Cautivos de Al Qaeda
Calor y fr¨ªo, escorpiones, serpientes, falta de cuidados m¨¦dicos y, a veces, una p¨¦sima alimentaci¨®n. As¨ª recuerdan los ex rehenes de los terrotistas en Mal¨ª sus meses de cautiverio
"Il est parti" (Se ha marchado). Werner Greiner, de 58 a?os, un abogado de Zurich, recibi¨® esta escueta respuesta en franc¨¦s del cancerbero barbudo al que pregunt¨® por la suerte de Edwin Dyer, de 61 a?os, un brit¨¢nico que hab¨ªa sido hasta entonces su compa?ero de cautiverio en el desierto del norte de Mal¨ª.
Ambos hab¨ªan sido secuestrados, en enero del a?o pasado, en el oeste de N¨ªger junto con la esposa de Werner, la concejala socialista suiza Gabriella Barco, de 55 a?os, y Marianne Petzold, una profesora jubilada alemana de 76 a?os que en los a?os setenta vivi¨® en Niamey (N¨ªger). Acud¨ªan a un festival touareg en Anderamboukan, en el este de Mal¨ª. Ahora eran rehenes de Al Qaeda en el Magreb Isl¨¢mico (AQMI).
"Se ha ido", contest¨® el terrotista cuando un reh¨¦n suizo le pregunt¨® por el cautivo brit¨¢nico que fue asesinado
Las mujeres presas s¨®lo pod¨ªan hablar con sus cancerberos a trav¨¦s de otros rehenes varones y no directamente
Las mujeres son a¨²n m¨¢s desdichadas durante los secuestros porque se las a¨ªsla y se las trata sin respeto
Greiner se imagin¨® entonces, al escuchar la contestaci¨®n, que Dyer hab¨ªa sido liberado por los terroristas como un mes antes lo fueron su mujer y la alemana Petzold. S¨®lo seis semanas m¨¢s tarde, cuando ¨¦l fue, por fin, puesto a su vez en libertad, supo que su acompa?ante brit¨¢nico hab¨ªa sido asesinado el 31 de mayo. Hasta ahora ha sido el ¨²nico reh¨¦n occidental al que los terroristas han matado.
Los cuatro turistas fueron capturados en enero del a?o pasado en el oeste nigerino un mes despu¨¦s de que, en la misma zona, fueran apresados los canadienses Robert Fowler, enviado especial del secretario general de la ONU para N¨ªger, y su adjunto, Louis Guay. En 2008 les hab¨ªa tocado el turno de ser secuestrados al matrimonio austriaco compuesto por Wolfgang Ebner, de 53 a?os, y Andrea Kloiber, de 44 a?os.
EL PA?S localiz¨® a todos los rehenes occidentales de la rama magreb¨ª de Al Qaeda capturados en 2008 y 2009. S¨®lo tres aceptaron hablar, la alemana Petzold, que hasta ahora no hab¨ªa mantenido contactos con la prensa, y el matrimonio austriaco Ebner-Kloiber, el que padeci¨® el m¨¢s largo cautiverio (de enero a octubre de 2008) y el m¨¢s largo viaje por el S¨¢hara (11 d¨ªas del suroeste de T¨²nez al noroeste de Mal¨ª). Este corresponsal les visit¨® en sus lugares de residencia en M¨¹hltal (cerca de Francfort) y en Hellein (cerca de Salzburgo).
Aunque sus testimonios ponen de relieve que los secuestros no son todos id¨¦nticos s¨ª permiten hacerse una idea de c¨®mo transcurre el cautiverio de los tres espa?oles -Alicia G¨¢mez, Roque Pascual y Albert Villalta- apresados en la principal carretera de Mauritania el 29 de noviembre pasado.
Cuatro d¨ªas antes un franc¨¦s, Pierre Camatte, cay¨® tambi¨¦n en manos Al Qaeda en Menaka (Mal¨ª), y tres semanas despu¨¦s los terroristas se apoderaron de un matrimonio italiano, Sergio Cicala y Philom¨¨ne Kabor¨¦, en el sureste de Mauritania. El 28 de diciembre pasado tuvo de nuevo lugar en N¨ªger un intento de secuestro esta vez de un grupo de turistas saud¨ªes. Se sald¨® con la muerte de cuatro de ellos mientras que otros tres resultaron heridos.
