El partido de Eastwood y Mandela
A pocos meses de cumplir 80, Clint Eastwood es un hombre con prisa, capaz de producir pel¨ªculas a un ritmo que varios de sus colaboradores, personas con la mitad de a?os que ¨¦l, confiesan que les resulta agotador. "Puede que un d¨ªa me canse y diga basta ya, pero me lo estoy pasando bien," dice. "Como director disfruto; y como actor me retiro sin cesar, pero es como con Frank Sinatra: vuelvo al mes siguiente". Despu¨¦s de sus actuaciones estelares en Million dollar baby y Gran Torino, Eastwood ha permanecido detr¨¢s de la c¨¢mara en su ¨²ltima pel¨ªcula, Invictus, que se estrena en Espa?a el 29 de este mes. Invictus cuenta la historia de c¨®mo Nelson Mandela, reci¨¦n elegido presidente de Sur¨¢frica, hace causa com¨²n con Francois Pienaar, el capit¨¢n de la selecci¨®n surafricana de rugby, los Springboks, durante el mundial de 1995, transformando un deporte que hab¨ªa sido un s¨ªmbolo de divisi¨®n racial en un instrumento de unidad nacional. Morgan Freeman interpreta el papel de Mandela; Matt Damon, el de Pienaar.
Eastwood: "ojal¨¢ nuestro presidente fuera tan creativo como mandela"
Damon: "acept¨¦ el papel porque esta pel¨ªcula transmite un mensaje de valor imperecedero"
Eastwood asegura que s¨®lo morgan freeman pod¨ªa haber interpretado a Nelson Mandela
"Lo de Mandela fue pragmatismo: hubiera sido muy f¨¢cil optar por matarlos a todos"
Morgan Freeman pas¨® tiempo junto a Mandela, estudi¨¢ndolo de cerca
Eastwood, que se hizo famoso con sus retratos de pistoleros lac¨®nicos y polic¨ªas duros, no es un hombre f¨¢cil de impresionar, pero confiesa que se queda "asombrado" (repite la palabra una y otra vez) ante la figura de Mandela. "Pens¨¦ que era una historia perfecta para el mundo de hoy. Necesitamos que se difunda la creatividad de este hombre. Ojal¨¢ que nuestro presidente, cualquier presidente, pudiera ser tan creativo y tan capaz de pensar fuera de lo establecido".
En Sur¨¢frica, en marzo, fui al rodaje de Invictus. Hubo una escena que puso a prueba la paciencia de Eastwood, oblig¨¢ndole a ¨¦l mismo a recurrir a la creatividad. Se trataba de recrear el momento en que Mandela sali¨® de la c¨¢rcel, el 11 de febrero de 1990. Una escena sencilla, a simple vista. Mandela sale de la prisi¨®n y camina por la calle con una amplia sonrisa, el pu?o derecho alzado, rodeado de partidarios que cantan y bailan. Entonces se sube a un coche que se aleja con rapidez. O, en esta representaci¨®n concreta, no con tanta rapidez. ?se era el problema.
Yo estaba sentado a unos pasos a la derecha de Eastwood, que estaba en su silla de director observando la primera toma, "en directo", en una peque?a pantalla rectangular de mano. Freeman sonre¨ªa como deb¨ªa; los extras que encarnaban a sus partidarios se mostraban apropiadamente vigorosos. Pero el conductor, un individuo menudo y rechoncho que estaba viviendo su primer y (probablemente) ¨²ltimo momento de gloria cinematogr¨¢fica, perdi¨® el comp¨¢s; pis¨® el acelerador con un instante de retraso. Volvi¨® a hacerlo tarde la segunda vez; y la tercera. Eastwood es famoso en Hollywood por rodar escenas a m¨¢s velocidad que ning¨²n otro director. Cuando Matt Damon pidi¨® que se volviera a rodar un trozo de di¨¢logo porque le parec¨ªa que un detalle no hab¨ªa quedado bien del todo, Eastwood le call¨® con un brusco: "?Por qu¨¦ quieres hacer perder tiempo a todo el mundo?". Pero Damon es un profesional, y el conductor era, bueno, s¨®lo un conductor. Sensible y astuto, Eastwood opt¨® por reprimir su irritaci¨®n y ver el lado c¨®mico de la situaci¨®n. Sacudi¨® la cabeza, sonri¨® con resignaci¨®n, se puso de pie, avanz¨® hacia el coche y pregunt¨®: "?C¨®mo se llama este tipo?". "James", dijo una voz. "?James!", grit¨® Eastwood, alzando la voz de manera tan inusual y con una sonrisa tan grande que su equipo estall¨® en carcajadas.
