El ruido es nuestro
Suele tenerse al ruido por una se?a de identidad de los espa?oles: los beneficios del silencio son muy mal valorados entre nosotros y el griter¨ªo es una caracter¨ªstica patria muy reconocida. La escasez de materiales aislantes en la construcci¨®n, el tr¨¢fico a¨¦reo o el ruido de las f¨¢bricas y las obras, con no faltarnos, y menos a los madrile?os, no es lo que nos permite que s¨®lo Jap¨®n le lleve a Espa?a la delantera como pa¨ªs ruidoso. Son fen¨®menos muy extendidos. El antip¨¢tico sonido del despertador, tan universal, tampoco. Pero si bien he llegado a saber de ese dudoso privilegio de Espa?a como segundo pa¨ªs del mundo con mayores niveles de contaminaci¨®n ac¨²stica, gracias a las encuestas de los especialistas en el cuidado de la audici¨®n, me he quedado sin saber qu¨¦ parte de ese honor corresponde a Madrid en un solidario reparto auton¨®mico y municipal del bullicio exagerado.
Creen los gritones que si hablan m¨¢s bajo les va a faltar la raz¨®n o no se les va entender
En todo caso, si el COI no ha visto un pero para la candidatura de Madrid a los juegos ol¨ªmpicos en su contaminaci¨®n ac¨²stica, bien que tampoco en la de R¨ªo o Chicago, por ejemplo, no creo que al alcalde el ruido le quite el sue?o. Pero si en el listado de los ruidos que m¨¢s molestan a los ciudadanos est¨¢n las obras, ni Barcelona, que tanto en lo bueno como en lo malo procura ir por delante, podr¨ªa ganar a Madrid en molestias. Y si se trata de los locales de ocio nocturno tampoco creo que haya en Espa?a quien pueda llevarnos la delantera. No nos la llevan, por supuesto, en el sonido de los aviones, en el tr¨¢fico, en las industrias y mucho menos en el mal uso de las bocinas. Los bocinazos son el m¨¢s habitual desahogo del conductor madrile?o desesperado que, a¨²n conociendo la inutilidad de hacer sonar sus bocinas, organiza una verdadera escandalera para su propia complacencia en el ruido.
Otra cosa son las fiestas populares, que figuran en el listado de las molestias ac¨²sticas de un modo destacado, pero no porque Madrid no las tenga, y bien ruidosas, sino porque si son los fuegos de artificiales, la m¨²sica y el bullicio festero lo que molesta nadie podr¨¢ disputarse la palma con Valencia y pocos pueblos y ciudades est¨¢n libres de semejantes ruidos. Cada tiempo adem¨¢s ha tenido sus propios ruidos y ahora mismo hay un pueblo enfrentado por un gallo que no para de cantar d¨ªa y noche y a cuyos habitantes no molestan, sin embargo, los ruidos permanentes de las motos de sus criaturas. En Madrid no hay problema con el gallo: seguramente canta, pero no se le oye. Aqu¨ª el problema es otro: nuestra peculiar aportaci¨®n castiza a la competici¨®n del estruendo, adem¨¢s de los botellones de las calles, el ruido inclemente de muchos lugares nocturnos o nuestras fiestas populares es la costumbre espa?ola, tan madrile?a, de hablar muy alto, tenida por algunos como un rasgo cultural diferencial y por otros como una verdadera tradici¨®n, sin que falten los que consideran tal arraigo una agresiva horterada.
Sin embargo, en estos tiempos de prohibiciones y cuidados aparentes con nuestra salud, aunque la mental ande a veces un poco descuidada, como se desprende del ruido atronador del discurso pol¨ªtico, las autoridades son capaces de imponer a setenta vecinos de M¨®stoles mil quinientos euros de multa por no limpiar la caca del perro, castigo tan justo por su intenci¨®n como injusto por exagerado, y ni un c¨¦ntimo por hablar a gritos en los espacios p¨²blicos. C¨ªvico es que las normas de higiene exijan que se nos libere de los excrementos de todo tipo, pero no se obtiene igual ¨¦xito, a pesar de la ley, con los cultivadores del ruido. Y a trav¨¦s del o¨ªdo, un ¨®rgano vital muy preciso y delicado, al que se le niega todo respeto, recibe cualquier mortal los sonidos estrepitosos que alteran su descanso o su sosiego y elevan su estr¨¦s.
Por eso es tan acusada la falta reiterada de una pedagog¨ªa en este sentido que afecta a la convivencia. Creen los gritones, unas veces arrogantes y autoritarios, otras simplemente seres muy vulgares, lo que algunos pol¨ªticos en sus bravatas: que si hablan m¨¢s bajo les va a faltar la raz¨®n o no se les va entender. No s¨¦ si en las encuestas se les ha preguntado por qu¨¦ gritan, pero sospecho que no bajar¨ªan la voz para contestar. Y al fin desconfi¨® tanto de la veracidad de sus respuestas como de las de aquellos que confiesan en gran n¨²mero que no soportan el ruido del tel¨¦fono m¨®vil, una actitud semejante a la que muestran en algunos foros respecto de los programas m¨¢s degradantes de la televisi¨®n los que se dicen seguidores de La 2 de TVE. Y es que esa actitud hip¨®crita resulta com¨²n a cuantos rechazan el ruido bajo su propia ventana y van a organizarlo ante las ventanas de otros. O a quienes los ruidos de su gusto les parecen prodigios de armon¨ªa y un verdadero tormento el ruido ajeno. Una met¨¢fora de casi todo lo que pasa.
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