Por qu¨¦ era tan Dama de Hierro
Londres revela documentos oficiales que confirman el car¨¢cter tir¨¢nico de Margaret Thatcher, su racismo latente y su cinismo
Por algo la llamaban La Dama de Hierro. La fuerte personalidad de la ex primera ministra brit¨¢nica Margaret Thatcher queda perfectamente reflejada en los primeros documentos secretos tras su llegada al poder, recientemente divulgados por los Archivos Nacionales del Reino Unido al cumplirse los 30 a?os de su clasificaci¨®n. Las minutas sobre sus discusiones presupuestarias con el ministro del Tesoro y canciller del Exchequer de la ¨¦poca, Geoffrey Howe, sus primeras cumbres internacionales, sus ¨¢cidos comentarios por lo que considera excesiva prudencia de los funcionarios de Whitehall y sus primeros choques con los pol¨ªticos continentales de aquellos a?os, confirman su fuerte car¨¢cter y determinaci¨®n.
Inicialmente europe¨ªsta, no par¨® hasta lograr una rebaja de la contribuci¨®n brit¨¢nica al presupuesto comunitario
Propuso a Australia la compra conjunta de una isla para mandar all¨ª a los vietnamitas que hu¨ªan de los comunistas
Trazan tambi¨¦n un perfil menos gratificante sobre el racismo que impregnaba buena parte de su personalidad, confirman su fobia hacia los sindicatos y el papel del Estado en la sociedad, y revelan hasta qu¨¦ punto el patriotismo y el nacionalismo dominaban su pensamiento pol¨ªtico.
Hija de un tendero de Grantham (Lincolnshire, centro de Inglaterra), Thatcher se hizo con el liderazgo del Partido Conservador en 1975, ha sido la primera -y hasta ahora ¨²nica mujer- elegida como primer ministro por los votantes brit¨¢nicos y estuvo en Downing Street desde el 4 de mayo de 1979 hasta el 22 de noviembre de 1990. En ese largo periodo en el poder introdujo profundas reformas econ¨®micas basadas siempre en el librecambismo y transform¨® la vida pol¨ªtica brit¨¢nica. Aunque votada por sus conciudadanos como el primer ministro brit¨¢nico m¨¢s relevante de la historia, por delante de Winston Churchill, fue tambi¨¦n una figura que siempre eligi¨® la confrontaci¨®n antes que el pacto, y que aplic¨® hasta las ¨²ltimas consecuencias la base fundamental del pensamiento tory: cada uno es responsable de s¨ª mismo y el Estado no est¨¢ para ayudar a los individuos.
Con 84 a?os cumplidos en octubre, viuda, casi abandonada por sus dos hijos, Thatcher vive semirecluida en su apartamento de Belgravia, en el centro de Londres. Los m¨¦dicos le aconsejaron en 2002 que renunciara a hablar en p¨²blico, despu¨¦s de una serie de peque?as embolias. Su hija Carol confirm¨® en 2008 que Thatcher empieza a sufrir demencia y que ha perdido la memoria a corto plazo.
En junio de 2009, Thatcher se rompi¨® un brazo en una ca¨ªda en su casa y pas¨® tres semanas ingresada en un hospital. En noviembre, el ministro de Transportes de Canad¨¢, John Baird, estuvo a punto de provocar un conflicto diplom¨¢tico al difundir involuntariamente la err¨®nea noticia de que la ex primera ministra hab¨ªa fallecido. Gran admirador de la pol¨ªtica brit¨¢nica, Baird hab¨ªa puesto el nombre Thatcher a su gato y cuando ¨¦ste falleci¨® envi¨® a sus amigos un escueto mensaje: "Thatcher ha muerto". El mensaje lleg¨® a o¨ªdos del primer ministro canadiense, Stephen Harper, que asist¨ªa a una cena de gala y que s¨®lo se salv¨® del bochorno de anunciar a los comensales la triste noticia porque sus ayudantes le pidieron que esperara a que pudieran confirmar la muerte en Londres.
Margaret Thatcher nunca quiso que su condici¨®n de mujer tuviera relevancia pol¨ªtica, como refleja el p¨¢nico que caus¨® en Downing Street la informaci¨®n de que el Gobierno de Jap¨®n se dispon¨ªa a desplegar un peque?o ej¨¦rcito de 20 mujeres karatecas para protegerla durante la cumbre que los jefes de Estado o de Gobierno de las grandes potencias econ¨®micas iban a celebrar en Tokio a finales de mayo de 1979, apenas unas semanas despu¨¦s de su llegada al poder.