Gabriella Barca, la ex reh¨¦n suiza, declin¨® conversar con este peri¨®dico. Precis¨® que ella y su marido s¨®lo hab¨ªan hecho declaraciones a un rotativo brit¨¢nico, The Sunday Telegraph, "en homenaje" a Edwin Dyer, el brit¨¢nico asesinado. "Hubo un tiempo en que no pod¨ªa ocuparme de mi mismo y Edwin lo hizo", explic¨® el suizo Werner Greiner que padece una enfermedad de tiroides. "Estoy seguro de que si ¨¦l no lo hubiera hecho yo estar¨ªa finalmente muerto", a?adi¨®. De ah¨ª su inmenso agradecimiento del que dej¨® constancia en el semanario londinense.
"Edwin era un hombre introvertido, muy preocupado por la marcha de la empresa" de material de fontaner¨ªa de la que era el responsable de ventas, recuerda Marianne Petzold. Hijo de un oficial del Ej¨¦rcito brit¨¢nico y de una alemana, viv¨ªa desde hace 36 a?os en Attnang Puchheim, en los Alpes austriacos. A¨²n as¨ª declin¨® solicitar la nacionalidad austriaca que, probablemente, le hubiese salvado la vida. "Era fiel a su reina", explicaron sus colaboradores.
Su hobby vacacional consist¨ªa en recorrer ?frica, pero en enero de 2009 su m¨¦dico le desaconsej¨® que lo hiciera porque estaba griposo. Intent¨® cancelar el periplo que ya hab¨ªa contratado, pero la agencia de viajes alemana no le devolv¨ªa el anticipo que hab¨ªa pagado. Se resign¨® entonces a viajar.
Edwin fue, de los cuatro rehenes, uno de los que mejor llev¨® el largo cautiverio en el desierto. "Intentaba estar ocupado, preparaba el t¨¦, enterraba los restos de comida para evitar que atrajesen a las moscas y otras insectos", prosigue Petzold. "A mi tambi¨¦n me ayud¨® mucho", recuerda.
Petzold se mov¨ªa con dificultad porque el primer d¨ªa del secuestro, el 22 de enero de 2009, se rompi¨® un brazo y Gabriella Barco seis costillas. Cuarenta y ocho horas antes de su liberaci¨®n, el 22 de abril del a?o pasado, un escorpi¨®n pic¨® aem¨¢s a la profesora alemana en la mano derecha. "Edwin me lav¨® una y otra vez la herida con agua y jab¨®n", a?ade agradecida. "Aquella limpieza fue primordial". A su regreso a Alemania fue sometida a un transplante de piel en la mano en el hospital de Darmstadt d¨®nde estuvo ingresada seis semanas.
Tan s¨®lo llevaban unos d¨ªas asentados en un precario campamento del norte de Mal¨ª cuando Al Nouar, un jefecillo de Al Qaeda, pidi¨® a Werner Greiner que le acompa?ase "un par de d¨ªas" a otro lugar porque necesitaban su ayuda t¨¦cnica. El grupo de rehenes de concert¨® y accedi¨® a rega?adientes.
La ausencia de Greiner se prolong¨® casi cuatro semanas para desesperaci¨®n de su esposa. Fue entonces cuando las dos mujeres, Gabriella Barco y Petzold, descubrieron otra faceta de Edwin Dyer. Ambas no pod¨ªan, en teor¨ªa, dirigirse a los terroristas y fue el brit¨¢nico el que acudi¨® "a lo que llam¨¢bamos check-point", una especie de barrera fict¨ªcia entre el campamento de los rehenes y el del grupo de Al Qaeda, rememora Petzold.
Hasta ese punto intermedio en medio de la nada, establecido por los terroristas, s¨®lo pod¨ªan desplazarse los hombres cautivos para recoger la comida, el agua o solicitar a sus guardianes medicamentos. "Ah¨ª pas¨® Dyer largos ratos, a pleno sol, a la espera de que alg¨²n barbudo viniese a escuchar sus peticiones", afirma Petzold. "Negoci¨® h¨¢bilmente con ellos".
