Eran falsos talibanes
Un militar afirma que las tropas danesas vulneran la Convenci¨®n de Ginebra en Afganist¨¢n
En la cabeza llevo un turbante afgano tradicional (...) y el cuerpo est¨¢ cubierto por un kameez salwar de lo m¨¢s tradicional que consiste en un amplio vestido color caqui compaginado con unos pantalones holgados. Debajo me he colocado un chaleco antibalas, un cintur¨®n con una pistola USP de 9 mil¨ªmetros, dos cartucheras, un pu?al de Gerber, una radio conectada a un discreto auricular color piel acoplado a la oreja. El ¨²nico indicio que delata que soy un soldado son mis botas del desierto de marca Iowa. Pero si algo sale mal, necesito tener un buen contacto con el suelo".
Thomas Rathsack, de 42 a?os, es a¨²n sargento del Jaegerkorpset, las fuerzas especiales danesas en las que ingres¨® en 1986, pero ha roto el silencio que impone el Ej¨¦rcito para narrar en un libro Jaeger - i krig med eliten (Cazador, en guerra con la ¨¦lite), publicado el pasado viernes por People's Press, sus vivencias en Afganist¨¢n y en otros escenarios en los que luch¨®, como Irak y Kosovo. Su testimonio ha desatado una tormenta.
El Estado Mayor dan¨¦s recurri¨® en vano a la justicia para intentar prohibir la publicaci¨®n de la obra del sargento
Dinamarca se suma a los pa¨ªses sumidos en pol¨¦micas sobre la utilidad de mantener tropas en Afganist¨¢n
Tras una ausencia de varios a?os, Rathsack cuenta que regresa a Afganist¨¢n, a una ciudad del centro del pa¨ªs, para desempe?ar una "operaci¨®n secret¨ªsima": escoltar a un individuo de treinta y tantos a?os cuyo nombre en clave es Eric y al que la prensa danesa describe como un agente de la CIA que recaba informaci¨®n de sus contactos tribales sobre el terreno.
"A pesar de nuestro disfraz, se nos reconocer¨ªa de inmediato a la luz del d¨ªa", prosigue Rathsack. "Pero nos movemos s¨®lo de noche, cuando la ciudad duerme. Para no ser descubiertos contamos con la debilidad del alumbrado p¨²blico y las sucias ventanillas de nuestros desgastados Toyotas. En la cabina del veh¨ªculo hemos colgado los coloridos adornos locales, y la mugre depositada sobre la carrocer¨ªa, por falta de lavado durante meses, hace que nos integremos a la perfecci¨®n en el entorno".
"Nuestra misi¨®n es proteger a Eric, evitar que sea descubierto y conducirle a las reuniones que mantendr¨¢ con sus fuentes", personas importantes que le proporcionan de noche valiosas informaciones, explica el sargento. "Aparentemente es muy sencillo", pero en realidad es harto peligroso. "(...) Esto es para nosotros un modus operandi desconocido que requiere mucha astucia. Normalmente disponemos de un cierto n¨²mero de recursos para cuando las cosas se ponen feas. Aqu¨ª, sin embargo, s¨®lo podemos valernos por nosotros mismos. Si algo se tuerce, no hay una fuerza de reacci¨®n r¨¢pida, helic¨®pteros de combate o cazabombarderos a los que pedir apoyo a trav¨¦s de la radio. Nuestras radios s¨®lo sirven para mantener el contacto entre nuestros dos Toyotas. No hay nadie a quien llamar. S¨®lo muy pocos jefes, con m¨¢ximas credenciales de seguridad, saben que estamos en la zona".
La mera descripci¨®n que hace Rathsack del disfraz que endosan las fuerzas especiales ha levantado una polvareda en Dinamarca. No en balde la Convenci¨®n de Ginebra sobre Leyes y Costumbres de la Guerra proh¨ªbe a los combatientes fingir ser civiles. "Los militares no respetan la convenci¨®n", se indigna Jonas Christoffersen, del Instituto Dan¨¦s de Derechos Humanos.
El sargento revela adem¨¢s que el Jaegerkorpset ha entrado en acci¨®n antes y con m¨¢s frecuencia de lo anunciado por el Gobierno a la comisi¨®n parlamentaria ad hoc, pero omite dar nombres de militares ni de lugares en los que los soldados de ¨¦lite persegu¨ªan a talibanes y miembros de Al Qaeda.
