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Reportaje:Michelle Obama

Armas de primera dama

Elvira Lindo

Mucho hemos escrito en nuestro pa¨ªs sobre el sentido simb¨®lico y real que contiene el hecho de que un negro haya llegado a ser presidente de Estados Unidos. El ascenso de Michelle al puesto de primera dama se ha considerado, en cambio, una circunstancia delegada. Tal vez la lejan¨ªa nos impide entender que un negro no es igual a otro en Am¨¦rica: Barack Obama est¨¢ limpio de los traumas de los afroamericanos, puesto que su familia paterna proven¨ªa directamente de ?frica; Michelle, en cambio, desciende de esclavos americanos.

Desde que esta sobresaliente pareja comenzara la campa?a electoral m¨¢s emocionante que ha vivido el pueblo americano hasta su desembarco en la Casa Blanca son muchos los periodistas que han rastreado en los or¨ªgenes de la primera dama. Michelle Obama, nacida Michelle Robinson LaVaughn, tuvo como tatarabuelo a Jim Robinson, que naci¨® esclavo en Carolina del Sur, fue liberado en la adolescencia y trabaj¨® hasta su muerte, de sol a sol seis d¨ªas a la semana, en los campos de arroz. Todos los recuerdos que la familia Robinson conserva de su ancestros son orales, dado que de los negros, al no ser considerados personas, sino parte de la propiedad del amo, no hay constancia en registros de nacimiento, boda o defunci¨®n. Y esa misma narraci¨®n oral es difusa; si para los blancos la esclavitud constituye un cap¨ªtulo vergonzoso en la historia de su pa¨ªs, para los negros, la conciencia de los padecimientos de sus mayores fue tan traum¨¢tica que tendieron a obviarla hasta hacerla casi inexistente en el patrimonio de la memoria familiar.

Ha elevado su aceptaci¨®n entre las mujeres republicanas de un 40% a casi un70%
Emul¨® la tozudez de su padre, que aguant¨® una larga esclerosis m¨²ltiple
Es madre y 'sexy'. Algo que muchas mujeres americanas consideran incompatible
La Expresi¨®n m¨¢s usual para describirla es "con los pies en la tierra"

Hoy, con Michelle de primera dama, la plantaci¨®n de Carolina del Sur donde vivieron sus antepasados hasta que se mudaron a Chicago en la gran emigraci¨®n de la poblaci¨®n negra hacia el norte en los a?os veinte, se ha convertido en un extra?o reclamo hist¨®rico-tur¨ªstico. Una de las caba?as se presenta como aquella en la que vivi¨® el viejo Jim, cosa imposible de probar, pero que suele servir tanto al gu¨ªa como al periodista para trazar una l¨ªnea entre esa miserable casita blanca donde se hacinaban las familias negras, amenazadas por los mosquitos, las plagas, los caimanes y las serpientes, y esa otra Casa Blanca que se ha convertido, por voluntad del electorado, en el hogar de una tataranieta de esclavos.

Michelle no fue nunca ajena a la tortuosa historia de los negros americanos; de hecho, en la tesis con la que se gradu¨® en Princeton con matr¨ªcula cum laude, Los negros educados en Princeton y la comunidad negra, disertaba sobre la posibilidad de cumplir el deseo de ascender profesionalmente en un mundo dise?ado por blancos sin necesidad de renunciar a las ra¨ªces. El asunto no es trivial. Las comunidades negra y blanca en Estados Unidos han vivido tan ajenas la una de la otra que hoy no se puede afirmar que el racismo provenga s¨®lo de una de las partes. Son dos culturas. Sus miembros trabajan juntos, viven en la misma ciudad, son ciudadanos del mismo pa¨ªs, pero raramente forman una pareja mixta, m¨¢s extra?amente comparten el mismo c¨ªrculo de amigos, y suelen segregarse en barrios distintos, incluso las clases medias. En este desencuentro participan hoy los negros tanto como los blancos. De ah¨ª la importancia del discurso que pronunciara hace unos d¨ªas Obama en la Asociaci¨®n Nacional para el Progreso de la "gente de color". S¨®lo un presidente negro puede permitirse la libertad de dirigirse a un lobby afroamericano y expresar, con valent¨ªa y claridad, que ni la esclavitud ni la actual postergaci¨®n de esta minor¨ªa pueden justificar que los padres eludan las m¨¢s b¨¢sicas responsabilidades en la crianza y educaci¨®n de sus hijos: "Quiero ver cient¨ªficos, ingenieros, doctores y maestros, no s¨®lo baloncestistas y raperos".

