inclemente la suerte de sus ata¨²des.
Deber¨ªan haber elegido morir de otra muerte. De alguna ne¨®fita epidemia o de un error humano, cometido por espa?oles por supuesto, que proporcionara protagonismo al hijo de Hassan II. Pero no se ganaron el billete de vuelta y el Rey Mohamed ni siquiera ha notado su ausencia.
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