El propio Eastwood prosigui¨® el relato cuando se lo record¨¦ ocho meses m¨¢s tarde, en noviembre, en un hotel de Par¨ªs al que acudi¨® vestido con vaqueros y deportivas. Se ri¨® inmediatamente. Ha rodado ni se sabe cu¨¢ntas escenas desde entonces (en estos momentos est¨¢ haciendo otra pel¨ªcula con Damon), pero recordaba el episodio como si hubiera ocurrido el d¨ªa anterior.
"Me re¨ªa", dijo con su famosa voz susurrante, "pero no dejaba de pensar: 'Este cabr¨®n va a matarme'. As¨ª que acab¨¦ por levantarme y le dije: 'James, pr¨¦stame atenci¨®n'. No hab¨ªa hecho ninguna pel¨ªcula el pobre tipo, s¨®lo estaba tratando de hacerlo lo mejor posible. Le dije: 'James, cuando grite ?Ahora!, cuando diga ?James!, pisas el acelerador. No me importa que Morgan no se haya subido todav¨ªa al coche'. Esper¨¦ hasta que vi que la puerta empezaba a cerrarse y grit¨¦: '?James!', y ¨¦l se lanz¨® [Eastwood imit¨® el chirrido de un coche] y por fin lo hizo bien".
Lo primero que dijo Eastwood cuando nos vimos en Par¨ªs fue lo mucho que le hab¨ªa gustado pasar dos meses rodando la pel¨ªcula en Sur¨¢frica (termin¨® cinco d¨ªas antes de lo previsto) con un equipo local en un 90%. Las dos veces que fui a Ciudad del Cabo a presenciar el rodaje se le ve¨ªa, desde luego, bastante satisfecho. En un filme ¨¦pico e ¨ªntimo a la vez, Eastwood ejerc¨ªa el mismo control sereno y bien humorado sobre las escenas de interiores, en las que Freeman transmite la inmensa soledad de Mandela -un hombre que tom¨® la decisi¨®n de ser el padre de su naci¨®n, con el coste irremediable y doloroso de no ser padre de sus hijos-, que sobre escenas exteriores rodadas en estadios de rugby con miles de extras y miembros del reparto. Si ha conseguido tener el mismo ¨¦xito como director que como actor, en gran parte se debe a su atenci¨®n al detalle y su sutil manejo de los enormes equipos de gente a su disposici¨®n, dos cualidades que revel¨® en la escena que protagoniz¨® James, el conductor. Lo vi tambi¨¦n en su forma de tratar a sus actores surafricanos, que interpretan pr¨¢cticamente todos los papeles menos los dos protagonistas y que, como era de esperar, se sent¨ªan intimidados: nunca perd¨ªa, ni much¨ªsimo menos, "el cool" que le caracteriza como actor, y siempre era absolutamente respetuoso. Parec¨ªa tan c¨®modo trabajando en el rodaje como sentado en su sill¨®n durante nuestro encuentro en Par¨ªs, con los pies sobre la mesa y el aire infaliblemente encantador de un hombre al que no le queda nada por demostrar, que est¨¢ a gusto en su propia piel.