La presencia de esta pareja negra en la Casa Blanca simboliza a diario una idea muy presente en los discursos de Obama y en las intervenciones de Michelle y que alude directamente a las minor¨ªas: no hay derecho sin deber, hay que trabajar para cambiar el mundo. Pero ¨¦ste es, desde luego, el tema m¨¢s sensible con el que Obama tendr¨¢ que lidiar durante su mandato. Patinar es demasiado f¨¢cil. Michelle prob¨®, ya en la campa?a electoral, el amargo trago de la rectificaci¨®n. Cuando se atrevi¨® a afirmar que por primera vez se sent¨ªa orgullosa de pertenecer al pueblo americano, muchos votantes se sintieron heridos: ?no hubo grandeza en la historia americana antes de la presencia de Barack? No, matiz¨® su portavoz, ella se refer¨ªa al orgullo que le produc¨ªa el gran nivel de participaci¨®n.

Por fortuna, la campa?a fue tan larga que Michelle tuvo tiempo para comprender que conviene administrar la naturalidad. No m¨¢s coloquios televisivos de "chicas" en los que los ¨¢nimos se relajan y se acaba confesando que al marido, como a cualquiera, le huele el aliento por las ma?anas y que tiene la desagradable costumbre de dejarse calcetines sucios tirados por el suelo. No m¨¢s iron¨ªas acerca del puesto de primera dama, como aquella que le llev¨® a decir que no aconsejaba ese trabajo por el sueldo, ya que hab¨ªa otros puestos mejor remunerados. Estaba refiri¨¦ndose, sin duda, al que ella tuvo que abandonar, vicepresidenta del Centro M¨¦dico de la Universidad de Chicago, para acompa?ar a su marido en la carrera hacia la Casa Blanca; un cargo con el que, como es sabido, aportaba en casa m¨¢s dinero que el futuro presidente. Las cr¨ªticas fueron adiestr¨¢ndola en la naturaleza de las bromas que pueden o no deben hacerse y, una vez que Michelle se convirti¨® en la jefa de casa tan emblem¨¢tica, asegur¨® que el trabajo le atra¨ªa mucho m¨¢s de lo que ella hab¨ªa imaginado.

Pero ?qu¨¦ es lo que ha ocurrido para que aquellos primeros comentarios, que provocaron que una popular¨ªsima columnista como Maureen Dawd calificara a Michelle de "dominante" y "castradora", se hayan transformado en s¨®lo unos meses en una corriente de simpat¨ªa que coloca a la primera dama en un nivel de popularidad mayor que el de su marido y que ha conseguido elevar el porcentaje de aceptaci¨®n de su figura entre las mujeres republicanas de un 40% a casi un 70%? Me atrever¨ªa a decir que el secreto no est¨¢ en la labor de asesores y expertos, sino en ella misma, en la fuerza que irradia esta abogada doctorada en Harvard que abandon¨® su brillante andadura profesional para apoyar a su marido sin que esa renuncia le haya torcido el gesto. No ha sido la primera abogada en la Casa Blanca. Hillary tiene el honor de haber sido la pionera. Sin embargo, la actitud de Hillary siempre dej¨® traslucir la tensi¨®n (leg¨ªtima) de quien se sabe en un papel por debajo de sus capacidades, y de quien est¨¢, como finalmente se supo, en una situaci¨®n inasumible como pareja. Michelle se ha desvelado en un corto tiempo como una mujer fuerte y alegre, y lo que antes se juzgaba como autoritarismo hoy se celebra como modelo a seguir. En un pa¨ªs en el que las relaciones familiares son patol¨®gicamente distantes, y en particular en la comunidad negra de clase baja, con clara tendencia a la desestructura, la presencia p¨²blica de una familia que parece estar unida por el amor y el respeto puede tener un efecto ben¨¦fico socialmente.

