Adi¨®s a la buena letra
El uso del ordenador amenaza la escritura manuscrita, que ha sido desterrada por los autores y degradada por su uso residual entre los j¨®venes - ?Tiene la caligraf¨ªa m¨¢s valor que el est¨¦tico?
Desde que el ordenador y el correo electr¨®nico terminaron con las cartas y las novelas manuscritas, la vieja f¨®rmula de la escritura -papel y l¨¢piz- parece reservada a las escuelas. No obstante, la realidad digital de las nuevas generaciones y la apuesta por llevar computadoras a las aulas puede poner en peligro ese ¨²ltimo reducto. Eso s¨ª, lo que para un escritor puede no ser m¨¢s que un medio, una simple herramienta, para un estudiante puede ser un fin en s¨ª mismo.
La mentalidad de los novelistas cambi¨® hace tiempo. Como cuenta Gerald Martin, bi¨®grafo de Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez, la trituradora de papel es, ir¨®nicamente, el electrodom¨¦stico al que m¨¢s servicio se da en casa del Nobel colombiano. Martin, que estuvo en Madrid para presentar la versi¨®n espa?ola (editorial Debate) de su monumental biograf¨ªa, cuenta que en agosto de 1966, en cuanto comprobaron que el original (mecanografiado) de Cien a?os de soledad hab¨ªa llegado a la editorial Sudamericana de Buenos Aires, el escritor y su esposa rompieron y quemaron todas las anotaciones manuscritas en las que Gabo se hab¨ªa apoyado para escribir la novela m¨¢s traducida de la literatura hisp¨¢nica despu¨¦s de El Quijote. Ante el esc¨¢ndalo de fil¨®logos, amigos y fetichistas, el autor de Aracataca recurri¨® al pudor. "Es como que te sorprendan en ropa interior", dijo ante la posibilidad de que aquellos papeles vieran la luz.
La cuesti¨®n no es tanto el medio, sino el modo de usarlo, dice un experto
Seg¨²n un ling¨¹ista, "el problema es el mecanismo mental cuando se escribe"
Luis Goytisolo: "El del l¨¢piz es el tiempo adecuado para la inspiraci¨®n"
La letra manuscrita orienta sobre el car¨¢cter de la persona
Con todo, casi 30 a?os m¨¢s tarde, el propio Garc¨ªa M¨¢rquez regalar¨ªa a Mercedes Barcha, su esposa, el primer borrador de Del amor y otros demonios salido de su impresora, un gesto c¨¢ndido que su bi¨®grafo oficial comenta as¨ª: "No parec¨ªa tener en cuenta que los borradores hab¨ªan perdido buena parte de su magia -incluida la financiera- en la era de la inform¨¢tica, puesto que el ordenador no permite advertir las huellas gen¨¦ticas. De hecho, el paso de la escritura manual a la m¨¢quina de escribir, y luego al ordenador, en parte daba cuenta del desvanecimiento del aura del autor en la mente de los lectores, y quiz¨¢ incluso de una merma de la convicci¨®n en la mente de los propios autores".
Hace mucho que la mayor¨ªa de los escritores cambi¨® la pluma (o el bol¨ªgrafo) por el teclado, una tendencia extendida al resto de la sociedad. La comodidad y el ahorro de tiempo son evidentes, pero ?se escrib¨ªa mejor, es decir, m¨¢s correctamente, cuando se usaba el bol¨ªgrafo? El semi¨®logo y novelista Umberto Eco encendi¨® la alarma el mes pasado a ra¨ªz de un informe que desvelaba que la mitad de los ni?os italianos tienen problemas para escribir a mano. Siguiendo su propia terminolog¨ªa, Eco se mostraba bastante m¨¢s apocal¨ªptico que integrado. Despu¨¦s de recordar que cada vez m¨¢s j¨®venes recurren a escribirlo todo en may¨²sculas cuando lo hacen directamente sobre el papel, el autor de El nombre de la rosa remontaba la decadencia a mucho antes de la aparici¨®n de los ordenadores y los tel¨¦fonos m¨®viles. En su opini¨®n, aunque la pulcritud de la escritura no asegura la brillantez mental, el largo declive de la ense?anza de la caligraf¨ªa en las escuelas ha ido minando el aprendizaje de una habilidad psicomotriz que "favorece la coordinaci¨®n entre mano y ojo". Desviado por los caminos del arte, Eco concluye que "la humanidad" terminar¨¢ redescubriendo el valor est¨¦tico de una herramienta que un d¨ªa fue imprescindible en Occidente, al menos, como dice la historia, desde la asimilaci¨®n hel¨¦nica de la escritura fenicia alrededor del siglo VII antes de Cristo. Ya pas¨®, afirma Eco con bastante largueza, con los caballos o la navegaci¨®n a vela.
