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Reportaje:

Nos vigilan

El actor norteamericano Michael J Fox padece de Parkinson. Cuando los investigadores cl¨ªnicos repasan ahora sus programas de televisi¨®n de los noventa, mucho antes de que se le diagnosticase la enfermedad, pueden detectar cambios sutiles en su voz y su forma de andar. El actor, sin quererlo, nos presenta el caso perfecto para poder estudiar su comportamiento, ya que ha pasado gran parte de su vida delante de las c¨¢maras. Pero hoy en d¨ªa no resulta tan distinto del resto de los mortales. Imprevisiblemente, nos adentramos todos en un mundo vigilado y medido.

En Portland, la ciudad m¨¢s poblada? del Estado de Oreg¨®n, tenemos ya una muestra de lo que se nos puede? venir encima. All¨ª, centenares de personas mayores han invitado a Intel Corp, el fabricante de semiconductores, a colocar sensores en sus hogares. Esta maquinaria realiza mapas de sus movimientos en sus casas y calcula la media de sus pasos. Registra el tono de sus voces y el tiempo que tardan en reconocer a un amigo o pariente al tel¨¦fono.? Los sensores debajo de sus colchones no s¨®lo toman nota del peso y de sus vueltas en la cama, tambi¨¦n de sus paseos al ba?o. El cepillado de dientes, las visitas a la nevera a medianoche... Todo queda registrado, y todo viaja a trav¨¦s de Internet a los ordenadores de Intel.

Ingenieros, matem¨¢ticos e inform¨¢ticos criban la informaci¨®n que producimos en casi todas las situaciones de la vida
Yahoo! captura una media mensual de 2.500 datos sobre sus 250 millones de usuarios
Mientras la econom¨ªa global flaquea, las posibilidades de los numerati aumentan
Correos electr¨®nicos. documentos digitales. dejamos pistas sobre nuestro desarrollo cognitivo y su declive
M¨¢s informaci¨®n
Tus datos ¨ªntimos son una mina

Con este acopio de informaci¨®n, los cient¨ªficos de Intel est¨¢n desarrollando? lo que ellos llaman? los puntos de partida de comportamiento de cada hogar. Cualquier desviaci¨®n de las normas es se?al de que algo puede estar fallando. La investigaci¨®n est¨¢ en sus albores. Pero, con el tiempo, esperan? programar? los ordenadores para que sean capaces de reconocer? los patrones de las enfermedades desde los primeros estadios de Parkinson o Alzheimer. Conf¨ªan en que eventualmente se podr¨¢n reemplazar enfermeras? bien retribuidas mediante artilugios de vigilancia cada vez m¨¢s baratos -sin mermar la calidad de vida de los pacientes-.

Mientras se desarrolla ese escenario, una nueva casta de profesionales despunta. ?stos no son m¨¦dicos ni enfermeras, pero s¨ª especialistas en encontrar patrones significativos entre las cada vez mayores monta?as de datos digitales. Les llamo los numerati. Son ingenieros, matem¨¢ticos, o inform¨¢ticos, y est¨¢n cribando? toda la informaci¨®n que producimos en casi todas las situaciones de nuestras vidas. Los numerati estudian las p¨¢ginas web que visitamos, los alimentos que compramos, nuestros desplazamientos con nuestros tel¨¦fonos m¨®viles. Para ellos, nuestros registros digitales crean un? enorme y complejo laboratorio del comportamiento humano. Tienen las claves para pronosticar los productos o servicios que podr¨ªamos comprar, los anuncios de la web en que haremos click, qu¨¦ enfermedades nos? amenazar¨¢n en el futuro y hasta si tendremos inclinaciones -basadas puramente en an¨¢lisis estad¨ªsticos- a colocarnos una bomba bajo el abrigo y subir a un autob¨²s. El publicista Dave Morgan es uno de ellos. Desde su empresa Tacoda, ubicada en Nueva York, ha contratado a estad¨ªsticos para rastrear nuestras correr¨ªas por la Red y predecir nuestros pasos. La misma tarde que convers¨¦ con ¨¦l vendi¨® su empresa por m¨¢s de 200 millones de d¨®lares.

