Un gato en Damasco
El arquitecto madrile?o Fernando de Aranda se prodig¨® en la capital siria
Como los ordenadores, tienen las ciudades una parte blanda -sus habitantes- y una parte dura -sus edificios-. Su alma est¨¢ tanto en unos como en otros; por eso, cerca del zoco de Hamadiye reparo en un bello edificio historicista, de dos plantas y p¨®rtico de columnas, que mezcla con sutil delicadeza la herencia ar¨¢biga con la arquitectura georgiana. Es la estaci¨®n del Hedjaz, en cuyos trenes llegaban los peregrinos a Medina. Su arquitecto fue el madrile?o Fernando de Aranda (1878-1969), a cuya obra han dedicado un libro Alejandro Lago y Pablo Fern¨¢ndez Cartagena editado por el Instituto Cervantes de Damasco. Su padre era m¨²sico y recibi¨® la invitaci¨®n del sult¨¢n Abdul Hamid II para dirigir su orquesta en Estambul. Mucha debi¨® de ser la admiraci¨®n del poderoso hacia el artista porque lo nombr¨® director de las bandas militares del Imperio con rango de general. Con el desplome del sultanato, su hijo Fernando se instal¨® en Damasco y construy¨® mezquitas, hospitales, edificios oficiales y hotelitos particulares que dejaron su cu?o sobre el tosco racionalismo del Damasco moderno. Cuando ya experimentaba el pregusto de la muerte sol¨ªa subir al monte Qasium.
Junto con el restaurante giratorio del ¨²ltimo piso del hotel Cham, es el mejor mirador de la ciudad porque atalaya tejados que podr¨ªan cubrir tanto el lazareto de los leprosos como las termas de las odaliscas. A la derecha se ve el monte Herm¨®n, con nieves perpetuas. En el Ramad¨¢n, con el crep¨²sculo, un cohete da la se?al, y la salmodia de un muec¨ªn crece como una ola y se multiplica en las plegarias que salen de miles de minaretes. Damasco, entonces, se vuelve redundante, se repite para que la oraci¨®n, una y m¨²ltiple, taladre tu mente.
Si no es hora punta, un taxi te deja en 10 minutos en la ciudad antigua, la Ciudadela. Junto a los bastiones de la muralla con ocho puertas est¨¢ el Nofara Caf¨¦. Envidio c¨®mo los ¨¢rabes derogan el tiempo con un helado de s¨¦samo y pistacho o fumando sus pipas de agua. No s¨®lo el reloj est¨¢ parado, tambi¨¦n el calendario parece de huelga, porque un presente perplejo se trenza con un pasado inmemorial en el que por mucho que retrocedas siempre encontrar¨¢s Damasco.
Mercado sin l¨ªmites
En el zoco Hamidiye no acaba uno de tener la sensaci¨®n de encontrarse en uno de los v¨¦rtices del eje del mal; de hecho, resulta una ciudad muy segura gracias, tal vez, a la invisible vigilancia de los mukabarats, la polic¨ªa secreta. Los artesanos soplan el vidrio, templan el lat¨®n, sacan de sus telares los tejidos. Con su dep¨®sito a la espalda, un cargador de limonada o agua de regaliz recorre un escenario m¨¢s pintoresco que anacr¨®nico. Damasco es un zoco sin la cortes¨ªa de los l¨ªmites. Cuando has salido de Hamidiye y est¨¢s indeciso entre dos nuevos zocos, siempre encuentras un tercero en el que los gritos agudos de los mercaderes se mezclan con el guirigay de los paseantes entre antiguos caravasares otomanos que sirven todav¨ªa de almacenes. Los callejones desbordan un flujo inquieto de musulmanes o cristianos, beduinos, drusos o armenios; de mujeres veladas y muchachas con falda corta o vaqueros. Los hombres visten chilabas, galabiyas, uniformes militares o trajes oscuros. Se mezclan fulares con velos y turbantes con keffiehs.
Los tenderetes rebosan de ropa barata, tarros de saflower (el azafr¨¢n nacional), jabones de Alepo, especias y cigarrillos por unidades. A diferencia de otros zocos ¨¢rabes, aqu¨ª no te acosan los vendedores de pacotilla; pero hay una virtud propia del buen viajero: la curiosidad por oler, probar, saborear.