La alarma, con todo, no salta por la afici¨®n de un adulto a la caligraf¨ªa "art¨ªstica", sino por el destino del aprendizaje de la escritura elemental. No es lo mismo caligraf¨ªa que ortograf¨ªa. La ancestral mala letra de los m¨¦dicos es un ejemplo meridiano, y es el que pone Leonardo G¨®mez Torrego, investigador del Consejo Superior de Investigaciones Cient¨ªficas (CSIC) y autor de la Ortograf¨ªa pr¨¢ctica del espa?ol publicada por el Instituto Cervantes y la editorial Espasa. En su opini¨®n, el problema no est¨¢ tanto en el medio (a mano o a m¨¢quina) como en el modo de usarlo: la facilidad y, sobre todo, la velocidad pueden llegar a ser enemigos de la correcci¨®n. "En el ordenador tecleamos de forma autom¨¢tica", dice el ling¨¹ista. "Y no s¨®lo eso, cuando escribimos un mensaje electr¨®nico o un comentario en un chat no acostumbramos a mirar atr¨¢s. Al escribir a mano, sin embargo, vemos instant¨¢neamente lo que estamos haciendo. Si adem¨¢s confiamos en el corrector autom¨¢tico... Yo me llamo Torrego y se puede imaginar que el ordenador siempre me corrige: Borrego". Pero no hay que confundir erratas tipogr¨¢ficas con errores ortogr¨¢ficos, como avisa ¨¦l mismo -"La demostraci¨®n es que uno recibe en el CSIC mensajes internos con errores cometidos a veces por gente cuya competencia me consta"-, pero la falta de cuidado puede terminar convirtiendo la excepci¨®n en norma.
Para G¨®mez Torrego el peligro surge cuando el h¨¢bito de no releer lo que se escribe se da en un estudiante con una "ortograf¨ªa vacilante". La popularidad de los SMS entre los j¨®venes no hace m¨¢s que contribuir a la confusi¨®n: "Los chicos suelen decir: da lo mismo, nos entendemos. Y algunos colegas m¨ªos sostienen que es una jerga, que no hay que darle importancia. Claro que es leg¨ªtimo abreviar al escribir en un tel¨¦fono, pero si no se forma bien, los adolescentes no sabr¨¢n cambiar de registro y terminar¨¢n escribiendo igual en un examen que en el m¨®vil". Una de las soluciones est¨¢ en rescatar una de las herramientas m¨¢s antiguas de la ense?anza de la lengua: el dictado. "Yo soy muy pro dictado", dice el profesor Torrego. "Es una pena que se hayan ido eliminando porque eso ha hecho que los ni?os tengan menos conciencia de la ortograf¨ªa. Y no hace falta caer en las aberraciones del pasado de hacer repetir una palabra cien veces si se hab¨ªa escrito mal. Con cinco vale si se sabe explicar bien d¨®nde est¨¢ el error". ?Y si el dictado se hiciera a ordenador? "Ah, ser¨ªa interesante comprobar lo que ocurre. No soy psic¨®logo cognitivo, pero creo que un ejercicio as¨ª certificar¨ªa que el gran problema es el propio mecanismo mental, la conciencia de lo que se escribe".
Como se?ala el propio fil¨®logo, la otra gran pata de la correcci¨®n ortogr¨¢fica es la lectura. Y en ella insiste Javier Alca¨ªns, escritor, cal¨ªgrafo e ilustrador, que acaba de fundar su propia editorial (Javier Mart¨ªn Santos Editor) despu¨¦s de publicar varios libros -entre ellos una versi¨®n del Beato de Li¨¦bana- caligrafiados e ilustrados por ¨¦l mismo en la m¨ªtica editorial Moleiro, especializada en c¨®dices medievales. "A escribir bien se aprende m¨¢s leyendo que escribiendo", dice Alca¨ªns, que, por parad¨®jico que parezca, no da un valor especial en estos tiempos a la caligraf¨ªa, digamos, art¨ªstica: "Me interesa el libro bello como conjunto. Y si la letra impresa es bella, perfecto. Yo empec¨¦ a caligrafiar porque la t¨¦cnica no estaba muy desarrollada en ese aspecto. Hoy s¨ª".
Aunque todav¨ªa sigue habiendo escritores -Juan Goytisolo, Carlos Fuentes, Antonio Lobo Antunes- atados al bol¨ªgrafo, la mayor¨ªa disfruta de las facilidades que da el ordenador para corregir cada versi¨®n. Algunos prefieren, no obstante, tener todos esos estratos simult¨¢neamente delante de sus ojos y escritos de su pu?o y letra. Es el caso de Luis Landero, que usa un c¨®digo de hasta cinco colores en los originales de sus novelas. Eso s¨ª, no conserva un ¨¢tomo de fetichismo hacia la escritura a mano. "?Chorradas!", dice en su casa mientras saca de un caj¨®n todo un bosque de cuadernos y folios garabateados -"?Quieres un par de hojas?"- con el manuscrito de su ¨²ltima novela, Retrato de un hombre inmaduro, que la semana que viene publicar¨¢ Tusquets. Otros autores, no obstante, mantienen una relaci¨®n especial con el acto de escribir a mano. "Es el tiempo adecuado para que descienda la inspiraci¨®n", afirmaba Luis Goytisolo el domingo pasado en la ¨²ltima p¨¢gina de este diario. A lo que Javier Alca¨ªns responde: "Es que yo ya soy muy lento escribiendo a m¨¢quina".
