El esp¨ªritu del reciclaje
Aquella tarde, cuando ¨¦l lleg¨® a casa, el presidente de la comunidad de vecinos estaba pegando en la puerta un cartel que anunciaba la instalaci¨®n de un punto limpio en una plaza cercana a su casa.
Antes de terminar de leerlo, pens¨® en lo contenta que iba a ponerse su mujer, porque ella era, con mucho, la m¨¢s sensible de los dos o, al menos, la que se hab¨ªa sensibilizado antes. Ahora ya, por no o¨ªrla, ¨¦l se hab¨ªa acostumbrado a cerrar el grifo mientras se lavaba los dientes o se enjabonaba el cuerpo, a pasar las sobras de sopa por un colador para tirar por separado los fideos y el caldo, y a meter en una bolsa aparte las botellas de los tercios de cerveza que se beb¨ªa con sus amigos cuando tocaba ver el partido en su casa. Tambi¨¦n a encontrar un mont¨®n de pilas usadas en el primer caj¨®n que se le ocurriera abrir. ?Y qu¨¦ quieres?, se defend¨ªa ella. Cuando voy a casa de mi madre se me olvida cogerlas, y aqu¨ª cerca no tenemos ning¨²n contenedor?
"Este servicio no es s¨®lo para usted, se?ora. Es para todos los vecinos del barrio"
-El domingo te vas a hartar de tirar material contaminante, cielo -al subir, le dio la noticia con un beso-. Ya puedes empezar con el registro?
Empez¨® enseguida y tard¨® un par de d¨ªas en terminar, pero su trabajo fue tan fruct¨ªfero que el s¨¢bado por la noche ning¨²n caj¨®n hac¨ªa ruido al abrirse, y dos bolsas grandes de papel, otra de pl¨¢stico, durmieron en el vest¨ªbulo. Dentro, hab¨ªa un poco de todo. Decenas de pilas, por supuesto, pero tambi¨¦n ocho o nueve aerosoles variados, un exprimidor el¨¦ctrico que ¨¦l ya no recordaba que hubiera existido alguna vez, un secador de pelo, una batidora de mano, dos agendas electr¨®nicas averiadas, tres tel¨¦fonos m¨®viles escacharrados, alguno incluso con la pantalla hecha a?icos, y? En fin, un mont¨®n de cosas que ¨¦l habr¨ªa ido tirando alegremente a la basura durante los ¨²ltimos seis o siete a?os, si no hubiera tenido la suerte de vivir con una mujer tan estupenda.
Por eso, el domingo, cuando ella le pregunt¨® si la ayudaba a bajarlo todo al cami¨®n, hasta le hizo ilusi¨®n acompa?arla.
Y por eso, aquel d¨ªa estuvo a punto de perderse, de liarse a pu?etazos, por primera vez desde que sali¨® del instituto, con el empleado municipal que les recibi¨®, sonrisa de oreja a oreja, ante un cami¨®n flamante, pintado en colores claros y, como no pod¨ªa ser de otra manera, limpio limp¨ªsimo.
-Buenos d¨ªas -su mujer le devolvi¨® la sonrisa-. No sabe c¨®mo me alegro de que hayan venido por aqu¨ª, porque f¨ªjese todo lo que le traigo.
-?Ah!, pero? -y bast¨® que ella abriera la bolsa, mostrando su contenido, para que ¨¦l empezara a negar con la cabeza-. No, no, no, esto no es as¨ª, se?ora. Yo no puedo cogerle todo eso.
-?Qu¨¦? -y ¨¦l tambi¨¦n pens¨® que no hab¨ªa o¨ªdo bien. Pero si todo coincide con los logotipos que tiene pintados ah¨ª, ?ve?
-Ya, claro, pero para todo existen unos l¨ªmites en esta vida, ?sabe? Yo puedo quedarme con dos aerosoles, un peque?o electrodom¨¦stico, un tel¨¦fono m¨®vil y un dispositivo electr¨®nico por vecino. Las pilas s¨ª, porque?
-Pero? Perd¨®neme, es que no le entiendo. Si todo esto es contaminante, y usted se dedica a eliminar residuos contaminantes?
-S¨ª, pero este servicio no es s¨®lo para usted, se?ora. Es para todos los vecinos de este barrio.
-Ya, pero el cami¨®n es enorme y lo que traigo cabe en tres bolsas, ?no lo ve? No me diga que los contenedores se han llenado ya, son s¨®lo las doce y media, y?
-Es que no se trata de eso. Las normas son iguales para todos.
-?Y si no viene gente suficiente para llenar el cami¨®n?
-?Ah! En ese caso, tendr¨¦ que llev¨¢rmelo vac¨ªo.
-?Y qu¨¦ hago yo con todo esto?
-Pues guardarlo otra vez en su casa, hasta que vengamos la pr¨®xima vez. Y as¨ª, poco a poco?
-Ya -¨¦l se asombr¨® de que a ella todav¨ªa le quedara paciencia-. ?Y cu¨¢ndo fue la ¨²ltima vez que vinieron ustedes por aqu¨ª?
-Pues no se lo sabr¨ªa decir. Yo creo que ¨¦sta es la primera. Pero no se enfade conmigo, se?ora -y volvi¨® a sonre¨ªr-. Parece que no entiende usted el esp¨ªritu del reciclaje.
En ese momento, ¨¦l se par¨® a pensar qu¨¦ preferir¨ªa ella, decidi¨® que cualquier cosa antes que una pelea, y decidi¨® tomar la iniciativa.
-Ella no entiende ese esp¨ªritu, no -intervino-, pero yo s¨ª. Yo lo entiendo perfectamente, porque para eso pagamos impuestos municipales, ?no? As¨ª que coja usted lo que quiera, que ya me ocupo yo de lo dem¨¢s.
-No se quejar¨¢n -les dijo al final-, que les he cogido tres aerosoles, en vez de dos. Lo han visto, ?no?
-Claro -¨¦l asinti¨® con la cabeza-. Adi¨®s. Muchas gracias.
Ella le mir¨® como si no entendiera nada, pero ech¨® a andar tras ¨¦l. Y cuando le vio tirar las bolsas sin m¨¢s, en el primer contenedor de cascotes que encontraron junto a la acera, le bes¨® en la mejilla, y sonri¨®. P
(?sta es la historia, real y verdadera, de c¨®mo la responsabilidad c¨ªvica de mi amiga ?ngeles Aguilera se estrell¨®, hace unos meses, contra los reglamentos municipales ante la fachada del Museo Reina Sof¨ªa de Madrid)
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