La menina m¨¢s buscada y otras aventuras en el Prado
Del 'megahit' de Vel¨¢zquez a detalles casi ocultos (como un moscard¨®n en el bodeg¨®n de Osias Beet). La ampliaci¨®n de Moneo y la tienda. Un museo vivo
?Qui¨¦n no ha puesto alguna vez los pies en el museo m¨¢s visitado de Espa?a? En un primer acercamiento, la intenci¨®n suele ser buscar las obras m¨¢s c¨¦lebres y marcarlas mentalmente con la crucecita que indica que las hemos visto en directo. En visitas posteriores quiz¨¢ nos centremos en una escuela o pintor concretos, y es que para sacarle partido a este santuario del arte hemos de acudir a ¨¦l con frecuencia.
El Prado puede parecernos un ente inamovible, un asidero cultural que nos acompa?ar¨¢ durante el resto de nuestra vida mostr¨¢ndonos siempre los mismos tesoros mientras nosotros vamos evolucionando, pero una mirada actual al museo desmiente esta inmovilidad: el Prado est¨¢ vivo, se ampl¨ªa, se acicala y muta para permitirnos ver todos sus perfiles, como si de una obra cubista se tratase. La conjunci¨®n entre nuestros distintos modos de mirarlo y las primicias que nos ofrece convertir¨¢n cada una de nuestras visitas en una experiencia novedosa.
La reforma
Como es de esperar, lo que m¨¢s sorprende en un principio al visitante es la ampliaci¨®n llevada a cabo entre 2002 y 2007, con el c¨¦lebre cubo del arquitecto Rafael Moneo como nota m¨¢s visible desde el exterior. Nada m¨¢s acceder al museo por la entrada de la calle de Ruiz de Alarc¨®n nos daremos cuenta de que este cubo, que cuenta con las admirables puertas biom¨®rficas de bronce dise?adas por la escultora Cristina Iglesias, no es sino la punta del iceberg de las reformas acometidas en el conjunto muse¨ªstico, pues toda la nueva realidad est¨¢ teniendo lugar debajo de los modositos setos contiguos al edificio neocl¨¢sico proyectado en el siglo XVIII por Juan de Villanueva. El Prado subterr¨¢neo es una especie de hormiguero humano eficaz en el que toda persona tiene una misi¨®n encomendada: la de los visitantes es disfrutar de las obras expuestas y de cualquier actividad relacionada con ellas; la de las m¨¢s de cuatrocientas personas que trabajan a diario en el museo consiste en difundir y conservar las obras de arte que el museo atesora.
Si bien el visitante tiene casi a diario la oportunidad de otear el trabajo de los restauradores alzando la vista desde el claustro de los Leoni (un poco m¨¢s arriba, entre aparatos que se asemejan al instrumental quir¨²rgico, ellos realizan su importante tarea), no es frecuente que pueda descender en el gigantesco ascensor o montacuadros met¨¢lico a los nuevos dep¨®sitos donde se almacenan las 2.500 pinturas, 250 esculturas e igual n¨²mero de piezas de artes decorativas que esperan en silencio su turno para ser expuestas. All¨ª, satisfechos todos por haber ganado espacio tras la ampliaci¨®n, un equipo de ocho personas apodado "la brigada" vela por estos ¨¢ngeles ca¨ªdos, ninfas, deidades y cuerpos ac¨¦falos que habitan en estanter¨ªas met¨¢licas de aspecto impoluto, y se encarga adem¨¢s de clasificar y gestionar el contenido de los archivadores hiperb¨®licos o peines de 4 metros de alto donde se guardan los cuadros, o el de los rulos gigantescos a los que van enrollados los lienzos sin bastidor.
