Miedo y sombras
Se empez¨® a pasar miedo mucho antes de que el verbo se hiciera carne, y de ese miedo, gran creador, surgieron los seres fant¨¢sticos cuya lista sobrepasar¨ªa hoy la de los tel¨¦fonos de la ciudad en que se ha filmado Donde viven los monstruos. Pong¨¢monos en el lugar de quienes en la antig¨¹edad, en un mundo m¨¢s inocente que el nuestro, deb¨ªan atravesar un bosque de noche y o¨ªan gritos y suspiros que quiz¨¢ fueran debidos al viento que corr¨ªa entre los ¨¢rboles, pero que, ?ay!, no parec¨ªan del todo naturales. Las explicaciones, plausibles a la luz del d¨ªa, deb¨ªan de perder all¨ª, en la espesura, entre sombras, casi toda su solidez, m¨¢s a¨²n si flotaba en el ambiente el recuerdo de un crimen que -?horror!- hab¨ªa ocurrido justo en aquellos parajes. No se necesitaba otra matrona. Bastaban las circunstancias amenazantes para traer al mundo un ser fant¨¢stico. Hace unos ocho mil a?os, en el Mediterr¨¢neo, uno de los seres malparidos tom¨® primero el nombre de Pan, y luego el gen¨¦rico de "fauno". Era un monstruo mitad hombre mitad cabra que, por decirlo as¨ª, andaba por los bosques con todas las flautas al aire. Los que notaban su presencia hu¨ªan despavoridos, con la clase de miedo que, en su honor, llamamos "p¨¢nico".
Tras la ¨¦poca antigua llegaron otras m¨¢s ilustradas o resabiadas, y los seres que, como Pan, hab¨ªan estado cargados de contenido se aligeraron al modo de los insectos que, una vez muertos, pierden materia org¨¢nica y se convierten en simple c¨¢scara. Los pintores y los poetas siguieron cit¨¢ndolos durante mucho tiempo -"el bosque est¨¢ en calma, se dir¨ªa que Pan duerme", escribi¨® Goethe-, pero sin que les temblara la mano. El miedo, que no cesaba, cre¨® entonces nuevos monstruos, desde el kraken o gran pulpo de Victor Hugo hasta el Arenero de E. T. A. Hoffmann o el Sacamantecas de las historias populares. Pero el dominio de estos seres fant¨¢sticos no fue ya general. Afectaba casi ¨²nicamente a los ni?os o a los que eran como ellos. Sin embargo, no perdieron toda su fama, puesto que algunos autores, Freud y Bettelheim entre ellos, los consideraron una v¨ªa para conocer la psique, el interior de las personas, y ello les reserv¨® un lugar en consultas, colegios y literaturas. El libro de Maurice Sendak, con monstruos que en parte recuerdan la figura del dios Pan, parece haber surgido de esa atm¨®sfera ideol¨®gica, aunque en su caso -el de un pintor intelectual- el ¨¦xito no le deba mucho al contenido, y s¨ª, en cambio, a la belleza de la c¨¢scara.
Un cuento famoso de Oscar Wilde cuenta la historia de unos ni?os americanos que, de visita en un castillo escoc¨¦s, asustan con sus bromas pesadas a los fantasmas que all¨ª habitan. Hay en el asunto una cierta verdad, la transformaci¨®n de los seres fant¨¢sticos y temibles en sujetos c¨®micos, en payasos; pero ni los padres ni los educadores estar¨ªan de acuerdo con el mensaje principal. Los ni?os siguen teniendo miedo. Les afectan las sombras, los sonidos extra?os, la oscuridad; todo lo que, por la v¨ªa de los sentidos, les transmite una sensaci¨®n de amenaza. Les pasa a veces en el cine, donde el miedo se une a veces a la poes¨ªa, tal como, al parecer, ocurre en la pel¨ªcula de Spike Jonze; les pasa asimismo, les sigue pasando, fuera de las salas, en bosques que no son como los que habitaba Pan, sino menos visibles y nombrados, es decir, m¨¢s peligrosos.
Bernardo Atxaga (Asteasu, Guip¨²zcoa, 1951) ha publicado recientemente la novela Siete casas de Francia (Alfaguara, 2009. 272 p¨¢ginas. 19,50 euros) y es autor de numerosos t¨ªtulos de literatura infantil, entre ellos, Bambulo (Alfaguara) y Alfabeto sobre la literatura infantil (Media Vaca). www.atxaga.org/
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.