Tan frescos bajo el Mont Blanc
Sibarita y delicado, el valle de Aosta funde paisaje alpino con castillos. El secreto mejor guardado al norte de Italia
Es un pasillo de lujo. Estrecho, s¨ª, pero sus muros est¨¢n alicatados por grandes colosos europeos, cuatromiles como el Mont Blanc (que aqu¨ª llaman Monte Bianco), el Cervino, el Monte Rosa, el Gran Paradiso... El techo de Europa, la testa encanecida que nunca pierde sus nieves: 753 kil¨®metros de pistas y un enjambre de estaciones, s¨®lo en este valle, para un p¨²blico tan fiel como discreto. Desde una carretera de monta?a, entre el suelo y el cielo, aquello se ve como un hormiguero futurista, con cintas alborotadas de asfalto que vuelan, se enredan como un mecano, burlan pueblos, traspasan collados o se sumen en t¨²neles misteriosos. Remontes y telef¨¦ricos clavados por doquier parecen herramientas de un vud¨² contra el desmadre tel¨²rico.
Pero el Mont Blanc-Monte Bianco es una furia dome?ada. Con un gu¨ªa y unos meniscos engrasados puede uno ver amanecer casi a ras de los 4.810 metros de palmito que luce el mocet¨®n m¨¢s espigado de Europa. No es tan terrible ni complicado. Un telef¨¦rico que va por tramos facilita esquiar dentro y fuera de pistas, en invierno, o ara?ar glaciares, con buen tiempo. Hasta el Papa actual subi¨® hace poco a la terraza de la Punta Helbronner a tomarse un caldo calentito y echar unas bendiciones.
Esta geograf¨ªa superlativa en la entra?a m¨¢s pudiente de Europa hace temer que el valle de Aosta sea una feria de vanidades. Eso no ocurre. Al contrario, si algo caracteriza al enclave es la discreci¨®n, a diferencia de otros escaparates mundanos muy pr¨®ximos. Este corredor oblongo tiene como espina dorsal un r¨ªo hermano del Duero: el Dora, bautizado como el nuestro por los celtas (dur, r¨ªo). Ese valle principal revienta sus costuras en 13 vaguadas laterales que forman, con el Dora, una raspa perfecta y manejable.
Dialectos para dar y tomar
Porque ¨¦sta es la regi¨®n m¨¢s chica de las 20 autonom¨ªas que integran el mosaico italiano. Tal vez la m¨¢s singular, por no decir arisca; su idioma oficial es tanto el franc¨¦s como el italiano (hay que tener en cuenta que hasta la Reunificaci¨®n de Garibaldi perteneci¨® a los Saboya), y, para rematar la cosa, conserva ?82 dialectos!, es decir, tiene m¨¢s lenguas que municipios (que s¨®lo son 74): tocan a un dialecto por cada 1.000 habitantes.
Sin embargo, el valle de Aosta no es un trabalenguas. Al contrario, resulta muy f¨¢cil de leer y descifrar, conforme uno remonta el Dora a lomos de la autopista que se ci?e (qu¨¦ remedio) al curso encajonado del r¨ªo. A un lado y otro asoman pueblos recogidos como reba?os min¨²sculos, bancales con ret¨ªculas de vi?a, torres de iglesias rom¨¢nicas con el mismo aire de familia; y sobre todo, castillos. Llaman de inmediato la atenci¨®n. Bien contados, son 137, es decir, en este caso tocan a dos por cada pueblo. Claro est¨¢ que algunos andan sueltos por la monta?a, los m¨¢s antiguos, que eran guarniciones o torres vig¨ªa en ¨¦poca medieval.
Como en otras partes, los antiguos bastiones guerreros se fueron refinando al entrar tiempos m¨¢s apacibles; a partir del siglo XIV eran m¨¢s bien residencias de clanes y familias nobles. La media docena larga de castillos que se pueden visitar ilustran bien esa deserci¨®n. El castillo de Fenis, uno de los m¨¢s pintorescos, es todav¨ªa por fuera una fortaleza g¨®tica; por dentro, sin embargo, posee la delicadeza de una caja de m¨²sica, gracias sobre todo a las pinturas murales que enlucen sus paredes. Frescos de una maestr¨ªa que agota los adjetivos. Otro castillo imprescindible, el de Issogne, marca la etapa final del aburguesamiento de los viejos cuarteles; por fuera, nadie pagar¨ªa un centavo por entrar, pero una vez dentro, ah, resulta unos de los secretos mejor guardados de Italia, que ya es decir. Es un milagro (y un golpe de fortuna) que se haya conservado el repertorio de frescos que retratan al detalle oficios y costumbres de una sociedad que entraba a saltos en la era gozosa del humanismo.
