La playa inglesa
Del mismo modo que presinti¨® el cine, Robert Louis Stevenson previ¨® en Bournemouth -el lugar en el que escribi¨® El extra?o caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde- el s¨ªndrome moderno, el s¨ªndrome Pessoa, que ha convertido a tantos individuos -parad¨®jicamente a los m¨¢s singulares- en puntos de encuentro de diversas personalidades
Salgo al balc¨®n de mi cuarto de hotel en Bournemouth, al sur de Inglaterra. Desde aqu¨ª puedo ver el lugar donde un d¨ªa se levantara la casa de las dos chimeneas de Skerryvore en la que R. L. Stevenson, en estado febril, escribi¨® en 1885 El extra?o caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde. Sesenta a?os despu¨¦s de la publicaci¨®n del libro, volver¨ªa literalmente el Mal a aquel lugar cuando una bomba del ej¨¦rcito nazi arras¨® por completo Skerryvore. Fue la extra?a forma que eligi¨® m¨ªster Hyde para regresar a la casa de las dos chimeneas.
Se ha hecho ya de noche y no puedo quitarme de la cabeza que hace un rato, en este mismo balc¨®n, cuando atardec¨ªa, he visto que la mano de mi vecino era delgada, fibrosa y rugosa, de una palidez verdosa, peluda. Por decirlo de una forma m¨¢s alarmante, era una mano parecida a la de Hyde.
Los libros tienen su propio destino y acaban queriendo ser visitados por las criaturas reales que inventan
Sospecho que esa mano rugosa, vista en la luz del crep¨²sculo, es de las que no se olvidan. Y recuerdo que, a causa de ella, a punto he estado de establecer con el vecino un di¨¢logo al estilo de Borges y yo, ese relato tan representativo de la herencia de la casa de Skerryvore. Hace s¨®lo unos minutos, estaba pensando en el vuelco fant¨¢stico que le da Borges a esa singular autobiograf¨ªa de artista cuando me ha extasiado la infinita sucesi¨®n de farolas iluminadas del Bournemouth nocturno. Y, en plena enso?aci¨®n, he recordado aquel momento de la novela de Stevenson en el que Utterson comienza a darle vueltas a la historia que le ha explicado Enfield y se acuerda de que ¨¦ste le ha contado que, un d¨ªa, volviendo a casa desde un lugar casi en el fin del mundo, hacia las tres de una madrugada de invierno, cruz¨® en diagonal una desierta plaza de Londres, donde literalmente no se ve¨ªan m¨¢s que farolas, lo que le aterr¨®, aunque no por eso dej¨® de seguir caminando y cruzando nuevas plazas solitarias mientras todo el mundo dorm¨ªa.
Olas encrespadas en la playa. El mar me ayuda a pensar en aquella secuencia de la novela de Stevenson en la que empieza a crecer, a resonar, a ampliarse en la mente de Utterson la historia que le ha contado Mr. Enfield y ¨¦sta se va desarrollando y amplificando en su cabeza como una sucesi¨®n infinita de pasos, y Utterson ve entonces -Stevenson crea im¨¢genes que parecen presentir la invenci¨®n del cinemat¨®grafo- la figura de un hombre andando deprisa, y poco despu¨¦s, la de una ni?a que sale corriendo de casa del doctor, y a continuaci¨®n, el encuentro de las dos figuras, y aquel juggernaut humano -as¨ª describe Stevenson la conducta que se ha posesionado de Mr. Hyde-, aquella fuerza del mal irrefrenable que en su avance aplasta o destruye todo lo que se interfiere en su camino, atropellando a la criatura y siguiendo su trayecto sin hacer caso de los gritos que rompen el silencio de la ciudad dormida.
Busco una forma de ver El extra?o caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde desde un ¨¢ngulo ligeramente distinto al de anteriores lecturas y veo la escena del c¨¦lebre cambio de rostro del doctor como un s¨ªmil del recurrente (recurrente, sobre todo para la Guada?a, que monologa desde siempre con el tema) salto de la vida a la tumba. En realidad, Hyde es la Muerte. Y quiero imaginar que Nabokov se refiri¨® tambi¨¦n a ese salto, al traspaso eterno, cuando les pidi¨® a sus alumnos de Cornell que no perdieran de vista los ¨²ltimos momentos de la vida de R. L. Stevenson, su final tr¨¢gico en Samoa.
