Dos cabalgan juntos
Suele decirse, es casi un lugar com¨²n, que los grandes escritores padecen un purgatorio m¨¢s o menos largo de indiferencia tras su muerte. Algunos salen de ¨¦l fortalecidos y eternos, otros permanecen incurablemente en el olvido. Pero Albert Camus representa una notable excepci¨®n a esta regla: a 50 a?os de su muerte temprana en un accidente de carretera, su figura intelectual ha aumentado sin cesar de tama?o y es hoy m¨¢s prestigiosa que nunca.
A¨²n m¨¢s sorprendente resulta la casi total unanimidad encomi¨¢stica que le rodea. Las pol¨¦micas y cr¨ªticas acerbas que acompa?aron la mayor parte de su vida creadora parecen haber desembocado hoy en un pl¨¢cido estuario de reconocimiento sin fisuras. Resulta casi inevitable preguntarse si tanta aceptaci¨®n no encierra un malentendido (el propio Camus dijo que el ¨¦xito suele implicarlo) o incluso una forma de olvido m¨¢s soterrada y por tanto m¨¢s dif¨ªcilmente remediable.
Camus y Orwell eran librepensadores que sostuvieron principios y argumentos, no partidos
Camus tambi¨¦n es rebeld¨ªa frente a injusticia, opresi¨®n y desigualdad
Desde luego, abundan los motivos para recordar hoy a Camus con especial aprecio y simpat¨ªa. Para empezar, los acontecimientos hist¨®ricos han venido a demostrar que en asuntos esenciales ten¨ªa raz¨®n: sobre todo en su denuncia del totalitarismo estalinista. Pocos a?os despu¨¦s de su muerte, Jruschov comenz¨® pudorosamente a desvelar la realidad atroz de la Rusia sovi¨¦tica, que los m¨¢s furibundos detractores de Camus se negaban a admitir. A partir de ese momento -y sobre todo desde la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn- el comunismo realmente existente perdi¨® casi todos sus abogados intelectuales y ha revelado sin paliativos su fracaso pol¨ªtico y su desastre moral. La denuncia de Camus, que en su d¨ªa fue malinterpretada o denostada, se ha convertido hoy en un t¨®pico que casi todo el mundo suscribe sin rodeos.
A¨²n m¨¢s. El lenguaje teol¨®gico puesto al servicio del exterminio de seres humanos era uno de los temas fundamentales estudiados en El hombre rebelde. Camus comprendi¨® bien hasta que punto la b¨²squeda del absoluto puede convertirse en justificaci¨®n para pisotear los derechos humanos m¨¢s elementales. Cuando public¨® su c¨¦lebre ensayo, la invocaci¨®n inquisitorial de motivaciones religiosas para persecuciones y matanzas parec¨ªa algo del pasado, pero medio siglo m¨¢s tarde ha vuelto a ponerse de tr¨¢gica actualidad.
Entonces se pensaba que las ideolog¨ªas pol¨ªticas (nacionalismo, nazismo, bolchevismo, etc¨¦tera) hab¨ªan venido a sustituir al furor teol¨®gico de las religiones, pero hoy vemos que -tras la decadencia de esas ideolog¨ªas digamos "laicas"- son de nuevo las coartadas religiosas las que regresan para legitimar atentados mort¨ªferos, matanzas tribales, deportaciones masivas o bombardeos preventivos.
La denuncia de Camus en su d¨ªa sonaba a algunos como una concesi¨®n al "idealismo" o al "espiritualismo" que desconoce las motivaciones socioecon¨®micas: resulta hoy una precursora se?al de alarma.
Esta denuncia del totalitarismo y del terrorismo, que se adelanta a los acontecimientos venideros, ha conseguido hoy aplauso general para Albert Camus, entre los conservadores de derechas y tambi¨¦n entre muchos izquierdistas arrepentidos. Pero este aprecio p¨®stumo puede ocultar, como dec¨ªamos, un cierto malentendido y hasta un olvido selectivo de una parte importante del pensamiento pol¨ªtico y moral de Albert Camus. Porque en su obra no hay un rechazo global sino m¨¢s bien una exigencia ¨¦tica de la rebeli¨®n: "Yo me rebelo, luego nosotros somos". Decir "no" y rebelarse contra la injusticia y la desigualdad social ("la sociedad del dinero y de la explotaci¨®n no se ha encargado nunca, que yo sepa, de hacer reinar la libertad y la justicia"), contra la opresi¨®n colonial de los pa¨ªses m¨¢s desfavorecidos, contra la pena de muerte, contra la utilizaci¨®n de armas at¨®micas... Todo eso tambi¨¦n form¨® parte central de sus manifestaciones pol¨ªticas. Albert Camus fue cr¨ªtico con la revoluci¨®n que entroniza el terror y la violencia como dioses justicieros, confundiendo la depuraci¨®n con el camino de la pureza, pero no fue un conformista ni un c¨ªnico que acepta sin m¨¢s -en nombre del orden sacrosanto- los peores manejos de la raz¨®n de Estado. Fue moralmente exigente con la rebeld¨ªa (sostuvo que en pol¨ªtica deben ser los medios quienes justifiquen el fin y no al rev¨¦s), pero sin duda fue tambi¨¦n un rebelde: "La rebeli¨®n no es en s¨ª misma un elemento de civilizaci¨®n. Pero es previa a toda civilizaci¨®n".
