Gestos y principios
D¨ªa a d¨ªa, los hechos parecen dar la raz¨®n a Giorgio Agamben cuando dice que la pol¨ªtica "se ha convertido en la esfera de los puros medios, de la gestualidad absoluta e integral de los hombres". La puntual comparecencia del presidente Zapatero para dar cuenta del fin del secuestro del Alakrana testifica el alivio que sinti¨® un Gobierno que ha maniobrado demasiadas veces contra s¨ª mismo en este lamentable episodio. Pero, sobre todo, lleva consigo aparejada la idea de que la imagen del final feliz absuelve los pecados de los gestores de la crisis. Para completar el ejercicio gestual, Zapatero dedic¨® las palabras m¨¢s elogiosas al reconocimiento del trabajo hecho por el ministro Moratinos durante el secuestro. Era el mismo d¨ªa en que le postulaba como candidato al Ministerio de Asuntos Exteriores europeo. Como si la gesti¨®n del secuestro del Alakrana mereciera premio.
El buen gobernante debe conseguir salvar a las v¨ªctimas con la m¨ªnima erosi¨®n del Estado
Quedan muchas cosas por aclarar y por explicar. Quiz¨¢s la principal es si la Armada pudo hacer algo m¨¢s para detener a los 63 piratas que se repartieron el bot¨ªn a bordo. Pero el poder de lo gestual es tan grande que la oposici¨®n -prudentemente callada durante este episodio- deber¨¢ medir muy bien el uso pol¨ªtico del secuestro que haga a partir de ahora. Las im¨¢genes del reencuentro con los familiares que el pr¨®ximo fin de semana inundar¨¢n el universo medi¨¢tico jugar¨¢n gestualmente a favor de la idea de pasar p¨¢gina.
El PP pens¨® que el Alakrana podr¨ªa ser el Prestige del PSOE: el momento del desencanto definitivo de la ciudadan¨ªa. Pero intentar ahora poner al Gobierno en apuros por algo que ha acabado relativamente bien, no es f¨¢cil. Otra vez la pol¨ªtica de la gestualidad: Rajoy lanza su ataque apuntando a tres nombres: De la Vega, Chac¨®n, Caama?o. Tres cabezas que cortar. Pura imagen.
Por lo dem¨¢s, otra vez chocamos con la gran brecha de la mundializaci¨®n: los problemas globales se resuelven como si fueran problemas nacionales. La pirater¨ªa es un negocio bien repartido, que tiene un mont¨®n de beneficiarios, desde los propios bucaneros y los seudogobiernos somal¨ªes hasta la organizaci¨®n de Al Qaeda en la zona. No hay una respuesta conjunta de los pa¨ªses afectados. Cada cual va a lo suyo: paga, arma a sus barcos y pasa p¨¢gina, hasta el pr¨®ximo secuestro.
En medio del ejercicio de comunicaci¨®n de la buena noticia, Zapatero solt¨® una frase, que es posible que quede entre los efectos especiales del espect¨¢culo, pero que merecer¨ªa mayor consideraci¨®n: "Mi primera obligaci¨®n -dijo- es salvar la vida de mis compatriotas". Rep¨¢rese en el detalle: dice compatriotas, no ciudadanos, para dar mayor calor y complicidad a la expresi¨®n. No hace falta leer a Hobbes para entender que es funci¨®n primordial del Estado garantizar la vida de sus ciudadanos, y que precisamente por eso la humanidad ha ido aceptando las renuncias que comporta vivir bajo esta tutela. Por eso, resulta siempre inquietante la tendencia, muy inscrita en la cultura pol¨ªtica, de poner en primer plano, siempre que hay vidas humanas amenazadas por un chantaje, la raz¨®n de Estado -no ceder a las exigencias de los chantajistas- como principio absoluto, en nombre de la necesidad de proteger al pa¨ªs de males futuros. Estas apelaciones a la suprema raz¨®n de Estado, argumento con el que el gobernante se autoriza a suspender cualquier juicio moral, siempre me han parecido una hip¨®crita cobertura de la incompetencia de los gobernantes. No deja de ser curioso que la misma raz¨®n de Estado se utilice como coartada para dejar una v¨ªctima a su suerte o para justificar la tortura.
No son las v¨ªctimas las que tienen que pagar que el Estado no haya sido capaz de protegerlas. Tampoco son las v¨ªctimas, y por extensi¨®n sus familiares, las que tienen que determinar las estrategias pol¨ªticas, porque su situaci¨®n emocional no es la m¨¢s adecuada para un juicio objetivo. Pero para tomar las decisiones correctas, el buen gobernante debe ser capaz de hacer un elemental ejercicio de empat¨ªa: ponerse mentalmente en el lugar de las v¨ªctimas, sin que ello signifique renunciar a la distancia que exige la responsabilidad de la toma de decisiones. El buen gobernante ha de intentar encontrar el punto justo para salvar a las v¨ªctimas con la m¨ªnima erosi¨®n del Estado. Liberar a las v¨ªctimas puede, a veces, tener costes muy altos y consecuencias muy graves, pero lo que es seguro es que la muerte de las v¨ªctimas nunca ser¨¢ un triunfo del Estado. Por m¨¢s que se diga lo contrario desde las querencias autoritarias de cierto integrismo de Estado.
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