Balada para un enigma
Taca?o y estramb¨®tico, inversor en Bolsa y apasionado del ocultismo, el millonario menorqu¨ªn llev¨® el misterio hasta su testamento: la herencia cedida a los Pr¨ªncipes puede ser un legado envenenado
En Ciutadella, la ciudad donde vive la aristocracia de Menorca, llena de palacios centenarios, no hay un edificio que despierte m¨¢s curiosidad e inter¨¦s estos d¨ªas que la casa rosa de la plaza de Juan de Borb¨®n. En ese edificio de dos plantas, casi a las afueras, se desarroll¨® con la mayor discreci¨®n el ¨²ltimo acto de la vida de su vecino m¨¢s famoso: Juan Ignacio Balada Llabr¨¦s, el menorqu¨ªn que ha legado su fortuna a los hijos y nietos de los Reyes y ha dejado a su cargo la creaci¨®n de una fundaci¨®n con fines sociales.
El testamento del millonario menorqu¨ªn est¨¢ en manos de un abogado de Barcelona, Joan Vi?as Vila, que no suelta prenda y que negocia estos d¨ªas con un equipo legal de la Casa Real. Pero el de Balada puede ser un regalo envenenado para los Pr¨ªncipes por el rechazo popular que ha provocado, aun antes de que se despejen los muchos interrogantes que plantea la herencia.
Hab¨ªa dos 'Baladas' contrapuestos. Uno se vest¨ªa en C¨¢ritas; el otro gast¨® millones de pesetas en un piano
Los salesianos, que han usado durante 19 a?os una finca prestada por Balada, temen perder las inversiones hechas
?A cu¨¢nto asciende realmente el dinero amasado por Balada, que muri¨® de cirrosis hep¨¢tica el 18 de noviembre pasado, dos meses antes de cumplir los 70 a?os? ?Por qu¨¦ eligi¨® a los Pr¨ªncipes como beneficiarios de su fortuna, y por qu¨¦ dej¨® escrita una cl¨¢usula que legaba sus bienes al Estado de Israel, caso de no aceptar su dinero la Casa Real? ?Qui¨¦n era este menorqu¨ªn culto y distante, refinado y tosco a un tiempo, que ha sacudido hasta sus cimientos a la sociedad de Ciutadella?
El misterio rodea una parte importante de la vida de Juan Ignacio Balada, que pas¨® por el mundo casi de puntillas, sin dejar huella. Con un perfil social bajo, sin amores conocidos, quienes le trataron dicen que proteg¨ªa su intimidad detr¨¢s de una barrera de cortes¨ªa. Aunque a tenor de lo que relatan amigos y vecinos, hab¨ªa al menos dos Baladas contrapuestos. El hombre hura?o, que se vest¨ªa con ropa comprada en C¨¢ritas, y el hombre refinado capaz de gastar millones de las antiguas pesetas por un piano de cola; el negociador duro y hasta grosero, y la persona cultivada que devoraba libros esot¨¦ricos y segu¨ªa la actualidad financiera en The Financial Times. El tipo agarrado que no pagaba nunca el caf¨¦ a los amigos y el que hac¨ªa regalos car¨ªsimos, como la vajilla de porcelana que le envi¨® por su boda a la hija de uno de sus abogados, o las botellas de Mo?t & Chandon que llevaba a las reuniones en casa de su amiga Margarita Olives.
?Qui¨¦n era Balada realmente? ?El rico caprichoso que gast¨® miles de euros en adquirir piezas del Concorde en la subasta que se celebr¨® en Toulouse, en 2007? ?Era el ciudadano compasivo que cedi¨® una finca a los salesianos para que montaran colonias de verano para sus alumnos?