La primera escena que presenci¨¦ se desarrollaba en un plat¨® gigantesco: un terreno seis veces el tama?o de un campo de rugby en un exuberante valle de vi?edos tras el impresionante monolito de Table Mountain. Sobre el terreno hab¨ªa una docena aproximada de caravanas blancas, unos 30 veh¨ªculos de distintos tama?os, dos helic¨®pteros y, entre actores y t¨¦cnicos, probablemente, un par de centenares de personas. Yo nunca hab¨ªa estado en un rodaje. Aquello parec¨ªa una escena del desembarco de Normand¨ªa. En el centro de todo, sin llamar la atenci¨®n, trabajando tranquilamente, con tal aire que, de no saber qui¨¦n era, uno habr¨ªa pensado que era un ayudante de sonido o algo por el estilo, vestido con una camisa marr¨®n de manga corta, pantal¨®n gris suelto y, en llamativo contraste, una gorra con los chillones colores de la bandera surafricana, estaba el propio Eastwood. (M¨¢s tarde, durante la pausa para el almuerzo, fui con los extras a un gran entoldado bajo el que unas se?oras nos sirvieron comida, y nos sentamos todos en largas mesas, en una de las cuales estaba Eastwood consumiendo en silencio la misma bazofia que todos los dem¨¢s).
Cuando me lo presentaron por primera vez, casi me pidi¨® disculpas por "atreverse" a emprender un proyecto sobre el que dijo que era un ignorante al lado m¨ªo, autor del libro en el que se basa la pel¨ªcula, y dijo que s¨®lo esperaba poder hacer justicia a la historia. Anonadado por su elegancia, farfull¨¦ algo de que el libro era el que ten¨ªa que hacer justicia a la pel¨ªcula, y, con una ligera sonrisa y los ojos entrecerrados para protegerse del sol, se alej¨®, con paso relajado pero decisivo, hacia el centro del terreno para dirigir una escena grande y compleja en la que Mandela-Freeman llegaba en helic¨®ptero a visitar a los jugadores de rugby surafricanos durante un entrenamiento justo antes de que empezara la Copa del Mundo de 1995.
Eastwood y Freeman tienen qu¨ªmica y una forma jocosa, pero respetuosa, de comunicarse que, probablemente, procede de su experiencia com¨²n en pel¨ªculas de ¨¦xito (Sin Perd¨®n, Million dollar baby) y de tener los dos un enorme prestigio en el mundo del cine, una edad parecida -ambos tienen setenta y tantos, como Mandela en sus a?os de gloria- en una industria dominada por relativos mocosos, y un mismo orgullo por lo que a los dos les gusta calificar de "dejarse de sandeces" a la hora de abordar las cosas. ("Personalmente, aborrezco la correcci¨®n pol¨ªtica. Es la cosa m¨¢s aburrida del planeta", me dijo Eastwood en Par¨ªs, a prop¨®sito de nada en particular?). Los dos se toman en serio su trabajo, pero no a s¨ª mismos. Al final de una escena en la que Mandela se despierta por la ma?ana y se hace la cama, Eastwood dijo: "Bien, pero veo que hay algunos esc¨¦pticos", refiri¨¦ndose a miembros de su equipo a los que la escena no les hab¨ªa convencido. "Siempre encuentras esc¨¦pticos", replic¨® Morgan, fingiendo hast¨ªo. Eastwood sugiri¨® otra forma de despertarse -un ligero gru?ido, un frote de nariz, cierta mirada- y Freeman contest¨®: "Ya s¨¦ lo que quieres decir. No s¨¦ si puedo hacerlo, pero s¨¦ lo que quieres". "Lo har¨¢s. Para eso te pagan el dineral que te pagan", sonri¨® Eastwood.
Eastwood dice que nunca se le habr¨ªa ocurrido pedir a nadie m¨¢s que a Freeman que hiciera de Mandela. Aunque, en realidad, sucedi¨® a la inversa. En el verano de 2007, Freeman fue a ver a Eastwood con la idea de la pel¨ªcula entre manos.