Desde esta ¨²ltima ampliaci¨®n el Prado ha de pensarse dividido en dos partes complementarias: el edificio Villanueva ?o Prado-de-toda-la-vida? y el de los Jer¨®nimos, que contiene el inmenso vest¨ªbulo central, la cafeter¨ªa, la tienda, el claustro con esculturas de los broncistas milaneses Leone y Pompeo Leoni y las salas destinadas a exposiciones temporales. All¨ª, en el vest¨ªbulo subterr¨¢neo, el ambiente en un d¨ªa de visita es notablemente parecido al de un aeropuerto internacional que propone destinos diversos desde sus pantallas. Familias de todas las comunidades aut¨®nomas buscando su obra preferida, parejas n¨®rdicas de altura superior a la media ib¨¦rica descifrando el mapa del museo, adolescentes estadounidenses pertrechados de cuadernos y l¨¢pices con los que abocetar alguna obra: todos ellos forman parte de los m¨¢s de dos millones de visitantes que llegan anualmente al Prado y han de tomar decisiones para organizar de la mejor manera su recorrido por el complejo muse¨ªstico; ?empezamos por Vel¨¢zquez o echamos antes un vistazo a la pintura flamenca? ?y si vamos primero a la exposici¨®n temporal? Sea cual fuere la decisi¨®n, lo m¨¢s sabio es no tener prisa y aceptar que la visita puede muy bien ocuparnos la jornada completa, pues adem¨¢s de recorrer las salas que finalmente elijamos quiz¨¢ nos apetezca asistir a la explicaci¨®n detallada de ciertas obras a cargo del personal del museo dentro del ciclo Una obra, un artista, o acudir a actividades variadas ?cine, conferencias, conciertos? a menudo relacionadas con las exposiciones temporales programadas en ese momento. ?Y si nos entra hambre? La flamante nueva cafeter¨ªa del museo ha sido tambi¨¦n repensada para proporcionarle a nuestros paladares una calidad culinaria a tono con la de las obras expuestas en ¨¦l. No temamos toparnos con un s¨¢ndwich paliducho envasado, al contrario: mel¨®n con jam¨®n, esqueixada de bacalao y salpic¨®n de gambas son algunos de los platos que, a precios asequibles, se nos ofrecen a diario para que no perdamos la conexi¨®n con el arte, en este caso de la gastronom¨ªa.
Pero la ampliaci¨®n del museo no es s¨®lo f¨ªsica sino tambi¨¦n conceptual: antes de 2007 la historia del arte all¨ª contenida se deten¨ªa en las obras de Goya, oblig¨¢ndonos a acudir a otras instituciones si quer¨ªamos avanzar cronol¨®gicamente algo m¨¢s. Ahora, con la inclusi¨®n de las salas del siglo XIX en la colecci¨®n, ya es posible darse un paseo por la obra de Sorolla, Fortuny y Rosales, y no nos provocar¨¢ sorpresa encontrar un artista del XX como Francis Bacon expuesto en el Prado, al igual que no nos sorprende lo arrebatado del estuco rojo pompeyano que se ha convertido en el color oficial del ¨¢rea muse¨ªstica de los Jer¨®nimos.
Las estrellas
El Prado sabe muy bien cu¨¢les son sus joyas en forma de lienzo. Es f¨¢cil comprobarlo, pues las salas donde se encuentran son las m¨¢s concurridas del museo. Al igual que sucede en las listas de canciones m¨¢s tarareadas, el cuadro estrella del Prado no ha sido siempre el mismo a lo largo de la historia de aquel. Si en alguna ¨¦poca el lienzo mejor considerado fue el retrato de Carlos IV en familia pintado por Goya y en otra La rendici¨®n de Breda de Vel¨¢zquez, actualmente el museo y el clamor popular han decidido otorgarle el m¨¢ximo protagonismo a otra obra de este ¨²ltimo: Las meninas.Tras cambiar de ubicaci¨®n en varias ocasiones, el megahit del Prado se encuentra actualmente en la sala 12 del edificio de Villanueva, sobre una pared tapizada en suave color crema. Lo cortejan otras obras de Vel¨¢zquez cuyos personajes, que conocemos de sobra por haber sido reproducidos hasta el infinito en postales y libros de arte, parecen saludarnos desde su bidimensionalidad: los bufones de la Corte Real de Felipe IV, el Conde Duque de Olivares en su retrato a caballo, los borrachos de El triunfo de Baco o Vulcano en su fragua a punto de recibir una mala noticia por parte de Apolo.
