Pobre universo er¨®tico
Los donjuanes descritos por Vitaliano Brancati son ciegos a las necesidades del otro. La compilaci¨®n de las tres novelas del autor italiano en Tr¨ªptico siciliano crea un fresco del machismo y la seducci¨®n en una narraci¨®n de gran valor est¨¦tico.
Vitaliano Brancati no se parece a ning¨²n otro escritor italiano del siglo veinte. Las meditaciones er¨®ticas de Alberto Moravia, el verismo de Giovanni Verga, el neorrealismo de Elio Vittorini y Vasco Pratolini, se asocian a su obra, pero superficialmente, porque, en ¨²ltima instancia, las novelas de Brancati no son, no intentan ser documentales. Sobre todo, sus obras mayores -estas tres estupendas novelas que Lumen ha tenido la inteligencia de recoger bajo una sola cubierta, en fluidas traducciones, para el p¨²blico espa?ol- son todo lo contrario de una visi¨®n severamente objetiva de la realidad social. Bajo la apariencia de una narraci¨®n costumbrista, con elementos que el sue?o toma del mundo real, Brancati construye una suerte de monumental fantas¨ªa masculina: el universo visto por un Ad¨¢n a quien Dios le ha dicho que es rey de la creaci¨®n y la mujer fabricada de su costilla, algo raro y perverso, y por tanto implacablemente atractivo e inalcanzable. Nadie como Brancati ha mostrado c¨®mo, en la anquilosada sociedad patriarcal (en este caso siciliana, pero el ejemplo es universal), el mundo se divide no tanto en clases sociales como en sexos: por un lado, los hombres, fuertes, sufridos y severos, que han decidido que el trabajo masculino es el ¨²nico duro y aut¨¦ntico, su vocabulario fidedigno, sus leyes y reglas las solas v¨¢lidas; por otro, las mujeres, tachadas de d¨¦biles, veleidosas y traicioneras, y en consecuencia dedicadas a trabajos livianos que s¨®lo a ellas les parecen pesados, due?as de una lengua chismosa, embustera, fantasiosa, con sus c¨®digos supersticiosos y promesas nunca cumplidas. La caricatural frase de los machos italianos "Todas las mujeres son putas, salvo mi madre, que es una santa" sirve de trasfondo a la visi¨®n so?ada por los h¨¦roes donjuanescos de Brancati, visi¨®n que, por ser insostenible, acaba por derrumbarse sobre los mismos so?adores.
Ensayista, hombre de teatro, autor de guiones de cine y, sobre todo, novelista, Brancati empez¨® escribiendo ficciones de ideolog¨ªa fascista, que descart¨® muy pronto para explorar en cambio las nefastas ra¨ªces de esa ideolog¨ªa en su Sicilia natal. Es tradicional asociar el fascismo a la mitolog¨ªa machista, al gobierno de la fuerza, al desprecio de la cultura vista como calidad femenina y por tanto deleznable; Brancati lo asoci¨® tambi¨¦n a la frustraci¨®n sexual de su sociedad, a un erotismo sin pareja, o en el cual la pareja s¨®lo existe como fantas¨ªa, o como objeto servicial sin juicio ni sentimientos. El deseo singular de los donjuanes de Brancati -Giovanni Percolla en Don Giovanni en Sicilia, Antonio Magnano en El bello Antonio, Paolo Castorioni en Los placeres de Paolo- nace de una definici¨®n de la masculinidad que no tolera la igualdad entre hombres y mujeres. Como representante de su sexo, Don Juan debe negar a la mujer la calidad de persona; como individuo masculino, debe mostrarse m¨¢s fuerte que los otros hombres, m¨¢s atractivo, m¨¢s astuto. No es casual que el protagonista de Los placeres de Paolo -obra incompleta, publicada p¨®stumamente, que en italiano lleva el t¨ªtulo brutal de Paolo il caldo (Paolo el caliente)- est¨¦ leyendo Las confesiones de San Agust¨ªn, soslayada apolog¨ªa de la superioridad del deseo er¨®tico masculino.