Aun as¨ª, el Estado Mayor dan¨¦s recurri¨® a la justicia para intentar prohibir la distribuci¨®n del libro, desatando una pol¨¦mica medi¨¢tica y pol¨ªtica. Dinamarca se suma as¨ª a pa¨ªses como Espa?a, Alemania, Italia y el Reino Unido -Francia es la gran excepci¨®n en Europa- en los que estas ¨²ltimas semanas ha arreciado la controversia sobre la utilidad de mantener contingentes en Afganist¨¢n, donde, en ocho a?os de guerra, han muerto 1.392 soldados de la OTAN.
Veinticinco de ellos son daneses -el mismo n¨²mero que los fallecidos espa?oles sobre el terreno desde 2002-, pertenecientes a un contingente de s¨®lo 700 hombres, 78 menos que los espa?oles a d¨ªa de hoy. ?stos recibir¨¢n este oto?o los refuerzos -220 soldados- aprobados el mi¨¦rcoles por el Congreso de los Diputados.
Oficiales del Estado Mayor dan¨¦s se reunieron el 10 de septiembre con Jakob Kvist, el responsable de la editorial que se dispon¨ªa a publicar a Rathsack. Consideraban que algunas partes de la obra, que nunca llegaron a especificar, pon¨ªan en riesgo la seguridad de las tropas sobre el terreno y empa?aban las relaciones con potencias amigas. "La seguridad nacional es algo que usted se toma a la ligera", recuerda Kvist que le dijeron. "Le vamos a tener que hacer cambiar de parecer voluntariamente o mediante una sentencia", le advirtieron.
Kvist no cedi¨® y el jefe de Estado Mayor, Tim Sloth Jorgensen, pidi¨®, el 14 de septiembre, a la justicia la prohibici¨®n del libro, una iniciativa que caus¨® sensaci¨®n en el peque?o pa¨ªs. La prensa se hizo eco del asunto, y el general Sloth Jorgensen escribi¨® de inmediato a los directores de peri¨®dicos inst¨¢ndoles a olvidarse del tema. La carta produjo, como era de esperar, el efecto contrario. Los principales rotativos recogieron extractos de Cazador, en guerra con la ¨¦lite y el diario Politiken lo public¨® ¨ªntegro, el 16 de septiembre, sin haber consultado a la editorial ni al autor. Se vendi¨® con el ejemplar del peri¨®dico y sin suplemento de precio. "Politiken deber¨ªa de haber esperado la decisi¨®n del tribunal", se lament¨® el primer ministro, Lars Loekke Rasmussen.
Politiken no lo hizo, explic¨® su director, Anders Krab-Johansen, en un editorial, porque urg¨ªa salir "en defensa de la libertad de expresi¨®n". "En un pa¨ªs que defendi¨® con ah¨ªnco la publicaci¨®n de las caricaturas de Mahoma en nombre de la libertad de expresi¨®n, lo sucedido ahora es parad¨®jico", constata Toger Seidenfaden, redactor jefe de Politiken. "Cuando se trata de humillar a una minor¨ªa, la libertad de expresi¨®n es ilimitada, pero cuando se trata de la seguridad del Estado -es decir, del Ej¨¦rcito-, es otro cantar", a?ade.
La atrevida iniciativa del diario evit¨® a Rathsack la prohibici¨®n de su libro. El juez Bodil Toftemann hizo en su auto gala, el pasado lunes, de un pragmatismo dif¨ªcilmente imaginable en otros pa¨ªses europeos. Reconoci¨® que la obra "contiene informaciones confidenciales que perjudican a la seguridad del reino" y que en otras circunstancias deber¨ªa ser vedada, pero "ha sido ya ¨ªntegramente publicada por Politiken" y es incluso accesible en Internet en dan¨¦s. Desde mediados de semana lo es tambi¨¦n en ingl¨¦s y ¨¢rabe. Luego ya carece de sentido prohibirla, sentenci¨®.
El jefe de Estado Mayor anunci¨® que no recurrir¨¢ la sentencia, pero el Ej¨¦rcito prepara, en cambio, una denuncia contra Rathsack -ya le ha retirado la credencial de seguridad-, y de paso contra la editorial que le publica y Politiken, por revelar secretos militares. Si es considerado culpable, el sargento podr¨ªa ser condenado a 12 a?os de c¨¢rcel.
Mientras, el titular de Defensa, Soren Gade, quiere cambiar las reglas del juego y someter a los militares que escriben a una estricta censura previa de su ministerio. "Sospecho que el objetivo de los militares es asustar a otros soldados y evitar as¨ª que sigan el ejemplo de Rathsack y cuenten sus experiencias", sostiene Oluf Jorgensen, profesor de derecho de la informaci¨®n.
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