El problema espa?ol
Ya no caben medias tintas para afrontar el encaje de Catalu?a en la Espa?a democr¨¢tica, s¨®lo quedan dos opciones: federalismo o autodeterminaci¨®n. Se impone una reforma constitucional pactada por PSOE y PP
Suele leerse en las s¨ªntesis de Historia de Espa?a ¨¦sta o parecida frase: "A comienzos del siglo XX, Espa?a ten¨ªa cuatro problemas: el religioso, el militar, el agrario y el catal¨¢n". Cien a?os despu¨¦s, los tres primeros se han resuelto o diluido, pero permanece inc¨®lume el cuarto, que, al condicionar de forma determinante la vida p¨²blica espa?ola de la ¨²ltima centuria, merece ser designado -m¨¢s que como el problema catal¨¢n- como el problema espa?ol. La prueba de ello est¨¢ en el hecho de que cada vez que Espa?a se libera de la ortopedia dictatorial que compensa la cong¨¦nita debilidad de su Estado, el problema fundamental a resolver al tiempo de redactar la Constituci¨®n es el de la estructura territorial del Estado. As¨ª sucedi¨® en los albores de la II Rep¨²blica, tras la dictadura del general Primo de Rivera, y al inicio de la Transici¨®n, tras la dictadura del general Franco.
Si los espa?oles tuvieran coraje desarrollar¨ªan el Estado auton¨®mico en el sentido federal
Si lo tuvieran los catalanes, concretar¨ªan lo que quieren y pondr¨ªan los medios para lograrlo
La f¨®rmula ideada por la Transici¨®n para encauzar este problema fue incluir en el pacto constitucional originario el dise?o b¨¢sico del Estado de las Autonom¨ªas. En el bien entendido de que este pacto pon¨ªa en marcha un proceso din¨¢mico, consistente en una progresiva redistribuci¨®n del poder pol¨ªtico, concorde con el reconocimiento de la plurinacionalidad del Estado y respetuoso con la cohesi¨®n social y la solidaridad interterritorial. Un proceso que habr¨¢ de culminar en una estructura pol¨ªtica federal. Un proceso, por ¨²ltimo, que no puede abortar una de las partes sin infringir el pacto constitucional originario.
La f¨®rmula, como todas las transacciones, fue fecunda y ha contribuido durante un cuarto de siglo a dar vida a una de las etapas m¨¢s venturosas de la historia de Espa?a. Pero, llegado el momento de dar un paso adelante en el desarrollo del Estado Auton¨®mico, se inici¨® la ceremonia de la confusi¨®n. Unos se enrocaron en una defensa numantina de la intangibilidad constitucional, invocando el nombre de Espa?a para preservar su posici¨®n de privilegio; otros precipitaron la reforma estatutaria, sin percibir que no se puede excluir a media Espa?a de una reforma que, por ser fruto del pacto constitucional originario, requiere el concurso de todas las fuerzas que alumbraron aqu¨¦l; y hubo quien, por ¨²ltimo, prometi¨® lo que no deb¨ªa, procedi¨® con ligereza ins¨®lita y ha terminado por mirar hacia otro lado cuando las letras comenzaban a vencer. No obstante, este desprop¨®sito tiene unas ra¨ªces hondas, que nadie me hab¨ªa dejado tan claras como lo hizo, hace meses, un espa?ol an¨®nimo. En efecto, este verano, al d¨ªa siguiente de una cena de agosto, un asistente -colega castellano de mi quinta, que trabaj¨® muchos a?os en Catalu?a y regres¨® luego a su tierra- me envi¨® esta nota:
"Ayer no habl¨¦ cuando sali¨® el tema de Catalu?a. No ten¨ªa nada que decir. Hoy, sin embargo, te remito tres observaciones -ni tan s¨®lo ideas- a lo que se dijo. Son ¨¦stas:
1. El debate Espa?a-Catalu?a es tramposo por ambas partes. Admito que es tramposo por parte de Espa?a, ya que buena parte de los espa?oles no ha asumido que el Estado de las Autonom¨ªas es el embri¨®n de un Estado federal que habr¨ªa de desenvolverse hasta consolidarlo, y lo ven como un subterfugio con el que dar largas a las aspiraciones de autogobierno catalanas. De ah¨ª vienen la inercia centralizadora de la Administraci¨®n, la erosi¨®n de competencias por la v¨ªa de la legislaci¨®n b¨¢sica y de la jurisprudencia del Tribunal Constitucional, etc. Pero adm¨ªteme tambi¨¦n que buena parte de los nacionalistas catalanes tampoco juega limpio, porque, por debajo de la su secular ambici¨®n de refaccionar el Estado, ha latido siempre una soterrada aspiraci¨®n a la independencia.