No es f¨¢cil determinar el n¨²mero total de numerati, pero a un alto nivel existen varios miles de personas que realizan estas tareas. Y est¨¢n orgullosos de lo que hacen. Creen que sirve para curarnos, para encontrar amigos, para conocer amantes. Muchos de ellos trabajan en universidades y empresas privadas. Intercambian informaci¨®n en congresos y conferencias. Si bien no puede hablarse estrictamente de una especie de mafia matem¨¢tica, una parte importante de ellos lleva a cabo estas actividades de manera coordinada. Estados Unidos es su tierra prometida. En Europa, en cambio, regulaciones m¨¢s estrictas dificultan su tarea, sobre todo en pa¨ªses como Alemania y Francia.

Quiero dejar muy claro desde el principio que esta ciencia, basada en la estad¨ªstica, determina solamente la probabilidad. No puede predecir?con certeza el comportamiento de un individuo. Por eso, los numerati empiezan a proliferar en sectores en los que se pueden cometer errores? de forma regular sin causarse (o causarnos) problemas. La publicidad y el marketing son sus campos de pruebas, y Google, una compa?¨ªa que resuelve nuestras b¨²squedas con? escalofriante aproximaci¨®n en nanosegundos, es el primer emperador del reino.

Llevo meses dando conferencias sobre los numerati por Norteam¨¦rica y, cuando describo sus averiguaciones sobre lo que llevamos en nuestros carritos de compra o lo que tenemos en los botiquines de casa, observo que la gente empieza a menearse en sus asientos y a hablar en voz baja con los de al lado. Les preocupa el asalto a la privacidad y les alarma saber que Yahoo! captura una media mensual de 2.500 datos sobre cada uno de sus 250 millones de usuarios. Al final de las conferencias, alguien suele preguntar si podemos hacer algo para protegernos de los inquisitivos numerati. ?

Esta creciente preocupaci¨®n est¨¢ empujando a pol¨ªticos y legisladores a ambos lados del Atl¨¢ntico para poner freno a una forma de marketing por Internet conocida como targeting del comportamiento. Est¨¢n implicadas compa?¨ªas como Yahoo! y Google y cientos de peque?as empresas de publicidad. Llegan a? acuerdos con editores, incluyendo los principales peri¨®dicos y revistas, para colocar a cada visitante un c¨®digo inform¨¢tico identificador conocido como una cookie (galleta). Esto les permite seguir muchos de nuestros movimientos por la web. La mayor¨ªa de estas compa?¨ªas ni siquiera se molestan en conseguir nuestros nombres y direcciones (seguramente eso les dar¨ªa problemas con las autoridades de protecci¨®n de datos). Nuestros patrones? de navegaci¨®n les son suficientes. Un madrile?o que lee un art¨ªculo sobre Par¨ªs y consulta los precios sobre un tinto de Burdeos tendr¨¢ m¨¢s probabilidades que los dem¨¢s usuarios, seg¨²n decide un programa automatizado, de hacer click en un anuncio de Air France. As¨ª que le colocan uno mientras navega por la Red.

Aquellos preocupados con la privacidad pueden borrar las cookies de forma peri¨®dica, o incluso dar instrucciones a su ordenador de que no las acepte. Al hacer esto, est¨¢n optando a no ser tratados como una persona conocida, sino como un punto negro intercambiable. Eso es lo que millones de nosotros hemos sido durante d¨¦cadas en centros comerciales y supermercados y en las aceras de las grandes ciudades: virtualmente indistinguibles de los dem¨¢s. Muchos lo asociamos con la privacidad.

Sin embargo, no todo el mundo comparte la misma opini¨®n. Ni de lejos. Sentados uno al lado del otro entre el p¨²blico, algunos est¨¢n tan preocupados con la privacidad, que juran "salirse de la pantalla". Pero hay muchos otros que publican los detalles m¨¢s ¨ªntimos de sus vidas en Facebook, MySpace, Tuenti y en las r¨¢fagas de 140 caracteres de Twitter. Mucha de esta gente no tiene inconveniente en contestar encuestas en sitios web de libros, cine o citas. Quieren sistemas automatizados que les conozcan mejor para poder recibir un servicio personalizado o ampliar sus conocimientos de obras de creadores que les son desconocidos.

Hay un foso divisorio entre aquellos que quieren que las m¨¢quinas est¨¦n informadas y sean inteligentes y los que prefieren que se queden en la oscuridad. As¨ª que la l¨ªnea divisoria sobre privacidad no es entre los numerati y el resto de la humanidad; existe? (y se hace cada vez m¨¢s ancha) entre las personas que tienen diferente opini¨®n sobre ese tratamiento de la? acumulaci¨®n de datos personales. Como sociedades, no tenemos claro todav¨ªa qu¨¦ papel deben tener las m¨¢quinas que cada vez m¨¢s van a ayudar a gestionar nuestras vidas.

