Par¨ªs rinde homenaje al genio mutante de Miles Davis
La ciudad que tanto am¨® el m¨²sico, le dedica una exposici¨®n que recorre su vida
En 1949, con 23 a?os, un casi juvenil Miles Davis sali¨® por primera vez en su vida de Estados Unidos y viaj¨® a Par¨ªs junto a su maestro de entonces, Charlie Parker. En aquel primer viaje vivi¨® una aventura con Juliette Gr¨¦co, conoci¨® a Boris Vian y las cavernas existencialistas de Saint-Germain-des-Pr¨¦s y fue recibido y considerado, tambi¨¦n por primera vez en su vida, como un verdadero artista y no como un trompetista de variedades. Siete a?os despu¨¦s volvi¨® y en una sola noche grab¨® la inquietante banda sonora de la pel¨ªcula Ascensor para el cadalso, de Louis Malle. En julio de 1991, viejo, cansado y enfermo, pocos meses antes de morir, regres¨® de nuevo a la ciudad que hab¨ªa visitado tantas veces para ofrecer un concierto al aire libre en el que, por primera vez en su carrera profesional de incansable innovador, inclu¨ªa temas del pasado y se ayudaba de amigos-m¨²sicos de otras ¨¦pocas. M¨¢s que un concierto, aquello fue un testamento sonoro del m¨¢s conocido m¨²sico de jazz del siglo pasado.
Uno de los espacios est¨¢ dedicado a 'Kind of blue', una joya del jazz
Ahora, a unos metros del lugar en el que se celebr¨® aquel recital, en el Museo de la M¨²sica, Par¨ªs, la ciudad que tanto am¨® Davis, le devuelve el homenaje con una exposici¨®n inaugurada hace d¨ªas, consagrada a su figura y titulada We want Davis.
A lo largo de un recorrido cronol¨®gico, el visitante descubre los inicios del trompetista en Sant Louis como hijo de un dentista de clase media y de una madre que quiso que el peque?o estudiara viol¨ªn. Despu¨¦s, los primeros pasos del m¨²sico que acompa?aba a las figuras de entonces, Charlie Parker y Dizzy Gillespie.
Hay cientos de fotos de todas las ¨¦pocas, en blanco y negro o en color, con Davis vestido de jazzman impecable y de hippy, de elegante m¨²sico de estudio o de estramb¨®tico astro de los a?os setenta. Hay portadas de discos, partituras, notas manuscritas o telegramas (muchos reclamando dinero), varias trompetas, un putching-ball que utilizaba para sofocar su amor al boxeo y algunos emocionantes testimonios grabados de quienes le conocieron. Ren¨¦ Urtreger, un pianista franc¨¦s que trabaj¨® con ¨¦l en Par¨ªs en los tiempos de Ascensor para el cadalso, recuerda en un v¨ªdeo: "Una noche, despu¨¦s de acabar el concierto, mientras los camareros terminaban de limpiar el bar, me sent¨¦ al piano y toqu¨¦ la Fantas¨ªa 66 de Chopin. Davis se acerc¨® silenciosamente y me dijo en voz baja: dar¨ªa un brazo por componer algo as¨ª".
La exposici¨®n no se limita a esto. "Estamos en el Museo de la M¨²sica, as¨ª que tiene que haber m¨²sica", explica el comisario de la muestra, Vincent Bessi¨¨res. As¨ª, en unas c¨¢maras espaciales, insonorizadas, c¨®modas, el visitante escucha piezas maestras de Davis. Una est¨¢ consagrada al disco de jazz m¨¢s famoso de todos los tiempos, Kind of blue, esa joya grabada en dos d¨ªas -hace hoy 50 a?os- en la que participaron, como en una conjunci¨®n astral irrepetible, adem¨¢s de Davis, el pianista Bill Evans y el saxofonista John Coltrane. El aficionado escucha sin parar los ensayos que no salieron bien, las tomas falsas o los principios desechados.
La exposici¨®n asiste a la evoluci¨®n imparable de Davis, su genio mutante, su acercamiento a los instrumentos el¨¦ctricos, al rock, al funky, al pop, a todo de lo que se sirvi¨® para rehacer constantemente su m¨²sica. De la misma manera que aprendi¨® de sus viejos maestros Charlie Parker o Lester Young, supo apropiarse de lo que le ofrec¨ªan los disc¨ªpulos, los m¨²sicos j¨®venes que tocaban con ¨¦l y que llegaban de otra ¨¦poca.
Tambi¨¦n aporta datos del car¨¢cter explosivo de Davis, de sus man¨ªas de divo, y hay una sala dedicada a su etapa m¨¢s negra: la depresi¨®n en la que se hundi¨® a finales de los setenta, que le dur¨® a?os, durante la cual se encerr¨® en su apartamento de Nueva York con las cortinas echadas, en una oscuridad total s¨®lo mitigada por el resplandor licuado del televisor, cuando necesitaba 500 d¨®lares (unos 330 euros) al d¨ªa para coca¨ªna. Tambi¨¦n hace referencia a su lucha racial, a su orgullo de m¨²sico considerado por s¨ª mismo un genio m¨¢s all¨¢ del color de su piel. E incide en sus contradicciones: un d¨ªa, la mecenas de tantos m¨²sicos de jazz, la condesa Pannoica Koenigswarter (en cuya casa muri¨® Charlie Parker viendo la televisi¨®n), pidi¨® a Davis que le dijera tres deseos. Se conform¨® con uno: "Ser blanco".
La exposici¨®n termina en una ¨²ltima sala insonorizada, que reproduce continuamente aquel ¨²ltimo concierto-testamento que ofreci¨® en Par¨ªs en 1991.
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