La nueva derecha estadounidense
El conservadurismo en auge rompe los moldes del republicanismo y evoca el car¨¢cter racista y fan¨¢tico del fascismo
Si alguien cree que el t¨¢ndem Bush-Cheney es la versi¨®n m¨¢s extrema del conservadurismo norteamericano, es posible que pronto compruebe que est¨¢ en un error. El movimiento conservador en desarrollo en los ¨²ltimos meses en EE UU, alimentado por el rencor de una clase media empobrecida y por la ambici¨®n de una nueva clase pol¨ªtica pospartidista, rompe los moldes del republicanismo tradicional y evoca el car¨¢cter racista, nacionalista y fan¨¢tico del fascismo. Por ahora, s¨®lo le falta el ingrediente de la violencia.
La ¨²ltima se?al de alarma ha sido la reciente reuni¨®n de los Tea Party en Nashville (Tennessee) y el discurso de su l¨ªder m¨¢s visible, Sarah Palin, que llev¨® el populismo hasta el grado de elogiar la ignorancia como muestra de autenticidad y de destacar como la mayor cualidad pol¨ªtica de Scott Brown, el recientemente elegido senador por Massachusetts, el hecho de ser "simplemente un hombre con una camioneta".
S¨®lo un 18% de los norteamericanos apoya al movimiento Tea Party
Palin es aclamada por sus seguidores por la sencillez de su expediente acad¨¦mico, una simple graduaci¨®n de periodismo por la modesta Universidad de Wyoming, frente a los t¨ªtulos de Ivy League que acumula Barack Obama en Columbia y Harvard. El propio Brown gan¨® adeptos por la virilidad abiertamente exhibida en la revista Cosmopolitan, frente al refinamiento pudoroso de los pol¨ªticos tradicionales.
La naci¨®n de los Tea Party se presenta, en efecto, convencida de haber puesto en marcha una revoluci¨®n contra la oligarqu¨ªa de Washington, similar a la que en el siglo XVIII expuls¨® a los colonialistas brit¨¢nicos. De repente, los republicanos con m¨¢s pedigr¨ª est¨¢n en peligro ante esta oleada. El gobernador de Florida, Charlie Crist, un moderado que el a?o pasado gozaba de un 70% de popularidad, se ve hoy superado en las encuestas por un desconocido joven ultrarreligioso llamado Marco Rubio. Hasta John McCain, el indiscutible virrey de Arizona, est¨¢ hoy seriamente amenazado por J. D. Hayworth, un charlat¨¢n de una radio local que, en definici¨®n de The New York Times, "cada d¨ªa ataca, y no siempre por este orden, la inmigraci¨®n ilegal, la p¨¦rdida de patriotismo en el pa¨ªs y todo lo que hace Obama".
Todas las ma?anas surge entre las filas del Tea Party alg¨²n desconocido que en media hora de la demagogia m¨¢s radical gana 10 puntos en las encuestas. "El movimiento est¨¢ madurando", afirma Judson Phillips, uno de los fundadores de este fen¨®meno, "las manifestaciones estaban bien para el a?o pasado, este a?o hay que cambiar las cosas, este a?o tenemos que ganar".
?Ganar qu¨¦? ?Para conducir al pa¨ªs hacia d¨®nde? Algunos conservadores moderados y cultos, como Peggy Noonan o David Brooks, aseguran que no hay nada que temer, que ¨¦stos son grupos enraizados en las tradiciones libertarias de EE UU y que su contribuci¨®n servir¨¢ para dinamizar la vida pol¨ªtica del pa¨ªs.
Es posible. Ciertamente, la hostilidad que este movimiento manifiesta hacia Obama no se aleja mucho de la que la izquierda exhibi¨® contra Bush -hay que recordar las menciones a su adicci¨®n al alcohol o su supuesta indigencia intelectual- y tiene cabida perfectamente, por tanto, en el juego de la democracia. Adem¨¢s, se trata a¨²n de un movimiento muy incipiente. Una encuesta publicada ayer mostraba que un 34% de los norteamericanos no han o¨ªdo hablar de los Tea Party y que s¨®lo el 18% los apoya.
Pero, desde la ¨®ptica europea, ese 18% es mucho y lo que defienden suena peligrosamente exc¨¦ntrico. Uno de los oradores en Nashville sostuvo con convicci¨®n que "est¨¢ mejor documentado el nacimiento de Cristo que el de Obama". "Es africano", grit¨® una mujer entre la audiencia. Detr¨¢s de esta campa?a que le niega a Obama su ciudadan¨ªa norteamericana se esconde el rechazo a su legitimidad como presidente.
Nadie habla en EE UU del ingrediente racista de esa campa?a. Para los que apoyan a Obama puede parecer ventajista acudir al grito de ?racismo! cada vez que se le critica. Sus enemigos, por supuesto, no reconocen ese pecado, por mucho que en la reuni¨®n de Nashville se escuchara s¨®lo una voz negra, obviamente exhibida para ocultar el car¨¢cter puramente blanco del movimiento.
Este nuevo conservadurismo recoge mucha de la frustraci¨®n del hombre blanco acumulada desde la liberaci¨®n femenina, los derechos civiles, de todas las leyes para la igualdad que le han ido restando poder al sector de la sociedad eternamente dominante. Ese hombre blanco que tampoco se ha visto favorecido por los buenos contactos, las amistades ¨²tiles, el dinero f¨¢cil, y que ha ido engrosando durante las ¨²ltimas d¨¦cadas una clase media, que fue orgullo de la naci¨®n en los a?os cincuenta, pero que ha sido despiadadamente maltratada por la ¨²ltima revoluci¨®n tecnol¨®gica y la reciente crisis econ¨®mica.
Esa clase media blanca herida dispara contra lo que tiene m¨¢s cerca: los inmigrantes, las minor¨ªas raciales, los dirigentes pol¨ªticos. Intenta reducir la competencia, que considera injusta, y pretende que EE UU sea s¨®lo para los verdaderos americanos. Busca la salvaci¨®n en nuevas doctrinas, y atiende a la voz maternal de Palin y los alaridos patriotas de los locutores radiof¨®nicos. Glenn Beck o Rush Limbaugh se convierten, as¨ª, en los Walter Cronkite de los nuevos tiempos.
Los conservadores norteamericanos no creen que haya ning¨²n peligro. Conf¨ªan ciegamente en la fuerza integradora de esta democracia y en su indestructible capacidad de contener cualquier amenaza. Pero desde una ¨®ptica europea, esa combinaci¨®n de demagogia, racismo, nacionalismo y xenofobia, enarbolada por una clase media herida y agitada, es una receta muy conocida y todav¨ªa temida. Es verdad que el nuevo movimiento conservador norteamericano hace gala de su defensa de la libertad y no parece a¨²n compatible con un Gobierno que no garantizase el respeto al individuo. Pero el aroma de Nashville siembra dudas, trae malas sensaciones, asusta.
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