La fatiga democr¨¢tica
La celebraci¨®n del vig¨¦simo aniversario de la reunificaci¨®n alemana, que impl¨ªcitamente significaba tambi¨¦n la glorificaci¨®n del sistema de democracia liberal y, c¨®mo no, del "triunfo del capitalismo", coincide con uno de los peores momentos de una y otro. No porque se ponga seriamente en duda su legitimidad -sigue sin haber alternativa a la vista-, sino porque ambos no han sido capaces de evolucionar en una direcci¨®n satisfactoria. La reciente crisis econ¨®mica ha sido una muestra bien palpable de hacia d¨®nde conduce el capitalismo sin ligaduras ni controles pol¨ªticos y la irracionalidad de un modelo volcado hacia un sistema financiero carente de una conexi¨®n directa con la econom¨ªa real. Sobran an¨¢lisis a este respecto, aunque no se otean en el horizonte cambios dr¨¢sticos respecto a c¨®mo abordar su tantas veces aclamada "reorganizaci¨®n" -la famosa "refundaci¨®n" de que hablaba Sarkozy se nos antoja ahora como una broma pesada-.
La causa del desapego hacia la pol¨ªtica puede ser la ausencia de un verdadero proyecto colectivo
Menos inter¨¦s han suscitado las muestras de debilidad de la democracia liberal. Lo primero que llama la atenci¨®n es que la tan cacareada "universalizaci¨®n de la democracia" que se proclam¨® tras la debacle del socialismo de Estado, el hecho de que adquiriera el estatus de ¨²nico sistema pol¨ªtico leg¨ªtimo, se ha desvanecido detr¨¢s de la ret¨®rica inicial. A pocos parece importar que la mayor¨ªa de los pa¨ªses que se proclaman como tales, muchos de ellos, por cierto, antiguos miembros del bloque socialista, encajan m¨¢s bien en el modelo de "democracias defectivas", caracterizadas por poseer procesos electorales, pero absolutamente carentes de los controles m¨¢s propiamente liberales, esos que permiten una vigilancia efectiva del poder pol¨ªtico y una garant¨ªa seria de los derechos individuales. El cesarismo del modelo chavista en Am¨¦rica Latina cuela como una peculiaridad, mientras que ciertas "democracias isl¨¢micas" poseen la bula de la diferencia cultural. Con todo, seguramente haya que atribuir al poder¨ªo econ¨®mico chino el que Occidente ya no tenga remilgos con la forma en la que se gobiernen los diferentes Estados.
Lo verdaderamente grave, sin embargo, es que all¨ª donde s¨ª hay democracias liberales que funcionan lo hacen con poco entusiasmo por parte de sus supuestos beneficiarios. Durante las ¨²ltimas elecciones alemanas, la palabra m¨¢s utilizada -y m¨¢s suave- para caracterizar la campa?a electoral fue la de aburrimiento, y se tradujo despu¨¦s, como en las portuguesas o las griegas, en una menor participaci¨®n electoral. En todos y cada uno de los pa¨ªses indiscutiblemente democr¨¢ticos se tiene la impresi¨®n de que algo no marcha bien. En la mayor¨ªa de ellos se pone el acento sobre la desconfianza hacia los partidos pol¨ªticos, la instituci¨®n peor valorada seg¨²n el Eurobar¨®metro, aunque siga consider¨¢ndose imprescindible. Pocos l¨ªderes pol¨ªticos son capaces de mantener durante mucho tiempo altos ¨ªndices de popularidad -v¨¦ase el caso de Obama, con una reducci¨®n r¨¦cord en un a?o-; y el recurso a la oposici¨®n se ve m¨¢s como una forma de quitarse de en medio al partido gobernante que como una aut¨¦ntica preferencia por la alternativa. La clase pol¨ªtica suele ser casi siempre la cabeza de turco de una ciudadan¨ªa impaciente, inconstante e hipercr¨ªtica, bien alimentada en su furia por los medios de comunicaci¨®n. El escenario que se abre ante nuestros ojos est¨¢ marcado por la desafecci¨®n y el desapego pol¨ªtico.
En Espa?a, pero no s¨®lo aqu¨ª, la imagen se complica con la presencia de la corrupci¨®n. Los datos de la ¨²ltima encuesta del CIS, con su r¨¦cord de desconfianza hacia los dos grandes l¨ªderes pol¨ªticos, m¨¢s la alta valoraci¨®n de la clase pol¨ªtica como problema, nos muestran la imagen de un divorcio creciente entre pol¨ªticos y ciudadan¨ªa. Precisamente por eso, porque nadie se salva dentro de la clase pol¨ªtica y porque no es un problema exclusivamente nuestro, es preciso dirigir la mirada al mismo sistema m¨¢s que a personas con nombres y apellidos. ?Qu¨¦ est¨¢ pasando, qu¨¦ es lo que falla? ?Por qu¨¦ es tan dif¨ªcil -o dura tan poco- la ilusi¨®n con la pol¨ªtica?
Puede que, despu¨¦s de todo, la causa est¨¦ en la ausencia de un verdadero proyecto colectivo, algo en lo que nos sintamos todos implicados y se escape de las conocidas y tan vituperadas rutinas. Una puesta al d¨ªa de nuestros fines como sociedad; la persecuci¨®n de un nuevo modelo de organizaci¨®n social m¨¢s ajustado a los requerimientos de la sostenibilidad y las nuevas condiciones de vida. Y para que la respuesta sea efectiva deber¨ªa surgir de una discusi¨®n abierta donde est¨¦n presentes las diferentes voces a las que nuestras democracias dieron visibilidad. Pero esto exige ya que los ciudadanos dejen de rasgarse las vestiduras, se arremanguen, y est¨¦n dispuestos a ejercer de tales.
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