El padre Joan no quiere saberlo. Lo ¨²nico que le importa a este salesiano es el futuro de una propiedad, el Binitalaiot. "Nos lo cedi¨®, a petici¨®n nuestra, hace 19 a?os, y claro, tuvimos que arreglarlo, gastar bastante dinero para que pudieran ir los chicos", dice, mientras se despoja de la ropa lit¨²rgica despu¨¦s de oficiar misa para dos docenas de ancianos en la iglesia de Mar¨ªa Auxiliadora. La finca no era s¨®lo de Balada. La propiedad era compartida con sus dos primas, Carmen y Pilar Arregui LLabr¨¦s. "?Qu¨¦ pasar¨¢ ahora, con todo lo que gastamos?", se pregunta el religioso.
Es una incertidumbre que tienen pocos en Ciutadella, donde Balada no frecuentaba mucha gente. Aunque casi todo el mundo le conoc¨ªa de vista, le hab¨ªa vendido algo o le hab¨ªa atendido detr¨¢s de una ventanilla. Es el caso de Miguel Marqu¨¦s, ex empleado de la oficina donde el millonario ten¨ªa su cuenta bancaria. "Era un hombre muy educado, de esos que te dan veinte veces las gracias por no hacer otra cosa que cumplir con tu obligaci¨®n", dice. Lo que no significa que apruebe su testamento. "No entiendo que le haya dejado el dinero a quien no lo necesita. Otra cosa es que se lo hubiera dejado a una ONG". O a la propia ciudad, castigada por la crisis.
Ciutadella est¨¢ llena de placas y estatuas dedicadas a benefactores. Pero es evidente que Juan Ignacio Balada no buscaba aprobaci¨®n. ?Quer¨ªa notoriedad post m¨®rtem como apuntan algunos vecinos? No parece coherente en un tipo duro, capaz de negociar a cara de perro hasta el agotamiento. "Lo peor es que no miraba a los ojos", cuenta el due?o de una inmobiliaria que intent¨® comprarle en el a?o 2000 un pedazo de la finca del Camino de Mah¨®n, donde estaba la f¨¢brica de su padre. "No me recibi¨® en su casa. Me cit¨® en la f¨¢brica, que estaba en ruinas, llena de basura y de ratas. Y no quiso vender". Tres a?os despu¨¦s vendi¨® el solar, de m¨¢s de 6.000 metros cuadrados, a una promotora de Ciutadella a cambio de 6,6 millones de euros.
M¨¢s bien corpulento, con gafas, el escaso pelo blanco, la imagen de Balada en las pocas fotograf¨ªas recientes que circulan de ¨¦l es la de una persona con cierta distinci¨®n. Un hombre de mirada decidida, acostumbrado a hacer su santa voluntad desde peque?o. Hijo ¨²nico del valenciano Ram¨®n Balada Matamoros y de la menorquina Catalina Llabr¨¦s Piris, Juan Ignacio Balada naci¨® el 9 de enero de 1940 en Ciutadella. El padre ten¨ªa una f¨¢brica de hielo y helados, y m¨¢s tarde regent¨® un cine en la ciudad. La madre se qued¨® con la farmacia modernista de Ses Voltes. La familia viv¨ªa en la casa colindante. El joven Balada fue a estudiar a Barcelona, pero no termin¨® ninguna carrera. Aprendi¨®, eso s¨ª, a tocar el piano, y como pianista sac¨® dinero para sus gastos en la capital catalana.
Dicen que all¨ª conoci¨® a un hombre, llamado Mois¨¦s, que le introdujo en los misterios de las altas finanzas y qui¨¦n sabe si tambi¨¦n en los del esoterismo. Josep Pons Fraga, un periodista del diario ?ltima Hora de Menorca que lo trat¨® en los a?os finales, cuenta que ten¨ªa en su casa una biblioteca llena de libros de econom¨ªa y de temas esot¨¦ricos. Entre ellos, Dogma y ritual de alta magia, de Eliphas L¨¦vi, seud¨®nimo del franc¨¦s Alphonse Louis Constant, experto en la c¨¢bala que vivi¨® en el siglo XIX, fue religioso y perteneci¨® unos a?os a la masoner¨ªa.
