?Mueran los 'heditores'!
Sufrimos un bombardeo de mensajes que predican, con voz epif¨¢nica, que Internet libera a la cultura de la tiran¨ªa de los editores y otros empresarios. ?Estamos seguros de que, de ser as¨ª, represente un claro progreso?
Arist¨®teles distingui¨® hace ya muchos siglos entre la democracia, que es el gobierno del pueblo, y la oclocracia, que es el gobierno de la plebe o, si se prefiere, de la muchedumbre. En la primera, elegimos a los que creemos mejores y delegamos en ellos -bajo vigilancia cr¨ªtica- para que nos dirijan. En la oclocracia, en cambio, no elegimos a nadie ni delegamos nada: todos opinamos de todo, todos hacemos todo y todos somos sabios en cualquier materia y profesi¨®n.
En estos d¨ªas se repite hasta la saciedad que Internet democratiza la cultura, pero yo creo que lo que va a hacer, si nadie lo remedia, es oclocratizarla, y eso, lejos de parecerme una virtud o un beneficio social, me parece una amenaza apocal¨ªptica.
?Es beneficioso que haya faltas de ortograf¨ªa, incoherencias narrativas y redundancias?
?Hay que poner anuncios de Coca-Cola en la novela para garantizar la libertad del autor y el lector?
En el art¨ªculo de Javier Calvo Por un libro universal (EL PA?S, 24 de diciembre de 2009) se repet¨ªan algunas de esas ideas recurrentes en las que se predica, con voz epif¨¢nica, el advenimiento de una cultura liberada por fin de las cadenas de los editores. ?Pero esas cadenas tan esclavizadoras son reales?
A las oficinas de una editorial media llegan al cabo del a?o casi 1.000 manuscritos. En Espa?a deben de circular durante ese tiempo m¨¢s de 5.000 originales diferentes. La inmensa mayor¨ªa de ellos son impublicables, como sabe bien cualquiera que los haya ojeado, y lo primero que hace el editor (gastando dinero para ello) es separar el grano de la paja. Luego, de entre todos los granos elige aquellos que tienen m¨¢s afinidad con su l¨ªnea editorial: literatura de autor, best sellers, creaci¨®n experimental... Mi biblioteca, como la de cualquier lector curtido, est¨¢ llena de libros de las editoriales que publican el tipo de literatura que me interesa. Es decir, me he aprovechado de la labor y del saber hacer de sellos como Anagrama, Seix Barral, Alfaguara o Tusquets, y lo he hecho porque confiaba en el criterio profesional de sus editores.
Pero los editores, adem¨¢s, editan los libros, si se me permite decirlo de un modo tan tautol¨®gico. Es decir, les aportan valor a?adido: hacen sugerencias, corrigen deslices o erratas, proponen cambios, pulen el estilo... Los autores estamos absolutamente ensimismados en lo que hemos escrito y aquellos amigos a los que pedimos opini¨®n no son capaces siempre, aunque lo intenten, de examinarnos con distancia, de modo que los editores son los ¨²nicos que pueden enfrentarse a la obra con competencia y desapego a la vez.
Lo que se nos propone ahora es la desaparici¨®n del editor. La extensi¨®n del modelo de edici¨®n tradicional al e-book, se nos dice, es "perjudicial para el autor y el lector". ?Es beneficioso, entonces, que en vez de 150 novedades anuales clasificadas por sellos editoriales definidos haya en la Red 5.000 textos sin depurar? ?Es beneficioso que Jos¨¦ Saramago y mi prima Paqui (que es casi analfabeta pero se divierte contando historias) est¨¦n en pie de igualdad? ?Es beneficioso que los textos tengan faltas de ortograf¨ªa, incoherencias narrativas y redundancias? Y a¨²n peor: ?es beneficioso que desaparezcan esos libros de no ficci¨®n que impulsan las propias editoriales, encarg¨¢ndoselos a autores? ?Qui¨¦n se ocupar¨¢ de traducir una novela a otro idioma, de adelantar el dinero que supone ese trabajo?
En la mayor¨ªa de los comentarios que predican el nuevo Ed¨¦n digital se huele el incienso de la Espa?a cat¨®lica: ganar dinero es malo, es pecado; el editor, avaro, insaciable, no lee novelas, sino cuentas de resultados.