Ya durante la campa?a se conocieron las condiciones que Michelle puso antes de prestarse a participar en ella: no viajar m¨¢s de dos d¨ªas a la semana, no pasar m¨¢s de una noche fuera de casa y dedicarle el fin de semana a sus hijas, Malia y Sasha. Esta mujer, que se autodefine como "madre en jefe", ha abandonado la cantinela triunfalista con la que los pol¨ªticos americanos suelen trufar sus discursos cuando se refieren a la familia y ha adoptado una actitud mucho m¨¢s realista: "Todos los d¨ªas me acuesto pensando que podr¨ªa haberlo hecho mejor" o "mi matrimonio no es perfecto". Estas confesiones pueden parecer pueriles en un pa¨ªs como el nuestro, donde la aceptaci¨®n del error es mucho m¨¢s alta; en Estados Unidos, que una primera dama adopte con naturalidad un tono autocr¨ªtico es todo un acontecimiento. Aquellas palabras sencillas pero significativas con las que defini¨® a su marido sirvieron para definirse tambi¨¦n a s¨ª misma: "Es s¨®lo un hombre". Y ella es la mujer que camina a su lado, nunca detr¨¢s.

Durante todos estos meses camin¨¦ por territorio estadounidense con un bloc de notas virtual o de papel. Como aprender es preguntar, me propuse preguntar a todas aquellas personas con las que charlaba su opini¨®n sobre Michelle y, finalmente, seleccion¨¦ aquellos testimonios que proven¨ªan de ciudadanos que, muy en sinton¨ªa con la vocaci¨®n social de la primera dama, trabajan de una manera u otra para su pa¨ªs con entrega y generosidad. Jeffrey Barnes es una de esas personas; abogado del Ayuntamiento de Nueva York, originario de Massachusetts, muy en contacto con los casos p¨²blicos que se resuelven en la ciudad y poeta en sus ratos libres, expone con apasionamiento su opini¨®n sobre Michelle:

"En primer lugar, habr¨ªa que preguntarse qu¨¦ es una primera dama: ?algo simb¨®lico, como la estatua de la Libertad?, ?una reina?, ?una movie star?, ?una benefactora?, ?una figura materna?, ?una profesional de la pol¨ªtica? En el caso de Michelle el puro magnetismo de su aspecto, su porte, su estilo, han desplazado absolutamente la idea que nosotros ten¨ªamos sobre lo que una primera dama deb¨ªa ser, simplemente porque ella es mejor de lo que nosotros pod¨ªamos concebir. Ella es la primera dama, tras Jackie Kennedy, estilosa y vibrante, pero tambi¨¦n es m¨¢s que eso, es inteligente en toda la extensi¨®n de la palabra y no tiene miedo a mostrarlo en p¨²blico. Hay algo en la manera en que Barack habla de ella que te hace sentir lo much¨ªsimo que la quiere y presentir que ella no aguantar¨¢ bobadas ni de ¨¦l ni de nadie. El hecho de que el primer presidente negro ame a una persona que a su vez es querible y tranquilizadora es importante. El hecho de que ella no le quiera incuestionablemente, como parece que le corresponde a una mujer en su lugar, sino que le quiera con ese toma y daca, esa pizca de cr¨ªtica, risas, discusiones y l¨¢grimas que el amor implica, es importante. M¨¢s que una primera dama, es primera mujer, primera madre, primera esposa, primera hija, todo en uno. Es alguien de quien te puedes sentir orgulloso cuando te representa fuera de tu pa¨ªs. Impecable, bella, sonriendo c¨¢lidamente, con ese aire de que mientras ella est¨¦ por aqu¨ª todo va a ir bien. Est¨¢ claro que no se conforma con menos. No hay m¨¢s que ver al hombre con el que est¨¢ casada".