"Morgan me llam¨® y dijo: 'Tengo un gui¨®n estupendo para ti", recordaba Eastwood, que cuenta sus historias como hace en sus pel¨ªculas, poniendo en su boca o en la de sus interlocutores frases de di¨¢logo, entrecomilladas, en estilo directo. "Y me dijo: 'Me encantar¨ªa que lo dirigieras'. As¨ª que le contest¨¦: 'OK, env¨ªamelo'. Y me sent¨¦ a leerlo y pens¨¦: '?Dios m¨ªo, me encanta esta historia!' Dije: 'No la conoc¨ªa'. Hab¨ªa le¨ªdo alguna cosa sobre Mandela y muchos art¨ªculos sobre ¨¦l y todo eso, pero no sab¨ªa sobre este episodio del que habla usted, esta gran historia en el centro de su vida, y pens¨¦: '?Dios m¨ªo, esto es magn¨ªfico!'. As¨ª que le llam¨¦ y dije: 'Tienes raz¨®n. Esto es extraordinario'. Le dije: 'Me gusta y lo voy a hacer'. Y ¨¦l respondi¨®: 'Vale'. Y a?adi¨®: 'No lo tiene nadie'; de modo que respond¨ª: 'Bueno, pues d¨¦jame que vea qu¨¦ hago con ¨¦l".
Eastwood se puso en contacto con Warner Bros., que, curiosamente, ten¨ªa un equipo buscando la f¨®rmula para hacer un gui¨®n sobre la vida de Mandela. Los altos ejecutivos de la Warner respondieron a Eastwood con el mismo entusiasmo que Eastwood hab¨ªa respondido a Freeman. "Todos nos pusimos de acuerdo. Dijeron: 'Queremos hacerlo', y yo dije: 'De acuerdo". Eastwood llam¨® a Damon, que se apunt¨® inmediatamente, y se pusieron en marcha. Veinte meses despu¨¦s, el 5 de mayo del a?o pasado, se rod¨® la ¨²ltima escena de Invictus en los Waterfront Studios de Ciudad del Cabo. V¨ªtores, abrazos, silbidos, aplausos, apretones de manos entre actores y t¨¦cnicos. Momentos despu¨¦s, Morgan Freeman se me acerc¨® con la mano tendida, sonriendo. "Bueno, supongo que es la ¨²ltima vez que finjo ser Nelson Mandela", dijo.
Vestido como Mandela, maquillado como Mandela, ri¨¦ndose de s¨ª mismo como Mandela -no era la primera vez que le o¨ªa decir que su forma de ganarse la vida no tiene nada de especial, no es m¨¢s que "fingir"-, Freeman estaba de buen humor. ?sta, me dijo, hab¨ªa sido una de las grandes experiencias cinematogr¨¢ficas de su vida. "?C¨®mo no iba a serlo", dijo, "con Clint Eastwood como director". "S¨ª", repliqu¨¦, "pero ?te habr¨ªas imaginado que Eastwood iba a acabar dirigi¨¦ndote en el papel de Mandela aquella primera vez que nos vimos en Misisip¨ª?". "Ah, s¨ª", dijo Freeman, todav¨ªa con un deje de la voz de Mandela, en parte jefe africano, en parte caballero victoriano ingl¨¦s, "hemos recorrido un largo camino desde entonces".
Un largo camino, en un tiempo sorprendentemente corto, para lo habitual en Hollywood. Nos hab¨ªamos conocido, absolutamente por casualidad, dos a?os y once meses antes en el Estado natal de Freeman, Misisip¨ª. La fecha exacta fue el 20 de junio de 2006. Fue entonces cuando empez¨® a?formarse en mi mente la idea inveros¨ªmil de que un libro que estaba escribiendo sobre Mandela pod¨ªa acabar siendo una pel¨ªcula de Hollywood. Ni Freeman ni yo -hemos hablado de ello en numerosas ocasiones- dejaremos de asombrarnos nunca ante la afortunada serie de casualidades que nos llev¨® a conocernos aquel d¨ªa en Misisip¨ª.
