Lawers, el patriarca

Relato melanc¨®lico tejido en torno a la sobrecogedora colecci¨®n de arte africano que Jan Lauwers recibi¨® a la muerte de su padre, concierto en el que se celebran y bailan los hitos de ese relato, galer¨ªa de arte puesta en escena, peque?a fiesta ¨ªntima abierta a la curiosidad del p¨²blico, La habitaci¨®n de Isabella es un ejemplo original de un tipo de teatro en auge, larga y a menudo torpemente imitado.

Un teatro narrativo, con di¨¢logos escasos, d¨®nde personaje y actor se confunden, hecho de cara al p¨²blico, sin drama, cuarta pared ni acontecimientos sucedidos fuera de campo. Un teatro postdram¨¢tico, en el cual el encanto de los int¨¦rpretes lo es todo, porque a su autor y director la psicolog¨ªa de los personajes no le interesa, y porque el contacto con el espectador es frontal, casi de t¨² a t¨².

Cuando, al principio, el propio Lauwers (que, como Kantor, est¨¢ en escena supervisando la buena marcha de los acontecimientos) presenta a su trouppe como el l¨ªder de un grupo rock presentar¨ªa a sus m¨²sicos, est¨¢ marcando al p¨²blico la manera en que debe relacionarse con su espect¨¢culo. La habitaci¨®n de Isabella es un chorro de luz, una sinfon¨ªa que nos acuna con las maravillosas composiciones de Hans Petter Dahl y Maarten Seghers, interpretadas a coro, y un ejercicio de melancol¨ªa, que no gust¨® a quienes buscan en el teatro pura emoci¨®n dram¨¢tica.