Madrid tiembla
En la madrugada del mi¨¦rcoles al jueves, a eso de las dos y media, la cama empez¨® a moverse. A¨²n no me hab¨ªa dormido, estaba leyendo y al principio tuve una sensaci¨®n extra?a como si fuese yo misma con mi respiraci¨®n la que estuviera haciendo temblar el colch¨®n. Pero no, no era yo, la cama parec¨ªa un animal con vida propia y salt¨¦ de all¨ª a un suelo mareante. A mucha gente le ocurrir¨ªa lo mismo. Se enterar¨ªan menos los que estuviesen rodeados de m¨²sica y barullo, y si alguno not¨® algo lo achacar¨ªa al trago. Los que estaban durmiendo so?ar¨ªan que iban en una barca entre las olas del mar, que seguramente ser¨ªa el caso de mis vecinos porque no escuch¨¦ abrirse ni cerrase ninguna puerta, el descansillo estaba a oscuras. No sab¨ªa qu¨¦ hacer, aquello podr¨ªa repetirse, si es que se estaba produciendo un se¨ªsmo. En Internet no di con ninguna noticia sobre el asunto y no me hac¨ªa mucha gracia tumbarme en la cama y que empezara otra vez a dar peque?os saltos, as¨ª que me vest¨ª y a las tres se me ocurri¨® llamar al 112.
Somos menos fuertes de lo que creemos, menos importantes, menos sabios, menos heroicos
Me dijeron que no ten¨ªan ninguna informaci¨®n, que nadie les hab¨ªa informado de lo que ocurr¨ªa, que lo que sab¨ªan lo sab¨ªan por algunas llamadas como la m¨ªa, y se quedaron tan frescos. Por lo menos no se trataba de que los cimientos de mi edificio estuviesen cediendo, sino de temblores a los que estar¨¢n acostumbrados los habitantes de San Francisco, pero no los de aqu¨ª, por lo que no me parec¨ªa tan descabellado preocuparme por si en un apret¨®n del terremoto (que ahora s¨¦ que era lejano, pero no en aquel momento) se me ca¨ªan las estanter¨ªas encima. No se me facilit¨® informaci¨®n. M¨¢s a¨²n mi insistencia en que se me diera estaba resultando inc¨®moda, as¨ª que colgu¨¦ un poco azorada. Los ciudadanos somos unos pesados, tendemos a exigir que nos atiendan aquellos a quienes pagamos con nuestros impuestos. No hab¨ªa informaci¨®n, no hab¨ªa ninguna recomendaci¨®n que dar, no hab¨ªa nada de nada, s¨®lo gente como yo que tendr¨ªamos que confiar en que aquello hubiese sido moment¨¢neo. Pero ?y si no lo fuera?, ?no tendr¨ªan que estar previstos casos como ¨¦ste? Sobre todo si pensamos en los m¨¢s d¨¦biles, en los ancianos por ejemplo, que pueden sentirse bastante vulnerables en semejante situaci¨®n.
De todos modos me rehice, no quer¨ªa ser la cobardica que le da importancia a que la casa se mueva y volv¨ª a la cama con la lecci¨®n aprendida: somos menos importantes de lo que creemos, menos fuertes, menos sabios, menos heroicos y en cualquier momento el suelo puede tambalearse bajo nuestros pies. Me tap¨¦ dispuesta a coger el libro que hab¨ªa dejado en la mesilla.
Se trataba de un ensayo sobre literatura que en un principio me tent¨® por el t¨ªtulo y que ahora me serv¨ªa para pensar en mi lugar en un universo azaroso: Los convencionalismos del sentimiento (Galaxia Gutenberg/C¨ªrculo de Lectores). Me tent¨® porque la vida se mueve por los sentimientos, y las novelas tambi¨¦n. Y no son precisamente las narraciones sentimentales las que m¨¢s sentimientos contienen, sino las que nos crean incomodidad, desasosiego, las que tenemos que cerrar de vez en cuando para volver a la vida normal. Eso es lo que nos ocurre con Joseph Roth, uno de los escritores m¨¢s geniales en lengua alemana del periodo de entreguerras, que dej¨® dicho en una de sus novelas, Fuga sin fin: "Los escritores lo viven todo a trav¨¦s del lenguaje. No pueden sentir algo sin expresarlo", algo que valdr¨ªa para resumir la manera de estar en el mundo de otros tantos autores reunidos en este volumen: W. G. Sebald, Conrad, Broch, Zweig, Ch¨¦jov, Turg¨¦nev, M¨¢rai, Plat¨®nov, Tolst¨®i o Kafka. La verdad es que hasta que Kafka no cre¨® la atm¨®sfera kafkiana no supimos explicar lo que sent¨ªamos ante el mundo. Logr¨® crear una sensaci¨®n universal, de la que constantemente echamos mano para expresar lo absurda que es la vida.
Luis Gonzalo D¨ªez, el joven profesor autor de este espl¨¦ndido libro, nos conduce con una gran lucidez por la narrativa del siglo XX, que en sus propias palabras "trat¨® de sobrellevar el impacto emocional de la historia". Los grandes autores del siglo pasado se atrevieron a dar cuenta de nuestros sentimientos y perplejidad ante unos cambios sociales a los que hab¨ªa que adaptarse y que nos hac¨ªan m¨¢s fr¨¢giles. Una de las mejores maneras de bucear en la nueva forma en que aprendimos a aproximarnos los unos a los otros a lo largo de un siglo es sin duda a trav¨¦s de la literatura. Y la manera de entrar en esa rica literatura que a¨²n nos puede iluminar el camino que tenemos por delante es leyendo el libro de Luis Gonzalo D¨ªez. A m¨ª me ha puesto los pies en la tierra, en tierra firme.
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