Qu¨¦ vida
Telefone¨¦ a mi amiga Maruja y descolg¨® el jefe de seguridad de unos grandes almacenes. Mi amiga se hab¨ªa dejado el m¨®vil en un probador. Llam¨¦ a Maruja al fijo y le pregunt¨¦ d¨®nde ten¨ªa el m¨®vil. En el bolso, supongo, dijo ella. B¨²scalo, dije yo. Lo busc¨® sin hallarlo, entonces le cont¨¦, ri¨¦ndome, que lo ten¨ªa el jefe de seguridad de unos grandes almacenes.
Como notara al otro lado un silencio ominoso (qu¨¦ rayos querr¨¢ decir ominoso) pregunt¨¦ qu¨¦ ocurr¨ªa, y mi amiga me confes¨® que hab¨ªa robado una falda. Media falda en realidad, a?adi¨®, pues estaba rebajada. De repente, el m¨®vil a secas se hab¨ªa convertido en el m¨®vil del crimen. ?Qu¨¦ hacer? Telefone¨¦ de nuevo al m¨®vil de mi amiga y volvi¨® a responder el jefe de seguridad. Mi amiga, dije, ha entrado en urgencias y est¨¢ al borde de la muerte, de modo que me voy a acercar yo a recoger su m¨®vil. ?Y la falda?, dijo el jefe de seguridad. ?Qu¨¦ falda?, dije yo. La que ha robado su amiga, dijo ¨¦l. Aqu¨ª, entre nosotros, dije yo, era una mierda de falda. Pues el m¨®vil es una mierda de m¨®vil, dijo ¨¦l. Si le parece, dije yo, le devuelvo la falda de mierda, me devuelve la mierda de m¨®vil y aqu¨ª paz y despu¨¦s gloria.
El jefe de seguridad dud¨® unos instantes, luego baj¨® la voz, como con miedo a que le escucharan, y dijo que en el fondo ¨¦l admiraba a la gente como mi amiga. Yo jam¨¢s me he atrevido a robar nada, a?adi¨®, lejos de eso me dedico a detener a la gente que roba, por lo que me detesto, me odio, no s¨¦ c¨®mo he llegado a esta situaci¨®n, me gustar¨ªa devolverle personalmente el m¨®vil a su amiga. Ya le digo que est¨¢ en el hospital, dije yo. Pero s¨¦ que es mentira, dijo ¨¦l. Total, que esa noche, al salir del trabajo, fue a casa de Maruja a devolverle el m¨®vil. Le llev¨® tambi¨¦n una blusa estampada que era la primera cosa que lograba robar. Y ahora salen juntos, qu¨¦ vida.
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