Dyer tambi¨¦n ameniz¨® las interminables jornadas de las mujeres cont¨¢ndoles sus aficiones culturales empezando por la opera de la que era un apasionado, sus lecturas y habl¨¢ndoles de Shakespeare. "Era un hombre muy culto", asegura Marienne Petzold, profesora de franc¨¦s, qui¨¦n a su vez comentaba a sus contertulios las obras de Albert Camus y Jean-Paul Sartre, "los autores de mi juventud".
Cuando Greiner, por fin, regres¨® al campamento observ¨® que Dyer se ocupaba maravillosamente de las se?oras". Ambas fueron puestas en libertad el 22 de abril. "Mis ¨²ltimas palabras a Edwin fueron: por favor cuide a mi marido" Wolfgang Greiner, recordaba Gabriella Barco en The Sunday Times. Sin su medicaci¨®n para las tiroides Greiner "se estaba deprimiendo y debilitando mucho".
Los dos rehenes varones permanecieron juntos hasta finales de mayo cuando los terroristas se llevaron a Dyer para asesinarle. El primer ministro brit¨¢nico, Gordon Brown, rechazaba las exigencias de Al Qaeda para liberarle. Se neg¨® a excarcelar a Omar Mahmud Othman, de 49 a?os, m¨¢s conocido por su apodo de Abu Qutada, al que el juez de la Audiencia Nacional Baltasar Garz¨®n describi¨® en un auto como el jefe espiritual de Al Qaeda en Europa.
Fiel a la tradici¨®n brit¨¢nica, Brown rehus¨® incluso pagar un rescate millonario a los terroristas por salvar la vida de Dyer. Aunque los ex rehenes ignoran la cuant¨ªa, Alemania y Suiza y Canad¨¢ si debieron de hacerlo el a?o pasado, pero oficialmente lo niegan. Presionaron adem¨¢s al Gobierno de Mal¨ª para que excarcelase en verano a cuatro terroristas en prisi¨®n preventiva, uno de ellos experto en fabricar bombas.
El Estado austriaco tambi¨¦n abon¨®, presumiblemente, en 2008, una cantidad a cambio de la libertad del matrimonio Ebner-Kloiber. El dinero recaudado habr¨¢ servido, entre otras cosas, a financiar a Al Qaeda en el norte de Argelia empezando por la compra de armas.
El ex reh¨¦n austriaco, asesor fiscal de profesi¨®n, ha cobrado por las entrevistas que ha dado a la prensa de su pa¨ªs -no as¨ª a los medios de comunicaci¨®n extranjeros- y ha revertido el dinero recaudado a la Hacienda p¨²blica. Es "una modesta contribuci¨®n", explica. Acaso por esa raz¨®n Ebner insiste al periodista extranjero, al que recibe largo y tendido, en qu¨¦ prefiere que extraiga sus declaraciones de los diarios austriacos en vez de citarle directamente.
Miguel ?ngel Moratinos, el jefe de la diplomacia espa?ola, ha repetido hasta las saciedad que Espa?a no abonar¨¢ un rescate, pero el Gobierno ya ha entrado en contacto, a trav¨¦s de intermediarios malienses, con el grupo que detiene a los catalanes y que exige millones de euros para soltarles.
El jefe tribal maliense que hizo en 2009 de intermediario entre Al Qaeda y los gobiernos europeos con rehenes en ese pa¨ªs rompi¨®, por primera vez, su silencio en junio pasado para proclamar que intent¨® evitar el asesinato de Dyer. Cont¨® al corresponsal de la agencia francesa AFP en Bamako, al que pidi¨® que no desvelase su identidad, sus ¨²ltimos encuentros en el desierto con Abdelhamid Abu Zeid, de 43 a?os, el temible jefe de los terroristas en el Sahel. En su poder est¨¢n ahora los tres rehenes catalanes.