En las palabras de Jeffrey subyace una percepci¨®n que algunos votantes progresistas, en especial mujeres, tuvieron tras el esc¨¢ndalo Lewinsky: dejando a un lado que el acoso al que se vio sometido Clinton fuera indignante, Hillary qued¨® tocada. Se entendi¨® que el matrimonio continuaba como mero proyecto pol¨ªtico, que su actuaci¨®n como pareja hab¨ªa sido una farsa a la que Hillary, sobre todo ella, se prest¨® para cumplir una ambici¨®n con la que ya so?aba cuando era consorte.

Pero no todo el mundo es tan incondicional de la primera dama como el abogado; por su parte, Marc Pascente, de origen italiano, que lleg¨® a Nueva York desde Chicago y que actualmente dirige una serie de escuelas p¨²blicas en el Bronx, es m¨¢s prudente a la hora de ensalzar las virtudes de Michelle. Marc tiene poderosas razones para practicar el escepticismo: su trabajo diario con estudiantes hispanos y negros de familias desestructuradas instaladas en la desesperanza y las ayudas sociales le hace ser prudente: "Hasta el momento no creo que haya podido hacer mucho m¨¢s que instalar adecuadamente a sus hijas en la Casa Blanca. Espero que a partir de ahora se atreva a encarar asuntos que s¨ª la har¨ªan diferente: los embarazos juveniles o la reforma educativa. Michelle es distinta, s¨ª, pero m¨¢s por lo que representa que por lo que ha hecho. Es verdad que se ha convertido en un modelo para las j¨®venes negras, pero m¨¢s que por su educaci¨®n es por el color de su piel. As¨ª de claro. Para ellas representa la posibilidad de ver ese mismo potencial en ellas mismas".

Si hay un asunto al que Michelle Obama es especialmente sensible es la educaci¨®n. La prensa ha dado cuenta en varias ocasiones de sus visitas a institutos en barrios deprimidos o a universidades donde la mayor¨ªa de los estudiantes son los primeros de su familia en alcanzar la ense?anza superior. No es la primera esposa de presidente que visita este tipo de centros, pero s¨ª la primera que procede de clase trabajadora, con lo cual su discurso cobra un especial significado. La manera en que se dirige a los estudiantes suele ser directa, sincera, echando mano de su experiencia personal para empatizar con ellos. Aunque no se puede calibrar el impacto real de sus visitas, se cuenta que los estudiantes la escuchan fascinados: "Hacedme caso, si estoy aqu¨ª es porque nunca me dio verg¨¹enza ser inteligente, aunque eso no fuera cool en mi ambiente y me se?alaran por eso; nunca me desanim¨® que mis compa?eros me dijeran que hablaba como una blanca; tampoco hice caso a esos profesores que pusieron en duda mis aptitudes y que, por supuesto, parec¨ªan convencidos de que yo nunca llegar¨ªa a Princeton; y cuando al fin llegu¨¦, luchando en contra de tantos obst¨¢culos, hubo muchas veces en que me sent¨ª como una extra?a en aquel ambiente universitario. Estoy aqu¨ª porque fui tozuda e ignor¨¦ a aquellos que quisieron desanimarme".

