Un museo a la altura de Kafka
El lugar que alberga en Praga cientos de fotograf¨ªas, manuscritos, cartas, dibujos y libros del autor de La metamorfosis posee el tono de lo que deb¨ªa de ocurrir en el poderoso e insomne cerebro del escritor que convirti¨® la desesperaci¨®n en arte
Hay ciudades que crees conocer ¨ªntima y exhaustivamente antes de haber colocado tus pies en ellas. Cualquier cin¨¦filo adulto tendr¨¢ sensaci¨®n de d¨¦j¨¤ vu y un mill¨®n de recuerdos imborrables al llegar por primera vez a Nueva York y a San Francisco. Las has paladeado en blanco y negro y en color, en las cuatro estaciones, a trav¨¦s de muchas ¨¦pocas, con la certidumbre de que en esa geograf¨ªa f¨ªsica y emocional siempre ocurren cosas, que desprenden vida y acci¨®n, que te ha pasado de todo all¨ª aunque s¨®lo lo hayas vislumbrado a trav¨¦s de una pantalla. No te decepcionan. Son lo que parecen.
Hay otras cuyo aroma y referencias son estrictamente literarias, que tienes que imagin¨¢rtelas, fantasear con su atm¨®sfera y con su paisaje, asociadas a escritores que te perturbaron. Cuando conozco el San Petersburgo nevado y helado del mes diciembre, pienso en un Dostoievski febril y acompa?ado por sus irrenunciables demonios que recorre esos hermosos puentes y avenidas. Al verla en el agobiantemente tur¨ªstico agosto, con calor, sin esa nieve que ocultaba su profundo deterioro, imagino al ni?o Vlad¨ªmir Nabokov correteando por los palacios y cazando mariposas en los parques, feliz, ignorando que le espera el forzoso y tr¨¢gico exilio, que en poco tiempo tendr¨¢ que abandonar para siempre ese universo amado.
La primera vez que estuve en Praga acababa de caer el muro, Milos Forman la defin¨ªa como la ¨²nica ciudad del mundo en la que la c¨¢mara, independientemente del lugar en que la coloques y los giros que hagas con ella, siempre se encontrar¨¢ con algo hermoso que filmar. Reconociendo la poderosa est¨¦tica de Praga, lo que m¨¢s me interesaba de ella era palpar el ambiente, la arquitectura, el olor, el color y el sabor del lugar que pari¨® a Kafka y donde ¨¦ste pas¨® la mayor parte de su corta, enferma, atormentada y fascinante existencia.
Descubr¨ª con pasmo que en aquella ¨¦poca Praga no rend¨ªa desmayado tributo a su hijo m¨¢s genial, misterioso y trascendente. Imagino que ese desprecio tal vez obedeciera al est¨²pido nacionalismo, que al ser Kafka jud¨ªo y escribir en alem¨¢n la casi totalidad de su obra, no entraba en la etiqueta oficial de ciudadano de Praga. A cambio, me ocurrieron muchas cosas kafkianas, angustiosas, en alg¨²n caso tragic¨®micas y a las que resultaba in¨²til encontrarle sentido.
Me daban la hospitalidad m¨¢s c¨¢lida y me ofrec¨ªan el conocimiento de la ciudad que jam¨¢s te puede donar la m¨¢s documentada gu¨ªa de viajes, una pareja de amigos entra?ables que llevaban a?os viviendo all¨ª. ?l, corresponsal de un peri¨®dico espa?ol, convalec¨ªa de algo tan atroz como que en la guerra de Croacia le hubiera ca¨ªdo una bomba en la habitaci¨®n del hotel. A mitad de mi estancia, le avisaron de que hab¨ªa comenzado la guerra en Bosnia. Su mujer viajaba a Madrid para parir a su segunda hija. Era l¨®gico que ante tanta tensi¨®n se produjera una confusi¨®n en el momento de entregarte las llaves de la casa. Era el mes de febrero, oscurec¨ªa a las cuatro de la tarde, la niebla y el fr¨ªo eran considerables. Al regresar a esa casa, mi pareja y yo descubrimos que la puerta no se abr¨ªa. Nada irremediable si dispones de pasaporte, tarjetas de cr¨¦dito y dinero. Pero nos hab¨ªamos dejado dentro de la casa todas esas imprescindibles cosas. S¨®lo dispon¨ªamos de calderilla para utilizar un salvador tel¨¦fono. Evidentemente, esa comunicaci¨®n telef¨®nica resulta ardua si tienes que localizar a alguien que est¨¢ cubriendo una guerra y a una mujer que est¨¢ pariendo en otro pa¨ªs. Despu¨¦s de un mont¨®n de horas e infortunios conseguimos entrar en la casa. Pero al