Pero el retrato de Vel¨¢zquez pintando a la familia de Felipe IV es el que posee la mejor perspectiva, de ah¨ª que la infanta Margarita, probablemente el rostro m¨¢s contemplado del museo, parezca estar mirando algo a lo lejos. Se trata del cuadro Rubens pintando la alegor¨ªa de la paz, a cargo de Luca Giordano, situado enfrente, en la sala 27, pero una reciente decisi¨®n museogr¨¢fica permitir¨¢ que la infanta mire cara a cara a Felipe V y su familia retratados por el franc¨¦s Van Loo. Este retrato se sumar¨¢ a otras dos representaciones de los principales monarcas de la historia de Espa?a que ya se pueden ver en cada uno de los dos extremos de la largu¨ªsima galer¨ªa formada por las salas 25 a 29 del museo: Carlos IV y su familia a un lado y, al otro, la escultura en bronce Carlos V y el furor a cargo de los Leoni. El secreto mejor guardado de esta figura que representa al emperador ataviado como un pr¨ªncipe renacentista es su armadura desmontable: al quit¨¢rsela, el rey queda desnudo a la manera cl¨¢sica griega.
Mirada l¨²dica
Despu¨¦s de las emociones fuertes que provoca tener a dos metros de distancia tantas obras maestras, visitar el Prado se convierte en un ejercicio de agudeza visual y en un descubrimiento de sorpresas y conexiones insospechadas entre los casi mil quinientos ejemplares de su colecci¨®n expuestos actualmente. En la sala dedicada a Sorolla es posible detectar el gui?o que el pintor levantino le hace a la infanta Margarita de Las meninas retratando a la actriz Mar¨ªa Guerrero ataviada casi como la joven infanta en el papel principal de La dama boba. El propio Sorolla mostr¨® su deseo, hoy cumplido, de ver expuesto su lienzo en el Prado, no demasiado lejos de la tela a la que rinde tributo. Tambi¨¦n nos despiertan curiosidad repentina las esculturas ubicadas en medio de las salas de pintura, la maqueta an¨®nima del museo realizada en madera en 1785, las mesas de tablero trabajado en piedras preciosas repartidas por todo el espacio expositivo e incluso ciertos marcos como el destinado a encuadrar el retrato de la marquesa de Manzanedo de Raimundo Madrazo: de enormes dimensiones y tallado en boj, forma guirnaldas, cortinajes y borlas y compite en belleza con la propia retratada.
Otro descubrimiento puede muy bien ser el del rostro que la reina Cristina de Suecia presta a la musa Melp¨®neme en la sala de las Ocho Musas procedentes de la que fue su colecci¨®n de esculturas romanas ?su posterior restauraci¨®n dej¨® en esa cabeza la marca de su propietaria?, o, siguiendo con cabezas que no corresponden al resto del cuerpo, el hallazgo en la sala 71 de una escultura togada del emperador romano Augusto cuyo cuerpo data del siglo II despu¨¦s de Cristo y cuya cabeza, en cambio, fue esculpida a finales del I antes de Cristo, y ensamblada al resto en el XVII. Y si continuamos cerca de la colecci¨®n de esculturas, algo menos popular que la pinacoteca del museo, nos gustar¨¢ ver c¨®mo ni?os y adultos, por separado, acuden a copiarlas dentro del marco de los talleres de dibujo que ofrece tradicionalmente el museo. Modelos blanqu¨ªsimas y marm¨®reas posan hasta la eternidad para sus dibujantes, a menudo, ni?os sentados en el suelo que tratan de captar la inclinaci¨®n de una estatua cl¨¢sica griega en sus enormes cuadernos DIN A-3.
Al detalle
Al no poder llevarnos todo el museo, ni f¨ªsica ni espiritualmente, a casa, hemos de hacernos con los aspectos de ¨¦l que m¨¢s nos cautiven. El servicio de impresi¨®n digital de obras maestras a la carta cumple con ¨¦xito esta misi¨®n y en un m¨¢ximo de veinte minutos nos tiene listo nuestro ¨®leo favorito en varios tama?os y dos calidades: papel fotogr¨¢fico o lienzo. En la tienda del museo son tambi¨¦n conscientes de nuestra avidez de apropiarnos simb¨®licamente del museo, por eso ponen a nuestra disposici¨®n ideas ingeniosas como camisetas negras en las que s¨®lo destaca una mano con pu?o de encaje sobre el pecho, para convertir de inmediato a quien las vista en retratado o retratada por Dom¨¦nico Theotok¨®poulos. El Jard¨ªn de las delicias del Bosco es otra fuente inagotable de detalles f¨¢cilmente sacables de contexto, de ah¨ª que las orejas de las que emergen cuchillos o los b¨²hos con cuatro piernas y brazos humanos se vendan en forma de im¨¢n, cuaderno o calendario.