C¨¢bala y masoner¨ªa eran tambi¨¦n, seg¨²n casi todos los testimonios, dos intereses importantes de Balada. En su casa nueva, en la que se instal¨® a mediados de los noventa, coloc¨® algunos s¨ªmbolos mas¨®nicos, adem¨¢s de antig¨¹edades familiares. Le acompa?aban las balanzas antiguas de la farmacia, los platos de cer¨¢mica y viejos grabados de Col¨®n en el momento de pisar la tierra del Nuevo Mundo. Se hizo instalar tambi¨¦n un gimnasio. Y puso plantas y monolitos de piedra en el patio interior, por el que circulaban libremente los gatos. Gatos que no eran suyos, aunque ¨¦l los alimentara. "Hab¨ªa tenido dos que se le murieron y no quiso tener m¨¢s", cuenta un amigo.
Balada parec¨ªa mantener la misma relaci¨®n de amor distante con el dinero. Dicen que le divert¨ªa apostar y ganar. Se atrev¨ªa con todo. Vendi¨® en el momento justo acciones de la empresa alimentaria La Piara y de la salchichera Oscar Mayer. Vendi¨® dos solares grandes cuando el boom de la construcci¨®n estaba a punto de estallar. Tra¨ªa barcos de cemento de Rumania para las constructoras espa?olas, pero la gran fortuna la amas¨® con la especulaci¨®n inmobiliaria.
"Invert¨ªa con mucha habilidad. Era un genio para los negocios. Dec¨ªa que ten¨ªan que dar beneficios grassos, ?me entiende?". El que habla es Juli¨¢n Ticoulat, el hombre que le trat¨® m¨¢s estrechamente en los ¨²ltimos a?os. Ticoulat, ex propietario de una inmobiliaria, vendi¨® algunas fincas por encargo suyo y le escuch¨® mil veces el relato de sus ¨¦xitos financieros. Pese a la amistad que les uni¨®, Ticoulat se ha quedado tambi¨¦n fuera del testamento. Vive de su pensi¨®n de jubilado en una casa modesta, cerca del mar, con las paredes desconchadas, donde recibe a la periodista. "No siempre le salieron bien los negocios. Compr¨® letras del Tesoro en los ochenta, pero Hacienda le mult¨® por no declarar los intereses".
Ticoulat ve en el testamento de su amigo la confirmaci¨®n de que pensaba lo que ¨¦l mismo piensa, "que la Monarqu¨ªa es una garant¨ªa de la unidad de Espa?a". Pero cree que hab¨ªa alguna raz¨®n m¨¢s. "Un Matamoros, un antepasado de la familia paterna recibi¨® prebendas importantes del rey, en Am¨¦rica, en tiempos coloniales. Igual, Ignacio est¨¢ devolviendo a la Corona lo que hab¨ªa recibido de ella a trav¨¦s de ese antepasado".
Balada, que hizo el servicio militar en El Aai¨²n, era un hombre que quer¨ªa a su pa¨ªs, cuenta Ticoulat. "Aunque all¨ª se cogi¨® una hepatitis que no debi¨® curarse bien. Yo le dec¨ªa: ?corcho!, pero ?por qu¨¦ no vas a que te vea el m¨¦dico? No me hac¨ªa caso". Para entonces, la pasi¨®n por la Bolsa le dominaba. Sentado en el despacho de su casa, ante el ordenador, manejaba su mundo financiero. Acciones en empresas petrol¨ªferas de Canad¨¢ y Rusia, en un negocio de instrumentos musicales en Chequia. Tambi¨¦n viajaba, casi siempre por negocios. Hasta que el h¨ªgado le avis¨®. Estuvo ingresado un tiempo en el hospital de Mah¨®n. Luego regres¨® a su casa, pero apenas se mov¨ªa. "Iba en silla de ruedas", recuerda Josefina Rom¨¢n, vecina de Balada. "Yo lo ve¨ªa a trav¨¦s de las ventanas del sal¨®n cuando pasaba por delante de su casa. All¨ª estaba sentado, siempre ante el ordenador". Hasta el ¨²ltimo d¨ªa, el 18 de noviembre. Dos meses despu¨¦s se supo que Balada hab¨ªa hecho su ¨²ltima inversi¨®n, legar sus bienes a los descendientes del Rey. Ciutadella a¨²n no lo ha digerido. -En Ciutadella, la ciudad donde vive la aristocracia de Menorca, llena de palacios centenarios, no hay un edificio que despierte m¨¢s curiosidad e inter¨¦s estos d¨ªas que la casa rosa de la plaza de Juan de Borb¨®n.En ese edificio de dos plantas, casi a las afueras, se desarroll¨® con la mayor discreci¨®n el ¨²ltimo acto de la vida de su vecino m¨¢s famoso: Juan Ignacio Balada Llabr¨¦s, el menorqu¨ªn que ha legado su fortuna a los hijos y nietos de los Reyes y ha dejado a su cargo la creaci¨®n de una fundaci¨®n con fines sociales.
