Europa cambia hoy
Inicia su vida el Tratado de Lisboa, el m¨¢s avanzado y de mayor alcance democr¨¢tico desde el nacimiento de las comunidades europeas hace 50 a?os. Creo que no hay opci¨®n al euroescepticismo o al ego¨ªsmo nacional
Escribo estas reflexiones viajando a Madrid desde Estambul, desde el estrecho del B¨®sforo que divide Europa y Asia (o que las une); volando sobre el Mare Nostrum que une (o separa) Europa y ?frica.
?sta es la met¨¢fora de la Europa del Tratado de Lisboa, que, a partir de hoy precisamente, nos se?ala el rumbo pol¨ªtico a 500 millones de personas. Es el Tratado pensado para darle un proyecto a Europa m¨¢s all¨¢ de sus fronteras f¨ªsicas continentales. Para permitirle ampliar su influencia sobre -y recibir la influencia de- ese mundo globalizado -¨¦ste s¨ª- sin fronteras.
La elecci¨®n de un presidente permanente de la Uni¨®n, Hermann Van Rompuy, de una ministra de Asuntos Exteriores, Catherine Ashton, al frente de un servicio diplom¨¢tico europeo, la elecci¨®n de una nueva Comisi¨®n Europea de 27 comisarias y comisarios, y, hace seis meses, la elecci¨®n del Parlamento Europeo m¨¢s poderoso de la historia, marcan una nueva ¨¦poca.
A la Uni¨®n no se le ha pasado ni una. Ha tenido que justificar su existencia cada d¨ªa
Europa va a poder decidir de forma coordinada la pol¨ªtica econ¨®mica a proponer al G-20
?ste es el mensaje: Europa tendr¨¢ una voz en el mundo, apoyada por esos 500 millones de mujeres y hombres. De una vez, no dividida en 27 porciones. La Uni¨®n tendr¨¢ al fin los instrumentos para dialogar en igualdad, con la fuerza que el nuevo siglo requiere, con las dem¨¢s grandes estrellas de la galaxia: China, Estados Unidos, Rusia, Brasil, India, Sur¨¢frica...
Qu¨¦ contraste con la singular y azarosa trayectoria de la Uni¨®n Europea, y con su imagen. Hay una leyenda pesimista de la que la Uni¨®n no ha sido capaz de desembarazarse en sus primeros 50 a?os, desde el Tratado de Roma de 1957. Es la leyenda de la impotencia. La de una creaci¨®n extraordinaria e inteligente a la que, sin embargo, siempre se le ha pedido m¨¢s de lo que pod¨ªa dar. Cuando era un mercado com¨²n se la llamaba la Europa de los mercaderes, o de los agricultores subsidiados, pero no la de los ciudadanos sin m¨¢s. Cuando invent¨® la Uni¨®n Monetaria y el euro, se le achac¨® ser productora de inflaci¨®n. Luego, los Tratados de Amsterdam y Niza fueron vituperados por ineficientes.
La Uni¨®n ha sido el pin pan pum de los Gobiernos eg¨®latras que atribu¨ªan sus errores a Europa. A la Uni¨®n no se le ha pasado ni una. Ha tenido que justificar su existencia y su legitimidad cada d¨ªa y cada minuto y ni a¨²n as¨ª era suficiente. A la Uni¨®n se le ha dicho de todo. Que ten¨ªa d¨¦ficit democr¨¢tico. Que los ciudadanos no estaban garantizados frente a las arbitrariedades de Bruselas. Que era una maquinaria pesada y cara. Que el Parlamento Europeo era de Mickey Mouse (Margaret Thatcher dixit). Que su pol¨ªtica exterior y de defensa rozaban el rid¨ªculo o la humillaci¨®n ante el gigante americano. Que los eur¨®cratas eran arrogantes, fr¨ªos y lejanos. Y as¨ª, sucesivamente.
Lo curioso es que nadie se bajaba de esa supuestamente ineficaz, despilfarradora y aburrida maquinaria. Por el contrario, todos quer¨ªan entrar en la Uni¨®n. Y todos quieren seguir entrando en la Uni¨®n. Aunque con ello aporten otra raz¨®n cr¨ªtica m¨¢s: la confusi¨®n y contradicci¨®n internas.
Los argumentos para devaluar a la construcci¨®n europea han sido varios. Pero, esencialmente, hab¨ªa uno que parec¨ªa explicarlo todo: no ten¨ªamos los instrumentos legales y pol¨ªticos a la altura de los desaf¨ªos. No ten¨ªamos las instituciones que pudieran encarnar la Europa potente y unida que, expl¨ªcita o impl¨ªcitamente, se ha estado anhelando siempre.
Pues bien, parece que la era de las lamentaciones ha llegado a su fin. Despu¨¦s de ocho a?os de frustraciones y confusiones, este 1 de diciembre de 2009 tenemos el avi¨®n que har¨¢ posible el despegue: el Tratado de Lisboa. Que no es la poci¨®n m¨¢gica de Asterix, pero que nos suministra a los europeos un horizonte de oportunidad hist¨®rica... si queremos.