Las noticias de prensa sobre esos planes fueron confirmadas por los japoneses y los brit¨¢nicos se vieron obligados a explicar cortesmente al Gobierno nip¨®n que, aunque apreciaba ese gesto, "la se?ora Thatcher va a acudir a la cumbre como primer ministro y no como una mujer per se y est¨¢ segura de que no necesita a esas damas; la reacci¨®n de la prensa en particular ser¨ªa inaceptable".
Las minutas de su primer encuentro con el entonces presidente franc¨¦s y a la saz¨®n presidente de turno de la entonces Comunidad Europea, Val¨¦ry Giscard d'Estaing, el 5 de junio en el palacio del El¨ªseo, reflejan a una Thatcher ardientemente europe¨ªsta en aquellos momentos. Pero revelan tambi¨¦n que ya estaba alumbrando la semilla de su posterior eurofobia y dan cuenta de su determinaci¨®n, ya entonces, justo un mes despu¨¦s de ganar las elecciones, de reducir la contribuci¨®n brit¨¢nica a las arcas europeas.
Las minutas de aquel encuentro se?alan que la primera ministra le explic¨® a Giscard que iba a haber "un cambio en la pol¨ªtica brit¨¢nica hacia Europa", tras la abierta hostilidad del anterior Gobierno laborista hacia la integraci¨®n europea. "La primera ministra dijo que era la l¨ªder de un partido comprometido con su filosof¨ªa hacia Europa, dedicado a la idea de la Comunidad Europea y determinado a seguir una pol¨ªtica de genuina cooperaci¨®n. En esa cooperaci¨®n descansa el mejor inter¨¦s tanto para Europa como para el Reino Unido. Hay obviamente problemas particulares en los que el Reino Unido tendr¨¢ que luchar por sus intereses pero eso se tendr¨¢ que hacer en el marco de un comprometido europe¨ªsmo", constata la nota.
El m¨¢s importante de esos problemas era el hecho de que el Reino Unido, que entonces representaba el 15,25% de la riqueza comunitaria, aportaba el 18% del dinero del presupuesto europeo. Y quer¨ªa rebajar esa contribuci¨®n para reducir los impuestos en Gran Breta?a. Giscard se mostr¨® muy receptivo a esos argumentos y propuso que hubiera un debate sobre el asunto en la inminente cumbre europea que se iba a celebrar en Estrasburgo, y que en ese debate la Comisi¨®n Europea "estableciera los hechos y analizara la situaci¨®n". "Los hechos ya han quedado establecidos: la Comisi¨®n no ha de aportar hechos, sino ideas", le respondi¨® la Dama de Hierro. Cuatro a?os despu¨¦s, Thatcher consigui¨® el famoso "cheque brit¨¢nico" que todav¨ªa hoy permite al Reino Unido reducir sustancialmente su contribuci¨®n a las arcas europeas.
La brusquedad y el fuerte car¨¢cter de la primera ministra se refleja en las anotaciones al margen y los subrayados con los que pespunteaba con un grueso rotulador azul los papeles de trabajo que llegaban a su mesa. "No es lo bastante duro", anot¨® en los m¨¢rgenes de la primera propuesta de recortes presupuestarios que le hizo llegar el canciller del Exchequer. "La primera ministra est¨¢ convencida de que hay un despilfarro enorme en la mayor¨ªa de los ministerios", subraya una nota de un funcionario.
Sobre la propuesta de reforma de la funci¨®n p¨²blica que le hizo llegar el responsable de la ¨¦poca, lord Soames, escribe: "Demasiado vaga", y decide que esa propuesta ni siquiera se ponga en circulaci¨®n en el seno del Gobierno porque quiere que los recortes aumenten hasta el 5% del gasto en lugar del 3% que propone Soames. En su opini¨®n se deber¨ªa despedir a 66.000 de los 566.000 funcionarios administrativos y congelar durante seis meses las contrataciones de nuevos funcionarios. "Contenido totalmente insuficiente", opina de una propuesta de su responsable de empleo. "No", escribe a menudo en los m¨¢rgenes, subrayado varias veces para que no pase desapercibido. O "demasiado poco". O "eso no va a funcionar".
Su car¨¢cter impetuoso sale a relucir en varios episodios relacionados con Irlanda del Norte. Las notas de una conversaci¨®n que mantuvo el 23 de agosto de 1979 con el ministro brit¨¢nico para Irlanda del Norte, Humphrey Atkins, reflejan su indignaci¨®n por la pol¨ªtica de neutralidad adoptada por Estados Unidos en el conflicto del Ulster. Thatcher le proh¨ªbe a su ministro que se re¨²na con el gobernador de Nueva York, Hugo Carey, porque ¨¦ste ha anunciado que piensa visitar la Rep¨²blica de Irlanda. Y enfatiza que no cree que el entonces presidente estadounidense, Jimmy Carter, est¨¦ dispuesto a discutir con ella "la pol¨ªtica de Estados Unidos hacia su poblaci¨®n negra, por ejemplo".
