Como la ficci¨®n misma

Una narraci¨®n cinematogr¨¢fica con recursos teatrales en un espacio esc¨¦nico realista. As¨ª es la primera versi¨®n de las dos que ofrece ?lex Rigola de Nixon-Frost, la primera pieza teatral del brit¨¢nico Peter Morgan (Frost-Nixon, 2006). Y desde luego, al montaje con el que el director del Lliure ha inaugurado la temporada no se le puede negar su naturaleza cinematogr¨¢fica.

Una gran pantalla situada encima de la acci¨®n nos ofrece los cr¨¦ditos, filmaciones de la ¨¦poca, perspectivas de lo que pasa en escena y, sobre todo, los primeros planos de las famosas entrevistas televisivas con las que David Frost (Joan Carreras), a la saz¨®n popular presentador de late night shows, consigui¨® lo que nadie hasta ese momento, 1974, hab¨ªa conseguido del hasta entonces presidente de Estados Unidos Richard Nixon (Llu¨ªs Marco): la confesi¨®n de su implicaci¨®n en el caso Watergate.

De entrada, el texto de Morgan, que empez¨® como guionista de telefilmes para escribir despu¨¦s largometrajes como The queen, ya es muy cinematogr¨¢fico, tanto como el gui¨®n, tambi¨¦n suyo, de la pel¨ªcula hom¨®nima que dirigi¨® Ron Howard en 2008: las mismas situaciones y los mismos di¨¢logos, por lo que recuerdo, aunque el conjunto sea necesariamente m¨¢s sucinto. Un texto que responde al esquema del gui¨®n cl¨¢sico: planteamiento, desarrollo, cl¨ªmax y resoluci¨®n con un par de puntos de giro que cambian el curso de la acci¨®n para empujarla hacia el final, por otro lado feliz, pues Frost, a pesar de los muchos obst¨¢culos a los que tuvo que hacer frente, se sali¨® con la suya.

Con este material, Rigola ha montado, si no una r¨¦plica esc¨¦nica del filme, s¨ª una versi¨®n equivalente del mismo. Intriga incluida. Porque, a pesar de conocer el texto y la pel¨ªcula y de haber seguido las grabaciones reales de las entrevistas en Youtube, mientras ¨¦stas discurren en escena uno no deja de preguntarse cu¨¢ndo y c¨®mo conseguir¨¢ Frost pillar a Nixon.

Adem¨¢s, gracias al magn¨ªfico dispositivo escenogr¨¢fico, tan pronto estamos en un bar de copas como en un avi¨®n, en un hotel o en la villa del presidente frente al mar, de manera que los escenarios se suceden fluidamente, sin grandes cambios aparentes, y la continuidad de la trama se asegura a lo largo de las casi dos horas sin esfuerzo por parte del espectador.

En tan variados contextos los int¨¦rpretes se desenvuelven a sus anchas; con mayor contenci¨®n que la que demuestran sus hom¨®logos en la pel¨ªcula -la comparaci¨®n resulta inevitable-, pero igualmente c¨®modos y homog¨¦neos. Carreras, que tiene un aire a Frost, es menos playboy que el que compone Michael Sheen, m¨¢s serio. Marco es tambi¨¦n menos incisivo que Frank Langella, m¨¢s vulnerable. Los dos -en realidad, todos- est¨¢n muy cre¨ªbles. Entran ganas de ver c¨®mo se las apa?an en la versi¨®n teatral (unplugged esc¨¨nic).