Tambi¨¦n hay algo evidente. Las cantidades de datos digitales que producimos continuar¨¢n creciendo exponencialmente. Y si est¨¢ usted preocupado con la publicidad que estudia su conducta cuando navega por la Red, ya est¨¢ viviendo un adelanto de lo que se nos viene encima. Veamos Sense Networks. Es una peque?a y joven compa?¨ªa startup en Nueva York que estudia los senderos que vamos dibujando mientras nos movemos con nuestros tel¨¦fonos m¨®viles. En los ordenadores de Sense, cada uno de los millones de personas que rastrean no es m¨¢s que un puntito parpadeante en un mapa. Pero los cient¨ªficos de Sense pueden estudiar esos puntos y sacar toda clase de informaci¨®n sobre esas personas. Si el punto se pasa muchas noches en el mismo barrio, Sense puede (cruzando datos del censo) calcular sus ingresos o el valor medio de su vivienda. Los puntos que pausan en paradas regulares camino del trabajo son usuarios de trenes de cercan¨ªas. Es f¨¢cil ver los que van de copas por la noche. Los que juegan al golf, los que van a la iglesia, los que duermen en distintos sitios, todos est¨¢n fichados por los datos.

Esto es s¨®lo el comienzo. Mientras el sistema de Sense sigue los movimientos de los puntos, empieza a reconocer patrones similares. Asigna a cada grupo o tribu su propio tono de color. No es posible siempre definir estas tribus, porque los patrones son seleccionados por el ordenador, no por personas. Pero ahora las tribus trascienden los tradicionales segmentos demogr¨¢ficos con los que se han guiado los profesionales del marketing durante d¨¦cadas. En el esquema de Sense,?dos gemelos id¨¦nticos podr¨ªan tener puntos de colores distintos. Despu¨¦s de todo,?conductas similares pueden ser m¨¢s determinantes que? las mismas edades o el color de piel.

?Por qu¨¦ centrarse en todos estos puntos? Supongamos que un cervecero monta una promoci¨®n exitosa en los barrios madrile?os de Moncloa y Arg¨¹elles. Mirando uno de los mapas de Sense, la compa?¨ªa podr¨ªa r¨¢pidamente ampliar la campa?a a otros barrios que est¨¦n parpadeando con los mismos puntos. O podr¨ªa anunciar la promoci¨®n en l¨ªneas de autobuses que llevan viajeros del mismo color¨ªn. Los pol¨ªticos, que empiezan a usar t¨¦cnicas de an¨¢lisis complejos de datos para llegar a los votantes potenciales, podr¨ªan estudiar los sombreados de los puntos en sus m¨ªtines. Luego podr¨ªan buscar grup¨²sculos de esas mismas tribus en otro pueblo o ciudad. Un partido centrista podr¨ªa encontrar que personas en barrios que hab¨ªan descartado como socialistas o nacionalistas podr¨ªan mostrarse receptivas a su mensaje.

El estudio de los movimientos de las personas a trav¨¦s de sus tel¨¦fonos m¨®viles es s¨®lo el principio. Con terminales cada vez m¨¢s sofisticados, entregamos m¨¢s y m¨¢s informaci¨®n sobre nuestro comportamiento a los numerati. A trav¨¦s de nuestras b¨²squedas en el m¨®vil, los anunciantes, por ejemplo, pueden empezar a estudiar cu¨¢ndo y d¨®nde nos entran el est¨ªmulo para ir de compras o las ganas de cenar en un buen restaurante. Nokia contempla analizar a la gente a trav¨¦s de los sitios desde los que env¨ªan fotos. ?Qu¨¦ puede inferir una compa?¨ªa sobre los que hacen fotos del palacio de Buckingham o del puente de Londres? No lo sabr¨¢n hasta que no estrujen los datos.

Al mismo tiempo que muchos se rebotan por la noci¨®n de ser seguidos a trav¨¦s de un punto coloreado, a otros les gusta. En febrero, Google lanz¨® su programa Latitude en 27 pa¨ªses. La aplicaci¨®n permite que la gente con? terminales de gama alta comparta datos de localizaci¨®n con sus? amigos -y con Google-. En pocos meses, m¨¢s de 25 millones de personas se han bajado la aplicaci¨®n m¨®vil de Facebook. ?sta permite que la compa?¨ªa de redes sociales, que ya almacena un inmenso tesoro de informaci¨®n personal, estudie los movimientos? y patrones de comportamiento de una comunidad grande y creciente.

