Menos humos
Hace a?os, en pleno esplendor de la kale borroka, mi amigo Ra¨²l Guerra Garrido sol¨ªa decir que en San Sebasti¨¢n te pon¨ªan m¨¢s multa por aparcar mal un coche que por quemarlo. Supongo que dentro de poco tendremos que aceptar como normal que est¨¦ m¨¢s penalizado dar fuego a un cigarrillo que al retrato del rey o a un ejemplar de la Constituci¨®n. Nuestro pa¨ªs es sumamente tolerante para unas cosas y de ejemplar intransigencia en otras. Lo malo es que la proporci¨®n entre lo uno y lo otro a veces resulta parad¨®jica. Si se confiere el rango de autoridad a los maestros amenazados por j¨®venes asilvestrados no falta quien se escandalice y proclame que eso no resuelve nada porque el respeto hay que gan¨¢rselo; pero si se legisla severamente contra la brutalidad conyugal a nadie se le ocurre objetar que la armon¨ªa en la convivencia no es asunto judicial. Son las diferencias entre el amor y la pedagog¨ªa, como dir¨ªa don Miguel de Unamuno.
'Fumar puede no matar' har¨¢ re¨ªr a los fumadores y hasta a los antitabaquistas con sentido del humor
En el caso de la cruzada contra el tabaco, lo ¨²nico que cabe esperar es que no acabe como la que se mantiene contra las dem¨¢s drogas prohibidas (tambi¨¦n capricho inquisitorial yanqui): es decir, convirtiendo el ocasional abuso privado en una amenaza gansteril al orden p¨²blico que ponga en jaque a pa¨ªses enteros, como hoy ocurre en M¨¦xico y otros lugares. Se maneja la noci¨®n de salud p¨²blica como si fuese algo evidente, acerca de la cual nada tienen que opinar cada uno de los sujetos que a fin de cuentas son los que se saben sanos o se ponen enfermos. En efecto, parece demostrado que abusar del tabaco -como de ciertos alimentos o bebidas, deportes de riesgo, desbordamientos er¨®ticos, pasiones ideol¨®gicas, etc¨¦tera- comporta da?os personales. Pero en cambio se ignoran o silencian los beneficios que su uso puede propiciar a quienes saben manejarlo. El sabio Lichtenberg confes¨® que le gustar¨ªa saber cu¨¢ntos versos espl¨¦ndidos de Shakespeare se los debemos a un vaso de vino tomado en buen momento, aunque su h¨ªgado se resintiese: lo mismo podemos aplicarlo a un cigarro que propicia un proyecto imaginativo, una charla amistosa, la prolongaci¨®n del encuentro amoroso o una tarde pensativa.
Entiendo que no se debe fumar all¨ª d¨®nde el humo del tabaco moleste a otros, pero ?por qu¨¦ los fumadores no pueden disfrutar de un espacio p¨²blico -sea en un restaurante o en su lugar de trabajo- d¨®nde puedan fumar sin que les molesten quejas ni persecuciones? ?O es que hay quien se siente alterado porque los dem¨¢s fumen, sea donde sea? Y dicen de los integristas... Como si fuera m¨¢s excusable coaccionar al pr¨®jimo por la salud de su cuerpo que por la de su alma. Una queja simp¨¢ticamente desaforada ante este estado de cosas la hallamos en Fumar puede no matar (editorial SayMon), el divertido exabrupto de Vicente Amiel casi tierno en su impotente ferocidad: har¨¢ re¨ªr amargamente (rire jaune, dicen los franceses) a los fumadores y hasta a los antitabaquistas con sentido del humor, si hay alguno. Por mi parte, suscribo a Winston Churchill: "Debo hacer constar que mi regla de vida prescribe como un rito absolutamente sagrado fumar cigarros y beber alcohol antes, despu¨¦s y si es necesario durante las comidas y en los intervalos entre ellas". D¨¦nselo por dicho.
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