Yo, en cambio, he conocido a muchos editores preocupados s¨®lo por llegar a final de a?o, por mantener puestos de trabajo y por poder editar libros arriesgados aunque su rentabilidad fuera dudosa. Claro que se han hecho algunas fortunas con la edici¨®n: ?y qu¨¦? Pero lo peor es que los mismos que abominan del editor mercader nos aseguran sin empacho que una de las soluciones para que el autor tenga ingresos es introducir publicidad en el propio libro. "Cuando una ma?ana Gregorio Samsa se despert¨® de unos sue?os agitados, se encontr¨® en su cama de Ikea convertido en un monstruoso bicho". ?Es de eso de lo que hablamos? ?O de que al cambiar de cap¨ªtulo en Ana Karenina salte en la pantalla del e-book un banner con un anuncio de agencias matrimoniales? No s¨¦ si es que me he hecho demasiado viejo para entender los c¨®digos morales de la post-postmodernidad -o lo que sea esto-, pero reconozco que me escandaliza ver el desparpajo con que se mezcla la ¨¦tica de Fidel Castro con la de Esperanza Aguirre. Por un lado se sataniza al editor empresario y por otro se recomienda poner un anuncio de Coca-Cola en mitad de una novela para defender as¨ª la independencia autoral y la libertad del lector. Antes hab¨ªa "visiones del mundo"; ahora, al parecer, s¨®lo hay ¨¢ngulos ciegos.
El otro asunto que me desconcierta es el del papel que se le asigna al autor en el nuevo mundo e-editorial. Dado que el editor debe desaparecer, se propone que el autor se comporte como un empresario de s¨ª mismo y asuma el desarrollo inform¨¢tico y administrativo, la gesti¨®n comercial y la promoci¨®n de sus libros.
Es decir, que adem¨¢s de escribir bien, a partir de ahora para ser autor habr¨¢ que tener ¨¢nimo empresarial, adquirir conocimientos de m¨¢rketing, elaborar banners y p¨¢ginas web, dedicar tiempo a infectar viralmente la Red con nuestros productos, preparar performances y poseer algo de dinero para la inversi¨®n inform¨¢tica y los viajes promocionales. Los autores, por tanto, no s¨®lo no cobrar¨ªamos, poco o mucho, sino que pagar¨ªamos para escribir. Todo ello con la esperanza vaga de que se produjera un retorno de la inversi¨®n que nos permitiese al menos comer. Ese retorno no vendr¨ªa del pago -barato o caro- de los lectores, que se considera impertinente, sino de alg¨²n tipo de publicidad como los ya mencionados.
?Puede alguien imaginar a Kafka, a Dostoievsky o a Scott Fitzgerald en estas lides? Los autores, sin llegar al t¨®pico rom¨¢ntico, suelen ser seres inadaptados, neur¨®ticos y con una cierta incapacidad para las cosas terrenales. Hubo incluso que inventar la figura del agente literario para que se ocupara de sus asuntos. Y ahora pretendemos que compongan la melod¨ªa, dirijan la orquesta y toquen todos los instrumentos. A lo peor alguien como Saramago decid¨ªa abandonar la literatura, abrumado por esos deberes mundanos (no olvidemos que hay autores que no soportan ni las giras promocionales), pero mi prima Paqui, en cambio, saldr¨ªa literariamente reforzada, pues es formidable en las relaciones p¨²blicas y en la promoci¨®n personal.
Saramago y mi prima Paqui pueden convivir en la Red, por supuesto, pero est¨¢ en juego el tipo de literatura triunfante, el estilo de libro que queremos para el futuro. Con el e-book desaparecer¨¢ aproximadamente un 75% del coste actual del libro -papel e impresi¨®n, distribuci¨®n, venta minorista y gastos de financiaci¨®n de los invendidos-, de modo que el precio podr¨ªa abaratarse enormemente sin empeorar la calidad y sin poner a la literatura en manos de Repsol o de Nokia. La distribuci¨®n, por otra parte, ser¨ªa universal y perpetua: un libro estar¨ªa disponible en Lima y en Tokio, hoy y dentro de 20 a?os, posibilitando as¨ª la difusi¨®n ilimitada de los autores, simplificando al m¨¢ximo la log¨ªstica de las editoriales y permitiendo a cualquier lector tener acceso a t¨ªtulos hoy inencontrables. Y t¨¦cnicas de comunicaci¨®n digital como la de regalar el primer cap¨ªtulo de una novela, ahora todav¨ªa en pa?ales, podr¨ªan suponer una nueva revoluci¨®n en los costes de publicidad y una indiscutible garant¨ªa para el lector indeciso. ?Nos parece poco para¨ªso?
No nos enga?emos: lo que peligra con un sistema en el que no haya editores ni haya venta no son los beneficios de los accionistas ni los privilegios de unos pocos, sino la dignidad del libro y de la cultura que transmite. Oclocracia o democracia, that is the question.
Luisg¨¦ Mart¨ªn es escritor; su ¨²ltima novela es Las manos cortadas (Alfaguara).
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