Sepelio de una mina de wolframio
El poblado de Valborraz desaparece bajo un alud de pizarra de una escombrera
En Valdeorras, las pizarreras campan a sus anchas sin que el Gobierno gallego, ni el de ahora ni el de antes ni el de m¨¢s all¨¢, hiciera nada por salvar el paisaje. En Carballeda hac¨ªa tiempo que la escombrera de losa de una de estas empresas iba creciendo en la cima y amenazaba con desplomarse sobre el poblado minero de Valborraz, levantado por los belgas (y acaparado en la II Guerra por los nazis), sobre uno de los filones de wolframio m¨¢s grandes de Europa. Todo el mundo lo sab¨ªa, pero nadie le puso remedio, y hace una semana se cumpli¨® el presagio. Por el cauce del caborco de Valborraz, el arroyo que cruza el poblado, se precipit¨® una lengua inmensa de limo y rach¨®ns de pizarra, empujada por las fuertes lluvias y la nieve. Se llev¨® por delante media docena de casas del conjunto minero, pero abajo, en la civilizaci¨®n, nadie se enter¨®. El estruendo de tan ruidoso sepelio no lleg¨® a o¨ªrse ni en el pueblo m¨¢s cercano, Casaio, a nueve kil¨®metros de distancia.
"La R¨ªa de Vigo es uno de los mayores yacimientos de este mineral que hay"
Ahora, en Carballeda, todo el mundo se?ala a la empresa Manada Vieja, pero la pizarrera declina hacer declaraciones, y la mina "dos alem¨¢ns", moribunda desde que en 1963 fue abandonada por completo, ha pasado a engrosar la lista de bienes de inter¨¦s cultural difuntos. Adega habla de pedir responsabilidades medioambientales, y la alcaldesa independiente del municipio, Mar¨ªa del Carmen Gonz¨¢lez, afirma que la "p¨¦rdida emocional para todos los vecinos todav¨ªa es m¨¢s grande". La mina de seis plantas conectadas por galer¨ªas de la que sal¨ªa el wolframio endurecedor de armamento llev¨® "un progreso importante" a aquel lugar perdido del mapa.
Dio trabajo a mil personas, hombres y mujeres. Y en el lugar se formaron parejas y nacieron ni?os. Tambi¨¦n, durante 19 meses, entre 1942 y 1944, redimieron all¨ª sus penas trabajando 463 presos republicanos de toda Espa?a. Cobraban ocho pesetas al d¨ªa, aunque la comida les costaba dos. En el coto de Valborraz se mov¨ªan en libertad pero, tras una fuga, la experiencia fue cortada en seco por el franquismo.
Hab¨ªa tambi¨¦n gente que iba por libre, que buscaba por su cuenta en calicatas y cobraba diez duros por cada kilo de mineral que vend¨ªa a la sociedad Montes de Galicia, integrada en el consorcio Sofindus, participado en un 60% por alemanes. En sus inmediaciones, explica el mayor estudioso de la mina, el historiador Isidro Garc¨ªa Tato, se instalaron dos distribuidores gallegos, Leoncio Fern¨¢ndez y Cachafeiro, que supuestamente trabajaban para los aliados. Estos exportadores pagaban el doble a los mineros por la misma cantidad, pero sacar el wolframio de Espa?a, para los estraperlistas, era casi imposible.
Su verdadera misi¨®n era "evitar que llegase a manos nazis el mayor volumen posible de wolframio, no enviarlo a Estados Unidos o Inglaterra". Lograban transportarlo hasta el puerto de Vigo pero de all¨ª no pasaban, as¨ª que "lo tiraban al mar". "La r¨ªa es uno de los mayores yacimientos de wolframio que existen", concluye este investigador del CSIC.
"La primera bici que compr¨® mi padre fue trabajando un fin de semana en la mina", evoca la regidora. "Hab¨ªa cantina. Y baile los domingos. Las ba?eras de pies de los patrones", en lujosos chal¨¦s de factura germana hace mucho tiempo expoliados, "eran hermosas". Sobre todo a los ojos de quienes no ten¨ªan d¨®nde lavarse.
El Ayuntamiento de Carballeda de Valdeorras albergaba "la vieja ilusi¨®n" de rehabilitar aquellas construcciones en ruinas y fundar un "centro tur¨ªstico" sobre la explotaci¨®n del wolframio. La alcaldesa dice que nunca lleg¨® a haber dinero para hacerlo. Tampoco se hizo nada por buscar la financiaci¨®n fuera. Jam¨¢s se le present¨® un proyecto a la Xunta, ni se control¨® el tama?o de la escombrera. En realidad, ni siquiera est¨¢ claro a qui¨¦n pertenecen las edificaciones, ni esas estribaciones de la Serra de Camporromo, junto a Pena Trevinca, en las que se asientan. "Hace diez a?os trat¨¦ de investigarlo y no llegu¨¦ saberlo", reconoce Gonz¨¢lez.
La maquinaria herrumbrosa la adquiri¨® Pizarras Europeas en el 63, y los barracones y las construcciones industriales, hoy por hoy, son de las ovejas que se resguardan en ellas en invierno. Valborraz es tierra de nadie, o de todos. Quiz¨¢s por eso abusan tanto algunos. Para explicarlo, Garc¨ªa Tato se retrotrae a 1486, cuando aquellos montes pasaron del conde de Lemos al marqu¨¦s de Villafranca. En 1509, ¨¦stos arrendaron el derecho a explotarlos a los pueblos de Casaio y Lardeira, y todo sigui¨® en paz hasta finales del XIX, cuando un ingeniero belga descubri¨® que hab¨ªa wolframio.
Tras el paso de los alemanes, compr¨® todos los derechos, los del pueblo y los del marquesado, el empresario Ulpiano Rodr¨ªguez Galloso, pero fue "presionado f¨ªsicamente" por los vecinos y termin¨® vendiendo las tierras al segoviano F¨¦lix Segovia Amaya. Esto ya ocurri¨® en 1973, cuando la extracci¨®n de pizarra hab¨ªa relevado a la de wolframio. Los pizarreros ten¨ªan que pagarle derechos a este se?or, y un d¨ªa le tendieron una emboscada. "Lo esperaron en el camino, cogieron una caterpillar y lo despe?aron". A los dos d¨ªas apareci¨® vivo. Alg¨²n vecino lo salv¨®, pero desde entonces ya no se volvi¨® a hablar de t¨ªtulos de propiedad en aquel monte.
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