La pelea de Mill¨¢s con las palabras
El escritor desgrana sus traumas ling¨¹¨ªsticos en la Biblioteca Nacional
Uno dice Mill¨¢s y ve un tipo friolero, embotado en un abrigo de cuero negro encima de una americana gris, con gafas met¨¢licas, cubierto tambi¨¦n de parsimonia y retranca que probablemente se pregunte a menudo: "?Por qu¨¦ si soy un hombre hecho y derecho no me llamo Mill¨®s?". La relaci¨®n de un escritor con las palabras no es sana. Es, por definici¨®n, conflictiva, cuando no traum¨¢tica o directamente de div¨¢n, como es el caso de Mill¨¢s. As¨ª lo percibi¨® el p¨²blico -m¨¢s de 200 personas- que abarrotaba y se desternillaba ayer en el sal¨®n de actos de la Biblioteca Nacional, donde el autor de El mundo dio rienda suelta a su terror y su perplejidad ante el lenguaje, dentro de un ciclo dedicado a los Premios Nacionales.
"No entend¨ªa por qu¨¦ mis hermanas com¨ªan garbanzos y no garbanzas"
"Los vocablos tienen sabor, textura, algunos no hay quien los trague"
El amigo Mill¨¢s sale a escena como en un mon¨®logo y dicta una lecci¨®n de comedia a lo Woody Allen, con gotas de Groucho Marx y aires de diccionario secreto en plan Jos¨¦ Luis Coll o de greguer¨ªa de Ram¨®n G¨®mez de la Serna. De hecho, est¨¢ trabajando con Juan Diego en una adaptaci¨®n teatral de lo que ley¨® ayer. Con complejo de Edipo y sexo incluidos. "Las palabras nos hacen y nos deshacen. Tienen un significado dentro de ti y otro fuera", afirmaba Mill¨¢s. "Los diccionarios se refieren al t¨¦rmino 'vagina' como un conducto de paredes membranosas que en las hembras de los mam¨ªferos se extiende desde la vulva hasta el ¨²tero. Pero si la vagina no fuese m¨¢s que eso: qu¨¦ inter¨¦s, por Dios, ¨ªbamos a tener los hombres en meternos en ellas y con la desesperaci¨®n que lo hacemos, como si nos fuera la vida en ello".
Su desconcierto viene de lejos. La suya fue una infancia complicada, que aterraba a su madre por las rarezas del angelito. Ya lo ha narrado en esa joya autobiogr¨¢fica que es El mundo. Ayer se extendi¨®. "De peque?o no comprend¨ªa por qu¨¦ mis hermanas, siendo chicas, com¨ªan garbanzos y no garbanzas y por qu¨¦ a los chicos nos daban remolacha en lugar de remolacho. De hecho hab¨ªa colegios de chicos y de chicas pero los de ellas no se llamaban colegias". As¨ª comenz¨® el conflicto. Tambi¨¦n el pavor de su madre al conocer sus curiosidades y su preocupaci¨®n: "No le digas nada a nadie que ya lo arreglo yo", le contest¨®.
Seg¨²n fue creciendo comprob¨® que todo segu¨ªa patas arriba en ese aspecto. Que el hecho de que existieran personas sin personalidad podr¨ªa implicar que tambi¨¦n se dieran casos de mesas sin mesalidad o sartenes sin sartenidad. Lo primero es la definici¨®n de amorfo que le dio su padre: "Una persona sin personalidad". Cuando el chaval le plante¨® su duda con otros objetos, el hombre le contest¨®: "?T¨² eres idiota o qu¨¦?".
Con todo, y a la vista de que no encuentra respuestas en los diccionarios, ni en la l¨®gica implantada por las cosas, Mill¨¢s ha comenzado a definir el suyo propio. Va por la "a". De Avemar¨ªa, por ejemplo: "Una oraci¨®n con la que nos castigaban por masturbarnos sin advertir que al darle ese uso punitivo (maravillosa expresi¨®n) la contaminaban de nuestra impureza. Muchos de mi generaci¨®n no pueden hoy masturbarse sin rezar ni rezar sin masturbarse".
Las palabras encierran much¨ªsimos peligros, seg¨²n Mill¨¢s. "Una vez mi hijo me pregunt¨® qu¨¦ quer¨ªa decir 'ef¨ªmero", relat¨® ayer el escritor. "?De d¨®nde has sacado esa palabra?", le pregunt¨® en tono un tanto amenazante su padre. "No me lo quer¨ªa decir. Le presion¨¦. 'De un libro', dijo al fin. '?Qu¨¦ clase de libro?', insist¨ª. No me gustaba que fuera recogiendo palabras por ah¨ª, de cualquier sitio. Las palabras est¨¢n llenas de infecciones. Una vez contagiado, caen sobre ti las enfermedades oportunistas (las frases oportunistas, cabe decir) y est¨¢s perdido. '?La vida es ef¨ªmera?', pregunt¨® entonces y comprend¨ª que hab¨ªa sacado la palabra de donde no deb¨ªa".
Las palabras definen un mundo que no puede ser consensuado. Cuando un escritor sabe esto, comprende el conflicto que llevan pre?ado en su seno, est¨¢ condenado a desentra?ar el misterio. Mill¨¢s lo supo pronto. Como tambi¨¦n comprendi¨® que los vocablos no s¨®lo contienen definiciones: "Que tienen sabor, textura, volumen, que las hay imposibles de tragar, como el aceite de ricino y las que entran sin sentir, como un licor dulce. Las que curaban y las que hac¨ªan da?o, las que dorm¨ªan y las que despertaban. Las que proporcionaban inquietud y paz. Hab¨ªa palabras, incluso, que mataban".
Babelia
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