Michelle tuvo de qui¨¦n emular la tozudez y la fortaleza. Su padre, Fraser Robinson, trabaj¨® como empleado en el departamento de servicios hidr¨¢ulicos de Chicago, soportando estoicamente durante a?os una esclerosis m¨²ltiple. Su madre, Marian, alternaba disciplina y cari?o para conseguir que sus hijos, Craig y Michelle, alcanzaran una educaci¨®n que ellos nunca pudieron tener. A Michelle le gusta recordar aquella m¨¢xima que tantas veces repet¨ªan sus padres: "No nos dig¨¢is que no pod¨¦is hacerlo y nos preocup¨¦is por lo que no vaya a funcionar". Marian Robinson, esa se?ora de elegancia natural que consigui¨® que sus hijos rompieran la barrera de la raza y la clase social, mantiene su peque?o apartamento en Chicago, pero se ha mudado a la Casa Blanca a petici¨®n expresa de Michelle, que quiere que sus hijas compensen con un ambiente c¨¢lido y familiar la extra?eza de vivir en el hogar oficial del presidente. La imagen de la se?ora Robinson completa el cuadro. En un pa¨ªs en donde la presencia de los abuelos en la vida de los nietos es infrecuente, Marian, que ha estado presente en algunos de los encuentros informales con la prensa, compone una bella figura. La describen como s¨®lida, cari?osa, experimentada.

Hay una mujer, Beverly Brown, que me transmiti¨® como nadie la emoci¨®n con la que los votantes dem¨®cratas recibieron la victoria del presidente Obama.

Beverly, afroamericana, es una de las encargadas de una instituci¨®n memorable, el Internacional Center de Nueva York, donde un batall¨®n de voluntarios se ofrecen para ense?ar gratuitamente ingl¨¦s a los inmigrantes. Beverly me ense?a una foto en la que se la ve a ella y a su hermano en Detroit el d¨ªa de las elecciones. Est¨¢n llorando sobre la bandera de barras y estrellas. Una foto llena de belleza y dramatismo, como muchas de las que aparecieron en la prensa esos d¨ªas. En las palabras de Beverly persiste la emoci¨®n de ese d¨ªa:

"Muchos americanos pueden identificarse con Michelle. Es una mujer brillante y cultivada, pero sus or¨ªgenes son humildes; sofisticada, pero muy pegada al terreno, realista; conectada con la cultura popular, pero no superficial; puede ser estilosa y elegante, pero tambi¨¦n atl¨¦tica y algo desgarbada (algo tremendamente americano); no es una reina de la belleza, pero es bella; es creyente, pero no hace alarde a cada momento de su religi¨®n; sus valores est¨¢n expresados en su estilo de vida; es exitosa en su profesi¨®n, pero se encuentra a gusto cuidando de sus hijas; apoya a su hombre, pero es claramente su igual. La gente est¨¢ interesada en ella no como mero ap¨¦ndice, sino como individuo. Hubo primeras damas que cautivaron los corazones o la imaginaci¨®n de la gente, como Jackie o Hillary; las hubo que encontraron su camino siendo recatadas, como Laura Bush o Mammie Eisenhower; otras gustaron o fueron odiadas por ser combativas y habladoras, como Nancy Reagan y Roselyn Carter; pero Michelle Obama es la quintaesencia de la mujer moderna y no tiene intenci¨®n alguna de adecuarse a ning¨²n molde conocido. Michelle es, definitivamente, un modelo para las mujeres negras. Su relaci¨®n con Barack constituye una inspiraci¨®n para la comunidad negra. Los dos escenifican la fuerza de las relaciones sentimentales entre afroamericanos, una fuerza que a menudo ha sido ignorada por el estereotipo que dibuja a la pareja afroamericana como una instituci¨®n fallida. Michelle trae a la luz las s¨®lidas tradiciones de la clase media negra que muchos americanos (incluso negros) no conocen. Yo crec¨ª en una familia de clase media afroamericana y me encanta ver a esta pareja en el candelero. Por simple que pueda sonar, es reconfortante tener a diario a este matrimonio atractivo, encantador y exitoso como imagen p¨²blica. Cuando ellos dicen, 'yes, we can' (y perd¨®n por el eslogan), significa que t¨² puedes tambi¨¦n".