El testamento del millonario menorqu¨ªn est¨¢ en manos de un abogado de Barcelona, Joan Vi?as Vila, que no suelta prenda y que negocia estos d¨ªas con un equipo legal de la Casa Real. Pero el de Balada puede ser un regalo envenenado para los Pr¨ªncipes por el rechazo popular que ha provocado, aun antes de que se despejen los muchos interrogantes que plantea la herencia.
?A cu¨¢nto asciende realmente el dinero amasado por Balada, que muri¨® de una enfermedad hep¨¢tica el 18 de noviembre pasado, dos meses antes de cumplir los 70 a?os? ?Por qu¨¦ eligi¨® a los Pr¨ªncipes como beneficiarios de su fortuna, y por qu¨¦ dej¨® escrita una cl¨¢usula que legaba sus bienes al Estado de Israel, caso de no aceptar su dinero la Casa Real? ?Qui¨¦n era este menorqu¨ªn culto y distante, refinado y tosco a un tiempo, que ha sacudido hasta sus cimientos a la sociedad de Ciutadella?
El misterio rodea una parte importante de la vida de Juan Ignacio Balada, que pas¨® por el mundo casi de puntillas, sin dejar huella. Con un perfil social bajo, sin amores conocidos, quienes le trataron dicen que proteg¨ªa su intimidad detr¨¢s de una barrera de cortes¨ªa. Aunque a tenor de lo que relatan amigos y vecinos, hab¨ªa al menos dos Baladas contrapuestos. El hombre hura?o, que se vest¨ªa con ropa comprada en C¨¢ritas, y el hombre refinado capaz de gastar millones de las antiguas pesetas por un piano de cola; el negociador duro y hasta grosero, y la persona cultivada que devoraba libros esot¨¦ricos y segu¨ªa la actualidad financiera en The Financial Times. El tipo agarrado que no pagaba nunca el caf¨¦ a los amigos y el que hac¨ªa regalos car¨ªsimos, como la vajilla de porcelana que le envi¨® por su boda a la hija de uno de sus abogados, o las botellas de Mo?t & Chandon que llevaba a las reuniones en casa de su amiga Margarita Olives.
?Qui¨¦n era Balada realmente? ?El rico caprichoso que gast¨® miles de euros en adquirir piezas del Concorde en la subasta que se celebr¨® en Toulouse, en 2007? ?Era el ciudadano compasivo que cedi¨® una finca a los salesianos para que montaran colonias de verano para sus alumnos?
El padre Joan no quiere saberlo. Lo ¨²nico que le importa a este salesiano es el futuro de una propiedad, el Binitalaiot. "Nos lo cedi¨®, a petici¨®n nuestra, hace 19 a?os, y claro, tuvimos que arreglarlo, gastar bastante dinero para que pudieran ir los chicos", dice, mientras se despoja de la ropa lit¨²rgica despu¨¦s de oficiar misa para dos docenas de ancianos en la iglesia de Mar¨ªa Auxiliadora. La finca no era s¨®lo de Balada. La propiedad era compartida con sus dos primas, Carmen y Pilar Arregui LLabr¨¦s. "?Qu¨¦ pasar¨¢ ahora, con todo lo que gastamos?", se pregunta el religioso.