Como corresponsal de The Independent de Londres en Sur¨¢frica entre 1989 y 1995, inform¨¦ sobre la salida de prisi¨®n de Mandela y su ascensi¨®n a la presidencia, y le entrevist¨¦ o habl¨¦ con ¨¦l m¨¢s veces de las que puedo recordar. Mandela es, con diferencia, el personaje pol¨ªtico m¨¢s extraordinario que he conocido en mis casi tres d¨¦cadas como periodista internacional. En cuanto a la final de la Copa del Mundo de rugby, nunca he presenciado un acontecimiento pol¨ªtico -en este caso, disfrazado de partido de rugby- m¨¢s jubiloso o m¨¢s influyente en la vida de una naci¨®n. Aquel d¨ªa, el polo opuesto de todos los fen¨®menos pol¨ªticos atroces (Hitler, Stalin, las guerras ideol¨®gicas, grandes y peque?as) que caracterizaron gran parte del siglo XX fue un momento de reconciliaci¨®n euf¨®rica y generosa en la que hab¨ªa sido, hasta hac¨ªa muy poco, la naci¨®n con mayor divisi¨®n racial de la tierra, y una de las m¨¢s violentas.
Mandela fascina a Eastwood, que ha dedicado gran parte de su vida profesional a examinar, desde muy diferentes puntos de vista, el tema de la venganza. "Sigue pareci¨¦ndome asombroso. Todav¨ªa no me hago a la idea. No parece posible dentro de la naturaleza humana. No parece posible que uno est¨¦ encerrado en la c¨¢rcel 27, 30 a?os y no salga y diga: '?A la puta mierda con todo el mundo! Voy a hacerlo. Tengo el poder. Voy a cargarme a todo el mundo, vamos a darles una paliza y anotar sus nombres". Eastwood entiende que no se trata sencillamente de una cuesti¨®n moral. Mandela utiliz¨® la generosidad y el perd¨®n como armas pol¨ªticas para conquistar los objetivos a los que hab¨ªa dedicado su vida: la liberaci¨®n de su pueblo, la democracia y la paz. "Fue pragmatismo. Hubiera sido muy f¨¢cil optar por el otro camino: matarlos a todos, acabar con ellos. Pero tuvo una visi¨®n global de un pueblo viviendo en una especie de armon¨ªa, y ?es asombroso! Incluso despu¨¦s de haber rodado la pel¨ªcula, ?es una historia asombrosa!".
Cuando le cont¨¦ c¨®mo pensaba enfocar el libro, Mandela estuvo a favor de que yo contara la historia. Fui a verle a su casa de Johanesburgo en 2001 y su respuesta fue: "?S¨ª, s¨ª... Por supuesto! Entiendo a la perfecci¨®n el libro que tienes pensado". Con todo su vozarr¨®n, como si en vez de 82 a?os tuviera 40 menos, y con una sonrisa de 1.000 voltios que ilumin¨® la habitaci¨®n, dijo: "John, tienes mi bendici¨®n. La tienes de todo coraz¨®n".
Escrib¨ª una propuesta de libro, una sinopsis de unas diez p¨¢ginas; firm¨¦ un contrato con una editorial en Nueva York; mi agente envi¨® la propuesta a Hollywood, y, entonces, el destino intervino. En junio de 2006, El Pa¨ªs Semanal me propuso que hiciera un reportaje sobre la pobreza en el sur profundo de Estados Unidos. Decid¨ª que deb¨ªa encontrar un pueblo concreto en el que centrarme y, entre los cientos que pod¨ªa haber escogido, eleg¨ª, completamente al azar, un lugar llamado Clarksdale, en Misisip¨ª. La ma?ana del 20 de junio de 2006 llegu¨¦ en coche a Clarksdale desde Memphis, por la Carretera n¨²mero 61, al mismo tiempo que Morgan Freeman aterrizaba, en un avi¨®n privado pilotado por ¨¦l mismo, en un aer¨®dromo cercano. Fue la m¨¢s pura casualidad. Como lo fue el hecho de que el ¨²nico contacto que me hab¨ªan dado en el pueblo era un abogado llamado Bill Luckett, que result¨® ser amigo de Freeman. Luckett nos present¨®. Al principio no se me ocurri¨® hacer ninguna conexi¨®n entre mi libro y Freeman. Pero luego, sentado con Freeman en el espacioso sal¨®n de la casa de Luckett, me vino la idea a la cabeza.