"Los libros tienen su propio destino", les dijo Nabokov. Y es cierto, los libros han tenido siempre su propia suerte, y a veces ¨¦sta consiste en llevar a la vida real lo que antes narr¨® el autor. Pudo ser perfectamente el caso de R. L. Stevenson y su Dr. Jekyll. La escena tuvo lugar en Upolu, Samoa, 1894. El escritor, al que los nativos llamaban Tusitala, baj¨® a la bodega de su casa a buscar una botella de su borgo?a favorito, la descorch¨® en la cocina, y de repente llam¨® a gritos a su mujer. "?Qu¨¦ me pasa, qu¨¦ es esto tan extra?o, algo me ha cambiado la cara?". Un ataque cerebral. Cay¨® al suelo. "Riverrun", dijo Tusitala. Y muri¨® dos horas despu¨¦s.
"?C¨®mo me ha cambiado la cara! Hay una extra?a relaci¨®n tem¨¢tica entre este ¨²ltimo episodio de la vida de Stevenson y las fatales transformaciones de su maravilloso libro", coment¨® Nabokov a sus alumnos de Cornell. El extra?o caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde se adentra en la m¨¢s fatal de las transformaciones, la que convierte a un ser vivo en un muerto. El siempre enigm¨¢tico experimento o tr¨¢nsito est¨¢ contado con especial meticulosidad por el propio Jekyll, que en la novela lo deja casi como legado para la humanidad: "Pero la tentaci¨®n de llevar a cabo un experimento tan singular venci¨®, al fin, todos mis temores". Una frase que parece reaparecer al final del m¨¢s escueto, elegante y c¨¦lebre desenlace de los cuentos de Borges: "La curiosidad pudo m¨¢s que el miedo y no cerr¨¦ los ojos".
La curiosidad lo mueve todo, hasta la lista o relaci¨®n exhaustiva de lo que jam¨¢s se mueve, aunque de esta lista suele decirse que la escribi¨® un muerto. ?Por qu¨¦ volvi¨® m¨ªster Hyde a Bournemouth? Los libros tienen su propio destino y acaban queriendo ser visitados por las criaturas reales que inventan. ?ste ser¨ªa el caso de Hyde y de esa bomba hitleriana que arras¨® el lugar donde fue engendrado. La curiosidad lo mueve todo, muy especialmente si el deseo de vivir es intenso. Porque entonces nunca llegamos a pensar que ya sabemos lo suficiente acerca del mundo y porque entonces cada respuesta nos lleva a otra pregunta. Por eso se suele decir que la curiosidad es lo que nos mantiene vivos. Y muertos. Porque uno de los aspectos notables del libro de Stevenson es que no resuelve la contradicci¨®n. Habla tanto de la muerte como de la vida, y tambi¨¦n de la muerte en vida. Y habla para ver por qu¨¦ (que dir¨ªa Jos¨¦-Miguel Ull¨¢n). Inventa un procedimiento, un tipo de ficci¨®n, que le permite mantener la tensi¨®n. La forma es siempre forma de una relaci¨®n y Stevenson, que abri¨® caminos a los mundos de Pessoa y de Borges, profundiza en un tipo de escritura, un estilo y una construcci¨®n, que le permite mantener unidos los polos m¨¢s extremos con sus redes antag¨®nicas y opuestas.
"Otros vendr¨¢n despu¨¦s, otros que me sobrepasar¨¢n en conocimientos, y me atrevo a predecir que al fin el hombre ser¨¢ tenido y reconocido como una reuni¨®n de personalidades diversas, discrepantes e independientes", se lee hacia el final de la novela. Del mismo modo que presinti¨® el cine, Stevenson previ¨® aqu¨ª en Bournemouth el s¨ªndrome moderno, el s¨ªndrome Pessoa, que ha convertido a tantos individuos -parad¨®jicamente a los m¨¢s singulares- en puntos de encuentro de diversas personalidades. Yo mismo, sin ir m¨¢s lejos, vivo fraccionado en varios personajes discrepantes e independientes. De ah¨ª, ciertos sobresaltos con manos verdosas. Y de ah¨ª tambi¨¦n cierta inquietud, porque, por muy calmo que est¨¦ ahora todo, la noche parece doble. Aunque siempre tranquiliza ver que sigue ah¨ª metaf¨ªsica, perfectamente iluminada y ¨²nica, la playa inglesa.
El extra?o caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde. Robert Louis Stevenson. Traducci¨®n de Juan Antonio Molina Foix. Valdemar. Madrid, 2006. 240 p¨¢ginas. 13 euros. www.enriquevilamatas.com
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