Es una incertidumbre que tienen pocos en Ciutadella, donde Balada no frecuentaba mucha gente. Aunque, en una localidad de 27.000 habitantes, casi todo el mundo le conoc¨ªa de vista, le hab¨ªa vendido algo o le hab¨ªa atendido detr¨¢s de una ventanilla. Es el caso de Miguel Marqu¨¦s, ex empleado del banco donde el millonario ten¨ªa una cuenta. "Era muy educado, de esos que te dan veinte veces las gracias cuando te has limitado a cumplir con tu obligaci¨®n", dice. Lo que no significa que apruebe su testamento. "No entiendo que le haya dejado el dinero a quien no lo necesita. Otra cosa es que se lo hubiera dejado a una ONG". O a la propia ciudad, castigada por la crisis.
Ciutadella est¨¢ llena de placas y estatuas dedicadas a benefactores. Pero es evidente que Juan Ignacio Balada no buscaba aprobaci¨®n. ?Quer¨ªa notoriedad post m¨®rtem como apuntan algunos vecinos? No parece coherente en un tipo duro, capaz de negociar a cara de perro hasta el agotamiento. "Lo peor es que no miraba a los ojos", cuenta el due?o de una inmobiliaria que intent¨® comprarle en el a?o 2000 un pedazo de la finca del Camino de Mah¨®n, donde estaba la f¨¢brica de su padre. "No me recibi¨® en su casa. Me cit¨® en la f¨¢brica, que estaba en ruinas, llena de basura y de ratas. Y no quiso vender". Tres a?os despu¨¦s vendi¨® el solar, de m¨¢s de 6.000 metros cuadrados, a una promotora de Ciutadella a cambio de 6,6 millones de euros.
M¨¢s bien corpulento, con gafas, el escaso pelo blanco, la imagen de Balada en las pocas fotograf¨ªas recientes que circulan de ¨¦l es la de una persona con cierta distinci¨®n. Un hombre de mirada decidida, acostumbrado a hacer su santa voluntad desde peque?o. Hijo ¨²nico del valenciano Ram¨®n Balada Matamoros y de la menorquina Catalina Llabr¨¦s Piris, Juan Ignacio Balada naci¨® el 9 de enero de 1940 en Ciutadella. El padre ten¨ªa una f¨¢brica de hielo y helados, y m¨¢s tarde regent¨® un cine en la ciudad. La madre se qued¨® con la farmacia modernista de Ses Voltes. La familia viv¨ªa en la casa colindante. El joven Balada fue a estudiar a Barcelona, pero no termin¨® ninguna carrera. Aprendi¨®, eso s¨ª, a tocar el piano, y como pianista sac¨® dinero para sus gastos en la capital catalana.
Dicen que all¨ª conoci¨® a un hombre, llamado Mois¨¦s, que le introdujo en los misterios de las altas finanzas y qui¨¦n sabe si tambi¨¦n en los del esoterismo. Josep Pons Fraga, un periodista del diario ?ltima Hora de Menorca que lo trat¨® en los a?os finales, cuenta que ten¨ªa en su casa una biblioteca llena de libros de econom¨ªa y de temas esot¨¦ricos. Entre ellos, Dogma y ritual de alta magia, de Eliphas L¨¦vi, seud¨®nimo del franc¨¦s Alphonse Louis Constant, experto en la c¨¢bala que vivi¨® en el siglo XIX, fue religioso y perteneci¨® unos a?os a la masoner¨ªa.
