Los pasos de Obama
El presidente norteamericano, Barack Obama, le ha dado un giro radical a la forma de ver el mundo de su antecesor, George W. Bush, pero a¨²n no ha completado ninguno de los nuevos recorridos que ha planeado. No instalar¨¢ los misiles en Europa que inquietaban a Rusia; s¨ª, en cambio, negociar¨¢ con Ir¨¢n a partir del 1 de octubre; ha dado un vuelco al discurso proisrael¨ª en Oriente Pr¨®ximo; suprimido las limitaciones econ¨®micas m¨¢s ruines del embargo a Cuba; prometido borr¨®n y cuenta nueva sobre el cambio clim¨¢tico; acordado que en Irak no haya tropas de combate norteamericanas a fin de 2011; musitado con alguna convicci¨®n que en Afganist¨¢n hay que negociar adem¨¢s de combatir, y est¨¢ peleando para que en Estados Unidos se establezca alg¨²n tipo de Seguridad Social. Pero, aunque su presidencia se definir¨¢ por este ¨²ltimo rengl¨®n, en el contexto de la crisis econ¨®mica mundial, es en el frente exterior donde se apilan los entuertos todav¨ªa en fase de buena esperanza.
No est¨¢ nada claro que la Casa Blanca pueda o quiera medirse en duelo con el sionismo universal
La t¨¢ctica de Obama consiste en plantear de salida los problemas de transcurso, al tiempo que elige la cuadr¨ªcula central desde la que proyectar su gran salto hacia adelante; todo lo contrario de lo que hac¨ªa Henry Kissinger con su estrategia de peque?os pasos, en los a?os setenta, con la que lo ¨²nico que consigui¨® fue reforzar a Israel, como seguramente deseaba. Y, al igual que el ex secretario de Estado, entiende el presidente que el centro geopol¨ªtico del tablero lo constituye el conflicto ¨¢rabe-israel¨ª, porque de su eventual soluci¨®n deber¨ªa seguirse un tsunami positivo de Irak a Ir¨¢n, pasando por ese matrimonio de inconveniencia que es la pareja Afganist¨¢n-Pakist¨¢n. As¨ª, el 4 de junio pasado, Obama echaba la bola a rodar con el discurso m¨¢s equilibrado entre sionismo y palestinismo que haya pronunciado jam¨¢s un presidente de Estados Unidos: tierra y paz para todos, pero no al dictado de las armas, sino de algo razonablemente parecido a la resoluci¨®n 242 de la ONU, que exige a Israel la retirada total de Cisjordania y Jerusal¨¦n Este.
La idea de empezar por todo al mismo tiempo tiene su l¨®gica. El presidente hab¨ªa convocado ayer en Nueva York al presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, y al primer ministro israel¨ª, Benjam¨ªn Netanyahu, para conseguir que, aunque dif¨ªcilmente se lo trague el mundo, ambos dijeran que reanudaban las conversaciones de paz. Y, contrariamente, si pospon¨ªa ese comienzo a que una ley sobre reforma sanitaria fuera aprobada por las c¨¢maras, el deterioro no ya del conflicto de Oriente Pr¨®ximo -que est¨¢ en su grado m¨¢ximo-, sino de guerras allegadas, pod¨ªa ser tal que no quedara nada por sanear. El problema reside, sin embargo, en que ese planteamiento de fuerza ejercida simult¨¢neamente en varios frentes s¨®lo tiene sentido cuando el actor posee los medios para desencadenar una gran ofensiva, cuando se rebosa de capital pol¨ªtico y, diferentemente, se muestra poco apto para la defensiva.
En la fecha de junio, en que Obama comenz¨® a desplegar cartas sobre la mesa, un conocedor excepcional del conflicto como es el brit¨¢nico Patrick Seale casi se entusiasmaba con la apertura de juego presidencial y predec¨ªa un choque de trenes entre Jerusal¨¦n y Washington; pero hoy es mucho m¨¢s comedido, porque no est¨¢ nada claro que la Casa Blanca pueda o quiera medirse en duelo con el sionismo universal.
Los recientes viajes a la zona del enviado especial del presidente, el maronita George Mitchell, casi hacen envidiar la veintena de inutilidades en forma de visitas que su antecesora con Bush, la secretaria de Estado Condoleezza Rice, gir¨® a Israel-Palestina, exhibiendo la impasibilidad de una diplomacia que estaba abdicada de antemano. El Gobierno israel¨ª s¨®lo quiere una paz que sea pr¨¢cticamente gratuita: retirada a la carta de donde le d¨¦ la gana y ni un metro sacro de Jerusal¨¦n Este; inflaci¨®n de colonos donde le plazca; desmilitarizaci¨®n l¨ªquida, s¨®lida y gaseosa de un futuro Estado palestino; desarticulaci¨®n o preferentemente aniquilamiento del movimiento terrorista de Ham¨¢s, y soluci¨®n a costa de alguien de fuera del problema de los cuatro millones de refugiados palestinos. Y no se trata de propuestas t¨¢cticas para irse desvistiendo de ellas como los velos de Salom¨¦, sino de principios inalienables de quien ha percibido la debilidad cong¨¦nita del adversario, con un m¨¢s que dudoso soporte en el Congreso.
Por eso, Barack Obama se halla hoy en un aprieto y el planteamiento de todo a la vez corre el riesgo de convertirse en casi nada, en cualquier momento.
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