El sentido de la vida y la literatura
En un bar de Nueva York conoc¨ª a la editora (en el sentido anglosaj¨®n de la palabra: la correctora, consejera y persona de confianza literaria del autor) de Saul Bellow quien entonces viv¨ªa y estaba a punto de publicar Ravelstein. Le coment¨¦ que precisamente yo acababa de leer una versi¨®n al espa?ol de El legado de Humboldt, y que a pesar de las deficiencias de la traducci¨®n me hab¨ªa impresionado tanta inventiva, y el tono entre sorprendido y resignado con el que el narrador encaja desdicha tras desdicha. Oh, s¨ª, Saul es genial, dijo ella. Le pregunt¨¦ por sus h¨¢bitos de trabajo y me explic¨®: "Oh, su mente es fabulosa. F¨ªjate, la semana pasada le telefone¨¦ y le dije: mira, Saul, estoy leyendo tu manuscrito y, perdona pero el personaje X, en mi opini¨®n, queda algo borroso; quiz¨¢ deber¨ªas insertar en la p¨¢gina 240 unas l¨ªneas sobre su infancia, sobre sus traumas...". Y Bellow respondi¨®: "?Ah, s¨ª? ?T¨² crees? Vale, pues toma nota". Y acto seguido se puso a dictarme frases y frases improvisadas pero de una calidad literaria alt¨ªsima, frases ingeniosas, profundas, bellas, emocionantes, que perfilaban con precisi¨®n a X, y como improvisaba a toda velocidad a m¨ª no me daba tiempo de apuntarlas y ten¨ªa que pedirle: "?Es buen¨ªsimo, pero m¨¢s despacio, Saul, m¨¢s despacio!".
El legado de Humboldt
Saul Bellow
Traducci¨®n de Vicente Campos
Galaxia Gutemberg / C¨ªrculo de Lectores
Madrid, 2009. 620 p¨¢ginas. 26,50 euros
'El legado de Humboldt', que por fin llega en una versi¨®n correcta a los lectores espa?oles, es su obra maestra
Brind¨¦ por tan bonita an¨¦cdota. Aunque, teniendo en cuenta que aquella editora era la misma mujer que acababa de recomendarme un truco infalible para dejar de fumar que le hab¨ªa curado de tan enojoso h¨¢bito, y me lo dec¨ªa mientras le daba ansiosas caladas a un Marlboro, coleg¨ª que la an¨¦cdota era falsa de toda falsedad, y que Bellow (al que Coetzee, en sus Mecanismos internos, califica como "uno de los gigantes, o tal vez el gigante de la literatura americana de la segunda mitad del siglo XX") no correg¨ªa as¨ª sus libros. Pero cierta o falsa, la an¨¦cdota cuadra con la impresi¨®n que produce la clase de talento y la clase de narrativa caudalosa de Bellow. Recientemente Jos¨¦ Mar¨ªa Guelbenzu public¨® aqu¨ª en Babelia un certero comentario sobre su segunda mejor novela, Herzog. El legado de Humboldt, que por fin llega en una versi¨®n correcta a los lectores espa?oles, es su obra maestra y una maravilla que parece proceder de una fuente inagotable de ideas, talentos y habilidades, de manera que cuando concluye igual podr¨ªa prolongarse otras cien p¨¢ginas m¨¢s, o ser sustancialmente m¨¢s breve.
Charlie Citrine, el protagonista y narrador, es un escritor dos veces premiado con el Pulitzer y que incluso amas¨® una fortuna casual, con una obra de teatro en Broadway. Ese ¨¦xito le pareci¨® imperdonable a su mentor y amigo, el poeta Humboldt von Fleischer, promesa rota de la literatura que antes de morir en la miseria le atorment¨® y calumni¨® en los c¨ªrculos intelectuales neoyorquinos, pero que le dej¨® en su testamento un legado. Antes de llegar a la p¨¢gina 600, en la que Charlie finalmente puede recoger de manos de un anciano t¨ªo de Humboldt, en un asilo de ancianos de Manhattan, donde est¨¢ recluido tambi¨¦n un querido familiar suyo, ese legado (cuya naturaleza no defrauda la paciencia ni la expectaci¨®n del lector) habr¨¢ tenido que zafarse de una legi¨®n de par¨¢sitos: el g¨¢nster Cantabile; su ex esposa Denise, que le quiere mucho y desea reducirle a la miseria; sus car¨ªsimos abogados, que pierden pleito tras pleito; un juez parcial; Renata, su atractiva amante, que tiene prisa por casarse con ¨¦l hasta que deja parecer un buen partido; la madre de ¨¦sta, la temible "Se?ora"; la ciudad de Chicago; Am¨¦rica entera.
Entre unas y otras escenas se insertan las meditaciones del envejecido Citrine -"siendo fr¨ªo y realista, s¨®lo me quedaba una d¨¦cada para compensar una vida entera en gran parte malgastada. No ten¨ªa tiempo que perder ni siquiera en remordimientos ni penitencias" (p¨¢gina 528)-, preocupado por el sentido de la vida y de la literatura en un mundo en el que el dinero es el ¨²nico patr¨®n, y m¨¢s ansioso de trascendencia que de evitar la ruina hacia la que se encamina a marchas forzadas ("yo no pensaba en el dinero. Oh, Dios, ni de lejos; lo que yo quer¨ªa era hacer el bien. Me mor¨ªa por hacer algo bueno", p¨¢gina 8). Esas meditaciones, contrapuntos exigidos por la estructura y equilibrio argumental, no siempre est¨¢ claro si tienen un car¨¢cter par¨®dico o van en serio. Yo me saltaba bastantes.
Aunque el tema de El legado de Humboldt es la inoperancia de la literatura en el mundo de hoy, no hay aqu¨ª ni jeremiadas ni invectivas, sino una mirada emp¨¢tica, burlona y casi compasiva hacia todos esos personajes ¨¢vidos de dinero y respetabilidad, todos con cierta tendencia a la facundia, al mon¨®logo que les explica, les hace entra?ables y les lleva hasta esa frontera de s¨ª mismos donde, si se les concediera una parrafada m¨¢s, a lo mejor estallar¨ªan en un castillo de fuegos artificiales. As¨ª Julius, el hermano de Citrine, un hiperactivo y exitoso hombre de negocios, antes de someterse a una operaci¨®n a vida o muerte: "He pedido que me incineren. Necesito acci¨®n. Prefiero entrar en la atm¨®sfera. B¨²scame en los partes meteorol¨®gicos".
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