C¨¢bala y masoner¨ªa eran tambi¨¦n, seg¨²n casi todos los testimonios, dos intereses importantes de Balada. En su casa nueva, en la que se instal¨® a mediados de los noventa, coloc¨® algunos s¨ªmbolos mas¨®nicos, adem¨¢s de antig¨¹edades familiares. Le acompa?aban las balanzas antiguas de la farmacia, los platos de cer¨¢mica y viejos grabados de Col¨®n en el momento de pisar la tierra del Nuevo Mundo. Se hizo instalar tambi¨¦n un gimnasio. Y puso plantas y monolitos de piedra en el patio interior, por el que circulaban libremente los gatos. Gatos que no eran suyos, aunque ¨¦l los alimentara. "Hab¨ªa tenido dos que se le murieron y no quiso tener m¨¢s", cuenta un amigo.
Balada parec¨ªa mantener la misma relaci¨®n de amor distante con el dinero. Dicen que le divert¨ªa apostar y ganar. Se atrev¨ªa con todo. Vendi¨® en el momento justo acciones de la empresa alimentaria La Piara y de la salchichera Oscar Mayer. Vendi¨® dos solares grandes cuando el boom de la construcci¨®n estaba a punto de estallar. Tra¨ªa barcos de cemento de Rumania para las constructoras espa?olas, pero la gran fortuna la amas¨® con la especulaci¨®n inmobiliaria.
"Invert¨ªa con mucha habilidad. Era un genio para los negocios. Dec¨ªa que ten¨ªan que dar beneficios grassos, ?me entiende?". El que habla es Juli¨¢n Ticoulat, el hombre que le trat¨® m¨¢s estrechamente en los ¨²ltimos a?os. Ticoulat, ex propietario de una inmobiliaria, vendi¨® algunas fincas por encargo suyo y le escuch¨® mil veces el relato de sus ¨¦xitos financieros. Pese a la amistad que les uni¨®, Ticoulat se ha quedado tambi¨¦n fuera del testamento. Vive de su pensi¨®n de jubilado en una casa modesta, cerca del mar, con las paredes desconchadas, donde recibe a la periodista. "No siempre le salieron bien los negocios. Compr¨® letras del Tesoro en los ochenta, pero Hacienda le mult¨® por no declarar los intereses".
Ticoulat ve en el testamento de su amigo la confirmaci¨®n de que pensaba lo que ¨¦l mismo piensa, "que la Monarqu¨ªa es una garant¨ªa de la unidad de Espa?a". Pero cree que hab¨ªa alguna raz¨®n m¨¢s. "Un Matamoros, un antepasado de la familia paterna recibi¨® prebendas importantes del rey, en Am¨¦rica, en tiempos coloniales. Igual, Ignacio est¨¢ devolviendo a la Corona lo que hab¨ªa recibido de ella a trav¨¦s de ese antepasado".
Balada, que hizo el servicio militar en El Aai¨²n, era un hombre que quer¨ªa a su pa¨ªs, cuenta Ticoulat. "Aunque all¨ª se cogi¨® una hepatitis que no debi¨® curarse bien. Yo le dec¨ªa: ?corcho!, pero ?por qu¨¦ no vas a que te vea el m¨¦dico? No me hac¨ªa caso". Para entonces, la pasi¨®n por la Bolsa le dominaba. Sentado en el despacho de su casa, ante el ordenador, manejaba su mundo financiero. Acciones en empresas petrol¨ªferas de Canad¨¢ y Rusia, en un negocio de instrumentos musicales en Chequia. Tambi¨¦n viajaba, casi siempre por negocios. Hasta que el h¨ªgado le avis¨®. Estuvo ingresado un tiempo en el hospital de Mah¨®n. Luego regres¨® a su casa, pero apenas se mov¨ªa. "Iba en silla de ruedas", recuerda Josefina Rom¨¢n, vecina de Balada. "Yo lo ve¨ªa a trav¨¦s de las ventanas del sal¨®n cuando pasaba por delante de su casa. All¨ª estaba sentado, siempre ante el ordenador". Hasta el ¨²ltimo d¨ªa, el 18 de noviembre. Dos meses despu¨¦s se supo que Balada hab¨ªa hecho su ¨²ltima inversi¨®n, legar sus bienes a los descendientes del Rey. Ciutadella a¨²n no lo ha digerido.
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