El arte de la nada
El cielo amaneci¨® encapotado, con amenaza de lluvia. Fue un lunes sombr¨ªo en Londres. Los vagones de la Jubilee Line hacia la estaci¨®n de Canary Wharf iban atestados. Como siempre. Los j¨®venes empleados de la financiera Lehman Brothers escuchaban m¨²sica en sus iPhone o le¨ªan el diario gratuito Metro. Como siempre. Edouard d'Archimbaud, un joven franc¨¦s de 24 a?os, se sent¨ªa emocionado porque ¨¦se iba a ser su primer d¨ªa de trabajo. Pero aquel 15 de septiembre de 2008, cuando la mastod¨®ntica estaci¨®n dise?ada por el arquitecto Norman Foster escupi¨® los miles de trabajadores hacia los edificios de la nueva city financiera, ya no fue como siempre. El mundo estaba a punto de cambiar en 59 segundos. El banco Lehman Brothers entregaba cartas de despido. Ca¨ªa la primera ficha del domin¨® de una de las mayores crisis econ¨®micas de nuestra historia reciente.
la impresi¨®n que daba el tibur¨®n era bastante asquerosa. pero se vendi¨® por 12 millones de d¨®lares
"sus cuadros son etiquetas. pardillos y especuladores pueden comprar una obra que no es m¨¢s que un nombre"
"el mercado del arte es voraz. ?Todo es falso? no. ?hay tejemaneje? sin duda
"en seis meses de 2007, sothebys factur¨® m¨¢s que en cualquier otro a?o de su historia"
Mientras, al otro lado del T¨¢mesis, en la espectacular sede londinense de la casa de subastas Sotheby's, fundada en 1744 por el comerciante Samuel Baker -"el mejor postor es el comprador", era el lema de su casa-, el artista brit¨¢nico Damien Hirst (1965) subastaba las obras de su colecci¨®n, 233 lotes, salt¨¢ndose de una tacada a galer¨ªas e intermediarios, por 140 millones de euros. Fue una jugada maestra. La doble faz de un mundo global que mostraba en los informativos de la BBC las caras desoladas de los trabajadores despedidos del emporio financiero, y el rostro orondo con gafas de ultradise?o de uno de los m¨¢s famosos representantes de los J¨®venes Artistas Brit¨¢nicos (YBA).
El mercado del arte contempor¨¢neo y el financiero se hab¨ªan encontrado, por fin. Tanto tiempo disimulando y el crash puso a los lobos con piel de cordero en su sitio. Pero lo peor a¨²n estaba por llegar. Don Thompson, un economista anglosaj¨®n y profesor de ciencias empresariales que oculta coquetonamente su edad, ha investigado durante a?os para escribir un libro, El tibur¨®n de doce millones de d¨®lares (editorial Ariel), en el que demuestra c¨®mo el marketing y la codicia dominan el mundo del arte.
En su libro, Thompson arranca con una fecha, 13 de enero de 2005, en Nueva York, y una escultura de un tibur¨®n tigre disecado, de cuatro metros y medio y dos toneladas de peso, capturado en Australia en 1991 y embalsamado por el artista brit¨¢nico Damien Hirst. "El tibur¨®n", dice Thompson, "por esa fecha ya estaba bastante arrugado y la impresi¨®n que daba era bastante asquerosa". Pero alcanz¨® un precio exorbitante, 12 millones de d¨®lares, la m¨¢xima cifra pagada nunca por una obra de arte contempor¨¢nea, a excepci¨®n de Flag, de Jasper Johns.
Charles Saatchi, antes publicista y ahora confeso "artoholic", coleccionista de arte y propietario de una galer¨ªa-museo en el elegante barrio londinense de Chelsea, quiso deshacerse de la pieza y encarg¨® a Larry Gagosian, el marchante de arte m¨¢s conocido del mundo, que moviera la cola del tibur¨®n por el ambiente de Manhattan. Dicho y hecho. La obra la adquiri¨® un archimillonario, Steve Cohen, quien don¨®, tiempo despu¨¦s, la vitrina del escualo disecado al MOMA de Nueva York.
