No caber por haber cabido
Los vimos llegar con cierta incredulidad pronto transformada en euforia: Espa?a, pa¨ªs de emigraci¨®n, de donde hab¨ªan salido millones de personas, en a?os no tan lejanos como para que se hayan borrado de nuestras retinas las viejas maletas de madera atadas con una guita, se convert¨ªa a marchas forzadas en pa¨ªs de inmigraci¨®n, adonde llegaban millones de personas en busca de un pan que llevarse a la boca. ?Cu¨¢ntos, exactamente? Pues, si los datos del INE son correctos, nada menos que 5.440.948 desde enero de 1999 hasta diciembre de 2008, un poco menos de los que probablemente residen ahora entre nosotros: 5,6 millones.
El impacto de estos millones de personas sobre la poblaci¨®n espa?ola es impresionante: Espa?a ha sido el pa¨ªs demogr¨¢ficamente m¨¢s din¨¢mico de la Uni¨®n Europea en la ¨²ltima d¨¦cada. Por supuesto, la poblaci¨®n ha crecido m¨¢s que en cualquier otro: de 40 hemos pasado a ser 46 millones en estos 10 a?os. Pero hay mucho m¨¢s que el mero crecimiento cuantitativo: sin el aporte de la inmigraci¨®n, nuestra poblaci¨®n ser¨ªa hoy en su conjunto m¨¢s vieja, habr¨ªa en ella muchos menos ni?os y, sobre todo, muchos menos j¨®venes de entre 20 y 35 a?os, las mujeres habr¨ªan tenido m¨¢s dificultades para ocupar puestos de trabajo al nivel de sus estudios y la seguridad social estar¨ªa amenazada de quiebra en un plazo m¨¢s corto del que anuncian voces autorizadas. Y adem¨¢s, sin inmigrantes, ser¨ªamos menos ricos de lo que cre¨ªmos ser mientras dur¨® la fiesta.
La fiesta consisti¨® en que los empleos desertados por los nativos encontraron en ellos r¨¢pido repuesto, tantas veces sin contrato: trabajo en la agricultura, la construcci¨®n y los servicios p¨²blicos y personales de bajo valor a?adido y con salarios envilecidos. Explotaci¨®n, se llamaba antes la figura, y mientras hay m¨¢rgenes para explotar fuerza de trabajo barata, todos caben. Las regularizaciones de sin papeles se sucedieron; los sindicatos, convertidos en fortaleza de empleados con contrato indefinido, no pesta?earon: se trataba en su mayor¨ªa de una mano de obra que se mov¨ªa en un mercado cuidadosamente segmentado, no competitivo para sus afiliados. Y as¨ª, a la par que millones de inmigrantes hac¨ªan funcionar la m¨¢quina desde los fogones de una sociedad que de rural hab¨ªa pasado a ser de servicios, y dinamizaban la demograf¨ªa, elevando en unas d¨¦cimas el ¨ªndice sint¨¦tico de fecundidad y echando el freno a la acelerada carrera al envejecimiento, los nativos los acogimos presumiendo de conducirnos con ellos como era debido: Espa?a, no hay ni que recordarlo, no es racista.
Pero la burbuja estall¨® y se llev¨® por delante millones de puestos de trabajo, en la construcci¨®n desaforada, pero tambi¨¦n en la industria y en los servicios. El paro conquist¨® el primer puesto, y a gran distancia, en las preocupaciones de los espa?oles. Con raz¨®n, porque este paro no se debe a un incremento de la poblaci¨®n activa sino a una ca¨ªda en picado de la ocupada, es decir, a una masiva destrucci¨®n de puestos de trabajo de dif¨ªcil, tal vez imposible, reposici¨®n. Otros fantasmas de un pasado m¨¢s reciente han vuelto a rondar nuestros recuerdos: 10 a?os, 10, cost¨® recuperar el n¨²mero de empleos de 1976. En la actualidad no hay ning¨²n motivo para pensar que la econom¨ªa espa?ola pueda recuperar en un plazo m¨¢s corto el nivel de empleo de 2007. En aquella d¨¦cada hubo que sustituir los sobrantes de empleo agrario por empleo nuevo en servicios; ahora, los puestos en servicios que puedan crearse o son de alto valor a?adido o no ser¨¢n. Y lo primero no se crea del d¨ªa a la noche, as¨ª se promulguen leyes y decretos.
Y entonces todas las miradas se dirigen a los inmigrantes. La consigna de las pr¨®ximas elecciones ya se ha echado a rodar: no cabemos todos. No es casualidad que haya sido acu?ada en Vic. All¨ª, en Vic, los inmigrantes son ya el 20% de la poblaci¨®n: son, pues, enormemente visibles. Y all¨ª es fuerte un nacionalismo radical, que act¨²a a modo de espoleta de una singular competencia pol¨ªtica en la que todos pugnan por ser, o parecer, m¨¢s nacionalistas que el vecino por si acaso esa demagogia nacional-populista sirve para no perder votos. Y en medio de estas pugnas, con el tripartito en ascuas y las elecciones a un a?o vista, los inmigrantes llevan todas las perder: son siempre los chivos expiatorios. Primera reacci¨®n, pues, negar su existencia: no empadronarlos si no tienen papeles o no disponen de un pu?ado de metros. As¨ª es como si no existieran. Luego, una vez que no existan, habr¨¢ tiempo de demostrarles que si antes cab¨ªamos, ahora ya no cabemos todos.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.