Adi¨®s a un tit¨¢n
Me entero por la radio del fallecimiento de Emilio Ca?il, fundador de Discoplay, posiblemente la empresa que m¨¢s hizo por difundir la m¨²sica durante el posfranquismo. Muri¨® hace diez d¨ªas pero no he visto obituarios en la prensa de papel. No deber¨ªa sorprendernos: en vida, tampoco tuvo reconocimientos.
Supongo que son los inconvenientes de trabajar de mercader de melod¨ªas, como le denomin¨® Ceesepe en un dibujo. ?Le hubi¨¦ramos despedido mejor de haberse consagrado durante cuatro d¨¦cadas a comercializar cine o literatura? En realidad, aparte de discos, Discoplay vendi¨® libros, pel¨ªculas, carteles y mil objetos m¨¢s. Cierto que, en Espa?a, s¨®lo hay un personaje m¨¢s sospechoso que el empresario triunfador: el empresario que fracasa. Y Ca?il fracas¨® gloriosamente. Con la implantaci¨®n de las grandes superficies, intent¨® transformar su imperio de venta por correspondencia en una red de tiendas; incluso pretendi¨® reciclar un cine madrile?o en desangelada megatienda. Protagoniz¨® aventuras tan quijotescas como abrir una sucursal en Mosc¨². Sentimentalmente zurdo, Ca?il realiz¨® alucinantes trueques con la Rusia de Yeltsin: Discoplay termin¨® ofreciendo violines y otros instrumentos salidos de factor¨ªas ex sovi¨¦ticas.
Discoplay fue la principal difusora de todos los tipos de m¨²sica durante los a?os setenta y ochenta
Largo camino desde sus inicios en El Rastro. En la prehistoria de la movida est¨¢ la tienda en Los S¨®tanos de la Gran V¨ªa. Ven¨ªamos de una etapa de escasez -de m¨²sica, de informaci¨®n, de contactos- y aqu¨¦l era un punto de encuentro que presid¨ªa un Emilio jovial. Un recuerdo personal: ¨¦l me present¨® a Jes¨²s Ordov¨¢s, ya entonces una leyenda en el underground hispano por sus temporadas en San Francisco y ?msterdam.
La gran creaci¨®n de Ca?il fue su bolet¨ªn. El BID era man¨¢ para masas de mel¨®manos que no ten¨ªan acceso a una tienda de discos (o que prefer¨ªan los precios de Discoplay). El mero hecho de figurar en aquel cat¨¢logo creaba una demanda para m¨²sicas marginales: a pesar de su fealdad funcional, ejerc¨ªa de medio prescriptor. Lleg¨® a tener tiradas superiores al mill¨®n de ejemplares; su poder era extraordinario.
Otros se hubieran conformado con consolidar su negocio. Emilio se meti¨® en mil fregados como divulgador cultural. Vendi¨® entradas de conciertos, cuando ning¨²n gran almac¨¦n o entidad bancaria aceptaba asociarse con el rock o los cantautores. Coedit¨® una extraordinaria colecci¨®n de discos procedentes del archivo de Folkways e incluso public¨® textos del ajedrecista Gari Kasp¨¢rov o una biograf¨ªa de Brian Epstein. Apoy¨® a las independientes del pop y cualquier aventura at¨ªpica. Su respaldo hizo posible Linterna M¨²sica, el sello que se atrevi¨® a grabar a Carles Santos, Orquesta de las Nubes, Cl¨®nicos y otras propuestas a¨²n hoy inclasificables. Emilio era capaz de emocionarse con unas grabaciones de campanas de monasterios ortodoxos... y lanzarlas.
No se hac¨ªa ilusiones sobre el paladar est¨¦tico de los consumidores espa?oles. Todo lo contrario: "en Discoplay sabemos cu¨¢ntos guardias civiles siguen a AC/DC, cu¨¢ntos seminaristas compran Alice Cooper y cu¨¢ntos gallegos consumen sevillanas. Todo correcto pero incluso nosotros no podemos cuantificar la enormidad de horteras que hay en Espa?a".
Sobre su carisma, no caben dudas. Cuando la primera de sucesivas crisis le asfixi¨®, supo agrupar a los acreedores alrededor suyo. Se tiende a relatar su declive como un enfrentamiento con las multinacionales, pero ten¨ªa all¨ª verdaderos admiradores. La mayor¨ªa de sus empleados le fue fiel hasta el final, aunque le doli¨® la escisi¨®n que desemboc¨® en la cadena Tipo, orientada hacia el rock. Algunos de los que trabajaron a su lado insisten en que Discoplay pudo ser la Amazon espa?ola; ¨¦l nunca acept¨® esa equiparaci¨®n. Reconocen que no le gustaba delegar, que no aceptaba consejos, que carec¨ªa de paciencia para la contabilidad y los impuestos, que ten¨ªa temperamento de jugador.
Quiz¨¢s perteneciera a esa estirpe que conocemos bien: los empresarios visionarios, capaces de materializar las ideas m¨¢s audaces pero que se aburren con el d¨ªa a d¨ªa de la gesti¨®n. Muchos misterios en la trayectoria de Emilio Ca?il: qui¨¦n sabe cu¨¢l fue su particular Rosebud.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.