Thomas Mann: entre la belleza y el cieno
Protegido por el arte se sent¨ªa a salvo. El autor de La monta?a m¨¢gica transfer¨ªa sus pasiones privadas a su obra de largo aliento, en la que pod¨ªa permitirse cualquier convulsi¨®n que no perturbara sus principios est¨¦ticos
Puede que la vida de un lector se divida en dos: antes y despu¨¦s de haber le¨ªdo La monta?a m¨¢gica, de Thomas Mann. Se trata de la primera gran escalada literaria en la que uno prueba a medir sus fuerzas. Recuerdo que me enfrent¨¦ a esta subida a los Alpes suizos a los 20 a?os y lo consegu¨ª durante un verano despu¨¦s de dos intentos fallidos. El balneario donde me encontraba no se parec¨ªa en nada a aquel sanatorio de Davos-Dorf, lleno de tuberculosos que discut¨ªan de filosof¨ªa, teolog¨ªa, psicoan¨¢lisis, medicina, religi¨®n, de sexo y de la muerte, mientras se debat¨ªan contra el bacilo de Koch. Desde la luz descarnada del Mediterr¨¢neo bajo la c¨®lera de las chicharras era muy dif¨ªcil imaginar a Naphta y a Settembrini en una hamaca tomando un sol de nieve que se abr¨ªa a veces entre la niebla, pero aquella novela cuyo peso me doblaba las mu?ecas me hizo saber que detr¨¢s de sus mil p¨¢ginas hab¨ªa un escritor alem¨¢n de cuello duro con pajarita y espeso bigote, v¨¢stago de una familia de la alta burgues¨ªa de L¨¹beck, dispuesto a no descomponer la figura de caballero, pese a ser zarandeado por todas las pasiones pol¨ªticas, sociales y morales que convulsionaron la primera mitad del siglo XX.
Sus escritos secretos tienen la virtud de descubrirnos el derribo interior que se ocultaba tras una fachada impecable
Desde su juventud hasta el final de sus d¨ªas Thomas Mann llev¨® un diario que s¨®lo pudo ser le¨ªdo veinte a?os despu¨¦s de su muerte, por propio deseo expresado en su testamento. En distintos cuadernos secretos hab¨ªa ido anotando los pormenores de su existencia. Cada jornada, una detr¨¢s de otra, fue desmenuzada en todos sus actos anodinos: miles de desayunos con huevos escalfados, miles de resfriados y mareos, miles de paseos s¨®lo o acompa?ado de su mujer Katia o de su perro Toby por los bosques, por los parques de distintas ciudades donde vivi¨®, en su patria o en el exilio de Suiza o de Norteam¨¦rica. En esas p¨¢ginas, datadas de forma meticulosa, el escritor dejaba constancia de las visitas de amigos, de los t¨¦s de las cinco de la tarde, de los viajes en tren, en coche o en barco, de las piezas de m¨²sica o¨ªdas mientras se fumaba un puro antes de ir a la cama y tambi¨¦n de las poluciones nocturnas, de las masturbaciones y de otros movimientos escabrosos de la carne, de las pulsiones homosexuales que sent¨ªa al ver a un joven y hermoso camarero. En cambio, en ese diario le bast¨® con una l¨ªnea para fijar la llegada de Hitler al poder y con alg¨²n m¨ªnimo p¨¢rrafo para despachar el desarrollo de la Guerra Mundial a medias compartida con las tribulaciones que sufr¨ªa por sus hijos y el trabajo con los distintos libros que iba escribiendo, sus ensayos, conferencias y discursos, sin un solo pensamiento que no fuera el sonido del minutero del reloj de la vida en el que se iba desangrando. Al parecer Thomas Mann cre¨ªa que cualquier nimiedad cotidiana ten¨ªa una trascendencia sublime por el simple hecho de que le ocurr¨ªa a ¨¦l cuya alta estima era capaz de convertir un catarro en una categor¨ªa suprema. Pero estos escritos secretos tienen la virtud de descubrirnos el derribo interior que se ocultaba detr¨¢s de una fachada impecable, sin una sola grieta.
Thomas Mann fue muy reservado, siempre protegido por la m¨¢scara del burgu¨¦s respetable. Sus pasiones privadas las transfer¨ªa a su obra de largo aliento, en la que pod¨ªa permitirse cualquier convulsi¨®n que no perturbara a la belleza. Bajo la especie literaria Thomas Mann se sent¨ªa intangible. Si en su diario, guardado bajo llave, confiesa su deseo turbio ante los cuerpos de los adolescentes, esa pulsi¨®n reprimida le llevar¨¢ a escribir Muerte en Venecia y en sus p¨¢ginas dejar¨¢ que fluya libre, amparado por la est¨¦tica, su obsesi¨®n s¨®lo alimentada en sue?os imposibles. Protegido por el arte se sent¨ªa a salvo. En Thomas Mann la ficci¨®n es una barricada.