2. No hay federalistas ni en Espa?a ni en Catalu?a. Es frecuente o¨ªr en Catalu?a que resulta imposible la consolidaci¨®n de un Estado federal por la falta de federalistas espa?oles. Lo admito, si bien a?ado que tampoco hay muchos en Catalu?a. En cuanto rascas un poco, te encuentras con que lo que pretende la mayor¨ªa de los llamados federalistas catalanes es una especie de relaci¨®n bilateral Catalu?a-Espa?a, bajo la que se esconde una impl¨ªcita aspiraci¨®n confederal.
3. Hay un rec¨ªproco y grave error de ra¨ªz. Muchos espa?oles no aceptan que Catalu?a sea una naci¨®n, es decir, una comunidad con conciencia de poseer una personalidad hist¨®rica diferenciada y voluntad de proyectarla al futuro mediante su autogobierno. Y, a la rec¨ªproca, muchos catalanes niegan a Espa?a como naci¨®n, reduci¨¦ndola a la condici¨®n jur¨ªdica de Estado -Estado espa?ol-, cuando lo cierto es que -como t¨² dices- es "una naci¨®n de tomo y lomo, con una mala salud de hierro". De lo que se desprende que el conflicto hist¨®rico entre Espa?a y Catalu?a es el choque frontal de dos naciones: una que no ha tenido fuerza para absorber a la otra, y otra que no ha tenido fuerza para desligarse de aqu¨¦lla.
Si los espa?oles tuviesen coraje, desarrollar¨ªan el Estado Auton¨®mico en sentido federal (Senado, organismos de colaboraci¨®n verticales y horizontales, concreci¨®n de las competencias federales a ejercitar por la Administraci¨®n central), dejando la puerta abierta para que pueda marcharse la comunidad aut¨®noma que as¨ª lo quiera. Y, si los catalanes tuviesen coraje, concretar¨ªan lo que quieren y pondr¨ªan los medios para conseguirlo, sin renunciar a nada con el pretexto de que "Madrid" no lo permitir¨¢. Nunca m¨¢s volver¨¢ a subir por las Ramblas una bandera de la Legi¨®n con la cabra al frente.
Comparto este an¨¢lisis. Y lo hago con hast¨ªo y pena, porque pienso que -sin ponderar sus respectivas culpas- ambas partes se cierran, cada d¨ªa m¨¢s, a una soluci¨®n transaccional que, en aras de sus respectivos intereses, alumbrase un proyecto compartido. Por ello, como ha escrito Josep Ramoneda, "ha llegado ya el momento de plantear las cosas sin rodeos: Catalu?a quiere m¨¢s poder y Espa?a no quiere d¨¢rselo. Quiz¨¢ afrontar el problema directamente, sin eufemismos, facilitar¨ªa el entendimiento".
As¨ª las cosas, hay que tener presente que el trozo de tierra que se extiende del Pirineo a Tarifa y del Finisterre al "cap de Creus", dejando al margen Portugal, s¨®lo puede articularse pol¨ªticamente de cuatro maneras: (1) Como un Estado unitario y centralista, que no lleg¨® a cuajar y ya nunca ser¨¢. (2) Como una Confederaci¨®n o un Estado federal asim¨¦trico, que acarrear¨ªan la cantonalizaci¨®n y subsiguiente destrucci¨®n del Estado. (3) Como un Estado federal sim¨¦trico (si bien con diverso contenido competencial), del que el Estado Auton¨®mico es embri¨®n. (4) Y como diversos Estados independientes.
Lo que significa que, en la pr¨¢ctica, las opciones se reducen a dos: Estado federal o secesi¨®n. ?C¨®mo hacer posible esta disyuntiva? Es precisa una reforma constitucional que s¨®lo puede ser abordada tras un pacto previo entre el partido que est¨¦ en el gobierno y el primer partido en la oposici¨®n, es decir el PSOE y el PP, el PP y el PSOE. Un pacto abierto a los otros partidos que quieran sumarse. Ahora bien, para emprender esta senda hace falta vista larga y coraje. Algo que hoy no abunda.
Termino. Rechac¨¦ en su momento la deriva confederal del proyecto de Estatuto aprobado por el Parlamento de Catalu?a; consider¨¦ luego como un fracaso pol¨ªtico de primera magnitud que este mismo Estatuto, aprobado en refer¨¦ndum tras su criba por el Parlamento espa?ol, fuese impugnado ante el Tribunal Constitucional; y afirmo ahora que, dada la naturaleza pol¨ªtica del grav¨ªsimo contencioso que subyace bajo estos hechos, el problema subsistir¨¢ inc¨®lume cualquiera que sea el alcance de la sentencia. Se ha sobrepasado ya el punto de no retorno: la desafecci¨®n de unos, el hast¨ªo de otros y la falta de un proyecto compartido por todos hacen que la cuesti¨®n deba plantearse -antes o despu¨¦s- en toda su radicalidad, de un modo semejante a como se hizo en Canad¨¢: federalismo o autodeterminaci¨®n. Los que ofician de realistas dir¨¢n que esto es un dislate. Yerran: Dios ciega a los que quiere perder.
Juan-Jos¨¦ L¨®pez Burniol, notario, es miembro de Ciutadans pel Canvi.
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