Mientras la econom¨ªa global flaquea, las posibilidades de los numerati aumentan. Sus esfuerzos para ser capaces de refinar las b¨²squedas de los consumidores potenciales conllevan la promesa de eficiencia y menores costes. En ning¨²n sitio es esto m¨¢s evidente que en el lugar de trabajo, donde las empresas pueden? escudri?ar los patrones de tecleos y de b¨²squedas en la web. En San Francisco, Cataphora ha desarrollado un m¨¦todo para evaluar a los trabajadores bas¨¢ndose en sus correos electr¨®nicos. Aquellos? cuyas frases son reenviadas m¨¢s a menudo a los dem¨¢s son valorados como "generadores de ideas". Y aquellos que transmiten estas perlas reciben buena nota como "trabajadores sociables". En un diagrama que Cataphora prepar¨® para una compa?¨ªa? de Internet, cada trabajador es representado por un disco de color. Los discos grandes y de colores oscuros son considerados activos y eficaces. ?Y los peque?os y claritos? Puede que sean los primeros? que se tengan en cuenta para un ERE.

El sistema de Cataphora es primitivo, y los directivos que?se gu¨ªen a ciegas por ¨¦l sin duda merecen sus propios peque?os discos claros. Al fin y al cabo, los mensajes m¨¢s reenviados podr¨ªan ser chistes verdes o chascarrillos de la oficina. Estoy convencido de que la cuantificaci¨®n del trabajador en su puesto est¨¢ a la vuelta de la esquina. Los gerentes?cada vez tendr¨¢n m¨¢s en cuenta sus conclusiones. Y las t¨¦cnicas se har¨¢n cada vez m¨¢s sofisticadas.

Los investigadores del Massachusetts Institute of Technology e IBM, un referente en an¨¢lisis del lugar de trabajo, estudiaron recientemente las redes sociales de varios miles de consultores de tecnolog¨ªa de IBM. Se dieron cuenta de que los trabajadores que manten¨ªan mucha actividad de correo electr¨®nico con uno solo de sus superiores tra¨ªan alrededor de 1.000 d¨®lares m¨¢s de ingresos al mes que la media; aquellos con una actividad menor, pero mantenida con m¨¢s de un superior, ten¨ªan peores resultados, 88 d¨®lares menos al mes de media. Estas conclusiones no sorprenden. Pero mientras nosotros los trabajadores producimos m¨¢s datos, las m¨¢quinas van a desarrollar unos an¨¢lisis cada vez m¨¢s precisos.

No es que los numerati?no tengan que asumir grandes retos. Gran parte de los estudios sobre los empleados de IBM est¨¢n basados en los mismos algoritmos que la compa?¨ªa usa para mejorar las cadenas de suministro de componentes para sus clientes industriales. Pero los humanos somos distintos de las piezas de maquinaria en cosas importantes. Aprendemos, cambiamos y conspiramos cuando est¨¢n en riesgo nuestros intereses. Y somos expertos en manipular los mismos sistemas dise?ados para vigilarnos y controlarnos.

Para enfrentarse a esta complejidad, los numerati en IBM trabajan con equipos de antrop¨®logos, psic¨®logos y ling¨¹istas. Su objetivo es colocar a cada trabajador en la funci¨®n correcta en el momento justo, con s¨®lo el m¨ªnimo entrenamiento necesario y rodeado de colegas que lo apoyen para ser tan productivo como sea humanamente posible. Aunque suena un poco t¨¦trico, tiene su lado positivo. Los estudios no dejan lugar a dudas de que los trabajadores de la informaci¨®n m¨¢s felices son m¨¢s productivos y se les ocurren mejores ideas. As¨ª que algunas de las premisas para mejorar la satisfacci¨®n en el empleo tendr¨¢n que encontrar sitio en estos algoritmos de productividad.

Mientras estudiaba los distintos laboratorios de los numerati, llegu¨¦ a la conclusi¨®n de que en algunas ¨¢reas, su metodolog¨ªa nos viene impuesta. En la oficina, claramente, muchos de nosotros vamos a ser humildes siervos de los datos. Pero en otros apartados, como citas online, mantendremos el control. Podemos decidir si queremos mandarles nuestros datos (e incluso calibrar c¨®mo de ciertos queremos que sean).