Fuera de los profesionales (los escritores) y de los aprendices (los estudiantes), la mayor parte de la gente rompi¨® su mayor relaci¨®n con la escritura a mano cuando el correo electr¨®nico dio la puntilla a la carta manuscrita. No hay m¨¢s que revisar el buz¨®n a diario para comprobar que no contiene m¨¢s que facturas. En 1948 Pedro Salinas public¨® El defensor, un libro hoy cl¨¢sico en el que reivindicaba, entre otras disciplinas en peligro de extinci¨®n, "la carta misiva y la correspondencia epistolar". All¨ª defiende la escritura manuscrita frente a "lo escrito mec¨¢nicamente" porque, dice, lo segundo es imposible de relacionar con el modo de ser del que escribe: "Cada cual tiene su letra, la suya, cuando escribe a mano; en la mecanograf¨ªa ninguno la tiene, todas son de prestado". Despu¨¦s de recordar que en espa?ol la letra se llama tambi¨¦n car¨¢cter (no sab¨ªa que hoy un ordenador tambi¨¦n puede contar caracteres, con o sin espacios), apuntaba que algunos psic¨®logos -que han llegado a establecer variaciones de letra en funci¨®n de la nacionalidad- encuentran en la escritura manual la quintaesencia de lo expresivo.
?se es el mismo mecanismo que destaca la escritora Juana Salabert, hija de exiliados espa?oles en Francia, en el apego franc¨¦s hacia el papel y el l¨¢piz. All¨ª es frecuente que se pida al candidato a ingresar en una empresa que presente su curr¨ªculo escrito a mano. "Es algo que orienta sobre el car¨¢cter de quien escribe. Da pistas sobre su capacidad de presentaci¨®n y de orden", dice Salabert, que adem¨¢s apunta una tendencia que m¨¢s que el s¨ªmbolo de la recuperaci¨®n de la caligraf¨ªa parece un s¨ªntoma de su agon¨ªa. La ¨²ltima l¨¢grima de la nostalgia. "Cada vez hay m¨¢s empresas, incluidas las que venden modernidad, que mandan sus invitaciones con el nombre del invitado escrito a mano".
Salinas recordaba c¨®mo el siglo XIX, "el gran siglo de la mec¨¢nica", arrincon¨® la pluma de ave a favor de la de acero. Sin contar con que 10 a?os antes de la salida de su libro el h¨²ngaro Laszlo Biro hab¨ªa patentado el bol¨ªgrafo, el poeta espa?ol se preguntaba: "?Ser¨¢ el siglo XX la palestra hist¨®rica donde se ventile decisivamente la lid entre la pluma y la m¨¢quina?". La respuesta esperaba en el siglo XXI.
Premio Nobel de fetichismo
En el futuro, las salas de las bibliotecas nacionales que exponen los manuscritos de los escritores ilustres ser¨¢n como m¨¢quinas del tiempo. Como cuentan en la oficina de Carmen Balcells, hoy la mayor¨ªa de los originales que llegan a la agencia literaria m¨¢s importante de la literatura en espa?ol lo hacen por correo electr¨®nico. Los fetichistas tienen ya pocos caladeros en los que pescar. Y casi todos est¨¢n en el pasado.
La pen¨²ltima diatriba en torno al original de una novela con plaza en la historia de la literatura tuvo lugar en 1987. Ese a?o el Gobierno de Cantabria devolvi¨® a Camilo Jos¨¦ Cela el manuscrito de La familia de Pascual Duarte, un original que el novelista hab¨ªa regalado a Jos¨¦ Mar¨ªa de Coss¨ªo para reclam¨¢rselo m¨¢s tarde como herencia para su hijo, a lo que accedi¨® su amigo. A la muerte de ¨¦ste su archivo pas¨® a las instituciones c¨¢ntabras, que pelearon por conservar aquellas 200 cuartillas fechadas en 1942. La justicia fall¨® a favor del Nobel gallego y ¨¦ste se comprometi¨® a copiar de nuevo de su pu?o y letra, faltas de ortograf¨ªa incluidas, el libro completo. Y es lo que hizo.
Entre tanto, los seguidores de otro premio Nobel, de nuevo Garc¨ªa M¨¢rquez, dieron la de arena cuando, en 2001, nadie puj¨® por las galeradas de Cien a?os de soledad. Se trataba de 181 hojas numeradas con un millar de correcciones originales. La casa de subastas encargada de la operaci¨®n esperaba venderlas por hasta un mill¨®n de euros. Una cifra parecida se hab¨ªa pagado meses antes en Londres por el manuscrito del Ulises de James Joyce, pero, por mucho que llevaran la marca del genio de Macondo, parec¨ªa demasiado por un pu?ado de hojas salidas de los talleres de una imprenta.
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