Corazones de?alcachofa
Si Cupido se representa tradicionalmente con el aspecto de un angelote rollizo de corta edad, algo as¨ª como una especie de lechoncillo ser¨¢fico, es para simbolizar que en el amor todos somos eternamente ni?os, que no aprendemos jam¨¢s, que no evolucionamos, que amamos una y otra vez con la misma pureza, es decir, con la misma ignorancia y repitiendo todos los errores. De hecho, a menudo amar, a medida que uno crece, es ir desarrollando cierta esquizofrenia, porque por un lado el cerebro enciende las alarmas y avisa de las trampas que uno mismo se pone; pero, por otro, el coraz¨®n se emperra en seguir a lo suyo, encendiendo el mundo de colores y deshoj¨¢ndose como una tr¨¦mula alcachofa.
"Aunque se sobrelleve silenciosa y plat¨®nicamente, el amor en la vejez es algo muy com¨²n"
Vista desde fuera, la pasi¨®n siempre tiende a resultar un poco rid¨ªcula; como dice mi amigo y estupendo escritor Alejandro G¨¢ndara, las penas de amor son como marearse en un barco: t¨² te sientes morir, pero a los dem¨¢s les produces risa. Y esa vertiente una pizca grotesca que tienen los enamoramientos desenfrenados se va multiplicando con la edad: cuanto m¨¢s viejo seas, m¨¢s chistoso resultas. En parte, supongo, es cosa de esa esquizofrenia de la que antes habl¨¢bamos, del chirrido que provoca ver a personas mayores que se siguen comportando como cr¨ªos, pero en parte tambi¨¦n debe de ser una consecuencia del prejuicio. Ya se sabe que vivimos en una sociedad que idolatra la apariencia de juventud y desde?a a los viejos, y la idea de un anciano o una anciana enamorados produce mofa e incluso cierta repugnancia, porque en el fondo nos repugna la idea de nuestra propia vejez, de la decadencia inevitable y de la muerte. Por lo general, todo eso no lo tenemos nada trabajado, y as¨ª nos va.
Pero lo m¨¢s curioso es que el personal se suele sorprender ante la idea de que los mayores se enamoren, como si fuera algo poco com¨²n. Las convenciones dictaminan que con la edad se apagan esos fuegos y la gente se sigue tragando esa mentira, aunque la realidad nos demuestre abundantemente lo contrario. Ah¨ª est¨¢ Liliana Bettencourt, la octogenaria due?a de L'Or¨¦al, regalando mil millones de euros a un fot¨®grafo; y aqu¨ª mismo tenemos a la Duquesa de Alba, cuya vida se ha visto bastante agitada ¨²ltimamente a consecuencia del amor. Desde luego las mujeres parecen tenerlo un poco peor; los resabios machistas hacen que todos tendamos a ver m¨¢s risibles a las se?oras mayores que se enamoran, pero lo cierto es que, salvo excepciones, a los varones tampoco se les perdona. El viejo verde es un personaje socialmente rid¨ªculo.
Recordemos, por ejemplo, al gran Goethe, un hombre de talento universal que, adem¨¢s de ser uno de los mejores escritores de la historia, desarroll¨® una intensa carrera pol¨ªtica y fue un cient¨ªfico m¨¢s que notable. Pues bien, este personaje inmenso consigui¨® perder por completo su lucid¨ªsima cabeza a los 74 a?os, cuando se enamor¨® como un becerro de Ulrike, una muchacha de diecinueve, hasta el punto de que, cada vez que la o¨ªa pasar junto a su ventana, abandonaba el trabajo y sal¨ªa corriendo detr¨¢s de ella sin sombrero ni bast¨®n, detalle que, a principios del siglo XIX, denotaba a las claras lo trastornado que estaba. Ni que decir tiene que nadie pareci¨® entender esa pasi¨®n tard¨ªa; los conocidos se burlaban y el hijo de Goethe se enfureci¨® much¨ªsimo. El escritor pidi¨® a Ulrike en matrimonio y fue rechazado, y el disgusto fue tan grande que el pobre hombre se puso mal¨ªsimo. Avisado de su enfermedad, el mejor amigo de Goethe, el m¨²sico Carl Zelter, acudi¨® desde Berl¨ªn a visitarlo. Y despu¨¦s escribi¨® en una carta con inmensa sorpresa: "?Y qu¨¦ me encuentro? A alguien que parece que tuviera en el cuerpo todo el amor con toda la angustia de la juventud". Ya digo, en la pasi¨®n no envejecemos.
Y si un cerebro privilegiado como el de Goethe es capaz de achicharrarse as¨ª, ?qu¨¦ no puede sucedernos a los comunes mortales? Me parece que, aunque por lo general no se comente, aunque se sublime, aunque se sobrelleve silenciosa y plat¨®nicamente, el amor en la vejez es algo muy com¨²n. Y no hablo ya de pasiones arrebatadas, sino de ese aleteo en el est¨®mago, de ese desasosiego y esa alegr¨ªa. Muchos ancianos y ancianas est¨¢n secretamente enamorados de sus m¨¦dicos, de las enfermeras que les toman la tensi¨®n, del vecino encantador que les ayuda a bajar los escalones del portal. Y qu¨¦ maravilla que sea as¨ª. Qu¨¦ maravilla constatar que, cuando todo decae y todo se hunde, sigue habiendo dentro de ti un adolescente emocionado e irreductible.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.