En la novela Los Buddenbrook, con la que le lleg¨® temprano el ¨¦xito fulgurante, se sumergi¨® para contar la historia de su propia familia, un clan aristocr¨¢tico formado por un padre senador y financiero, por una madre criolla de alta alcurnia, que lentamente fue descomponiendo su pasada gloria de mercaderes hasta el suicidio en la vida real de dos de sus hermanas, una con ars¨¦nico y otra colgada de una viga.
Llegado el momento Thomas Mann supo navegar el caos de la pol¨ªtica centroeuropea sin perder la compostura. En la Primera Guerra Mundial fue un decidido patriota nacionalista alem¨¢n partidario de las armas. En los a?os veinte evolucion¨® hacia una socialdemocracia entre el aristocratismo de Goethe, lo orgi¨¢stico y apol¨ªneo, el nihilismo y la voluntad de poder de Nietzsche potenciados por los timbales de Wagner y esa tormenta del esp¨ªritu le llev¨® a recalar en una costa arriscada donde se hizo fuerte ante la barbarie del nazismo. En esa lucha quem¨® las naves. Su propia mujer era de ascendencia jud¨ªa, de modo que arriesg¨® lo necesario para no perder la dignidad a cambio de perder la nacionalidad alemana. Sus libros fueron prohibidos en su propia patria, una sorda persecuci¨®n cada vez m¨¢s expl¨ªcita le oblig¨® a exiliarse a Norteam¨¦rica y all¨ª se convirti¨® en un abanderado contra Hitler, y mientras Europa se preparaba para arder por los cuatro costados Thomas Mann anotaba en sus cuadernos los huevos escalfados del desayuno, los paseos, visitas, erecciones, miradas que no hab¨ªa podido reprimir en la espalda de un joven camarero, un tejido vital que alternaba con conferencias, panfletos, recepciones y homenajes que no le imped¨ªan seguir escribiendo novelas profundas, densas, b¨ªblicas. En sus diarios se entrecruzaba a veces Einstein con divos de Hollywood, con profesores de Princeton o de Harvard abri¨¦ndose paso en medio de los obst¨¢culos que encontraba a la hora de escalar otras cimas literarias. Escribir siempre con grandeza al borde del acantilado, entre la belleza y el cieno, entre la est¨¦tica y la putrefacci¨®n era la cumbre que m¨¢s le atra¨ªa.
A lo largo de su biograf¨ªa hab¨ªan quedado recuerdos de adolescentes envasados. Su primer amor fue un compa?ero de colegio, Armin Martens; luego William Timpe y a los que a?ad¨ªa bell boys de hoteles, camareros y otros ba?istas de cualquier playa que se transformar¨ªan en el Tadzio perseguido por las miradas del escritor Gustav von Aschenbach en las galer¨ªas del Gran Hotel des Bains del Lido de Venecia. Probablemente Thomas Mann nunca se atrevi¨® a dar un paso adelante en este erotismo, pero su recuerdo le bastaba para excitarse ante esas sombras evanescentes que se reflejan en un espejo glaseado. Tambi¨¦n los personajes burgueses de sus novelas, maridos encorsetados por matrimonios tediosos, recordaban amores furtivos con una florista o con la hija de la panadera que bastar¨ªan para alimentar de romanticismo un amor puro de la juventud.
El ¨¦xito social que el Premio Nobel le confiri¨® y todos los homenajes que el escritor recibi¨®, lejos de hacerlo libre, lo fueron trabando hasta impedirle manifestarse sin la m¨¢scara que el mundo esperaba de su respetabilidad. Su evoluci¨®n f¨ªsica se puede contemplar a trav¨¦s de su ¨¢lbum familiar. Las im¨¢genes permiten ver c¨®mo aquel joven triunfador con ¨ªnfulas de petimetre va envar¨¢ndose para adquirir la forma de un caballero planchado, sentado en cada momento en el sill¨®n exacto con el bigote cada vez m¨¢s recortado, rodeado de mujeres esfumadas con pamelas y vestidos blancos, hasta convertirse en un anciano pulcro en cuya mirada apagada se divisan a lo lejos los caballos imp¨²dicos de su interior que hab¨ªa logrado domar para seguir siendo admirado sin dejar de ser respetado. Y as¨ª hasta que la muerte le visit¨® y fue recibida como la ¨²ltima coronaci¨®n, s¨®lo que ya no pudo anotarla en su diario.
Los Buddenbrook. Edhasa. Barcelona, 2008. 896 p¨¢ginas. 40,50 euros.
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