"Se?or Freeman", le dije con un descaro escandaloso (y at¨ªpico). "Le ha tocado la loter¨ªa. Tengo una pel¨ªcula para usted". Freeman levant¨® una ceja. "?Ah, s¨ª? ?De qu¨¦ va?". Ya hab¨ªa descubierto que Freeman era un tipo lac¨®nico, desconfiado, inicialmente, de los desconocidos. Sab¨ªa que ten¨ªa que ser sucinto. De modo que, con toda la concreci¨®n de la que era capaz, respond¨ª: "Est¨¢ basada en un libro que estoy escribiendo sobre un acontecimiento que expresa la esencia de la genialidad de Mandela y la esencia del milagro surafricano". "Oh", replic¨®, "?se refiere al partido de rugby?".
Me qued¨¦ boquiabierto. Freeman, s¨²bitamente locuaz, explic¨® que llevaba varios a?os queriendo interpretar el papel de Mandela. Conoc¨ªa personalmente a Mandela y le admiraba m¨¢s que a ninguna otra persona viva. Por otra parte, era evidente que Mandela sent¨ªa cierta admiraci¨®n por ¨¦l. Cuando los dos se conocieron, a mediados de los noventa, Mandela, que ya era presidente de Sur¨¢frica, dijo p¨²blicamente que le gustar¨ªa que Freeman le encarnase en un filme. Freeman, a quien inmediatamente agrad¨® la idea, regres¨® a Sur¨¢frica varias veces y pas¨® tiempo en compa?¨ªa de Mandela, estudi¨¢ndolo de cerca. Decidi¨® que la primera v¨ªa m¨¢s obvia para hacer realidad su sue?o era comprar los derechos de la autobiograf¨ªa de Mandela, El largo camino hacia la libertad. Hubo varios escritores que intentaron elaborar un relato cinematogr¨¢fico a partir del libro, pero no lo lograron. Result¨® imposible reducir el libro de la vida de Mandela a un gui¨®n viable.
"S¨ª", interrump¨ª (a Freeman, hasta ese momento lac¨®nico, no hab¨ªa quien le callara). "?Pero c¨®mo lo ha relacionado con el partido de rugby?". "Ah", sonri¨®, "no hay secretos en Hollywood? He le¨ªdo su propuesta de libro".
Aturdido, fui a cenar con Freeman. Me asombr¨® no s¨®lo su conocimiento del pa¨ªs, sino su sensibilidad para comprenderlo y para comprender a Mandela, de quien me hizo una peque?a y brillante imitaci¨®n. Freeman es un sure?o estadounidense seco cuyo impulso siempre es buscarle el punto ir¨®nico a las cosas, pero se extendi¨® con indisimulada emoci¨®n sobre la ejemplar lecci¨®n que, en su opini¨®n, hab¨ªan dado Mandela y Sur¨¢frica al mundo. Sab¨ªa que Mandela no hab¨ªa producido el cielo en la tierra, que la Sur¨¢frica actual ten¨ªa muchos problemas graves, pero estaba convencido de que hab¨ªa una historia de Mandela por contar en su medio, el cine, que inspirar¨ªa a la gente.