pretender salir a la calle un d¨ªa m¨¢s tarde descubrimos que la asistenta se hab¨ªa llevado nuestras llaves y nos hab¨ªa encerrado por fuera. La pesadilla continuaba, pero ahora al menos est¨¢bamos a cubierto. Logramos salir al d¨ªa siguiente. Para celebrar tanta ventura vamos a cenar a un restaurante que nos hab¨ªa gustado mucho y del que hab¨ªamos recogido la tarjeta al salir. Cuando se la entregamos al taxista, que s¨®lo habla checo, pone gesto alucinado y finalmente se encoge de hombros en plan profesional. Vemos que abandona Praga por caminos muy raros, nos deja en medio de un descampado a veinte kil¨®metros de la ciudad y sale disparado a pesar de nuestros in¨²tiles gestos exigi¨¦ndole explicaciones. El ¨²nico edificio que vemos tiene pinta de sala de fiestas. Consultamos la tarjeta y la direcci¨®n es correcta. Descubrimos que es un burdel para extranjeros. Los disparates contin¨²an. Nuestra impotencia ante ellos tambi¨¦n. Ya comprendo mejor a Josef K. y a Gregorio Samsa. S¨®lo falta que el Golem, ese demonio jud¨ªo, me trinque en un callej¨®n y me lleve a conocer su infierno.
Retorno casi dos d¨¦cadas despu¨¦s a una Praga soleada, abarrotada de turistas y de McDonald's. Esta vez no me ocurre nada perniciosamente ins¨®lito. Kafka me deja respirar. Y descubro nada m¨¢s atravesar el puente del rey Carlos y ante la visi¨®n intimidatoria del castillo (Kafka nunca cita en su obra estos lugares por su nombre, pero est¨¢ claro que los tormentos y el absurdo est¨¢n localizados en esos escenarios) que le ha dedicado un museo al rey de lo inquietante, al que convirti¨® la desesperaci¨®n en arte.
Y ese museo est¨¢ dise?ado con conocimiento, mimo y amor, por gente que ha buceado interminablemente en la vida, la personalidad y la literatura del autor de La metamorfosis. La iluminaci¨®n, el juego de espejos, la m¨²sica, la visualizaci¨®n en una pantalla del clima, las sensaciones, los personajes, las situaciones, el mundo interior y exterior de Kafka llevan la marca de una puesta en escena tan apasionante como veraz. Posee el tono de lo que deb¨ªa de ocurrir en el poderoso e insomne cerebro y en el complejo coraz¨®n de un hombre cuya visi¨®n de las personas y las cosas era tan intransferible como desasosegante, tan enigm¨¢tica como sombr¨ªa, el creador de una literatura ¨²nica, sin peligro de envejecimiento.
Cientos de fotograf¨ªas, manuscritos, cartas, dibujos, primeras ediciones de sus libros te acompa?an en un recorrido del que sales como si te hubieran hipnotizado, en el que est¨¢n concentradas las esencias vitales que alimentaron una escritura genial. Ves el recorrido que hac¨ªa cotidianamente el ni?o Kafka desde el gueto al palacio Kinsky, los primeros terrores que le inculc¨® la sirvienta que le acompa?aba, la presencia opresiva del padre ("tu figura ocupar¨ªa todo el espacio en un mapa del mundo, s¨®lo me dejar¨ªas algunos rincones m¨ªnimos para poder respirar", asegura Kafka), las reflexiones que hace sobre su trabajo como oficinista (Bartleby y el tambi¨¦n oficinista Pessoa le comprender¨ªan demasiado bien), sus relaciones con las mujeres (el gran retratista de la soledad y del desamparo, el hombre con pavor al compromiso sentimental, siempre tuvo novias que le quisieron mogoll¨®n y gracias a su afici¨®n epistolar con ellas, con Felice, con Milena, con Dora, podemos saber muchas m¨¢s cosas sobre ¨¦l), su indiferencia o su desd¨¦n existencial a publicar su obra, la duda y la insatisfacci¨®n como motor an¨ªmico, la ¨²ltima ilusi¨®n de un hombre sin ilusiones en irse a vivir a Tel Aviv. No lleg¨® a ver el exterminio de gran parte de su familia en los campos de concentraci¨®n. Pero su imaginaci¨®n siempre estuvo familiarizada con el horror. El nazismo har¨ªa reales sus demonios literarios, la indefensi¨®n ante el Poder, el eterno imperio del Mal.
Franz Kafka Museum. Praga. www.kafkamuseum.cz.
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