Su enfado tiene un doble trasfondo: por un lado, cree que el Gobierno de Irlanda est¨¢ protegiendo impl¨ªcitamente el terrorismo del IRA y desprecia los argumentos de su ministro de que quiere convencer a Dubl¨ªn de que el terrorismo republicano perjudica por igual a ambos pa¨ªses. Thatcher le replica que "no se lo cree, que no hay evidencias de hostilidad entre la Rep¨²blica de Irlanda por un lado y el IRA por el otro" y argumenta que la ¨²nica forma de presionar a Irlanda es la imposici¨®n de sanciones contra los irlandeses residentes en el Reino Unido. Thatcher se lleg¨® a plantear incluso desposeerles del tradicional derecho de voto en las elecciones brit¨¢nicas, algo que nunca lleg¨® a ocurrir.
Detr¨¢s del enfado con Estados Unidos se escond¨ªa no s¨®lo la neutralidad del Gobierno, sino el env¨ªo de fondos privados a los republicanos a trav¨¦s de la potente colonia irlandesa de Am¨¦rica y la negativa de Carter a vender al Reino Unido m¨¢s armas destinadas al pol¨¦mico Royal Ulster Constabulary (RUC), la polic¨ªa de Irlanda del Norte, alineada siempre del lado protestante en el conflicto norirland¨¦s. "Los americanos deber¨ªan darse cuenta de que mientras sigan financiando al terrorismo ser¨¢n responsables de la muerte de ciudadanos de Estados Unidos
[como ocurri¨® en un atentado en el hotel Hilton en Belfast] y tambi¨¦n de los dem¨¢s", se queja Thatcher.
Un documento relata una conversaci¨®n con Carter en la Casa Blanca en diciembre de 1979 en la que intentaba convencerle para que vendiera armas al RUC. Seg¨²n las notas oficiales, "ella misma manej¨® las dos pistolas que habitualmente utilizaba el RUC y no ten¨ªa ninguna duda de que la americana Ruger era mucho mejor".
Tambi¨¦n el racismo latente en el car¨¢cter de Thatcher queda de manifiesto en los papeles ahora desclasificados. Aunque acab¨® aceptando la acogida en el Reino Unido de 10.000 vietnamitas que hu¨ªan del r¨¦gimen comunista, los famosos boat people, los documentos reflejan que se opuso fieramente a ello y que s¨®lo la intervenci¨®n del ministro del Interior, William Whitelaw, y del jefe del Foreign Office, lord Carrington, le hizo cambiar de opini¨®n.
Thatcher argumentaba que habr¨ªa "disturbios en la calle" si los vietnamitas recib¨ªan viviendas de protecci¨®n oficial en detrimento de la poblaci¨®n blanca y admiti¨® que "pondr¨ªa muchas menos objeciones si se tratara de refugiados de Rodesia, polacos o h¨²ngaros porque ser¨ªa mucho m¨¢s f¨¢cil asimilarlos en la sociedad brit¨¢nica".
Cuando Whitehall le explic¨® que hab¨ªa recibido montones de cartas de simpatizantes conservadores favorables a la llegada de los vietnamitas, Thatcher le respondi¨® que los que le hab¨ªan escrito esas cartas "deber¨ªan ser invitados a aceptar un refugiado en su casa". Y lleg¨® a proponer al primer ministro de Australia la compra conjunta de una isla en Indonesia o Filipinas para radicar all¨ª a los vietnamitas. La idea fue desechada por la fuerte oposici¨®n del primer ministro de Singapur, Lee Kuan Yew, que tem¨ªa que eso podr¨ªa acabar creando un Estado que le hiciera la competencia a la competitiva econom¨ªa de su propia isla-Estado.
Otro documento da cuenta de su cinismo. Una carta de julio de 1978, cuando a¨²n era l¨ªder de la oposici¨®n, revela que Thatcher se opon¨ªa a los planes para publicar una historia de la inteligencia militar durante la II Guerra Mundial que ven¨ªa a reconocer la existencia del MI5 y el MI6, los servicios secretos brit¨¢nicos. "Dos maestros en leyes, que ahora son jueces, me ense?aron una regla muy buena: nunca admitas nada a menos que no tengas m¨¢s remedio que hacerlo; y a¨²n as¨ª, s¨®lo si tienes razones espec¨ªficas para ello y dentro de unos l¨ªmites definidos". Hasta 1994, el Reino Unido no reconoci¨® la existencia de sus servicios secretos.
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