Cinco meses despu¨¦s, en noviembre, firmamos un contrato para vender los derechos cinematogr¨¢ficos de mi libro, todav¨ªa no escrito, a la productora de Freeman, Revelations, y a los pocos d¨ªas, un guionista vino desde California a verme a Barcelona. Tony Peckham naci¨® en Sur¨¢frica, pero hab¨ªa dejado su pa¨ªs a mediados de los ochenta para evitar el servicio militar obligatorio, que en aquellos tiempos significaba disparar contra los negros en Soweto. Pasamos aproximadamente una semana juntos, explorando todos los ¨¢ngulos narrativos posibles, y luego se volvi¨® a casa, armado de transcripciones de las entrevistas que hab¨ªa hecho a jugadores de rugby, a los guardaespaldas de Mandela, al propio Mandela, al arzobispo Desmond Tutu y a varios aspirantes a terroristas de la extrema derecha racista a quienes, para cuando los conoc¨ª, Mandela ya hab¨ªa conquistado con su integridad y su encanto.
En agosto de 2007, Freeman, con el gui¨®n de Peckham en la mano, llam¨® a Eastwood. "Me gusta el hecho de que la historia sea concisa: no hace falta remontarse para verle de joven, la relaci¨®n con Winnie, todo eso", me dijo Eastwood, que considera que Mandela es "seguramente, el pol¨ªtico m¨¢s carism¨¢tico nunca visto". Y un hombre, tambi¨¦n, de una enorme "valent¨ªa moral".
"Coger el rugby, el deporte que los negros odiaban porque era el deporte de los blancos? ponerse una gorra de los Springboks delante de una masa de gente negra. ?Dios m¨ªo! Es como si Obama se pusiera una gorra republicana? U ondeara la bandera de la Confederaci¨®n [el bando en la guerra civil americana que defend¨ªa la esclavitud]. ?No me dejar¨¢ nunca de asombrar!".
Eastwood dice que quiso retratar a Mandela no como un simple h¨¦roe, sino como un hombre de carne y hueso, con sus virtudes y sus fallos. "El hecho de que fuera un poco mujeriego, bueno, damos una peque?a pincelada de eso, y mostramos un poco que ten¨ªa problemas con su familia, terreno en el que no tuvo mucho ¨¦xito, pero todo el tiempo nos atenemos a lo importante, que fue un gran presidente. Pod¨ªa haber existido la tentaci¨®n de elaborar un gran documento hist¨®rico que durase horas, muchas horas, pero ¨¦sta, ¨¦sta es una gran historia".
Una gran historia en cuyo centro coloc¨® a Morgan Freeman. "Me gust¨® mucho trabajar con ¨¦l en Sin perd¨®n y Million dollar baby, as¨ª que, para ser supersticiosos, ten¨ªa que seguir con Morgan Freeman. Pero, adem¨¢s, si alguien ha nacido para interpretar a Nelson Mandela, es ¨¦l. Tiene el mismo aura cuando entra en una habitaci¨®n. Seduce de la misma forma a la gente. Y es dif¨ªcil estar a la altura de Nelson Mandela. No se puede recurrir a un actor normal y corriente y decirle: 'Vas a interpretar a este personaje'. Hay muy pocos que puedan hacerlo; en realidad, en estos momentos, s¨®lo hay uno capaz de encarnarle de mayor".
Eastwood destac¨® la forma econ¨®mica de actuar de Freeman, su capacidad de transmitir mucho cuando aparentemente expresa muy poco. "Sabe c¨®mo decir la verdad. La vieja frase de Jimmy Cagney: '?C¨®mo act¨²as? Pisas fuerte y dices la verdad'. Es sencillo, pero ¨¦l es as¨ª. Sabe c¨®mo decir la verdad. Tiene una voz magn¨ªfica y una presencia magn¨ªfica".
