Nien Cheng, disidente durante la dictadura mao¨ªsta
En seis a?os de c¨¢rcel y torturas jam¨¢s se dobleg¨® ni suplic¨®
En v¨ªsperas del primer viaje del presidente Barack Obama a China, falleci¨® en Washington una mujer que se enfrent¨® sola a la crueldad y la irracionalidad de la dictadura de Mao Zedong. No se dobleg¨® ante un duro interrogatorio de m¨¢s de un lustro de duraci¨®n. Prefiri¨® sufrir a ser un resorte m¨¢s en la gran maquinaria de la revoluci¨®n roja del Gran Timonel. Fue torturada, humillada e insultada. Pero jam¨¢s suplic¨®. Nien Cheng falleci¨® el pasado 2 de noviembre en su casa a los 94 a?os de edad.
Nien Cheng, nacida en 1915, se cas¨® con un empresario y diplom¨¢tico del Kuomintang, el partido que ostentaba el poder antes de la revoluci¨®n mao¨ªsta. Vivi¨® tranquila hasta los a?os de la gran revoluci¨®n cultural, el gran asalto comunista de las hordas rurales y su sencillez a la perversa sofisticaci¨®n urbanita de ciudades como Shanghai.
Sus memorias 'Vida y muerte en Shanghai' fueron un ¨¦xito
En Shanghai, precisamente, viv¨ªa Cheng, con su hija, que era actriz. Primero llegaron a su calle los oficiales de la revoluci¨®n, vestidos de verde militar. Pronto comenzaron a tocar a su puerta, gritando los grandes lemas revolucionarios de Mao. El Gran Timonel hab¨ªa escrito aquello de "el comunismo no es amor, el comunismo es un martillo con el que aplastaremos al enemigo". El enemigo era gente como Cheng. Y el martillo lleg¨® pronto.
Un d¨ªa, en 1966, una horda de unos 40 adolescentes invadi¨® su casa, arras¨® con todo, la insult¨®. Se la llevaron a una prisi¨®n. Y all¨ª comenz¨® su tortura. Sus interrogadores quer¨ªan hacerle confesar que era una esp¨ªa para Occidente. Uno de ellos le detall¨® la desigualdad sobre la que se basa el pensamiento mao¨ªsta: "Los hombres no somos iguales. Los hombres se dividen en clases en conflicto". Los burgueses ricos no ten¨ªan el mismo derecho a un trato digno que los proletarios.
Fueron seis a?os y medio de c¨¢rcel y torturas, aislada de los dem¨¢s presos, privada de comida o contacto con su familia. Nunca se dobleg¨®. Seg¨²n su propio testimonio, jam¨¢s sinti¨® pena por s¨ª misma. El ¨²nico sentimiento que le inspiraban sus captores era ira. En un momento, encadenada, tirada en el suelo, ensangrentada, un oficial entr¨® a su celda y le anunci¨® que, "gracias a la magnanimidad del proletariado" se la dejaba marchar. La perdonaban.
Pero Cheng sinti¨® que eran ellos los que deb¨ªan pedir perd¨®n. Iracunda, les dijo que se marchar¨ªa cuando el partido comunista publicara una nota declarando su inocencia en los diarios. El oficial le dijo que la c¨¢rcel no era un hospicio para ancianos y la arrastr¨®, literalmente, a la calle.
En sus o¨ªdos resonaban las ense?anzas de Mao. "El primer requisito para confesar es admitir la culpa. Uno debe admitir su culpa no s¨®lo ante el Gobierno Popular, sino ante uno mismo. Admitir la culpa es como abrir las puertas de una presa", dijo el Gran Timonel.
Al salir de prisi¨®n regres¨® a su casa, para descubrir entonces que su ¨²nica hija hab¨ªa sido asesinada, una v¨ªctima m¨¢s en la cruenta Revoluci¨®n Cultural. Cheng sospech¨® que hab¨ªa sido ejecutada por negarse a delatar a su madre.
Una proletaria m¨¢s, comparti¨® la que fue su casa con decenas de personas que se hab¨ªan instalado all¨ª. En el a?o 1987, a sus 65 a?os, decidi¨® emigrar a Canad¨¢ y de all¨ª, a Estados Unidos. Instalada en Washington, escribi¨® sus memorias, tituladas Vida y muerte en Shanghai. Fueron un ¨¦xito rotundo. El diario The Washington Post las defini¨® como "una narrativa en lo m¨¢s alto entre los diarios de prisi¨®n de nuestro tiempo".
Consigui¨® la nacionalidad norteamericana en 1988. A pesar de la tortura a la que fue sometida, vivi¨® hasta los 94 a?os, convertida en una ¨¢vida lectora y una respetada cr¨ªtica al r¨¦gimen chino en las universidades norteamericanas.
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