"?Qui¨¦nes son estos brit¨¢nicos?", se preguntaba Abu Zeid irritado. "Son s¨®lo infieles occidentales", se respond¨ªa a s¨ª mismo, recordaba el intermediario. "Por eso este hombre debe de ser ejecutado en nombre de Dios", anunci¨®. Su interlocutor agarr¨® entonces su tel¨¦fono v¨ªa sat¨¦lite e inform¨® al Gobierno de Mal¨ª de la inminente "ejecuci¨®n" del reh¨¦n.
Al d¨ªa siguiente el intermediario se reuni¨® de nuevo con Abu Zeid al que encontr¨® a¨²n m¨¢s fuera de s¨ª. All¨ª estaban tambi¨¦n sus dos rehenes, el brit¨¢nico y el suizo. "Dyer llevaba un turbante", precis¨® el jefe tribal maliense. "Estaba muy asustado y gimoteaba". "Dijo algo, mientras lloraba, que no alcanc¨¦ a comprender". "Sus manos estaban atadas". "Abu Zeid me dijo que me marchase". "Me di la vuelta y escuch¨¦ dos disparos". "No s¨¦ si fueron esos los disparos mataron a Dyer y despu¨¦s su cuerpo fue decapitado".
No fue, sin embargo, Abu Zeid el que tom¨® solo la decisi¨®n de asesinar a su prisionero. De la interceptaci¨®n de mensajes intercambiados entre la rama magreb¨ª de Al Qaeda y la "casa madre" de la organizaci¨®n terrorista en Asia Central se supo m¨¢s tarde que consult¨® con Osama Bin Laden o su entorno. La luz verde para la "ejecuci¨®n" parti¨® de las monta?as de Afganist¨¢n o Pakist¨¢n.
"Hemos dado muerte a un reh¨¦n brit¨¢nico para que as¨ª ¨¦l, y junto a ¨¦l el Estado brit¨¢nico, puedan padecer una m¨ªnima parte de los sufrimientos diarios a los que son sometidos los musulmanes inocentes en manos de la coalici¨®n de Cruzados y Jud¨ªos", rezaba, el 3 de junio, un comunicado de Al Qaeda colgado en p¨¢ginas webs islamistas.
M¨¢s de una vez los terroristas hab¨ªan mostrado a sus presos en un ordenador port¨¢til v¨ªdeos sobre los malos tratos que los militares de EE UU inflig¨ªan a sus presos musulmanes en las c¨¢rceles de Guant¨¢namo (Cuba), Abu Ghraib (Irak) y Bagram (Afganist¨¢n). "Nos daban as¨ª a entender que a nosotros nos trataban con m¨¢s miramientos", sostiene Petzold.
"Tenemos poderosas razones de creer que el ciudadano brit¨¢nico Edwin Dyer ha sido asesinado por una c¨¦lula de Al Qaeda en Mal¨ª", confirm¨® ese mismo d¨ªa un comunicado firmado por Gordon Brown que condenaba la "barbarie" terrorista. "Esta tragedia confirma nuestra determinaci¨®n a combatir el terrorismo", concluye. Combatirlo es rechazar pagar un rescate.
Pronto o tarde todos los rehenes conocieron a Abu Zeid. Sus tropas eran multinacionales, inclu¨ªan a marroqu¨ªes, libios, saharauis, malienses, nigerianos y nigerinos, pero ¨¦l y sus lugartenientes eran todos argelinos, aguerridos en la guerra de guerrillas en su propio pa¨ªs.
"No era nada impresionante", asegura Marianne Petzold, que tuvo la oportunidad de verle dos veces. El temible preboste terrorista "era un hombre diminuto con una barba puntiaguda", insiste. "Era un hombre receloso, col¨¦rico y, a la vez, paternal, casi amistoso", sostiene Wolfgang Ebner, el ex reh¨¦n austriaco que, a trav¨¦s de un nigeriano que le serv¨ªa de int¨¦rprete, mantuvo largas conversaciones con el jefe de Al Qaeda en la franja del Sahel. "Cumple siempre su palabra", asegura.
