En la ciudad replicante
No se puede esperar pesimismo social de una tierra que empez¨® no teniendo historia, a pesar de haber contado con una abundante poblaci¨®n ind¨ªgena antes de la llegada de los espa?oles. Con sus serenos paisajes s¨®lo violentados por los azotes s¨ªsmicos y los incendios, y una inmigraci¨®n procedente de M¨¦xico y de las lejanas costas del Pac¨ªfico, California ha sido y es el para¨ªso so?ado de Am¨¦rica. Su ciudad m¨¢s extensa, Los ?ngeles, vive obsesionada con su propia imagen, algo tan opuesto a la imaginaci¨®n. Antes que a un gran mural de colores chillones, su identidad se parece m¨¢s a un pastel, con su densidad particular y una textura quebrada y enf¨¢tica. Epicentro de la industria cinematogr¨¢fica, solar de la tribu beatnik, del rat¨®n Mickey, de la contracultura y la ecolog¨ªa, Los ?ngeles mira con envidia bonachona a la vertical y poco emocional Nueva York, c¨¢tedra de marchantes y coleccionistas y cuna del comercio vern¨¢culo de Am¨¦rica. Sorprendentemente, la poderosa LA tiene una tradici¨®n muy d¨¦bil de coleccionismo de arte moderno y contempor¨¢neo: entre las mon¨®tonas obras atesoradas por los ricachones de Beverly Hills, tan s¨®lo brillan las refinadas colecciones de los fil¨¢ntropos Bernard y Edith Lewin, Eli y Edythe Broad -depositadas en el LACMA-, Janice y Henri Lazarof, y Fred y Marcia Weisman. Las gasolineras de Ed Ruscha, los ondulantes reflejos sobre las piscinas de David Hockney, las escu¨¢lidas palmeras de John Baldessari, las abruptas colinas de Richard Diebenkorn o los paisajes de Sonoma encerrados en los complej¨ªsimos envoltorios de Christo y Jeanne-Claude resultan hoy tan indelebles como los dentudos t¨®temes indios del Oeste americano. Pero no todo el arte posee aquel afable y pegajoso sistema formal. Una buena parte de los mejores artistas radicados en LA mantiene continuos v¨ªnculos con las acciones antiest¨¦ticas, la cr¨ªtica institucional, las patolog¨ªas de la transgresi¨®n y lo abyecto. El realismo sucio y el universo de los replicantes.
Apartados del ang¨¦lico universo de la Costa Oeste, en el tranquilo pueblecito de Emeryville, durante dos d¨¦cadas los artistas lumpen (en alem¨¢n, trapo) han dirigido su mirada a Europa a trav¨¦s de los textos del psicoan¨¢lisis y el feminismo, o se han dejado arrastrar por esa corriente subterr¨¢nea en el arte del siglo XX que va desde Duchamp a Manzoni. Autores como Paul McCarthy, Mike Kelley, John Miller y Jim Shaw, vinculados a la CalArts (Instituto de las Artes de California) desde sus ¨¦pocas de estudiantes, desmontan a trav¨¦s de sus instalaciones con mu?ecos y animales de peluche la represi¨®n y sublimaci¨®n de una sociedad "civilizada" que convierte en anatema la ostentaci¨®n del desorden y los detritus corporales. Raymond Pettibon sit¨²a sus dibujos en el seno de la cultura de los c¨®mics desarrollada sobre las ruinas de la contracultura de la Costa Oeste. Los juegos ling¨¹¨ªsticos y visuales de Matt Mullican invitan a descubrir procesos inconscientes a modo de reflexi¨®n sobre nuestra forma de descifrar y entender el mundo. Andrea Fraser lleva a cabo proyectos etnogr¨¢ficos sobre la cultura muse¨ªstica. Continuadora de la sociolog¨ªa del arte de la que fue pionero Pierre Bourdieu, esta artivista nacida en Montana corrige los c¨®digos institucionales y sus artefactos desde el Departamento de Historia del Arte de la Universidad de California. A trav¨¦s de sus mordaces performances se pregunta c¨®mo los objetos espec¨ªficos que atesoran los museos son sublimados y posteriormente traducidos en pruebas hist¨®ricas y/o ejemplos culturales por unos directores investidos de una determinada ideolog¨ªa. Una manera de despojar a la instituci¨®n de su situaci¨®n hist¨®rica, de vaciar al museo de contenido y convertirlo en una "estructura aleg¨®rica". De manera parecida a las ficciones muse¨ªsticas que el belga Marcel Broodthaers realiz¨® a finales de los sesenta, Andrea Fraser concibe el arte en t¨¦rminos de proyectos y sitios discursivos (la Universidad, las revistas, la tribuna del conferenciante). Trabaja horizontalmente, consciente del riesgo de renunciar a ese repertorio de formas intr¨ªnseco del arte que durante d¨¦cadas ha llevado a los grandes creadores a librarse de la trivialidad, pero no de las dudas.
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