Para Albert Camus, en El mito de S¨ªsifo, Don Juan es la encarnaci¨®n misma del deseo que a su vez produce deseo. Si Camus hubiese conocido los donjuanes de Brancati, habr¨ªa podido agregar que ambos deseos (el encarnado, el provocado) no quieren sino satisfacerse a s¨ª mismos, son ciegos a las necesidades del otro. En ese sentido, el deseo de estos h¨¦roes donjuanescos es lo opuesto al deseo compartido, es la negaci¨®n del di¨¢logo er¨®tico. Es un deseo est¨¦ril que nunca se resuelve, ni aun cuando llega al acto f¨ªsico: all¨ª se apaga. Es por eso por lo que los donjuanes de Brancati se expresan casi tan s¨®lo en mon¨®logos, o en introvertidos di¨¢logos que son en realidad mon¨®logos. En su vida cotidiana, los rodean otros hombres -hermanos, padres, amigos- y toda clase de mujeres -madres, hermanas, desconocidas y vecinas-, pero con ninguno se establece un intercambio, una relaci¨®n mutuamente amorosa. Las excusas que dan estos galanes son de una c¨®mica banalidad. Giovanni Percolla, por ejemplo, en Don Giovanni en Sicilia, se opone a la idea de casarse porque teme que la presencia constante de una mujer en su casa le resulte insoportable. "La idea de tener que dormir todas las noches con una mujer le daba fiebre, como la idea de tener que hacer el servicio militar al cincuent¨®n que nunca fue soldado. Se imaginaba que la mujer lo destapar¨ªa mientras fuera helaba, subi¨¦ndose las mantas a la cabeza... ?Y c¨®mo rascarse nerviosa y agradablemente la oreja durante el sue?o?". Para el narrador siciliano de Los placeres de Paolo, la ausencia de deseo er¨®tico (ausencia imaginaria) es presentida como un alivio. "En mi isla", dice, "pronunciar la palabra castidad
... es como pronunciar la palabra lluvia en el desierto abrasador". El bello Antonio se arroja sobre una mucama cincuentona que lo ha mirado, la desnuda y la viola, y descubre que este brutal saciamiento de su propio deseo no ha sido m¨¢s que un sue?o (que el supuesto violador llama "hermoso"). En este mundo de constante deseo y sexualidad a flor de piel, nadie acaba haciendo el amor y nadie comparte con nadie el goce final.
De esta preocupaci¨®n est¨¦ril nace una de las escenas m¨¢s atrevidas y c¨®micas en la primera parte de Los placeres de Paolo. Un grupo de ni?os decide masturbarse delante del balc¨®n de un anciano abogado. Brancati insiste: no son adolescentes, son ni?os de nueve a?os ("?Y tambi¨¦n de diez", agrega furioso el abogado que los ha visto y que quiere dispararles con su escopeta). En una sociedad en la que lo er¨®tico no puede revelarse salvo a trav¨¦s de visillos y descuidos, los ni?os en quienes la sexualidad comienza a despertarse necesitan inventar ritos para ese erotismo al cual la sociedad le niega la palabra. Mudo, detenido, el deseo er¨®tico va pocas veces m¨¢s all¨¢ de la masturbaci¨®n.
?Por qu¨¦ no conocemos mejor a Brancati? La literatura supuestamente er¨®tica de nuestro siglo confunde lo expl¨ªcito con lo revelatorio, las descripciones cl¨ªnicas y las confesiones ostentatorias con la iluminada exploraci¨®n literaria y la interrogaci¨®n cabal. Brancati nunca comete estos errores est¨¦ticos, ni permite a sus lectores el regodeo, el voyeurismo irresponsable. Denunciando nuestra hipocres¨ªa y nuestros miedos, Brancati nos obliga a interrogarnos sobre nuestro pobre universo er¨®tico, nuestras fantasm¨¢ticas definiciones de lo masculino y lo femenino, y la falta de aut¨¦ntica libertad a la cual nos hemos condenado. Para quien quiera reflexionar inteligentemente sobre nuestras confusas nociones de erotismo, estas tres novelas de Brancati son de lectura obligatoria. -
Vitaliano Brancati. Tr¨ªptico siciliano: Don Giovanni en Sicilia, El bello Antonio, Los placeres de Paolo. Traducci¨®n de Roberto Falc¨® Miramontes, ?ngel S¨¢nchez-Gij¨®n y Rosa Marcela Peric¨¢s. Lumen. Barcelona, 2009. 844 p¨¢ginas. 26,90 euros.
![Hombres en una calle de Corleone, villa agr¨ªcola situada en el interior de Sicilia (Italia).](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/75TC26GANXMRDJZR54ZKMHJFR4.jpg?auth=1cea4dcb5ff17de43bd071df4709d7d3f5d16a57fce2db162716b52f2ee8d9da&width=414)
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