Hirst para entonces ya se hab¨ªa convertido en una marca, "algo que sustituye al juicio cr¨ªtico". Jerry Saltz, cr¨ªtico de arte de Village Voice, lo expres¨® de forma magistral: "Sus cuadros son etiquetas. Como Prada o Gucci. Por una cantidad entre 250.000 y dos millones de d¨®lares, los pardillos y los especuladores pueden comprar una obra de arte que no es m¨¢s que un nombre".
Hirst est¨¢ m¨¢s que satisfecho de haberse convertido en su propia marca. Mientras estudiaba en el Goldsmiths College de Londres trabaj¨® en un dep¨®sito de cad¨¢veres. Aquello le debi¨® de marcar. En 1988 organiz¨® su primera exposici¨®n, Frieze, con algunos de los trabajos de la escuela de arte. Fue as¨ª como llam¨® la atenci¨®n de Saatchi, quien pr¨¢cticamente lo adopt¨®.
Para muchos, Hirst -poseedor de un Turner Prize, uno de los galardones m¨¢s codiciados del arte brit¨¢nico- es, adem¨¢s, un genio, aunque su ¨²ltima exposici¨®n, en la colecci¨®n Wallace de Londres, no ha recibido lo que se dice buenas cr¨ªticas. Para Don Thompson, es a la vez artista y marca. Este economista cuenta una an¨¦cdota tan demoledora que roza la leyenda urbana. Al parecer, el cr¨ªtico de gastronom¨ªa de The Sunday Times pose¨ªa un retrato de Stalin, de autor desconocido, comprado por 200 libras. En 2007 se lo ofreci¨® a Christie's, pero la casa de subastas lo rechaz¨® con la excusa de que no vend¨ªan obras de Stalin o Hitler. Desconcertado, Gill pregunt¨®: "?Y si fuera Stalin pintado por Warhol o Hirst?". "En ese caso nos encantar¨ªa tenerlo", fue la respuesta. As¨ª que Gill llam¨® a Hirst y le pidi¨® que pintara una nariz roja en la cara de Stalin. As¨ª lo hizo y estamp¨® su firma en el cuadro, que se vendi¨® por 140.000 libras.
Pero lo que ha dado fama mundial a Hirst ha sido su calavera de platino con 8.601 diamantes incrustados. Un molde a tama?o natural del cr¨¢neo de un hombre, fallecido entre 1720 y 1810, que el artista compr¨® a un taxidermista. Bautiz¨® su joya emblem¨¢tica Por el amor de Dios, que fue la exclamaci¨®n de la madre del artista al conocer de qu¨¦ iba el proyecto art¨ªstico.
Don Thompson tiene las ideas claras acerca de qu¨¦ o qui¨¦n fija los precios en el mercado del arte. Es concluyente en la respuesta: "En el primer escal¨®n est¨¢ la galer¨ªa de arte. Los precios para un nuevo artista sirven para reflejar el estatus de la galer¨ªa m¨¢s que el del artista. Una galer¨ªa superstar puede aumentar tres veces m¨¢s el precio que ten¨ªa la misma obra en otra galer¨ªa. Los de un artista ya reconocido incrementan su valor al subastarse sus obras. Los precios de una subasta representan lo que el postor m¨¢s agresivo quiera pagar para superar lo que los otros pujan. De esta forma, lo que se paga en una subasta no refleja necesariamente el precio de mercado de un artista, sino la ¨²ltima oferta de una transacci¨®n hecha por un comprador ansioso".
El negocio del arte ha descubierto la Piedra Rosetta con artistas tan pol¨¦micos como Jeff Koons o Tracey Emin, o celebridades como Andy Warhol. M¨¢s de 20 a?os despu¨¦s de su muerte, Warhol es el segundo pintor m¨¢s vendido despu¨¦s de Picasso. Como en el caso de Hirst y Koons, los tres tienen en com¨²n el funcionamiento de su taller de producci¨®n: son los ayudantes quienes rematan sus obras.
