Veinte a?os de impunidad por el crimen de la UCA
Ignacio Ellacur¨ªa y sus compa?eros jesuitas fueron asesinados en El Salvador tal d¨ªa como hoy de 1989
Justo una semana despu¨¦s de la ca¨ªda del Muro de Berl¨ªn y el mismo d¨ªa en que decenas de miles de personas desped¨ªan a La Pasionaria en Madrid, la tr¨¢gica noticia del asesinato de Ignacio Ellacur¨ªa (Portugalete, 1930) en El Salvador conmocion¨® al mundo. Junto al entonces rector de la UCA (Universidad Centroamericana) encontraron la muerte los tambi¨¦n jesuitas Ignacio Mart¨ªn-Barro, Segundo Montes, Amando L¨®pez, Juan Ram¨®n Moreno y Joaqu¨ªn L¨®pez, asesinados, junto con su ama de llaves y la hija de ¨¦sta, Elba y Celina Ramos, por miembros del Ej¨¦rcito salvadore?o.
Las v¨ªctimas, sacadas de sus habitaciones de la casa comunitaria de los religiosos aquella madrugada del 16 de noviembre de 1989, fueron ultimadas por soldados del batall¨®n Atlacatl, que dejaron pintadas en la UCA atribuyendo el crimen a los guerrilleros del FMLN.
Ellacur¨ªa era brillante e ir¨®nico, cerebral y un formidable dial¨¦ctico
La derogaci¨®n de la Ley de Amnist¨ªa salvadore?a podr¨ªa esclarecer los hechos
La Audiencia Nacional abri¨® en febrero pasado una investigaci¨®n
Ellacur¨ªa hab¨ªa regresado pocas horas antes a El Salvador despu¨¦s de un "prudente" exilio de varias semanas, como se hab¨ªa visto obligado a hacerlo bajo protecci¨®n diplom¨¢tica entre noviembre de 1980 y abril de 1982.
En ese peque?o pa¨ªs centroamericano, donde entre 1980 y 1992 murieron m¨¢s de 75.000 personas, desaparecieron otras 7.000 y cientos de miles quedaron lisiadas o sin hogar, Ellacur¨ªa y sus compa?eros mantuvieron m¨¢s de dos d¨¦cadas, y pese a las amenazas y los atentados (una decena de ataques con bomba contra la UCA), la denuncia de las injusticias y los abusos desde sus clases, sus conferencias o la revista Estudios Centroamericanos (ECA).
Tras su noviciado y su ingreso en la UCA a mediados de los sesenta, el jesuita vasco ten¨ªa muy clara la futura funci¨®n de la universidad: "M¨¢s que formar estudiantes, m¨¢s que hacer investigaci¨®n, aunque hace estas dos cosas, lo que tiene que hacer es ponerse a resolver el problema inaceptable de injusticia en ese pa¨ªs y en toda el ¨¢rea centroamericana". Desde ese momento, los jesuitas al cargo del centro, posteriormente dirigidos por Ellacur¨ªa, ser¨ªan considerados por la derecha y el Ej¨¦rcito salvadore?os corrosivos te¨®logos de la liberaci¨®n y c¨®mplices de los comunistas.
En esos a?os marcados por Paolo Freire, Gustavo Guti¨¦rrez o Leonardo Boff, los precursores del movimiento en Am¨¦rica Latina, la Teolog¨ªa de la Liberaci¨®n pretendi¨® devolver a los pobres su posici¨®n central y privilegiada en el cristianismo. Y se apunta que Ellacur¨ªa tuvo un papel fundamental en el cambio radical de direcci¨®n tomado por los jesuitas en Centroam¨¦rica.
Los analistas apuntan que la Teolog¨ªa de la Liberaci¨®n respondi¨® a unas circunstancias hist¨®ricas de singular opresi¨®n e injusticia en el continente y a la sensibilidad de una generaci¨®n. Tuvo varios focos pr¨¢cticamente simult¨¢neos y Centroam¨¦rica, sobre todo El Salvador, fue uno de ellos, siendo Ellacur¨ªa y Jon Sobrino sus representantes m¨¢s conocidos.
Para su amigo el te¨®logo Rafael Aguirre, la figura de Ellacur¨ªa era muy polifac¨¦tica: fil¨®sofo, pol¨ªtico, universitario y te¨®logo a la vez. "Si a todo esto le sumamos su capacidad de trabajo y su autoridad moral nos encontramos con una personalidad excepcional. Todo lo puso al servicio de un pueblo empobrecido con el que se solidariz¨® hasta la muerte", a?ade.
