Un se?or y un camarada
"Vente a Barcelona, que te pagamos el viaje. Nos ha gustado mucho tu novela y, ganes o no ganes, te la vamos a publicar igual". Toni era as¨ª, pero cuando le escuch¨¦ decir eso por tel¨¦fono, un d¨ªa de enero de 1989, no sab¨ªa a¨²n hasta qu¨¦ punto era especial.
Le recuerdo entonces, alto, apuesto y, sin embargo, desgarbado, con alg¨²n pico de la camisa fuera del pantal¨®n y cualquier americana car¨ªsima que le sentaba bien, pero nunca del todo. Le recuerdo tomando copas y contando chistes, fumando siempre, ri¨¦ndose a la vez. Y recuerdo mi desconcierto ante un hombre que no encajaba en la imagen que una aprendiza de escritora ten¨ªa de los editores, ahora que s¨¦ que nunca volver¨¦ a tener otro editor como ¨¦l.
Yo quer¨ªa a Antonio L¨®pez Lamadrid. Le quer¨ªa much¨ªsimo, y ¨¦l lo sab¨ªa, pero el amor, con ser raro entre los escritores y sus editores, no basta para explicar todo lo que significaba para m¨ª. Toni era, m¨¢s que s¨ª mismo, m¨¢s que Tusquets Editores, uno de los elementos fundamentales de mi escritura. Porque ¨¦l estaba ah¨ª, y mientras estuviera ah¨ª, al otro lado del tel¨¦fono, yo me sent¨ªa segura. No era s¨®lo confianza mutua, no era s¨®lo generosidad, complicidad, armon¨ªa, era algo m¨¢s, tan sutil, tan complejo que en estos momentos doloridos, confusos, no encontrar¨ªa palabras para describirlo. Yo estaba orgullosa de que fuera mi editor. ?l estaba orgulloso de que fuera su autora. Cada vez que me tra¨ªa un contrato, qued¨¢bamos en mi casa, un cuarto de hora antes de ir a cenar, y cuando se lo devolv¨ªa firmado, nos ¨ªbamos a cualquier restaurante donde los dos pudi¨¦ramos pedir changurro de segundo. La vida era, entonces, f¨¢cil y divertida. Y los libros, un ingrediente m¨¢s de esa buena vida.
Toni L¨®pez, como se llamaba siempre a s¨ª mismo, era una persona f¨¢cil de amar, dif¨ªcil de comparar. Elegante, espl¨¦ndido, leal, un se?or y, al mismo tiempo, un camarada. No puedo decir que fuera un placer trabajar con ¨¦l, porque lo que nosotros hac¨ªamos no era trabajar, sino conspirar. Entre las cosas que le debo a la literatura, siempre estar¨¢ su fe, su entusiasmo, una pasi¨®n que me acompa?¨® hasta el final.
Hace s¨®lo unos d¨ªas me llam¨® por tel¨¦fono por ¨²ltima vez. Era nuestra ¨²ltima conspiraci¨®n y yo no me di cuenta. Me pregunt¨® c¨®mo llevaba la nueva versi¨®n de una novela que termin¨¦, y ¨¦l ley¨® este mismo verano, y me dijo, haz lo que quieras, ya lo sabes, pero no quites esto, ni aquello, no me hagas eso, ?eh? No te preocupes, le dije, no pensaba, y se despidi¨® como siempre, con un adi¨®s seco y apresurado, tajante y r¨¢pido.
Era tan poderoso que nunca cre¨ª que pudiera morirse alguna vez. Ni siquiera cuando me cont¨® que ten¨ªa c¨¢ncer, quise cre¨¦rmelo. Muri¨® ayer por la ma?ana y todav¨ªa no me lo creo. Tampoco s¨¦ contar los pedazos en los que se me ha roto el coraz¨®n.
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