El fen¨®meno del artista como personaje se inici¨® a principios de la d¨¦cada de los sesenta, cuando Nueva York se erigi¨® en capital del mercado del arte. Jasper Johns, James Rosenquist y Roy Lichtenstein fueron promocionados por los marchantes Leo Castelli, Betty Parsons y Charles Egan. Jeff Koons, el autor de Pantera rosa, m¨¢s conocido como el "Ronald Reagan de la escultura", ha creado un icono para los visitantes del Guggenheim de Bilbao que adoran fotografiarse ante su Cachorro, un gigantesco terrier cubierto de 70.000 flores. Koons tiene un gran instinto para la autopromoci¨®n. Es autor de frases antol¨®gicas, como "La corrupci¨®n es lo que da libertad a la burgues¨ªa" o "La abstracci¨®n y el lujo son los perros guardianes de la clase alta".
Todos escandalizan, pero lo que tocan lo convierten en oro. Es la moda y quienes la siguen, tal como dijo el cr¨ªtico de arte Robert Hughes: "Se mueven como bancos de peces, en grandes grupos, todos a la vez. Se sienten seguros dentro de un gran n¨²mero. Si alguien quiere un Julian Schnabel, todos lo quieren; si alguien compra un Keith Haring, se vender¨¢n doscientos".
Algo parecido ha sucedido con el fen¨®meno del japon¨¦s Takashi Murakami. Lo suyo ya no es una factor¨ªa, como la de Warhol, sino una corporaci¨®n, la Kaikai Kiki, con oficinas en Tokio y Nueva York, que genera beneficios incre¨ªbles. Murakami lanz¨® la idea de lo superplano y la sumisi¨®n a la tradici¨®n japonesa del manga. Pero, esponsorizado por Louis Vuitton, fabrica bolsos en edici¨®n limitada, o camisetas, pegatinas y flores. Representa a j¨®venes artistas y vende como nadie.
Don Thompson no se muerde la lengua en su libro al hablar del marquismo que todo lo invade, pero se escapa con habilidad al preguntarle acerca de si tambi¨¦n son marcas museos como el MOMA de Nueva York, el Guggenheim o la Tate de Londres. "Hay destinos marcas, y destinos museos, como el maravilloso Museo del Prado en Madrid o la Fundaci¨®n Mir¨® o el Museo Nacional de Arte de Catalu?a en Barcelona. Hay muchos lugares para ver arte en cada ciudad".
?Negocio o arte? ?sa es la pregunta. La historiadora del arte y ensayista Estrella de Diego es contundente: "Las cosas tienen el valor que queramos darles; antes, las obras ten¨ªan un precio por los materiales empleados en ellas, pero ahora el valor es simb¨®lico. En el arte actual hay claramente una parte de negocio, ya que al mismo tiempo que el arte se convierte en un valor simb¨®lico, tambi¨¦n va desarrollando un mercado, porque hay alguien que compra y alguien que vende. El mercado del arte es voraz, necesita alimentarse constantemente. ?Todo es falso? No. ?Hay mucho tejemaneje? Sin duda. Porque cuando todo es relativo, ocurre eso. Pero hay otro factor que me preocupa mucho y es la idea de que las colecciones de arte contempor¨¢neo de cualquier museo del mundo van a ser id¨¦nticas porque en ellas figuran los mismos artistas, los que est¨¢n todo el d¨ªa en los medios y en un momento dado racionan sus apariciones como otra t¨¦cnica de venta. Esta situaci¨®n hace que luego alguien la aproveche y diga que todo es una puesta en escena, y yo creo que no, lo que pasa es que es muy dif¨ªcil determinar lo que es arte y lo que no lo es. Es negocio, pero no tan rentable como se cree; puede pinchar, y lo est¨¢ haciendo. La gente no quiere arriesgarse a comprar algo sin saber su futuro. Cuando sobraba el dinero, las grandes fortunas invert¨ªan en arte como si fuera una empresa farmac¨¦utica. Hay muchos intereses creados, y si yo he comprado un Damien Hirst por 15 millones de d¨®lares, no puedo permitir que baje. El mercado es como las casas. Se mantiene porque si se cae, todo el mundo se suicidar¨ªa".
