Derechos humanos y di¨¢logo transcultural
Es bien conocida la historia de los ciegos que, unos a otros, describ¨ªan a un elefante. Uno de ellos le toca la trompa y dice que el elefante es como una serpiente. Otro toca una pata y describe al elefante como una columna. Un tercero pone ambas manos en un costado del elefante y concluye que es m¨¢s bien como una pared. Ya se trate de un cuento originalmente hind¨², persa o budista, el caso es que esta ense?anza ha sido utilizada a menudo para ilustrar que lo que todos vemos en nuestras diferentes culturas es s¨®lo parte de la totalidad, por lo que necesitamos escuchar y aprender para poder cruzar con seguridad el r¨ªo de la vida.
Nuestra verdadera opci¨®n, por lo tanto, ser¨¢ la de aproximarnos a las diferentes tradiciones religiosas y culturas aut¨®ctonas y reconocerlas como colaboradoras en la promoci¨®n de un mayor respeto de los derechos humanos y de su observancia.
La pauta legal adoptada por la ONU es un consenso b¨¢sico de la comunidad internacional
Las culturas tradicionales no son un sustitutivo de los derechos humanos; son un contexto cultural en el que los derechos humanos tienen que ser establecidos, integrados, promovidos y protegidos. Los derechos humanos deben plantearse de una manera que tenga pleno sentido y sea relevante en distintos contextos culturales. En vez de limitar los derechos humanos a su encaje en una determinada cultura ?por qu¨¦ no recurrir a los valores de las culturas tradicionales para reforzar la aplicaci¨®n y la relevancia de los derechos humanos universales?
Hay una necesidad cada vez mayor de resaltar los valores comunes y b¨¢sicos que comparten todas las culturas: el valor de la vida, el orden social y la protecci¨®n contra la arbitrariedad. Esos valores b¨¢sicos est¨¢n plasmados en los derechos humanos. Las culturas tradicionales deber¨ªan ser consideradas y reconocidas como colaboradoras en la promoci¨®n de un mayor respeto de los derechos humanos y de su observancia. El reconocimiento y el aprecio de contextos culturales particulares contribuir¨ªa a facilitar, m¨¢s que a limitar, el respeto y la observancia de los derechos humanos. Los derechos humanos universales no imponen un patr¨®n cultural sino el est¨¢ndar legal de la m¨ªnima protecci¨®n necesaria para la dignidad humana.
En cuanto pauta legal adoptada por las Naciones Unidas, los derechos humanos universales representan un consenso, arduamente conseguido, de la comunidad internacional, no el imperialismo cultural de alguna regi¨®n en particular o de un conjunto de tradiciones. Los derechos humanos relacionados con la diversidad y la integridad cultural abarcan una amplia gama de protecciones, incluyendo: el derecho a la participaci¨®n cultural; el derecho a disfrutar del arte; a la conservaci¨®n, desarrolloy difusi¨®n de la cultura; a la protecci¨®n del patrimonio cultural; a la libertad para la actividad creativa; a la protecci¨®n de las personas pertenecientes a minor¨ªas ¨¦tnicas, religiosas o ling¨¹¨ªsticas; a la libertad de reuni¨®n y asociaci¨®n; el derecho a la educaci¨®n, a la libertad de pensamiento, conciencia y religi¨®n, a la libertad de opini¨®n y de expresi¨®n; y el principio de no discriminaci¨®n.
Todo ser humano tiene derecho a la cultura, incluido el derecho al disfrute y desarrollo de la vida e identidad culturales. Los derechos culturales, sin embargo, no son ilimitados. Existen limitaciones leg¨ªtimas y sustanciales a pr¨¢cticas culturales, incluso a tradiciones bien afianzadas. Por ejemplo, ninguna cultura puede hoy d¨ªa reclamar leg¨ªtimamente el derecho a practicar la esclavitud.
Algunos creen, equivocadamente, que los derechos humanos son relativos en lugar de universales en lo que concierne a la cultura. Este relativismo supondr¨ªa una peligrosa amenaza para la efectividad del derecho internacional y para el sistema internacional de derechos humanos. La reclamaci¨®n de la aceptaci¨®n y la pr¨¢ctica del relativismo cultural no es cre¨ªble. El relativismo cultural se utiliza como plataforma para obtener ventajas pol¨ªticas o econ¨®micas, y no como un compromiso con los altos valores ¨¦ticos y los ideales que la protecci¨®n de los derechos humanos supone.