Con el Tratado de Lisboa, la Uni¨®n Europea estar¨¢ en condiciones de sacar las ¨²ltimas consecuencias a la l¨®gica del mercado ¨²nico, de la moneda ¨²nica, del espacio de libre movilidad de las personas, de las empresas y de las inversiones. Y con imaginaci¨®n y persistencia podr¨¢ plantearse lo que nunca se ha hecho: una pol¨ªtica coordinada de crecimiento y creaci¨®n de empleo de calidad, basada a su vez en una educaci¨®n tambi¨¦n de calidad (la sociedad del conocimiento). La Uni¨®n va a poder decidir coordinadamente la pol¨ªtica econ¨®mica que proponer al gobierno del mundo, el G-20, evitando de paso un G-2.
La UE tendr¨¢ las instituciones para crear y conducir, de modo fiable y respetado, esa pol¨ªtica exterior com¨²n que hoy no tiene, o que s¨®lo dise?a d¨¦bilmente, sin llegar a aplicarla de verdad. La Uni¨®n va a tener la posibilidad de crear, mediante una cooperaci¨®n estructurada, una fuerza militar europea de intervenci¨®n inmediata en operaciones de mantenimiento o aseguramiento de la paz. Y va a poder hacerlo aut¨®nomamente. Sin necesidad de mirar y acudir al final al hermano americano.
La UE podr¨¢ exhibir el liderazgo, que hasta ahora mantiene a duras penas, para abordar el enorme esfuerzo -y acierto- que significar¨ªa la econom¨ªa baja en carbono basada en energ¨ªas renovables. La UE, a partir del Tratado de Lisboa, podr¨¢, por vez primera, construir un mercado com¨²n de la energ¨ªa, que le otorgue la seguridad de abastecimiento de la que adolece.
La Uni¨®n se podr¨¢ convertir en el lugar de la tierra donde la gente disfrute de m¨¢s derechos y de mayor calidad de vida. La Carta de Derechos Fundamentales hace posible que la UE, por fin, aparezca como lo que es: la que cree en los derechos de los ciudadanos europeos, se preocupa de que su vida sea m¨¢s feliz, m¨¢s productiva y m¨¢s larga, se ocupa de la protecci¨®n de los m¨¢s vulnerables, protege a los cientos de miles de mujeres maltratadas y a los millones de inmigrantes no suficientemente integrados en las sociedades en las que trabajan (y cuya seguridad social ayudan a mantener).
Eso que hasta ahora no estaba a nuestro alcance, est¨¢ en el Tratado de Lisboa que hoy inicia su vida. Es el Tratado m¨¢s avanzado y de mayor alcance democr¨¢tico desde que las comunidades europeas nacieron hace 50 a?os. El Tratado que cambia a la Uni¨®n porque le permite que pueda aspirar a ser lo que quiere ser.
Es verdad, la UE ya puede. Pero... ?quiere? ?sta es, en realidad, la pregunta pertinente. ?Queremos compartir las decisiones que deben adoptarse entre todos para crecer en bienestar, en libertad, en solidaridad? ?O s¨®lo queremos a la Uni¨®n para obtener fondos que de otro modo no vendr¨ªan, sobre la base de que a nuestros vecinos no les llegue en la misma proporci¨®n?
No es f¨¢cil contestar a esas preguntas. Porque si, en las encuestas, los ciudadanos -abrumadoramente en los 27 pa¨ªses- dicen que prefieren un solo ej¨¦rcito y una sola pol¨ªtica exterior y de seguridad, sus dirigentes pol¨ªticos se han negado a ir en esa direcci¨®n en demasiadas ocasiones. Y tambi¨¦n es dif¨ªcil contestar a esas preguntas porque en una coyuntura de crisis profunda las tendencias renacionalizadoras involutivas se abren camino de forma incontenible. Por esa raz¨®n ha sido tan complejo, trabajoso y confuso el parto del Tratado de Lisboa. Pasar el Rubic¨®n del nacionalismo decimon¨®nico al europe¨ªsmo del siglo XXI no es cosa de una generaci¨®n.
Lo cierto es que la globalizaci¨®n de los mercados, de las finanzas, de las comunicaciones, del arte, de la m¨²sica, tan visible, tan inevitable, tan deseable, a¨²n no ha llegado a la pol¨ªtica. La endogamia de las democracias nacionales se resiste a ceder espacio a la democracia europea.
Eppur si muove. El Tratado de Lisboa es el s¨ªmbolo de los deseos ocultos de no dejar que la vieja Europa entre en la m¨¢s triste decadencia por falta de ideales europe¨ªstas.
Yo no creo que haya opci¨®n al euroescepticismo o al ego¨ªsmo nacional. Esto equivale al suicidio en el mundo interpolar. Y las europeas y europeos son demasiado sabios, l¨²cidos y sanos de mente como para permitirlo. A pesar de la crisis que nos paraliza y desanima. Y de las transformaciones demogr¨¢ficas que nos envejecen y rejuvenecen a la vez. Y a pesar de un continente torturado con historias tan distintas y a veces distantes. A pesar de todo ello, hoy Europa cambia y cambiar¨¢... si queremos.
Tomemos nota de que el s¨ªmbolo electoral de Obama -yes, we can-, a partir de hoy, se queda obsoleto en Europa. Otro toma el relevo: "s¨ª, nosotros queremos". Los espa?oles, a partir del pr¨®ximo a?o, vamos a tener mucho que decir para que ese "s¨ª, queremos" pase del espacio virtual al real.
Diego L¨®pez Garrido es secretario de Estado para la Uni¨®n Europea.
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