Aunque emocionalmente reservado, Ellacur¨ªa era brillante e ir¨®nico, cerebral y combativo en la defensa de sus ideas, lo que motiv¨® algunas cr¨ªticas que le tildaban de arrogante o soberbio. Pero, sobre todo, ten¨ªa un dominio pleno de una dial¨¦ctica fundamentada en un arsenal intelectual formidable.
Esa formaci¨®n, esa capacidad dial¨¦ctica, s¨®lo se descompon¨ªa por su devoci¨®n al Athletic. Cita obligatoria para los enviados especiales o corresponsales en Centroam¨¦rica a los que alumbraba con sus brillantes an¨¢lisis de la zona, si la cita se produc¨ªa un domingo por la ma?ana, Ellacur¨ªa no pod¨ªa disimular y reflejaba en su rostro el resultado de su amado equipo de f¨²tbol. Con los auriculares de su peque?a radio colocados, recorr¨ªa durante la retransmisi¨®n de los partidos el campo de la UCA, sudando al igual que los jugadores rojiblancos. "Ese t¨ªo tan racional era a su vez un forofo", recuerdan hoy antiguos compa?eros.
Al margen de esta debilidad, el rector de la UCA logr¨® imponer esa autoridad moral ante todos sus interlocutores. Siempre tuvo mucha fe en lo que se pod¨ªa conseguir conversando. Entre 1984 y 1989 mantuvo 273 reuniones con dirigentes de la vida pol¨ªtica salvadore?a y su papel de mediador en el conflicto salvadore?o result¨® determinante.
Llevaba a?os realizando esa tarea de mediaci¨®n, pero sin que las gestiones discretas sofocasen el discurso p¨²blico de denuncia de todos los abusos, sobre todo del Ej¨¦rcito y del Gobierno, pero tambi¨¦n de la guerrilla. Denunciaba al Ejecutivo salvadore?o y, a la vez, ped¨ªa un margen de confianza para el presidente Alfredo Cristiani, del que a¨²n no se sabe si fue connivente con el asesinato de los jesuitas, pues pas¨® parte de la noche del crimen en la sede del Estado Mayor.
Manten¨ªa tambi¨¦n relaciones peri¨®dicas con muchos jefes del FMLN, algunos antiguos disc¨ªpulos suyos, como Salvador Samayoa, quien dijo de ¨¦l que "habl¨® con rigor e independencia cr¨ªtica a ambos lados del conflicto, y realmente en este sentido, llen¨® un espacio importante. Nadie ten¨ªa el valor de hablarle al Gobierno o a los militares o a la Embajada de EEUU de esa manera. Y probablemente nadie le habl¨® al FMLN tal como ¨¦l lo hizo".
Veinte a?os despu¨¦s del asesinato una peque?a luz de esperanza permite vislumbrar el definitivo esclarecimiento de la tragedia. El pasado 7 de noviembre, el Gobierno salvadore?o reconoc¨ªa por primera vez la responsabilidad del Estado en el asesinato del arzobispo ?scar Romero, cometido el 24 de marzo de 1980. Este importante paso, no exento de obst¨¢culos, como la Ley de Amnistia de 1993, que frena las investigaciones sobre los cr¨ªmenes cometidos durante la guerra, podr¨ªa desbloquear la situaci¨®n si se aprueba en la Asamblea Legislativa, con actual mayor¨ªa del FMLN, la derogaci¨®n de dicha ley.
Ello permitir¨ªa, a su vez, reabrir el caso de los jesuitas asesinados. Han pasado dos d¨¦cadas y la Audiencia Nacional espa?ola iniciaba en febrero pasado una investigaci¨®n para dirimir las responsabilidades penales por aquel crimen.
La querella fue presentada hace un a?o por la Asociaci¨®n pro Derechos Humanos de Espa?a y el Centro de Justicia y Responsabilidad, una entidad norteamericana, y se dirige contra los ejecutores del acto, la c¨²pula militar de la ¨¦poca y los miembros del batall¨®n Atlacatl.
Mientras, la mayor¨ªa de los 14 militares implicados en el crimen, como Ren¨¦ Emilio Ponce, ex jefe del Estado Mayor del Ej¨¦rcito, o el ex coronel Orlando Cepeda, hoy casi todos empresarios, pensionistas o administradores de negocios como el de armamento, seguir¨¢n defendiendo con u?as y dientes la controvertida Ley de Amnist¨ªa aduciendo el peligro de reabrir viejas heridas. La UCA, que ha prometido ayudar a la Audiencia Nacional exige que a todos los pobres de su pa¨ªs, a las miles de v¨ªctimas de la guerra civil, tambi¨¦n se les garantice una justicia digna, pero a¨²n ausente.
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