El rey negro
Soy el hombre que cada v¨ªspera de Reyes se embadurna de pintura negra. Yo no eleg¨ª ser Baltasar, fue cosa del azar, y aunque reconozco que al principio me molest¨® mi suerte, con los a?os he ido cogiendo cari?o al papel. S¨¦ que muchos se extra?ar¨¢n de que, con tanto inmigrante como hay en el pueblo, sigamos luciendo un rey negro de pega. Pero eso es lo que tienen las tradiciones. Hace 30 a?os, cuando nos rifamos los papeles de la cabalgata, s¨®lo hab¨ªa dos personas de color en el pueblo y ni siquiera se nos ocurri¨® preguntarles si quer¨ªan unirse al grupo. Nos repartimos la terna m¨¢gica entre los concejales de la ¨¦poca. A Joan, el m¨¦dico, le toc¨® Gaspar. A Pere, el de la bodega, Melchor. Y a m¨ª, el maestro-poeta, as¨ª es como siempre me han llamado, me correspondi¨® Baltasar.
Ahora, el ¨²nico que queda del grupo original soy yo. El m¨¦dico muri¨® y le sustituye su hijo, veterinario. El bodeguero se excedi¨® con su problema de peso y el comit¨¦ de la organizaci¨®n determin¨® que el trono no resistir¨ªa la sobrecarga. Para cubrir la plaza vacante, el Ayuntamiento escoge cada a?o un Melchor entre sus concejales. Como soy el maestro-poeta, aunque ya est¨¦ jubilado y mis rimas sigan siendo tan mediocres como siempre, tengo la responsabilidad de redactar el discurso de Sus Majestades de Oriente. Procuro esmerarme en el cometido y compongo un poema en el que rese?o los acontecimientos m¨¢s importantes acaecidos en el pueblo durante el ¨²ltimo a?o. Tambi¨¦n soy el encargado de leerlo. La verdad es que ese momento me gusta, verme ah¨ª, asomado al balc¨®n del ayuntamiento, con todos los ojos del pueblo fijos en m¨ª.
Hay momentos en que paso un poco de verg¨¹enza. Como ahora que ese chico negro no deja de observarme. ?Qu¨¦ debe de estar pensando? Por su semblante grave creo que se pregunta qui¨¦n es ese viejo pat¨¦tico embadurnado de pintura. No le culpo, ya hace a?os que sopesamos la idea de buscar un negro de verdad que me sustituya. Hay algunos que incluso han radicalizado en exceso este tema, como esos chicos tan ruidosos, los de la casa okupa, que han empapelado el pueblo con carteles buscando apoyos a su pomposa Plataforma por la Dignidad del Rey Negro.
Reconozco que mi presencia quiz¨¢ tiene algo de anacr¨®nica, pero todo tiene su explicaci¨®n. La mayor¨ªa de los negros que recorren nuestras calles son gente de paso. Si ellos viven al margen de nuestras costumbres, no creo que se les deba ceder el protagonismo en una fiesta tan nuestra. Supongo que ese chico debe de ser un jornalero. ?Qu¨¦ pesado es! ?No dejar¨¢ nunca de mirarme? De todos modos, aunque ¨¦l quisiera sustituirme, dif¨ªcilmente resultar¨ªa convincente. No cualquiera sabe lucir un porte majestuoso.
En fin, ya hemos doblado la esquina y ha desaparecido de mi vista. Voy a centrarme en lo m¨ªo que, aunque parezca f¨¢cil, no resulta tan sencillo. Doy fe de que una hora lanzando caramelos y saludando con las manos en alto acaba con los ¨¢nimos de cualquiera. Y los a?os pasan factura... ?El bache! Qu¨¦ mal conduce Manolo. Voy a acabar desri?onado, tendr¨ªa que haberme puesto una faja.
Vaya, otra vez el muchacho ese. Debe de haber corrido por las callejuelas hasta colocarse de nuevo al frente de la cabalgata. Y sigue mir¨¢ndome fijamente. No me gusta su expresi¨®n, no quiero darle importancia, pero creo que me observa con odio. Con rabia, me atrever¨ªa a decir. Est¨¢ empezando a ponerme nervioso. Voy a evitar su mirada, si no, me va a amargar la noche.
Ya estamos llegando a la plaza, ahora toca apearse de la carroza, seguir el camino marcado por las antorchas y entrar en el ayuntamiento. El alcalde nos espera en el balc¨®n. Es un tipo joven, entusiasta, parece cargado de buenas intenciones, pero ya se sabe, los pol¨ªticos de ahora... ?Otra vez el negro! Pero, ?por qu¨¦ me busca? Est¨¢ alargando su mano hacia m¨ª. Creo que quiere tocarme, me querr¨¢ quitar la pintura y avergonzarme. ?Por Dios, que alguien le aparte! ?No! ?D¨¦jame!
Uf, he conseguido esquivarlo, pero a punto he estado de perder el equilibrio en esta carrera un tanto precipitada hacia la entrada. Uno no est¨¢ acostumbrado a correr con manto. De hecho, ni con manto, ni sin ¨¦l. Creo que he decepcionado a algunos ni?os que no me han podido entregar la carta. Ahora he de procurar serenarme. Tengo que leer el discurso. ?Mi momento del a?o!
Hoy no me ha salido tan bien como otras veces. Ha sido ese chico. Me ha perturbado y la voz me ha brotado algo tr¨¦mula. Seguro que m¨¢s de uno habr¨¢ pensado que ya es momento de destronarme. ?Condenado negro! Quiz¨¢ lo han contratado los okupas para dejarme en rid¨ªculo. Pero esto no se hace, no se?or, esto es una falta de respeto. No quiero ni pensar lo que habr¨ªa ocurrido si llega a descubrirme delante de los ni?os. ?Una tragedia justo la v¨ªspera de Reyes!
Bueno, ya ha acabado todo. En el casal nos hemos cambiado y desmaquillado. Este a?o no me he unido a la cena. Se me ha quedado mal cuerpo. Adem¨¢s, ning¨²n paje se ha percatado del episodio del negro y eso me ha dolido. Creo que no deber¨ªan subestimar mi figura y lo que ella representa. Pero estos j¨®venes de ahora no saben nada. Suerte que ya estoy llegando a casa, el fr¨ªo se me cala en los huesos.
?Qu¨¦ es esa sombra? ?Dios me proteja! Es ¨¦l. ?Qu¨¦ querr¨¢? Ser¨¢ un loco, un integrista de esos que viene a matarme. ?l s¨ª sabe que yo soy importante. ?Est¨¢ sacando algo del bolsillo! ?Ser¨¢ una navaja? Me va a matar. No, espera, creo que es un papel. S¨ª, es un papel. Vaya, as¨ª que s¨®lo quer¨ªa d¨¢rmelo. ?Qu¨¦ ha emborronado? Apenas entiendo esta letra tan mal trazada. "Querido rey negro: quiero pinturas de blanco".
http://alteregosalterados.blogspot.com/
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