La centenaria rebelde
Mar¨ªa Rosa Alonso, que ayer cumpli¨® 100 a?os en Tenerife, donde naci¨®, cree que el drama del ser humano hoy es que ya no padece tres edades, sino cinco, y la peor es la vejez. Somos, sucesivamente, ni?os, adolescentes, j¨®venes, maduros y viejos. "La vejez", me dijo hace poco, "es una lata, y la tenemos que aguantar". A?adi¨®: "Pero hay que rebelarse, si no nos rebelamos el atardecer es terrible".
En una de esas edades, la principal de su vida, su drama no fue el tiempo, sino la guerra. La sufri¨® como un ara?azo bestial, y la vivi¨® en medio de una decisi¨®n que no ha abandonado nunca: aprender. Es una de esas mujeres cuya conducta parece un manifiesto. Jam¨¢s dobleg¨®, ante las circunstancias desfavorables de la guerra y de la posguerra, la dignidad con la que decidi¨® vivir, y ahora que cumple el siglo parece, a¨²n l¨²cida, y con una memoria sin lagunas, un s¨ªmbolo de lo que reside debajo de la historia para explicar por qu¨¦ ¨¦sta fluye ense?ando, no par¨¢ndose jam¨¢s, como un presente perpetuo.
Mar¨ªa Rosa Alonso es una de esas mujeres cuya conducta parece un manifiesto
Para esta gente que tiene un siglo y cuya vida pas¨® por la terrible experiencia civil del odio, la "guerra incivil" de la que habla su amigo Juan Marichal, cualquier gesto de memoria parece el espejo de un tiempo que, si no fuera por ellos, estar¨ªa para nosotros, como escribe ahora Antonio Mu?oz Molina en su reciente novela, En la noche de los tiempos, perdido, manejado por los vaivenes de la actualidad como si nada hubiera pasado.
No la dobleg¨® el exilio interior, que vivi¨® con gente como Juli¨¢n Mar¨ªas o como Joaqu¨ªn Satr¨²stegui, o como Dionisio Ridruejo, o como Pedro La¨ªn, o como Antonio Tovar..., con quienes abord¨® aventuras intelectuales de las que ella fue una entusiasta abanderada. Y cuando tuvo que irse, a ense?ar a Venezuela, fue tambi¨¦n teniendo claro que no se iba, sino que se trasplantaba.
Gente as¨ª, como Mar¨ªa Rosa Alonso, o como los contempor¨¢neos suyos que nos han ido dejando, suponen un gozne que nos permite seguir viviendo gracias, precisamente, a la actualidad de la memoria que nos dejan. Ella dice que lo de la memoria hist¨®rica es "una memez", porque la memoria no es hist¨®rica, vive con nosotros, est¨¢ presente en la vida que vivimos. Sin aquella experiencia ahora estar¨ªamos viviendo otra historia, y la memoria que nos acompa?a es la historia presente, toda la historia.
Ella ha vivido en perpetuo estado de rebeli¨®n, por eso llega a esa edad como un junco, como lleg¨® su contempor¨¢neo Francisco Ayala, y como lleg¨® su hermano Elfidio Alonso Rodr¨ªguez, que fue director del diario Abc cuando ¨¦ste fue, durante la Guerra Civil, diario republicano y de izquierdas.
Un junco. Una feminista que no ha necesitado decirlo, una liberal rabiosa que no ha permitido nunca el adobo del paternalismo, ni el femenino ni el masculino. Hace unas semanas le propuse un t¨ªtulo de un libro posible sobre las islas en las que naci¨® y en las que vive; pens¨® un instante en el t¨ªtulo, Descubrimiento de Canarias, y chasque¨® los dedos: "Ya hubo uno as¨ª en 1929".
Tiene la memoria fresca como una lechuga, igual que la dignidad, que arrastra con bravura desde los a?os treinta, cuando decidi¨® que iba a ser una mujer libre en un mundo macho. Fue una de las primeras universitarias de su isla; estudi¨® con becas, arrostr¨® las dificultades familiares y pol¨ªticas derivadas de la militancia republicana de su hermano (y de su familia), trabaj¨® en la universidad espa?ola hasta que ¨¦sta se le hizo irrespirable, y abord¨® la aventura docente en Venezuela como otros emigrantes tambi¨¦n isle?os buscaron el aire donde respirar fuera de la miseria espa?ola de entonces.
Un junco al que estuvo a punto de partir la guerra. Pero resisti¨®; su hermano parti¨® al exilio; ella hab¨ªa atesorado las ense?anzas de Ortega, de Am¨¦rico Castro, de Tom¨¢s Navarro Tom¨¢s, y resisti¨® la melancol¨ªa que produc¨ªa la decrepitud en la que entr¨® la instituci¨®n universitaria. Ella ven¨ªa de un territorio al que la guerra, como dijo su compa?ero de tiempo Domingo P¨¦rez Minik, dej¨® "al rojo vivo". Aunque m¨¢s joven que Marichal, el hombre que rescat¨® la obra de Manuel Aza?a para convertirla en un breviario de la resistencia intelectual y pol¨ªtica en la posguerra, Mar¨ªa Rosa Alonso es de esa estirpe de canarios que en el periodo republicano abrigaron la esperanza de revoluci¨®n cultural y educativa que supon¨ªa la idea de la Rep¨²blica.
Sin morri?a, segura de que seguir trabajando era la manera de luchar contra aquel tiempo oscuro, Mar¨ªa Rosa Alonso construy¨® una obra (su trabajo principal ha sido sobre el Poema de Antonio de Viana, una fuente l¨ªrica de la Canarias del XVII) y sobre todo puso en pie una personalidad que, vista desde esta edad, resulta una met¨¢fora de la lucha (de las mujeres y de los hombres) por impedir que el atardecer fuera terrible. Ella ha llegado a los 100 a?os y, como dec¨ªa Hemingway de uno de sus personajes, "conoci¨® la angustia y el dolor pero nunca estuvo triste una ma?ana".
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