Tradici¨®n artesana
Perderse por los pueblos valdostanos es una delicia. Todos tienen algo, un castillo, un templo rom¨¢nico, y muchos conservan callejones o pasadizos que huelen a heno, lavaderos p¨²blicos, secaderos y rascards (especie de h¨®rreos)... A los pies del castillo de Fenis se acaba de abrir un museo que recoge la tradici¨®n artesana del valle, en forja y madera sobre todo (MAVE).
Un aire de pueblo grand¨®n conserva la capital, hermana de nuestra Zaragoza-Caesaraugusta; Aosta se llamaba Augusta Praetoria y fue creada bajo el mismo emperador Augusto en el a?o 25 antes de Cristo. El t¨®pico mote de Roma de los Alpes resulta algo excesivo. Pero su exiguo tama?o, en plena campi?a, hace que resalten m¨¢s sus murallas romanas, sus dos puentes, la calzada o V¨ªa de las Galias, bien visible, que a partir de aqu¨ª se bifurcaba hacia los pasos del Peque?o y Gran San Bernardo.
Que Aosta fue urbe floreciente lo atestiguan el triunfal Arco de Augusto, la Puerta Pretoria, el teatro romano, del que (a diferencia de la mayor¨ªa) se ha conservado bien la tapia trasera, el inmenso criptop¨®rtico que sosten¨ªa los porches y las columnas del foro. Junto a una bas¨ªlica paleocristiana del siglo V (ahora en el subsuelo) se alz¨® en ¨¦poca medieval la abad¨ªa de Sant Orso, en cuyos altillos, rozando la techumbre, las b¨®vedas g¨®ticas perdonaron gran parte de los frescos rom¨¢nicos que cubr¨ªan hasta el m¨ªnimo resquicio; se pueden contemplar, no a gatas, pero casi. En el espl¨¦ndido claustro pueden verse los ¨²nicos capiteles historiados que hay en Italia, junto con los de Monreale (Sicilia).
Que Aosta sigue siendo una ciudad confortable y sibarita salta a la vista en la calle Mayor, peatonal; sus tiendas gourmets, a un lado y otro, parecen mostradores de Harrod's. La buena vida tiene a pocos kil¨®metros de all¨ª otro de sus anaqueles. Son las termas de Pr¨¦-Saint-Didier. A mediados del siglo XIX se construy¨® un balneario para encauzar manantiales de agua hirviente y salut¨ªfera que ya usaban los romanos. Ahora han restaurado el complejo, y sus inmensas instalaciones exploran hasta cuarenta delicias termales. Lo m¨¢s chocante, sin duda, es sumergirse en piscinas calientes al aire libre, teniendo la nieve en derredor, y la vista del Montblanc al frente; vivencia s¨®lo equiparable a los ba?os nocturnos, rodeados por decenas de antorchas y candelas, bajo el latido oscuro y profundo de la noche alpina.
Gu¨ªa
C¨®mo ir
? Los aeropuertos m¨¢s cercanos son los de Tur¨ªn (a 132 kil¨®metros) y Mil¨¢n (a 204); luego se puede tomar la autopista de peaje A5, direcci¨®n Aosta, o bien el tren, que recorre todo el valle.
Dormir
? Hotel Europe (0039 01 65 23 63 63). Via Ribitel, 8. Aosta. La doble, desde 90 euros. ? La Meridiana (0039 01 65 90 36 26; www.albergomeridiana.it). Loc. Ch?teau Feuillet, 17. En Saint Pierre. Desde 80 euros.
Comer
? Bajo el r¨®tulo Saveurs du Val d'Aoste se agrupa una serie de productos locales (quesos fontina o toma, jam¨®n, lard -tocino- y embutidos, vino...) y algunos restaurantes, tiendas y casas rurales sujetos a un control de calidad. Entre ellos: Vecchia Aosta (0039 01 65 36 11 86; Via Porte Pretoriane, 4; www.vecchiaosta.it) y Al Maniero (0039 01 25 92 92 19; frente al castillo de Issogne; www.ristorantealmaniero.it).
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