Esta reflexi¨®n provoca otra: ?cuanto m¨¢s cara es, m¨¢s se valora la obra de arte? Don Thompson responde que en lo m¨¢s alto del arte contempor¨¢neo "el valor tiende a seguir al precio. Si una pieza se estima en 10 millones de euros es porque se paga eso por ella. Un museo deber¨ªa anunciar una nueva adquisici¨®n no con una descripci¨®n del artista o de la ¨¦poca, sino del precio de adquisici¨®n". O sea, que comprar una obra cara es decirle al mundo lo rico que se es.
Un famoso marchante dec¨ªa que tuvo una vez un cliente con una vivienda en el East Side (en Nueva York), otra casa en Kensington, una segunda residencia en el sur de Francia y un peque?o yate, pero que nada impresionaba m¨¢s a sus amigos (tan ricos como ¨¦l) como que tuviera colgado en la pared el cuadro de Damien Hirst que compr¨® en la subasta de Sotheby's. Esto demuestra c¨®mo un hombre puede tocar la cima y el dinero.
Las galer¨ªas de arte est¨¢n donde se mueve el dinero. Por eso los artistas se trasladan a vivir a Londres, Nueva York, Roma, Berl¨ªn o Par¨ªs. Ellos son el ¨²ltimo eslab¨®n, van detr¨¢s del capital. Guillermo Solana, director del Museo Thyssen de Madrid, observa la evoluci¨®n del arte a trav¨¦s de las ciudades donde se comercia con ¨¦l. "Brujas fue hasta 1500 la capital del arte flamenco y de toda la pintura del Norte. Cuando el puerto de Brujas qued¨® inutilizado, los gremios y el capital se mudaron a Amberes. Igual que los pintores. El Amberes de Rubens del siglo XVI fue como el Nueva York de finales del siglo XX".
Es ah¨ª, entre Londres y Nueva York, donde se reparte el pastel. La capital brit¨¢nica tiene sucursales de importantes galer¨ªas como la de Gagosian y la reconocid¨ªsima White Cube, propiedad de Jay Jopling, hijo de Michael Jopling, el que fuera ministro con Margaret Thatcher. Jopling logr¨® auparse tras hacerse amigo de Damien Hirst y Tracey Emin. Un buen negocio, dado que el marchante se lleva el 50% del precio de venta de la obra como comisi¨®n.
Charles Saatchi es la figura por excelencia del coleccionista de arte contempor¨¢neo. Cuando compra algo, genera inmediatamente una expectaci¨®n inusitada. Financi¨® el tibur¨®n disecado y dio a conocer a los j¨®venes artistas en la exposici¨®n de la Royal Academy de Londres, Usa Today, en 2006. Hoy, su galer¨ªa en Chelsea es un selecto museo donde se da cita el p¨²blico m¨¢s esnob de Londres. Su libro Soy un adicto al arte (editorial Phaidon) es una loa a s¨ª mismo, a sus excentricidades. Pero nadie discute su olfato. Otra de sus famosas ventas fue la obra de Marc Quinn Uno mismo, un molde de la cabeza del artista hecho con cinco litros de su propia sangre congelada. La compr¨® por 13.000 libras y la vendi¨® a?os despu¨¦s por un mill¨®n y medio de libras.
Pero en el negocio del arte contempor¨¢neo, la pieza fundamental son las casas de subastas. Christie's y Sotheby's, como afirma Don Thompson, a?aden valor al producto. Son como la Coca-Cola y la Pepsi Cola: compiten entre ellas, pero dominan el mercado. Imponen. Tienen su lista de clientes y marcan diferencias hasta con los horarios. Si son diurnas, no hay tanta expectaci¨®n. Las de tarde (Evening) a?aden un plus de glamour, y para ellas se reservan los lotes y las invitaciones m¨¢s especiales.