Ecos de Bollywood
Quedan vestigios del propileo romano consagrado a J¨²piter al lado de uno de los alminares de la Gran Mezquita Omeya. El patio de m¨¢rmol blanco brilla como un espejo opalescente. Dos j¨®venes, Yasser y Tarek, se me acercan y hablamos de religi¨®n y de pol¨ªtica. Intentan convertirme al islam y tomo su inter¨¦s en mi salvaci¨®n como indicio de que les he ca¨ªdo bien. Pero declino su invitaci¨®n. Como anot¨® Elias Canetti en Las voces de Marrakech, "los buenos viajeros son despiadados".
Damasco es un libro que se lee con los pies: paseando, por ejemplo, por La Souleimaniye. Antiguo hospicio para los derviches y ajorca voluptuosa en el tobillo de la ciudad, ahora es lugar de paseo para los que se aman. Ilustra el gusto de los sirios por la armon¨ªa de las formas y por las rosas damascenas: las hay de todos los colores.
El barrio cristiano, alrededor de Bab Tuma (puerta de Santo Tom¨¢s), es la milla cuadrada m¨¢s liberal de Siria, aqu¨ª las chicas j¨®venes visten shorts y t-shirts como conversas a costumbres ex¨®ticas. Camino de Damasco, Saulo de Tarso se convirti¨® en San Pablo, luego se escap¨® de la ciudad en una cesta suspendida de una cuerda en el lienzo de la muralla llamada Bab Kissan. O eso cuentan los gu¨ªas de la cripta de San Anan¨ªas. En Damasco, cristianos y musulmanes conviven sin tensi¨®n aparente.
El Rabwa, al borde de uno de los siete brazos del r¨ªo Barada, es un desfiladero entre dos barrios de la ciudad moderna. Est¨¢ saturado de restaurantes al aire libre con el gusto kitsch de las pel¨ªculas de Bollywood. Fairuz, la Roc¨ªo Jurado libanesa, desgrana baladas de amor mientras cae la noche y huele a jazm¨ªn. De d¨ªa, Damasco huele al cardamomo de anta?o y a los tubos de escape de hoga?o. Esta ciudad es un di¨¢logo interminable entre sus deseos y sus recuerdos, entre lo que querr¨ªa llegar a ser y lo que no puede dejar de ser: la encrucijada que fascin¨® al murciano Ibn Arab¨ª, que quiso morir all¨ª. Como el madrile?o Fernando de Aranda, que se cas¨® con una turca rica, se convirti¨® al islam y alimenta las ra¨ªces de las lechugas en el cementerio de Bab El Sgir.
Gu¨ªa
C¨®mo ir
? Syrianair (915 47 99 39; www.syriaair.com) opera vuelos regulares y directos entre Madrid y Damasco. El billete de ida y vuelta, en enero, 402,48 euros.
Comer y dormir
? Platos a probar: son exquisitos los entrantes, mezza. Se sirven en cuencos o platos peque?os. Merece la pena probar el humus (crema de garbanzos), crema de berenjenas, el shawarma (cordero asado), el kibbe (alb¨®ndigas asadas) o la ensalada fatuch. La cerveza es m¨¢s ligera que la nuestra. En el barrio cristiano hay variedad de vinos libaneses.
? Cham Palace (www.chamhotels.com; 00963 11 223 23 00)
en la calle de Mayssaloum. Damasco. La habitaci¨®n doble, 194 euros.
Visitas
? Compras: en Jayyatin, est¨¢ el zoco de los sastres, en al- Bzouriya, el de semillas; en al-Attarind, especias y caf¨¦, en As-Silah, plata y oro. En Bab Charki, en el barrio cristiano, est¨¢ Giovanni la m¨¢s exquisita tienda de antig¨¹edades, joyas, manteler¨ªa y alfombras.
? Ver: el palacio Azem, entre el zoco Hamidiye y la calle Recta, es una bella muestra de arquitectura civil otomana. En el arrabal de Salh¨ªe tiene su t¨²mulo el m¨ªstico suf¨ª Ibn Arab¨ª.
Informaci¨®n
? Turismo de Siria
(www.syriatourism.org).
? Embajada de Siria en Madrid (914 20 16 02).
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