Nosotros tambi¨¦n podemos ir en busca y captura de fragmentos, como hacen los copistas del Prado al seleccionar ¨²nicamente el rostro de uno de los borrachos de El triunfo de Baco o nada m¨¢s que la mano de la mujer del cambista de Reymerswale, pero esta b¨²squeda, trat¨¢ndose de obras del Prado, puede llevarnos toda una vida. Un ejemplo viene a nosotros desde el momento en que aterrizamos en la planta primera del edificio Villanueva: tras salir del ascensor nos recibe La degollaci¨®n de San Juan Bautista y el banquete de Herodes, el enorme lienzo de Str?bel que ocupa toda la pared. Entre expresiones de gula y gestos de dolor de los personajes al contemplar la cabeza del Bautista sobre una bandeja, fij¨¦monos en el regocijo de un perrillo alzado a dos patas que le quita algo de hierro al asunto y que se convierte enseguida en el centro de atenci¨®n de muchos visitantes.
Pero la sala id¨®nea para buscar minucias es, desde luego, la n¨²mero 8: en el bodeg¨®n del holand¨¦s Osias Beet encontramos un moscard¨®n sobre el pan; en los bodegones y mesas de Clara Peeters ?la ¨²nica pintora expuesta hasta el momento en el Prado? la vista se nos va a las gambas, los frutos secos o quiz¨¢ a los pretzels de pan. Y al lado de ellos hallamos el imperio de los sentidos en la versi¨®n del exitoso t¨¢ndem formado por Rubens y Brueghel de Velours: vista, o¨ªdo, olfato, gusto y tacto en cinco deliciosos cuadritos cuyos detalles abigarrados, si alguna vez pasaron desapercibidos ante nosotros, merecen ya toda nuestra atenci¨®n.
De viaje
Y al despedirnos del museo, consol¨¦monos si no lo podemos visitar con la frecuencia que quisi¨¦ramos, pues desde 2006 ¨¦l ser¨¢ quien se acerque a nosotros dentro del programa llamado Prado itinerante. Por suerte, exposiciones tem¨¢ticas de los fondos de la pinacoteca han visitado y seguir¨¢n visitando museos de Toledo, Bilbao, A Coru?a y otras ciudades espa?olas.
? Mercedes Cebri¨¢n es autora del libro de poemas Mercado com¨²n (Caballo de Troya, 2006).
M¨¢s informaci¨®n en la Gu¨ªa de Madrid
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Arte gratis despu¨¦s de las 18.00
Informaci¨®n
? Museo Nacional del Prado (www.museodelprado.es; 902 10 70 77). Paseo del Prado, s/n. Madrid. Horario: de martes a domingo, de 9.00 a 20.00. Entrada: 8 euros (7 euros si se compra anticipadamente por Internet). La entrada al museo es gratuita de martes a s¨¢bado a partir de las 18.00 y los domingos, a partir de las 17.00. Informaci¨®n y reservas para grupos en el 902 10 70 77. En la web del museo se destacan 15 obras maestras a visitar, con sus descripciones y ubicaci¨®n. Acceso para visitantes individuales: puertas de los Jer¨®nimos, Vel¨¢zquez y Goya Alta.
? Tarjeta Paseo del Arte. Cuesta 17,60 euros y permite visitar el Prado, el Thyssen-Bornemisza y el Centro de Arte Reina Sof¨ªa (una entrada a cada museo en un a?o). A la venta en los tres museos y en la oficina de turismo de la Casa de la Panader¨ªa (plaza Mayor, 27).
? Oficina de turismo de Madrid (www.esmadrid.com; 915 88 16 36).
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