Abu Zeid se interes¨® por Ebner porque supo que su prisionero ten¨ªa conocimientos teol¨®gicos de las grandes religiones monote¨ªstas incluida la musulmana. Ni que decir tiene que sus secuestradores trataron de convertir al Islam al matrimonio austriaco. "Vale m¨¢s convertir a un infiel que todo el dinero del mundo", les dijo uno de ellos sin que eso significase que estaban dispuestos a renunciar al rescate. A la alemana Petzold sus cancerberos le regalaron incluso un Cor¨¢n el d¨ªa de su despedida.
Al austriaco Ebner los barbudos que le custodiaban le recordaron tambi¨¦n m¨¢s de una vez que su patria pudo haber sido isl¨¢mica porque los turcos asediaron Viena sobre todo en 1529. "Pero para ellos el pa¨ªs que s¨ª fue musulm¨¢n y deber¨ªa de volver a serlo es Espa?a", se?ala el ex reh¨¦n.
Su fe religiosa es, seg¨²n contaban los j¨®venes cancerberos -su edad oscilaba entre los 17 y los 24 a?os-, el motivo de su afiliaci¨®n a Al Qaeda, pero Marianne Petzold cree m¨¢s bien que "lo hicieron para ser alguien, para darse importancia, para dar un sentido a su vida". "Formaban parte de una comunidad y se sent¨ªan queridos por primera vez", precisa Wolfgang Ebner. A¨²n s¨ª eran unos exaltados. "Llevado por su fanatismo uno de ellos hab¨ªa incluso matado a su propio padre", seg¨²n supo el austriaco.
En medio de tanta angustia suceden, a veces, an¨¦cdotas divertidas. Antes de empezar a negociar con Al Qaeda los servicios secretos occidentales formulan siempre, a trav¨¦s del intermediario maliense, una bater¨ªa de preguntas personales, incluso ¨ªntimas, a las que s¨®lo los rehenes pueden contestar. Averiguan as¨ª si est¨¢n vivos y comprueban su identidad. "Me interrogaron, por ejemplo, sobre cual era el nombre de mi sobrina que vive en Portugal", recuerda Petzold.
Ebner y Kloiber, la pareja austriaca, no poseen hijos comunes pero s¨ª tienen tres descendientes cada uno de anteriores matrimonios. Dieron sus nombres a las autoridades de Viena. Sus guardianes de Al Qaeda se quedaron desconcertados por la respuesta de sus rehenes y llegaron a sospechar que no estaban casados aunque hab¨ªan contra¨ªdo matrimonio en 2007, un a?o antes de ser capturados.
Medio en broma medio en serio estos secuestradores tan practicantes -rezaban cinco veces al d¨ªa- les propusieron organizarles, en pleno desierto, una boda isl¨¢mica. La pareja acept¨®. "Me vi regalando a Andrea una dote compuesta por dos cuchillos", recuerda Ebner divertido. "Era lo m¨¢s valioso que pose¨ªa".
Otros momentos gratos para Ebner fueron el medio centenar las llamadas que sus cancerberos le autorizaron a hacer a su primog¨¦nito, Bernhard, a trav¨¦s de un tel¨¦fono v¨ªa sat¨¦lite. "Al principio nos exig¨ªan que habl¨¢semos en ingl¨¦s", recuerda el hijo, y un nigeriano escuchaba la conversaci¨®n. "Despu¨¦s se relajaron y nos dejaron hacerlo en alem¨¢n", a?ade. Curiosamente, al siguiente grupo de rehenes europeos no le permitieron telefonear alegando "razones de seguridad".
Por sorprendente que parezca localizar el origen de una llamada hecha a trav¨¦s de un tel¨¦fono v¨ªa sat¨¦lite resulta mucho m¨¢s arduo que si se efect¨²a mediante un m¨®vil convencional. La conferencia telef¨®nica puede proceder de cualquier lugar cubierto en ese momento por el sat¨¦lite que abarca hasta medio continente africano. Aunque se supiera de d¨®nde parti¨® la llamada una operaci¨®n militar de rescate en medio del desierto de Mal¨ª es inimaginable.
La seguridad era, no obstante, una obsesi¨®n de los guardianes. Al amanecer sus presos, vestidos todos con atuendos locales para pasar inadvertidos, deb¨ªan guardar las mantas con las que dorm¨ªan para evitar que fueran vistas desde el aire. "En tres meses no vimos ning¨²n avi¨®n", indica Petzold.
