El placer del abismo
La novela polic¨ªaca vive un auge sin precedentes: los nuevos autores europeos -Fred Vargas, Mankell, Larsson...- ofrecen una cita casi anual con sus investigadores. Y a ella acudimos puntualmente sus lectores
Todos los caminos de la novela polic¨ªaca conducen al mal. Palabra tab¨² durante siglos, deviene ahora un concepto con el que se coquetea. Una compleja connivencia, y hasta a veces se dir¨ªa insondable fascinaci¨®n. La posmodernidad ahora mismo permite al mal circular entre los devotos de las profundidades humanas sin el temor antiguo a invocar una realidad innombrable. Tal vez nunca en la historia de la humanidad ha estado el mal tan instalado en la vida cotidiana como en los siglos XX y XXI. Como concepto y como experiencia infernal. "Aqu¨ª nosotros somos Dios", le dijo un torturador argentino a una detenida para se?alarle su absoluta indefensi¨®n ante su abyecta arbitrariedad. Eso pasaba en un antiguo garaje en Buenos Aires, a pocos metros de un mercado y de una jugueter¨ªa. El mal absoluto ante nuestras propias narices.
Se han creado unos detectives o polic¨ªas a la medida de los miedos contempor¨¢neos
Los protagonistas son conscientes de que realizan una operaci¨®n moral
Las leyes de la novela polic¨ªaca comparten espacio con los m¨¢s profundos enigmas del alma. Esas leyes decodifican su estructura. Su manera de desenvolverse, la hipocres¨ªa y malicia clasistas o la corrupci¨®n institucional. Poirot o Sam Spade. Nada le interesa m¨¢s a este g¨¦nero que el hombre debati¨¦ndose entre su af¨¢n de pureza y la infamia incontrolable. Ya lo dec¨ªa Camus: "No tenemos fuerza para ser malvados, pero tampoco para no serlo".
El gran ensayista italiano Pietro Citati tiene un libro titulado El mal absoluto. Me llam¨® la atenci¨®n en el pr¨®logo unas palabras sobre Robinson Crusoe: "Ama (Crusoe) sobre todo el mar, las olas enormes de la tormenta, las olas que se suceden una a la otra, las corrientes, los remansos, la calma, el oleaje en la orilla. Quiz¨¢ constituya la imagen central de Robinson Crusoe, porque el mar revela el rostro oscuro de Dios, que se confunde con el del Adversario". Esta cita me vino a la memoria mientras le¨ªa una novela de la autora francesa de novelas polic¨ªacas Fred Vargas. Se trata de Huye r¨¢pido, vete lejos (2001). Al comienzo su voz narradora nos dice: "No, Joss no confiar¨ªa en las cosas por nada en el mundo, como tampoco confiaba en los hombres ni en el mar. Las primeras os roban el coraz¨®n, los segundos, el alma, y el tercero, la vida". Podr¨ªamos hacer varias consideraciones. Que el t¨ªtulo de esta novela que cito no hace referencia a ning¨²n tr¨¢mite nuclear de su argumento, sino a un momento de desilusi¨®n amorosa como hace mucho que no leo en cualquier novela, sea polic¨ªaca o no. Que curiosamente uno de sus personajes femeninos se llama Lizbeth (?les dice algo este nombre?). Que uno no puede dejar de pensar en algunas llamativas casualidades que nos depara la literatura (aunque uno tiene derecho a descreer a veces de tantas casualidades): como, por ejemplo, el sonido de un viejo e inmortal verso detr¨¢s de estas palabras que pronuncia un personaje en la novela de la autora gala: "?Sabes, Camilla, que el d¨ªa en que Dios cre¨® a Adamsberg, hab¨ªa pasado una noche muy mala?". Estas palabras recuerdan aquel inmortal verso que C¨¦sar Vallejo escribi¨® casi sobre un Par¨ªs lluvioso de los a?os treinta: "Yo nac¨ª un d¨ªa en que Dios estaba enfermo. Grave". Y, finalmente, que hay di¨¢logos en Huye r¨¢pido, vete lejos que parecen sacados de las palabras que se cruzan el misterioso narrador de La trilog¨ªa Dupin, seg¨²n bautiz¨® a los tres c¨¦lebres cuentos de Allan Edgar Poe el escritor norteamericano Matthew Pearl, y el mismo exc¨¦ntrico investigador C. Auguste Dupin.
Pero dejemos esta cuesti¨®n que a la postre no hace sino confirmar el calado literario de muchos autores de novela polic¨ªaca. Qued¨¦monos ahora con el hecho de que Fred Vargas cre¨® un comisario (Jean-Baptiste Adamsberg) a la medida de la oscuridad del mundo, un hermeneuta del mal buceando en las calles de Par¨ªs, olisqueando la inminente atrocidad. La simbolog¨ªa ense?a que el mar es una figura que metaforiza el nacimiento y la muerte. Pero el mar que ven las criaturas de Defoe, seg¨²n nos ense?a Citati, y Fred Vargas indica s¨®lo el camino sin retorno. El abismo inescrutable o el que mata.
