En Madrid no hay mar, pero s¨®lo a veces
En Madrid no hay mar, pero s¨®lo a veces, y el poeta Pablo Neruda est¨¢ muerto, pero no siempre. Esas dos extra?as frases me las acaba de decir Juan Urbano para explicarme lo que le ha parecido la exposici¨®n que acaba de ver en la sede del Instituto Cervantes, en la calle de Alcal¨¢, que se llama Amor al mar y re¨²ne la primera colecci¨®n de caracolas de Neruda y algunos de los libros de su biblioteca. Cuando lleg¨® a Madrid desde C¨¢diz, Rafael Alberti escribi¨® "?Qu¨¦ altos los balcones de mi casa! / Pero no se ve el mar: / ?qu¨¦ bajos!", sin darse cuenta de que el mar era ¨¦l; y cuando unos a?os m¨¢s tarde vino desde Chile su amigo Neruda y se instal¨® en el barrio de Moncloa y en el mismo sitio donde ahora viven algunas de las chicas m¨¢s guapas de la ciudad, en la Casa de las Flores, el mar se multiplic¨® por dos al sumar la playa de la que ven¨ªa uno y la playa hacia la que iba el otro, es decir, las de El Puerto de Santa Mar¨ªa e Isla Negra. Neruda vivi¨® en Madrid y viceversa, porque a ¨¦l lo mat¨® en 1974 una mezcla de c¨¢ncer y desolaci¨®n, en un Santiago de Chile donde los buitres se posaban sobre el Palacio de la Moneda, pero Madrid se ha hecho inmortal en sus poemas y nunca dejar¨¢ de ser, por ejemplo, la capital heroica de su libro Espa?a en el coraz¨®n. Eso s¨ª, al apostarlo todo por nosotros sali¨® perdiendo, porque Espa?a en general y Madrid en general no le han devuelto el cambio: ?por qu¨¦ no hay una estatua de Neruda all¨ª mismo, delante de la que fue su casa, para honrar a ese hombre que fue parte de nuestra literatura y de nuestra historia, que vino a defender una rep¨²blica que no era suya, que fue el otro lado del mar de la Generaci¨®n del 27 y protagoniz¨® junto a Federico Garc¨ªa Lorca, Vicente Aleixandre, el propio Alberti o el joven Miguel Hern¨¢ndez alguno de sus actos m¨¢s sobresalientes? ?Por qu¨¦ La Violetera s¨ª y ¨¦l no? Madrid no es agradecida con los poetas que la han escrito, y para comprobarlo no hace falta m¨¢s que recordar el abandono lamentable en el que sigue el proyecto de convertir el chalet del propio Aleixandre en un centro de estudio de la poes¨ªa. ?Cu¨¢ntas veces se ha anunciado que el edificio de la antigua calle de Welingtonia en el que siempre vivi¨® el premio Nobel lo iba a comprar y rehabilitar el Ayuntamiento? Una menos de las que lo ha incumplido.
?Por qu¨¦ no hay una estatua de Neruda delante de la que fue su casa?
Al mirar la hermosa exposici¨®n del Instituto Cervantes uno no ve s¨®lo caracolas, sino tambi¨¦n toda una ¨¦poca de nuestra cultura que se llama Edad de Plata porque es la m¨¢s brillante que hemos tenido despu¨¦s de la de Oro, o sea, que despu¨¦s de Cervantes, Quevedo, Lope de Vega, G¨®ngora o Calder¨®n hay que escribir Lorca, Cernuda, Alberti y, al otro lado del oc¨¦ano, Neruda o Huidobro, a los que hoy no habr¨ªan querido empadronar los racistas de guante blanco que gobiernan algunos de nuestros municipios, que adem¨¢s de no tener conciencia no tienen memoria, ni hist¨®rica ni de ninguna otra clase.
Neruda es el otro lado del mar de la Generaci¨®n del 27 y por eso es tan oportuna esa exposici¨®n de las caracolas que ¨¦l coleccionaba igual que coleccionaba botellas, diablos de arcilla o mascarones de proa, porque si te pones una de esas conchas en el o¨ªdo, te recordar¨¢ que hubo un tiempo en el que este pa¨ªs recib¨ªa a los extranjeros como si no lo fuesen y los transformaba en uno de los nuestros. Tambi¨¦n fuimos de los suyos, cuando hubo que huir de los asesinos en 1939, meterse en un barco como el Winnipeg, que organiz¨® el propio Neruda, y buscar una segunda vida en Chile, o M¨¦xico, o Argentina. ?Qu¨¦ fue de la palabra solidaridad? ?Qu¨¦ es la memoria hist¨®rica? Preg¨²ntenselo a las caracolas de Neruda, que ha vuelto a Madrid para convertirlo, otra vez, en un hermoso puerto de mar.
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