Probablemente el intelectual del siglo XX con quien m¨¢s tiene en com¨²n Albert Camus, hasta la coincidencia casi desconcertante, es George Orwell. Y no s¨®lo por similitudes biogr¨¢ficas, como que ambos fueron tuberculosos, ambos murieron (aunque por causas distintas) a los 47 a?os, ambos tuvieron una preocupaci¨®n especial por la guerra civil de Espa?a y su tragedia posterior y ambos padecieron la maledicencia calumniosa de muchos colegas comprometidos con el disimulo o la minimizaci¨®n de la realidad totalitaria comunista. Hay adem¨¢s otras concordancias esenciales. Una de las principales es la importancia concedida al lenguaje y a la sinceridad que lo emplea en busca, ante todo, de la verdad.
Orwell denunci¨®: "El lenguaje pol¨ªtico -y con variaciones esto es v¨¢lido para todos los partidos pol¨ªticos, desde los conservadores a los anarquistas- es empleado para que las mentiras parezcan verdaderas y el crimen respetable, y para dar apariencia de solidez a lo que es puro humo". Y concluy¨®: "El gran enemigo del lenguaje claro es la insinceridad".
Por su parte, Camus se?al¨®: "He escuchado tantos razonamientos que han estado a punto de hacerme dar vueltas la cabeza, y que han hecho dar a otros vueltas la cabeza hasta hacerles consentir en el asesinato, que he llegado a comprender que toda la desdicha de los hombres proviene de que no tienen un lenguaje claro. He tomado entonces el partido de hablar y actuar claramente para volver a ponerme en el buen camino. Por consiguiente digo que hay las atrocidades y v¨ªctimas, y nada m¨¢s" (La peste).
Tanto uno como otro fueron expl¨ªcitamente contrarios al culto del m¨²sculo y la fuerza como garant¨ªa de eficacia para resolver los conflictos, aunque Camus simpatiz¨® m¨¢s con el pacifismo y las doctrinas gandhianas de la no violencia (para Orwell "el pacifismo es m¨¢s una curiosidad psicol¨®gica que un movimiento pol¨ªtico").
Y ambos criticaron el nacionalismo: Camus escribi¨® a su imaginario amigo alem¨¢n que ¨¦l "amaba demasiado a su pa¨ªs para ser nacionalista" y Orwell unas perspicaces y siempre actuales Notas sobre el nacionalismo en las que dej¨® caer esta observaci¨®n de largo alcance: "Todo nacionalista est¨¢ obsesionado por la creencia de que el pasado puede ser alterado".
Pero cada uno de ellos se interes¨® a su modo por el patriotismo, entendido como ciudadan¨ªa compartida y no como etnia de pertenencia.
Orwell se asombraba en 1940 (probablemente pensando en el grupo de Bloomsbury o gente parecida) de que Inglaterra fuese "el ¨²nico gran pa¨ªs cuyos intelectuales se averg¨¹enzan de su propia nacionalidad" y deseaba para el futuro que "el patriotismo y la inteligencia volviesen a ir juntos de nuevo".
Por su parte Camus, en el prefacio a sus Cr¨®nicas argelinas, en las que expuso una postura que desagradaba a casi todos, dice: "Desde la derecha se ha emprendido, en nombre del honor franc¨¦s, lo que era m¨¢s contrario a tal honor. Desde la izquierda, frecuentemente y en nombre de la justicia, se ha excusado lo que era un insulto a toda verdadera justicia. La derecha ha cedido as¨ª la exclusiva del reflejo moral a la izquierda, la cual le ha cedido a su vez la exclusiva del reflejo patri¨®tico. El pa¨ªs ha sufrido dos veces".
Tuviesen o no raz¨®n en sus opiniones y actitudes pol¨ªticas, tanto Camus como Orwell fueron librepensadores. Es decir, sostuvieron principios y argumentos, no partidos. Rechazaron algo muy frecuente, el esc¨¢ndalo selectivo, las condenas que siempre barren para casa y silencian lo que perjudica a nuestro convento. Cincuenta a?os despu¨¦s, reciben incienso de los mismos que hoy excomulgan a quienes se comportan como ellos: la hipocres¨ªa es el tard¨ªo homenaje que el sectarismo rinde a quienes han dejado de ser molestos. ?Victoria p¨®stuma o dulce derrota definitiva?
Fernando Savater es escritor.
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