Pese a las ef¨ªmeras an¨¦cdotas graciosas los secuestros son un v¨ªa crucis de sufrimiento. "El calor, los bichos como los escorpiones y las serpientes, la mala alimentaci¨®n, la escasez de medicinas y la falta de higiene y, sobre todo el aburrimiento, son duras de soportar", asegura Marianne Petzold, que tard¨® mucho en recibir una medicina, fabricada en Argelia, para el asma que padece. "Hasta entonces me faltaba el aire".
Cuando ya no esperaba que le enyesasen el brazo roto, Petzold fue despertada en plena noche. En medio del desierto sus secuestradores hab¨ªan colocado unas lonas que iluminaban los faros de un todoterreno y all¨ª estaba Bilal, el "hombre m¨¢s guapo del desierto", seg¨²n las mujeres que lo vieron. Los terroristas le presentaban como m¨¦dico. Coloc¨® en el brazo izquierdo de la reh¨¦n un yeso de fabricaci¨®n alemana.
"El agua que beb¨ªamos sab¨ªa a gasolina y para lavarnos no dispon¨ªamos m¨¢s que de un vaso al d¨ªa excepto en dos ocasiones en que nos dieron tres litros por persona", explica Petzold. "?Aquello fue una gozada!". La alimentaci¨®n consist¨ªa en arroz, pasta y algo de carne y de pescado, Secuestradores y secuestrados compart¨ªan la misma comida y, a veces, la misma penuria alimenticia. "Food is finished!" (?La comida se acab¨®!), les anunciaron m¨¢s de una vez a sus cautivos. Significaba que s¨®lo quedaba pan. Durante meses esa fue la ¨²nica pitanza de los austriacos y sus guardianes.
La desdicha es a¨²n mayor para la mujer secuestrada a la que obligan a cubrirse la cabeza, pero no el rostro. En las fotograf¨ªas que Al Qaeda distribuy¨® les vel¨®, no obstante, la cara con un programa inform¨¢tico "y tambi¨¦n nos coloc¨® a muyahidines armados detr¨¢s que no estaban" cuando se tom¨® la instant¨¢nea, asegura Petzold.
Para la austriaca Andrea Kloiber "fue horrible soportar la falta de contactos humanos, estar separada de los dem¨¢s y ser tratada sin el m¨ªnimo respeto" hasta que la insistencia de su marido, Wolfgang Ebner, de que era su esposa y deb¨ªan estar juntos la libr¨® del aislamiento.
Petzold recuerda la incomodidad que les produc¨ªa a sus custodios tenerlas que tocar, a ella con el brazo fracturado y a la suiza Barco con las costillas rotas, para subir o bajar del veh¨ªculo pick-up con el que se desplazaban a trav¨¦s del desierto. "Nos apremiaban a hacer nuestras necesidades all¨ª d¨®nde no fu¨¦semos vistas y yo les respond¨ªa que mirasen para otro lado", afirma ri¨¦ndose la ex reh¨¦n.
"A¨²n as¨ª y todo los terroristas eran hombres j¨®venes", carentes de vida sexual pero ardientes en deseos, prosigue Ebner. Uno de ellos miraba reiteradamente a su mujer, Andrea, hasta que el reh¨¦n le pregunt¨® por qu¨¦ lo hac¨ªa y el guardi¨¢n, azarado, dirigi¨® la vista hacia otro lado.
Cuando ya estaba a punto de liberar, en abril, a Marianne Petzold y a Gabriella Barco, Abu Faisal, el cabecilla del grupo que las conduc¨ªa, recibi¨® un aceite encargado para aliviar los dolores de espalda de su prisionera suiza. Salt¨¢ndose todos los preceptos del Islam radical que practicaba, a se ofreci¨® a masajearle la espalda. Barco declin¨® el ofrecimiento.
Pero, a veces, en situaciones de emergencia, los cuidados femeninos son bienvenidos. Andrea Kloiber, enfermera de profesi¨®n, cur¨® el brazo de un muyahidin herido de bala.
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