La expresi¨®n que m¨¢s se repite para describir a Michelle es "down to earth" (con los pies en la tierra). Lo que m¨¢s se le agradece es esa llaneza en el trato que parece no ocultar ning¨²n lado oscuro en su personalidad. Abraza, besa, sonr¨ªe, se r¨ªe o, por ejemplo, pasa la mano por la espalda a la reina de Inglaterra. Como siempre, el gesto se analiz¨® milim¨¦tricamente. Algunos columnistas cursis americanos que entienden el encorsetado protocolo ingl¨¦s como ejemplo de esa distinci¨®n de la que ellos carecen le afearon el gesto. Pero no la Casa Real inglesa, que desminti¨® haber sentido alg¨²n tipo de incomodidad con esa muestra de afecto. Por su parte, la mayor¨ªa de la prensa alab¨® la manera c¨¢lida y natural con la que Michelle se enfrent¨® a su primer viaje oficial.

De cualquier manera, el exceso de atenci¨®n, unido a ese trato abierto que ella establece con los periodistas, tiene un precio. A diario se estudian con una rid¨ªcula exhaustividad los trajes de Michelle, los peinados de Michelle, los comentarios de Michelle sobre las ni?as: "A Malia le gustan las jud¨ªas verdes, Sasha prefiere el br¨®coli", "pi¨¦nsenlo mucho antes de comprarles un perro a sus hijos, soy yo la que me levanto a las seis de la ma?ana para pasearlo". El showman Jon Stewart ha creado un peque?o espacio para contar, de manera humor¨ªstica, las "no noticias" relacionadas con Michelle. Dentro de esos debates del absurdo en torno a la primera dama tuvo lugar el que hasta el momento ha provocado m¨¢s comentarios y, como consecuencia, m¨¢s bobadas: los brazos desnudos de Michelle. Los brazos desnudos de Michelle estuvieron en tertulias del coraz¨®n, sociales, incluso de car¨¢cter pol¨ªtico. Michael Greenberg, escritor, fino columnista de la revista TLS y un hombre vivo, con agudeza e iron¨ªa para interpretar y escribir de su pa¨ªs, me hablaba del asunto:

"Para m¨ª, la gran revelaci¨®n de Michelle y las emociones que ha desencadenado en los americanos fue el esc¨¢ndalo de los brazos desnudos. Recuerda que ella comenz¨® a aparecer con vestidos sin mangas y que todo el mundo lo coment¨® y hubo gente que incluso se ofendi¨®. Ella hizo como que no se enteraba y continu¨® llevando el mismo tipo de vestidos. Lo consider¨¦ brillante. Michelle es la ¨²nica que desciende de esclavos en la Casa Blanca, no Barack; Michelle es la negra americana, la negra de Chicago y descendiente de negros del sur con profundas conexiones con el racismo y la historia m¨¢s vergonzosa de nuestro pa¨ªs. Sus poderosos brazos negros evocan los brazos del trabajador del campo, son los brazos del recolector de algod¨®n, los brazos de la nanny y de la fregona, los brazos de la esclava. Sospecho que para los medios de comunicaci¨®n, todo ese rollo acerca de su estilo y su elegancia es una manera de encubrir el verdadero simbolismo de esos brazos, o sea, su negritud, que es bastante revolucionaria en su posici¨®n de primera dama, pero que es algo que nadie se permite decir en voz alta. Ella no es como ninguna primera dama. ?Recuerdas cuando la vimos trabajando en su peque?o huerto en el jard¨ªn de la Casa Blanca? Yo creo que ella sab¨ªa lo que estaba haciendo, los prejuicios que d¨ªa a d¨ªa est¨¢ partiendo en pedazos. Esa idea de que Michelle es como Jackie Kennedy, aquella recatada arist¨®crata de sangre azul, ?es absurda! Otro encubrimiento. Ella es lo opuesto a Jackie. ?sa es la belleza de Michelle".