Mar¨ªa Garc¨ªa Yelo, directora en Christie's Espa?a de arte moderno y contempor¨¢neo, opina: "El coleccionista espa?ol es cada vez m¨¢s internacional. Y a la vez muchos de nuestros artistas espa?oles contempor¨¢neos abren mercado con precios muy fuertes en las subastas. Ya no se puede hablar de un mercado nacional, sino global". Asegura que hay que quitarse de la cabeza la idea de que fuera de Espa?a no nos conocen y de que el coleccionista espa?ol colecciona s¨®lo pintura espa?ola. Habla de artistas cotizados, como Antonio L¨®pez, Juan Mu?oz, Chillida, Plensa, Barcel¨®, Saura... "Nuestras subastas no est¨¢n pensadas para atraer a gente famosa. Tenemos fluidez con el cliente, nos dedicamos a ellos. Todos piden asesoramiento, y nosotros les ayudamos en lo que podemos. A veces les proponemos vender alguna pieza de su colecci¨®n porque sabes que hay otra mejor. ?se es nuestro trabajo".
Para Thompson, en cambio, los coleccionistas son unos seres inseguros, inestables. ?Es eso verdad? "Algunos", dice, "no son tan inseguros, han llegado a lo m¨¢s alto en su profesi¨®n, pero desconf¨ªan de sus gustos en arte y eso refleja el hecho de que no est¨¢n dispuestos a perder el tiempo y hacer un esfuerzo para estudiar el tema; no se trata de una discapacidad para aprender o una carencia de gusto est¨¦tico".
Alexandra M. Schader, asesora de arte moderno y contempor¨¢neo de Sotheby's Espa?a, no cree en la crisis del mercado. Hace unas semanas se celebr¨® en Nueva York una de sus subastas m¨¢s especiales en la que la obra de Warhol 200 one dollar bills se vendi¨® por 43.762.500 d¨®lares, tres veces m¨¢s del precio estimado. Cinco figuras sentadas, de Juan Mu?oz, lo hizo por 1.202.500 d¨®lares. "En este ¨²ltimo a?o y medio, como en todos los sectores, hemos tenido un descenso de volumen, de cifras. La subasta de Damien Hirst fue un ¨¦xito y el final de una etapa de crecimiento. El pico m¨¢s alto se produjo en 2007. En seis meses de aquel a?o se factur¨® m¨¢s que en cualquier otro a?o de la historia de la compa?¨ªa. Fue cuando se vendi¨® el tr¨ªptico de Francis Bacon por 86 millones de d¨®lares, algo insuperable. Ese a?o hubo tantos r¨¦cords...".
Es el dinero, la codicia o el af¨¢n de notoriedad lo que lleva a comprar arte contempor¨¢neo. Thompson responde a esta pregunta con alma de gallego: "Hay tantas motivaciones para comprar arte como compradores existen; algunos lo hacen para decorar sus casas, otros quieren mostrar su buen gusto. Recuerdo demasiado lo de aquel tibur¨®n disecado que cost¨® 12 millones de d¨®lares y me parece rid¨ªculo gastarse eso en muchas obras de arte, pero no es menos dinero comprar un ¨®leo de 5.000 millones de d¨®lares".
Artistas marca, star systems, hay de todo, como en botica. Pero ?hemos llegado al fin del arte con la creaci¨®n de la marca? Thompson es categ¨®rico: "De ninguna manera. Siempre ha habido artistas reconocidos y de marca. Rembrandt fue un artista al que patrocinaban los gremios y hombres ricos". Solana tambi¨¦n defiende los nombres reconocidos y muestra un ejemplo: "Marina Abramovic, una artista fuera de serie, est¨¢ planeando crear un instituto de arte en Nueva York, una fundaci¨®n para artistas j¨®venes; y ella me dec¨ªa: 'Voy a utilizar mi nombre, pero no por cultivar mi ego, sino porque es una marca y eso puede ayudarme'. Los artistas hoy son marcas, y me parece una manera muy adecuada de describirlos".
Lo mismo opina Manuel Borja Villel, director del Museo Reina Sof¨ªa de Madrid: "se especula con el hecho art¨ªstico, se comercializa y la obra de arte ya no est¨¢ separada del mercado como antes. Esto ha tra¨ªdo consigo la popularizaci¨®n del arte y el beneficio comercial. En este sentido, el arte forma parte del mundo econ¨®mico, y dentro de ¨¦l hay muchos artistas que tienen un gran nombre, que son marcas. Y el arte es todo lo contrario de la marca. Arte es aquello que no acabas de entender nunca del todo".
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