El concepto de derechos no tiene sentido a menos que los derechos sean universales, pero los derechos no pueden alcanzar su universalidad sin un cierto anclaje cultural. Los derechos evolucionan a medida que evolucionan las culturas. No son entidades fijas. El debate entre universalismo y relativismo no tiene sentido. Los ideales universales de los derechos humanos y las particularidades y sensibilidades culturales pueden reconciliarse. Los est¨¢ndares universales deber¨ªan ser el m¨ªnimo moral, mientras que las particularidades culturales ofrecer¨ªan diferentes marcos para favorecer o impedir la labor de los derechos humanos. Las culturas no pueden quedar excluidas, porque no hay discurso o pr¨¢ctica de los derechos humanos que exista en un vac¨ªo cultural. Una aplicaci¨®n universal de los derechos humanos sin referencia a las particularidades culturales y a los derechos aut¨®ctonos disminuir¨ªa la fuerza ¨¦tica de los derechos humanos.
Ser¨ªa un error sostener que los derechos humanos son una idea occidental. En realidad son la capacidad moral de la humanidad para proteger, bajo el imperio de la ley, las condiciones necesarias para la dignidad humana. Es decir, que si hay un conjunto normativo universal de principios espirituales en el que pueda hoy basarse el discurso sobre los derechos humanos, es preciso que ¨¦ste trascienda las pen¨²ltimas distorsiones y las reales crueldades que comparten todas y cada una de las tradiciones religiosas del mundo. Requerir que cada particular marco espiritual sea normativo para los derechos humanos exige distinguir entre religi¨®n organizada y espiritualidad.
Este debate, que en cierto sentido subyace tras todos los otros, es probablemente el nudo gordiano de los derechos humanos. Hoy quiz¨¢ m¨¢s que nunca antes, los s¨ªmbolos y creencias religiosos est¨¢n siendo manipulados para promover el odio, la intolerancia y la violencia. Tal vez sea esa manipulaci¨®n de parte de las ideolog¨ªas religiosas por el control de la violencia lo que ha dado cr¨¦dito al debate sobre el "choque de culturas" que divide al mundo mediante fronteras religiosas. Es decir, la pol¨ªtica del miedo ha superado desde hace tiempo los principios espirituales y la ¨¦tica humanitaria de la religi¨®n.
Si el miedo es hoy un factor obvio entre los extremistas religiosos, lo es de modo a¨²n m¨¢s sutil e insidioso en las ideolog¨ªas religiosas que recurren al miedo como fundamento de la pol¨ªtica. Pero son muchos los que hoy se dan cuenta de que la alternativa al miedo no es el valor sino la no violencia. Que las ideolog¨ªas religiosas hayan originado posiciones fan¨¢ticas no es raz¨®n para que debamos optar por oposiciones fan¨¢ticas. La violencia no es la soluci¨®n; es el problema.
Al aceptar el Premio Nobel de la Paz, el doctor Martin Luther King Jr. proclam¨® una "fe audaz" en que "en todas partes la gente pueda tener tres comidas al d¨ªa para su cuerpo, educaci¨®n y cultura para su mente y dignidad, igualdad y libertad para su esp¨ªritu". Tanto si somos religiosos como laicos, tanto si somos hind¨²es como budistas, cristianos, jud¨ªos o musulmanes, adoptar esa "fe audaz" en los derechos humanos nos ayuda a enfrentarnos a las dif¨ªciles decisiones ¨¦ticas que han de tomarse en nuestro tiempo.
A medida que el mundo se hace m¨¢s peque?o con la llegada de la globalizaci¨®n, la sola idea de los derechos humanos universales nos sirve para promover los di¨¢logos transculturales. El di¨¢logo transcultural no aspira simplemente a tender puentes entre los enormes conjuntos de culturas que se expresan bajo denominaciones tales como Occidente y Oriente. Aspira a tender puentes donde quiera que un fuerte sentimiento de "nosotros" y "ellos" surge m¨¢s all¨¢ de las fronteras. Aunque la mayor¨ªa de nosotros estamos convencidos de que el progreso moral de la humanidad va en la direcci¨®n de la promoci¨®n de los derechos humanos, deber¨ªamos insistir en que ¨¦stos no deben entenderse como un fen¨®meno ya cumplido. Ni que pertenece a nuestro pasado. Es una opci¨®n para nuestro futuro plural.
Ramin Jahanbegloo, fil¨®sofo iran¨ª, es catedr¨¢tico de Ciencias Pol¨ªticas en la Universidad de Toronto. Traducci¨®n de Juan Ram¨®n Azaola.
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