En cuanto a Matt Damon, al verle en el rodaje en Sur¨¢frica fue f¨¢cil comprender por qu¨¦ Eastwood lo escogi¨® de forma autom¨¢tica para el papel de Francois Pienaar. Era cuesti¨®n de temperamento, adem¨¢s de talento. Como Freeman y como Eastwood, es una gran estrella de Hollywood, pero, al mismo tiempo, un profesional sin pretensiones. Vestido con el uniforme de rugby de Francois Pienaar, y si uno no hubiera sabido qui¨¦n era, habr¨ªa podido pensar que no era distinto de los 14 extras que le acompa?aban vestidos de verde y dorado, los colores de los Springboks. Damon parece un joven estadounidense t¨ªpico, fresco, inteligente, amigable y natural, que casualmente es rico y famoso, pero que no parece sentir ninguna necesidad de llamar la atenci¨®n sobre ese aspecto. Cuando le pregunt¨¦ por qu¨¦ hab¨ªa aceptado este papel secundario, cuando ¨¦l siempre es el protagonista en sus pel¨ªculas, dijo que era porque le hab¨ªan encantado la historia y el gui¨®n. "Adem¨¢s, sent¨ª que hab¨ªa un mensaje de valor imperecedero para el mundo, y eso no es algo que se pueda decir sobre todas las pel¨ªculas que se hacen".
Damon tuvo que aprender el dif¨ªcil acento surafricano. En opini¨®n de varios surafricanos que han visto la pel¨ªcula, lo clav¨®. Eso era importante para Eastwood, que me dijo que se hab¨ªa sentido aliviado al o¨ªr el veredicto surafricano sobre el actor, igual que le importaba mucho que el p¨²blico surafricano diera a Invictus el sello de legitimidad. "Significa mucho para m¨ª la reacci¨®n surafricana. Hay todo un mundo ah¨ª fuera al que me gustar¨ªa transmitirle este mensaje, pero es importante que el pa¨ªs en el que ocurre la historia diga que es un reflejo fiel del esp¨ªritu de aquel periodo asombroso".
En Par¨ªs, el mes anterior a la primera proyecci¨®n p¨²blica del filme, Eastwood habl¨® con entusiasmo de la experiencia del rodaje, pero se mostr¨® cauteloso y, una vez m¨¢s, modesto y elegante sobre su posible recibimiento. "Un amigo m¨ªo que ha le¨ªdo su libro y que no sab¨ªa nada de la pel¨ªcula me dijo: "?Que est¨¢s rodando esta historia? Acabo de leer el libro. ?Es maravilloso! Cu¨¢nto me conmovi¨® el final". Y yo dije: "Estamos intentando ser fieles a esa filosof¨ªa, confiamos en poder hacerlo, en inspirar a la gente. Y si no lo logramos, ser¨¢ culpa m¨ªa. Tendr¨¦ que asumir la responsabilidad. Est¨¢ escrito, s¨®lo hay que traducirlo al lenguaje del cine. Y si no se traduce, habr¨¦ fracasado".
La prueba lleg¨® en el estreno de gala en Los ?ngeles. Sentada junto a m¨ª estaba Zindzi Mandela, la hija de Nelson Mandela, que ten¨ªa dos a?os cuando ¨¦l fue a la c¨¢rcel. Al?poco rato de empezar la pel¨ªcula empez¨® a tirarme de la manga de la chaqueta, haci¨¦ndome notar con urgencia expresiones faciales, tonos de voz con los que Morgan Freeman hab¨ªa captado a su padre. Cinco minutos antes de que acabara me agarr¨® de la mano y no me la solt¨® hasta que pasaron los t¨ªtulos de cr¨¦dito. Se encendieron las luces y ten¨ªa los ojos rojos. Como Francois Pienaar. La mujer de este ¨²ltimo, que estaba sentada a su lado, me dijo que nunca hab¨ªa visto a ese enorme delantero rubio de rugby que es su marido tan emocionado como durante las dos horas y diez minutos de?Invictus. Un cr¨ªtico de cine surafricano confes¨® que hab¨ªa "berreado" de principio a?fin.
Busqu¨¦ a Eastwood, que estaba rodeado de fans en el vest¨ªbulo del cine, y le cont¨¦ c¨®mo hab¨ªan reaccionado los surafricanos. "Gracias, gracias", dijo en su discreto susurro. "Me alegro de saberlo".
Una vez m¨¢s, como tantas otras, Eastwood no hab¨ªa fracasado.
'El factor humano', libro de John Carlin en el que se basa la pel¨ªcula, est¨¢ editado en Seix Barral.
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