En su pr¨®logo a Los secretos de Oxford, a la escritora P. D. James no le cabe ninguna duda de que las novelas de Dorothy L. Sayers fueron escritas "para el ocio". Nada que objetar. Lo hicieron Eliot, Sartre, Luis Cernuda, Juan Carlos Onetti, entre otros. Y a sus 90 a?os, lo hace el profesor Mart¨ª de Riquer. Pero dicha distracci¨®n o evasi¨®n (Auden, a quien molestaba la palabra evasi¨®n cuando se refer¨ªa a la novela polic¨ªaca, consideraba a Raymond Chandler un artista absoluto) tiene un componente que trasciende la mera peripecia detectivesca. No hay en la literatura polic¨ªaca detective privado, polic¨ªa o periodista implicado en una causa criminal (adem¨¢s de conmoverse m¨¢s o menos por sus consecuencias) que no sea consciente de que su operaci¨®n de develaci¨®n es ante todo una operaci¨®n moral. Y no es un valor a?adido de la novela polic¨ªaca. Es su raz¨®n de ser literaria.
Veamos el caso del escritor sueco Stieg Larsson, autor de la trilog¨ªa Millennium. Como hicieron antes otros compatriotas suyos -desde el matrimonio sueco formado por P. Walh?o y M. Sj?wall hasta Henning Mankell-, Larsson nos conduce por el coraz¨®n de las tinieblas del modelo perfecto de sociedad del bienestar. Larsson, ahondando en la herida del s¨ªndrome de Oloff Palme, ide¨® un protagonista corriente, sin el aura heroica de los detectives cl¨¢sicos, en la piel de un pertinaz periodista de investigaci¨®n. Y lo hizo con un lenguaje neutro (soluci¨®n parad¨®jica trat¨¢ndose de tres historias sociol¨®gicamente tan comprometidas), sin la voluntad premeditadamente ret¨®rica que se aprecia en las novelas de Mankell.
Su investigador Mikael Blomkvist y su colega de dantescas peripecias, Lisbeth Salander, est¨¢n dise?ados con la impronta opuesta al romanticismo e incluso cierto erotismo con que la novela polic¨ªaca americana arrop¨® a sus detectives. Las infalibles corazonadas de los Sam Spade y Philip Marlowe, incluso las sutiles inducciones del freudiano investigador Lew Archer de Ross MacDonald, las reemplaza Larsson ahora por los intr¨¦pidos razonamientos, y casi inveros¨ªmiles conocimientos inform¨¢ticos de sus protagonistas.
Y ya no hablemos de la voz narradora. Voz omnisciente que nada tiene que ver con el habitual relato en primera persona de los cl¨¢sicos citados. Una voz que baja a los infiernos junto al lector, incluso otorg¨¢ndole a ¨¦ste el privilegio de una informaci¨®n que ya quisieran tener los actores de sus novelas (en el segundo volumen de la trilog¨ªa, se nos revela la identidad de los culpables 200 p¨¢ginas antes del final). En la trama del primer volumen, ya que abordamos aunque sea superficialmente el cap¨ªtulo estil¨ªstico de la trilog¨ªa, es capital la idea de la ampliaci¨®n de una foto. Todo el edificio de la novela se sostiene sobre este artilugio. El mismo que utiliz¨® Cort¨¢zar en su cuento Las babas del diablo. Y el que repiti¨® Antonioni en su pel¨ªcula Blow Up, basada en el relato. En cuanto al perfil psic¨®pata que dibuj¨® de Los hombres que no aman a las mujeres, tambi¨¦n lo abord¨®, con mayor crudeza y temperatura l¨ªrica el island¨¦s Arnaldur Indridason en La mujer de verde.
Los autores de novelas polic¨ªacas europeos (tambi¨¦n desde hace unos a?os, los latinoamericanos), han creado unos detectives o polic¨ªas a la medida de los miedos contempor¨¢neos, reales o imaginarios. Griegos, espa?oles, franceses, noruegos, suecos o islandeses (por cierto: ?y los finlandeses?) se dan cita casi cada a?o con sus respectivos investigadores. Suelen ser muy puntuales. Y con la misma frecuencia, los lectores los esperamos. Como si entre nosotros y ellos hubiera un pacto de indestructible fidelidad. Otro imperativo de la posmodernidad. Recogernos o evadirnos en el confort de nuestra interioridad (viajemos en metro o estemos en el sof¨¢) al resguardo de los ¨¢ngeles exterminadores. Mientras, estos viajeros del abismo nos traen noticias del tipo "las l¨¢grimas y las heridas" unen a los hombres, que dec¨ªa George Bataille. Al lado de las lacerantes verdades que nos muestra la novela polic¨ªaca, con su bals¨¢mica catarsis y con ese grado de fruici¨®n est¨¦tica que nos procura, traer a colaci¨®n la maquinaria mercadot¨¦cnica que la acompa?a, como se suele hacer muchas veces para desacreditarla, me parece una obviedad de mal gusto.
Y para terminar, el g¨¦nero policiaco tiene sus aguafiestas y se dividen en tres clases. Los que no leen a Larsson porque lo comparan con Montaigne; los que no lo leen porque est¨¢ de moda; y los que no lo hacen por las dos razones juntas. Ellos se lo pierden.
J. Ernesto Ayala-Dip es cr¨ªtico literario.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.