Es cierto, ella rompi¨® el molde. Invent¨® una nueva manera de ser primera dama. Aunque se la compara continuamente con Jackie por su elegancia, tanto la belleza como la elegancia de Michelle son una emanaci¨®n de su personalidad, algo que hered¨® de la se?ora Robinson, su madre. Es muy femenina, pero no se ha dejado engatusar por los grandes modistas que habitualmente han vestido a las primeras damas. Sus elecciones son m¨¢s modestas: las firmas que elige est¨¢n al alcance de las mujeres de clase media, y los vestidos que lleva se encuentran colgados de las perchas de muchas boutiques frecuentadas por mujeres profesionales. Tampoco es una Eleanor Roosevelt. Puede compartir con ella sus inquietudes sociales y su fuerte personalidad, pero Michelle no puede evitar ese toque hot y sexy que le atribuyen todos los ciudadanos americanos. Sexy no en un sentido puramente sexual (aunque tambi¨¦n); sexy como definici¨®n de lo atractivo.

La ¨²ltima persona con la que charl¨¦ sobre Michelle es alguien tremendamente peculiar, Bisila Bokoko. Bisila es de origen guineano, criada en Valencia y actualmente directora ejecutiva de la C¨¢mara de Comercio de Espa?a en Nueva York. Bisila es bella y brillante, sexy en el sentido michelliano, y tambi¨¦n comparte con Michelle la naturaleza de su matrimonio, pero a la inversa. Es una negra africana casada con un afroamericano de Chicago. Bisila fue una m¨¢s entre esa legi¨®n de voluntarios que trabajaron para llevar a Obama a la presidencia. Estuvo en la toma de posesi¨®n y pis¨®, una por una, todas las fiestas que aquella noche g¨¦lida de enero se celebraron en Washington. Vio al matrimonio Obama entrar en algunas de ellas, en la que le prepararon los africanos, en la que organizaron los voluntarios:

"Y ah¨ª estaba ella, fuerte, encajando con una sonrisa todas las barbaridades que le soltaban las mujeres a su marido, que estaban locas, locas, pidi¨¦ndole hijos [se r¨ªe], ech¨¢ndole piropos tremendos. Fue divertid¨ªsimo. S¨ª, ella tiene un aspecto muy sexual, en el sentido m¨¢s puro de la palabra, se le aprecia picard¨ªa en su mirada. Puede ser juguetona en un momento dado y proclive a enamoramientos fortuitos si se la deja de lado y no se le presta atenci¨®n. Ellos han debido de tener sus cosas, como todos los matrimonios. Se cuenta que tras el discurso en la convenci¨®n dem¨®crata en la que Barack se dio a conocer como el gran orador que es, ella le dijo: 'Ahora no la jodas'. Es algo que la gente oy¨® y que se suele contar. ?C¨®mo lo interpretas? Ella le puede decir a ¨¦l lo que no le va a decir nadie. Es una negra sin complejos, mira a los ojos directamente, es franca, y ha conseguido tener a su lado a un hombre brillante. Eso es algo que admiran de manera especial las afroamericanas, que a menudo sufren una gran frustraci¨®n por haber ascendido ellas en la escala social y no encontrar hombres negros a su altura. Es pasional, independiente, y desde su llegada a la Casa Blanca debe haberse sometido a un autocontrol para no saltarse las reglas sociales. Pero est¨¢ claro que los desaf¨ªos no la asustan, ah¨ª est¨¢ su propia vida para demostrarlo. Es genuinamente madre y disfruta de ese papel".

Madre, madre que abraza a sus hijas, que las reprende, que se preocupa por su educaci¨®n. Tal vez en lo m¨¢s b¨¢sico de su comportamiento est¨¦ el secreto de la fascinaci¨®n que esta mujer ha provocado en el pueblo americano. Madre y sexy. Una condici¨®n y un adjetivo que muchas mujeres americanas consideran incompatibles.

"Ah, hab¨ªa un comentario muy divertido aquella noche de fiesta en Washington", dice la genial Bisila. "?Al fin una pareja que har¨¢ el amor en la Casa Blanca!".

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabaj¨® en RNE toda la d¨¦cada de los 80. Gan¨® el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A coraz¨®n abierto'. Su ¨²ltimo libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PA?S y la Cadena SER.

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