Para un experimento, mi esposa y yo nos apuntamos a un servicio de citas online llamado Chemistry.com. Quer¨ªamos ver si podr¨ªamos dar el uno con el otro a trav¨¦s de los algoritmos supuestamente avanzados de la compa?¨ªa. Contestamos a docenas de preguntas ¨ªntimas e intrusivas porque ten¨ªamos inter¨¦s en que la m¨¢quina tuviese informaci¨®n veraz nuestra y que nos conociese mejor. Al final, la ruta para encontrarnos nos hizo vivir algunas aventuras inc¨®modas (y admito que no me gustaron nada algunos pretendientes que las matem¨¢ticas seleccionaron para? mi mujer). No obstante, durante todo el proceso, dimos detalles para nuestros propios fines. Nosotros ¨¦ramos los due?os de los datos.

Pero me gustar¨ªa a?adir otra nota inquietante sobre aquellos hogares vigilados de Portland. Casi todo lo que hacemos -si se estudia con minuciosidad- da pistas sobre lo que ocurre en nuestras mentes. Me lo cuentan muchos investigadores. Cuando analizan los cambios en la rutina de las pisadas sobre el suelo de la cocina o el grado de seguimiento de un tratamiento m¨¦dico a?aden: "Esto tambi¨¦n nos da una buena lectura cognitiva". Es una especie de dos por uno. Analiza cualquier conducta y obtienes lo que pasa en el cerebro de propina.

Y a m¨ª, hay algo que me da verdadero miedo: se pueden sacar las mismas conclusiones analizando las palabras que escribimos.

La novelista brit¨¢nica Iris Murdoch padeci¨® Alzheimer hasta su muerte en 1999. A?os despu¨¦s, los investigadores vieron que el vocabulario de sus escritos empez¨® a perder su riqueza y complejidad m¨¢s de una d¨¦cada antes de que se le diagnosticase la enfermedad. Supongo que ya pueden ir comparando estas palabras que est¨¢n leyendo ahora mismo con mis escritos de los ochenta y noventa y, quiz¨¢, llegar a conclusiones parecidas sobre m¨ª. Semana tras semana, todos nosotros agregamos correos electr¨®nicos y otros documentos a nuestros archivos digitales; estamos dejando pistas para que se pueda investigar nuestro desarrollo cognitivo. O su declive.

Tal vez algunos quieran estar informados (tengo claro que yo, desde luego, no). Pero pongamos que le llega una oferta en el correo. ?Permitir¨ªa que le colocasen monitores en casa por, digamos, una reducci¨®n de 100 euros al mes en el seguro de salud o en sus impuestos? ?Y si fueran 500? Con mayor frecuencia vamos a tener que enfrentarnos a estas preguntas. Apuesto a que inicialmente muchos aceptaremos un ojo electr¨®nico para "supervisar" a aquellos de los que nos sentimos responsables. S¨ª, un sensor para que nos diga cu¨¢ndo la abuela de 90 a?os se pasa el d¨ªa en la cama puede tener sentido... Y las cajas negras que las aseguradoras est¨¢n probando para medir patrones de tr¨¢fico y bloquear el encendido si detectan alcohol o drogas podr¨¢n hacer que un conductor novel de 18 a?os siga vivo (o cuando menos, bajar el coste del seguro).

Por tanto, si la vigilancia tiene sentido para j¨®venes y mayores, no pasar¨¢ mucho tiempo hasta que nos encontremos rodeados de sensores. Nos espiaremos a nosotros mismos y? mandaremos informes digitales. De hecho, el proceso ya est¨¢ bastante avanzado. Mire todas esas c¨¢maras de seguridad que llevan a?os en nuestras calles y edificios. Para los numerati, ya estamos entregando las pel¨ªculas de nuestras mundanas vidas en sus laboratorios, cada d¨ªa con mayor detalle.

Traducci¨®n de Antonio Sanz Domingo. 'Numerati', el libro de Stephen Baker, est¨¢ publicado en Espa?a por Seix Barral.

Fotograf¨ªa de ilustraci¨®n para el reportaje sobre el libro "Numerati", de Stephen Baker.
Fotograf¨ªa de ilustraci¨®n para el reportaje sobre el libro "Numerati", de Stephen Baker.PEDRO WALTER

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